La guerra contra el terror La cruzada contra los niños
Chris Floyd Empire Burlesque 13 de mayo de 2009
Traducido del inglés para Rebelión por SinfoFernández
I.
Día tras día, semana tras semana, las “Operaciones de Emergencia en el
Exterior” siguen triturando los cuerpos de los niños: algunas veces con armas
químicas que abrasan su carne y les dejan mutilados y desfigurados de por vida;
otras con balas cuidadosamente dirigidas a desgarrar todos sus órganos y
dejarles muertos en el sitio, allí mismo.
Y en todos esos casos, nuestros valientes y nobles Guerreros del Terror –que,
a menos que lo olvidemos, sostienen los valores más altos de la civilización
mundial, llevando esperanza y cambio a territorios tenebrosos, defendiendo
nuestro sagrado modo de vida- se ponen a gritar como locos y a hacer pucheros
ante la menor alusión de responsabilidad por sus acciones. Su primera respuesta,
siempre, es culpar al otro: o al designado como enemigo del día o hasta a los
mismos abrasados y machacados niños.
Esta tendencia se desplegó vívidamente esta semana en dos historias desde
frentes distintos en la cada vez más extendida Guerra contra el Terror. (Ambos
artículos, de McClatchy y Reuters, llegan a través de The Angry Arab,
quien señala correctamente que la propiedad moral de las balas y bombas de las
campañas militaristas le corresponde a Obama).
Podemos encontrar en Iraq uno de los ejemplos más estridentes, donde unos
soldados estadounidenses dispararon contra un niño de doce años en las calles de
Mosul, una de las ciudades más problemáticas en la tierra conquistada. Mosul,
pueden recordarlo, fue donde el Generalísimo David Petraeus –ahora al mando
militar de toda la Guerra contra el Terror- construyó su vanagloriada aunque
vaporosa reputación en “técnicas eficaces de contrainsurgencia” en los primeros
momentos de la guerra. Fue un modelo en miniatura del posterior “incremento”:
utilizando una afluencia masiva de tropas estadounidenses, junto con sobornos a
determinadas fuerzas locales favorecidas, para suprimir el caos endémico y la
violencia desencadenados por la invasión durante el tiempo necesario para poder
establecer una narrativa de relaciones públicas de “éxito”. Una vez que los
focos de los medios se trasladan, lo maligno, los inevitables frutos del crimen
–el acto hitleriano de la agresión militar- florece una vez más.
Pasa con Mosul lo mismo que con todo Iraq. El pasado miércoles, las tropas
ocupantes estadounidenses que rodaban por la ciudad recibieron un ataque de
granada. En respuesta, le dispararon a un niño de doce años, Omar Musa Salih,
que se encontraba allí, a un lado de la carretera, vendiendo zumos de fruta.
Aunque los testigos de la escena dijeron que el niño no había lanzado la granada
–habían visto, con sus propios ojos, a un hombre más adulto arrojándosela a los
estadounidenses- el Pentágono del Presidente Obama insistió en que el niño
muerto era un “insurgente” que merecía morir. ¿Qué prueba tenían de ello? Tenía
un puñado de dinares iraquíes en la mano –menos de 9 dólares- cuando
inspeccionaron su cadáver. Así pues, eso significa que estaba en la nómina de
los terroristas, para que vean…
“Tenemos todas las razones para creer que los insurgentes están pagando a los
niños para que lleven a cabo esos ataques o ayuden de algún modo a los
atacantes, situando indudablemente a los niños en situación de riesgo, comunicó
a McClatchy, por correo electrónico, un anónimo “portavoz del ejército
estadounidense” . Difamar a la víctima: un niño muerto, oh ¡qué acción
tan noble, tan civilizada, tan honorable! Pueden realmente entender por qué uno
no querría unir su rostro o su nombre –ni siquiera su voz- a una apología tan
depravada, desvergonzada y cobarde”.
Como McClatchy señala, no hay pruebas en absoluto de que el joven Omar
estuviera implicado en el ataque; muy al contrario, de hecho:
… los testigos dijeron que el niño, identificado como Omar Musa Salih, estaba
junto a la carretera vendiendo zumos de fruta –una práctica corriente en Iraq- y
no tenía nada que ver con el ataque.
Un amigo, Ahmed Yasim, de quince años, dijo que se encontraba vendiendo latas
de Pepsi cerca de allí cuando escuchó la explosión de una granada. Se refugió
detrás de un coche aparcado y después escuchó el estruendo de una ametralladora.
“Cuando acabó el tiroteo y la patrulla se fue, me levanté y vi a Omar en el
suelo cubierto de sangre”, dijo Yasim.
Otro testigo, Ahmed IzAldin, de cincuenta y seis años, dijo que vio a la
persona que lanzó la granada. Que no era el niño sino un hombre de unos
veintitantos años, dijo. IzAldin manifestó que vio al hombre de pie detrás de un
camión sujetando la granada cuando la patrulla estadounidense se acercaba…
“Los estadounidenses abrieron fuego contra el ataque, ya fuera contra el
pistolero o indiscriminadamente”, dijo Usama Al Nuyaifi, miembro del Parlamento
de Mosul. “La presencia en las ciudades de los estadounidenses es un error,
desde el principio les pedimos que se quedaran fuera”.
Se supone que las fuerzas de combate estadounidenses deben retirarse de todas
las ciudades el 30 de junio, al amparo de un acuerdo firmado el pasado año por
el que se traspasan las tareas de seguridad a las fuerzas iraquíes. Pero las dos
partes han discutido la posibilidad de aplazar ese límite, especialmente en las
ciudades con más violencia, como Mosul.
Oh, sí, se probará cómo esas “fechas tope” se volverán infinitamente
flexibles, fácilmente ampliables; después de todo, el Presidente Obama ha
reiterado sistemáticamente su determinación a dejarse guiar por el consejo de
sus oficiales del ejército y por “los hechos sobre el terreno” a la hora de
poner en marcha su esquema para sacar algunas tropas estadounidenses de Iraq,
aunque deja decenas de miles detrás: un proceso de ocupación racionalizada que
por alguna razón recibe el nombre de “retirada”.
Pero las vidas de los niños no son tan flexibles, no son tan ampliables. Omar
Salih no se levantará más. “Amigos de la familia Salih dijeron que era el mayor
de seis hermanos”, escribe McClatchy. “Dejó la escuela en la enseñanza
primaria, cuando tenía seis o siete años. Era bien conocido en la barriada Ras
Al-Yadda, donde se produjo el ataque”.
Dejó la escuela a los seis o siete años…; es decir, en 2003 ó 2004, en medio
o en las secuelas de la invasión estadounidense. Pasó su vida en la calle,
tratando de ganar una miseria para su familia. Y ahora es condenado como
terrorista por la nación más poderosa, más “avanzada” del mundo, porque tenía
unas tiras de papel coloreado en la mano cuando le dispararon en su puesto de
fruta.
Como he indicado en diversas ocasiones en los últimos días, esta es una consecuencia inevitable de las
ocupaciones del ejército en tierras hostiles: todos los nativos son
vistos como enemigos: incluidos niños, mujeres, ancianos y minusválidos. Los
conquistadores pasan a considerarles a todos como inminentes y/o potenciales
amenazas, reaccionando con temor, incomprensión y furia ante la “ingratitud” y
hostilidad y obstinación de los locales. Y así, al final, cada muerte “civil”
queda “justificada” porque no hay civiles. Son sólo Ellos –y
Nosotros-, y todo lo que Nosotros hagamos para protegernos de
Ellos –o para ponerles en su lugar- es legítimo y justo y no tiene
por qué cuestionarse.
Esa es la lógica del conquistador, la lógica de la dominación. Y está en los
fundamentos y en la filosofía de la Guerra contra el Terror que la bipartidista
clase política estadounidense –pasada y presente, conservadora y “progresista”-
ha abrazado de forma tan entusiasta.
II.
Durante esta semana van apareciendo informes sobre la posible utilización de proyectiles de fósforo blanco en los bombardeos estadounidenses de la pasada semana que mataron a
más de 140 niños, mujeres y ancianos que se refugiaban de una batalla que se
producía a unos cuantos kilómetros de distancia. Esas armas químicas son
“legales” cuando se utilizan para “iluminar un objetivo o crear humo”, pero son
ilegales para el derecho internacional si se utilizan deliberadamente como arma.
Desde luego, en cuanto a los ataques sobre zonas pobladas –el corazón mismo de
la “contrainsurgencia” de la Guerra contra el Terror”-, esa es una distinción
que no puede hacerse. Los proyectiles explotan en medio de hogares y calles,
lanzando su abrasador e insaciable gel químico por todas partes, causando una
insoportable agonía y daños permanentes a las víctimas. Sin embargo, la
inherente ambigüedad de lanzar operaciones militares en zonas civiles
proporciona la cobertura conveniente para utilizar este armamento químico a la
hora de poner a los nativos en su lugar. (Como vimos en Faluya, por ejemplo, y más recientemente en Gaza).
Como sucede siempre, los encargados de iluminar la maquinaria de guerra
estadounidense culpan a otros por las extrañas y atroces quemaduras que los
doctores han descubierto entre los supervivientes de la masacre. Tras negar por
alguna razón el uso de fósforo blanco en el ataque, primero sugirieron que
fueron los talibanes quienes lanzaron la avanzada arma química contra varios
pueblos que, según han declarado funcionarios afganos y la Cruz Roja
Internacional, resultaron devastados por las bombas estadounidenses. Después
dijeron que las quemaduras podrían estar causadas por los tanques de propano que
explotaron durante los bombardeos. Pero los doctores que trataron directamente a
las víctimas ironizaron sobre eso, como informa AP:
El Dr. Mohammad Aref Yalali, el jefe de la unidad de quemados en el Hospital
Regional de Herat, en el oeste de Afganistán, que ha tratado a cinco pacientes
heridos en la batalla, describía las quemaduras como “poco comunes”.
“Creo que es el resultado de un agente químico utilizado en la bomba, pero no
estoy seguro de qué clase de agente es. Pero si fuera consecuencia del incendio
de una casa –por bombonas de gas o petróleo-, ese tipo de quemaduras serían
diferentes”, dijo.
Gul Ahmad Ayubi, director adjunto del departamento de sanidad de Farah, dijo
que el principal hospital de la ciudad había recibido catorce pacientes después
de la batalla, todos con heridas de quemaduras. Cinco pacientes se enviaron a
Herat. “Ha habido más ataques aéreos en Farah en el pasado. Recibimos heridos de
esas batallas, pero es la primera vez que hemos visto ese tipo de quemaduras en
los cuerpos. No estoy seguro de qué tipo de bomba se trata”, dijo.
Los investigadores de los derechos humanos de Naciones Unidas han visto
también las “inmensas” quemaduras de las víctimas y se han preguntado qué causó
esas heridas, dijo un funcionario de Naciones Unidas que pidió que no se le
identificara refiriéndose a ciertas deliberaciones internas.
Todas esas preocupaciones se producen en medio de nuevos llamamientos para
investigar un anterior ataque con armas químicas que dejó a una niña de ocho
años, Razia, con “la cara convertida en una masa casi irreconocible de tejido
abrasado y medio cuero cabelludo calvo y plagado de marcas de cicatrices”. Ella
fue la primera víctima civil conocida del fósforo blanco en Afganistán. Como
informa Reuters:
“Los niños gritaban que se estaban abrasando pero la explosión fue tan fuerte
que por un momento me quedé sordo y no podía oír nada”, dijo a Reuters su
padre, Aziz Rahman. “Y entonces mi mujer chilló ‘los niños se queman’ y ella
estaba también ardiendo”, añadió, con el rostro ensombrecido por los
recuerdos.
Las llamas que consumieron a su familia estaban alimentados por un agente
químico llamado fósforo blanco, que el equipo médico estadounidense en Bagram
manifestó había encontrado en el rostro y cuello de Razia. Estalla con un fuego
feroz en contacto con el aire y puede alcanzar y penetrar en la carne mientras
se calcina…
El coronel Gregory Julian, portavoz del comandante de las fuerzas de EEUU y
la OTAN en Afganistán, el General David McKiernan [recién cesado], confirmó que
las fuerzas extranjeras presentes en el país utilizan ese elemento químico.
“En el caso del fósforo blanco, se utiliza en el campo de batalla en
determinadas aplicaciones… Se utiliza como bomba incendiaria para destruir
búnkeres y equipamiento del enemigo; se utiliza para iluminar…”
Razia y su familia son las primeras víctimas civiles conocidas del uso del
fósforo blanco en Afganistán.
Como en la reciente masacre, las oficiales de la ocupación señalan a los
talibanes como culpables del ataque con armas químicas, una afirmación que los
expertos en la región no aciertan a creerse. Pero en la historia de AP
sobre la masacre, Julian aparece de repente afirmando que los “oficiales creen
que los combatientes talibanes han utilizado fósforo blanco en Afganistán al
menos en cuatro ocasiones en los últimos dos años”. No hemos oído nada de eso
antes ni tampoco lo ha afirmado ningún funcionario del gobierno afgano ni
reconocidos especialistas. Esas acusaciones a las armas químicas de los
talibanes aparecieron sólo después de que Human Rights Watch empezara a
difundir la terrible historia de Razia y de que los doctores en Herat
encontraran extrañas quemaduras en los supervivientes de la masacre. Como
informa Reuters:
La mayor del ejército estadounidense Jennifer Willis fue quien sugirió que
los talibanes habían efectuado los disparos: “Un equipo de lanzamiento de
morteros enemigo, conocido por estar operando en esa zona, puede que haya sido
el responsable”.
El gobierno afgano, los especialistas militares y los expertos sobre los
talibanes dijeron, sin embargo, a Reuters, que no se había visto nunca
que los insurgentes utilizaran fósforo blanco. Las únicas fuerzas en el campo de
batalla de las que se sabe que lo utilizan son los EEUU y la OTAN. “No tengo
información de que los talibanes hayan utilizado ese arma en ninguno de sus
ataques”, dijo Zaher Murad, portavoz del Ministerio de Defensa.
Ahmed Rashid, un escritor que vive en Pakistán y es autor de un libro muy
apreciado sobre los islamistas de línea dura, dijo que él tampoco sabía nada de
ese tipo de información.
“Pensar que [los talibanes] están utilizando fósforo blanco como arma en su
arsenal es muy poco probable”, dijo Marc Garlasco, un importante analista
militar en Human Rights Watch y antiguo y reconocido analista de
inteligencia en el Pentágono. “EEUU tiene la idea de que les permitirá ver a
través del humo, pero eso no tiene utilidad para los talibanes. No necesitan
iluminar porque eso avisa inmediatamente a EEUU de dónde van a ir a luchar.
Además conocen la zona. Quieren explosivos potentes para golpear y matar; las
llamas lloviendo del cielo no van a asustar a las fuerzas estadounidenses”.
La portavoz de la OTAN Willis dijo que en el pasado se había observado a los
insurgentes utilizando fósforo blanco. Al pedirle que proporcionara ejemplos de
las situaciones en las que los talibanes hubieran utilizado el fósforo, se echó
para atrás y dijo que no podía aportarlos.
Pero incluso aquí, al igual que en el caso de los “insurgentes niños” de
Mosul, el Pentágono no puede hacer más que afirmar lánguidamente su “creencia”
en que esas cosas pueden estar sucediendo. No se ofrece prueba alguna. Hay sólo
un enojado intento de quitarse de encima responsabilidades, para desviar,
distraer, difamar y confundir las ineludibles verdades de estar tratando de
subyugar a otra nación por la fuerza.
Cualquiera que sean las buenas intenciones de este o aquel individuo normal
que sirve en las fuerzas ocupantes –como los médicos militares que salvaron lo
que quedaba de la vida de Razia-, la lógica subyacente de la dominación
encontrará su camino, triturando sin piedad los cuerpos de los seres inocentes
que atrape –deliberada o “colateralmente”- con todo el poder brutal de unas
fuerzas extranjeras que no deberían estar en su territorio.
III.
Escribí un artículo el año pasado sobre los duraderos efectos de esas
ineludibles realidades de la subyugación. Aunque trata de un aspecto diferente
de la Guerra contra el Terror, me gustaría incluir un extracto de él porque, por
desgracia, resulta tan importante como antes, cuando no más. En “Grabada en el cuerpo: La realidad de
la guerra”, indicaba:
[En] esos acalorados debates sobre política, estrategia, financiación, etc.
[de la Guerra contra el Terror], existe siempre el riesgo de perder de vista el
más abrumadoramente importante aspecto del conflicto: sus efectos sobre los
seres humanos que la están viviendo, el sufrimiento que causa a nuestro prójimo.
La realidad de la guerra se graba en los cuerpos –abrasando las angustiadas
psiques- de los individuos que la sufren. Eso es lo que es
fundamentalmente la guerra, ahí es donde actualmente existe: en la
sangre, en los huesos, en la sinapsis que conduce el fuego eléctrico de la
conciencia humana.
Un nuevo informe desde Faluya –la Guernica de la Guerra de Iraq-. Dos de los
grandes testigos de esta guerra –Dahr Jamail y su colaborador Ali al-Fadhily-
presentan pruebas desoladoras de cómo el uso de armas químicas contra el
pueblo de Faluya durante la brutal aniquilación de la ciudad en 2004 continúa
produciendo hoy frutos horrendos:
Los bebés nacidos en Faluya están mostrando enfermedades y deformidades a una
escala jamás vista antes, según declaran sus doctores y habitantes. Los nuevos
casos, y la cifra de muertes entre los niños, han aumentado después de la
utilización de “armamento especial” en las dos campañas de bombardeos masivos
contra Faluya del año 2004.
Después de negarlo todo al principio, el Pentágono admitió en noviembre de
2005 que se había utilizado fósforo blanco, un arma incendiaria prohibida, un
año antes en Faluya. Además, fue también allí, en esa ciudad, donde con toda
generosidad se utilizó munición con uranio empobrecido (DU, en sus siglas en
inglés), conteniendo residuos radioactivos de bajo nivel. El Pentágono admite,
hasta el momento, haber usado 1.200 toneladas de DU en Iraq.
Muchos doctores creen que el DU es la causa del grave incremento de las
enfermedades cancerígenas en Iraq, así como también entre los veteranos
estadounidenses que sirvieron en la Guerra del Golfo de 1991 y en la actual
ocupación.
“Vimos todos los colores del arco iris saliendo de los misiles y proyectiles
estadounidenses que explotaban”, dijo a IPS Ali Sarhan, un profesor de 50
años que vivió los dos asedios estadounidenses de 2004. “Vi cuerpos reducidos a
huesos carbonizados justo después de verse afectados por las bombas; más tarde
supimos que era fósforo. Lo más preocupante es que muchas de nuestras mujeres
han abortado y algunas han tenido bebés nacidos con malformaciones”.
“Tuve dos niños que presentaban daños cerebrales de nacimiento”, dijo a
IPS Haifa Shukur. “Mi marido fue detenido por los estadounidenses en
noviembre de 2004 y desde entonces he tenido que llevar yo sola a los niños a
hospitales y clínicas privadas. Murieron. Gasté todos mis ahorros y tuve que
pedir prestada una suma considerable de dinero…”.
Ese es el destino actual en Faluya de los seres humanos. Detrás de todos los
debates y comentarios, de las estupideces de los think tank, de las
retóricas de campaña, de los estudios académicos y de los insulsos despotriques
de las cabezas parlantes de televisión, esto es la guerra: una mujer joven
deambulando a través de una ciudad en ruinas, llevando a sus niños destrozados y
moribundos a hospitales que no disponen de nada, ni medicinas ni
equipamiento…
Terminaba aquel artículo de 2004 con una cita de Italo Calvino que ya había
utilizado antes porque es, como dije entonces “uno de los mejores compendios del
horror, y de la esperanza, de nuestra condición humana:
“El infierno… es lo que ya existe aquí, el infierno que habitamos cada día,
el que formamos estando juntos. Hay dos formas de escapar de él. La primera es
fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el
punto de dejar de verlo. La segunda es peligrosa y exige una atención y
aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del
infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio”.
Enlace con texto original en inglés:
http://chris-floyd.com/component/content/article/3/1760-the-childrens-crusade.html
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