GUANTANAMO: ASI ES LA EXISTENCIA EN EL CAMPO DE CONCENTRACION YANQUI EN TERRITORIO OCUPADO EN CUBA
15 de septiembre de 2016
Uruguay
en las noticias
Jihad Ahmed Mujstafa Diyab también conocido como Abu Wa'el Dhiab nació en
el Líbano. Según los documentos de Guantánamo, Diyab dijo en los
interrogatorios en Guantánamo haber nacido en el Líbano el 10-07-1971 de un
padre sirio y una madre argentina. Estuvo 12 años en detención extrajudicial en
el campo de concentración de Guantánamo, en Cuba hasta que fue liberado a
Uruguay. Su número de serie de internamiento de Guantánamo fue 722. Se le
concedió asilo en Uruguay y el 7-12-2014, fue puesto en libertad en dicho país.
Un periodista del semanario Brecha le realizó una entrevista en la que relata
lo vivido en la prisión.
Oyó un clic dentro de su nuca cuando recibió el primer golpe severo. Un sonido
tan pequeño anunciando tantos horrores. Ya lo habían apartado de su esposa y
sus cuatro hijos. Demoraría seis años en saber algo de ellos, que habían
quedado en la ciudad de Lahore mientras él pasaba de manos pakistaníes a
custodia estadounidense rumbo a la crueldad del centro de internación de la
Fuerza Aérea de Estados Unidos de América en Bagram, Afganistán. Sería sólo un
preludio a los 12 años y medio de abusos y torturas que le esperaban. “El abuso
no terminó hasta el momento en que pusimos nuestros pies en Uruguay”, relató
“Jihad” Dhiab (Abu Wa’el Dhiab) al semanario Brecha.
Cuatro meses después de terminar su detención ilegal en la cárcel de la Bahía
de Guantánamo, ya en Montevideo, Jihad seguía vistiendo el mismo pantalón y la
misma camiseta que le obligaban a usar en la cárcel montada en territorio cubano
ocupado. Acaso una manera inconsciente de expresar la angustia que lo desvela
cada vez que insiste: “Yo lo que necesito es ver a mi familia”. Cada minuto
cuenta para quien no logró salir a tiempo y descubrir en qué clase de
quinceañero se ha transformado el pequeño de 3 años que lo llamaba padre; en
2013 su hijo mayor murió en la guerra en Siria. Durante su tiempo en
Guantánamo, Jihad Dhiab perdió al menos 13 familiares.
La noche anterior a recibir a Brecha durmió dos horas. “Es más de lo que suelo
dormir”, dijo.
El dolor que siente le impide descansar más. A partir de aquel fatídico clic,
Jihad sufre de espantosos dolores de cabeza que se sumaron a las secuelas de un
accidente de tránsito que sufrió en Siria, su país de origen, en 1993. “Cuando
me detuvieron sólo tenía dolor en la parte inferior de mi espalda. Ahora me
duele en cinco lugares diferentes.” Jihad Dhiab recuerda la punta de esa bota
que un milico le clavó en la columna vertebral cuando osó quejarse del dolor,
uno de los tantos abusos que debió soportar.
Un perito médico pinchó el pie derecho de Dhiab y constató que no respondía al
dolor. El informe que presentó en el juicio que inició contra el presidente de
Estados Unidos constata que perdió por completo la sensibilidad en la pierna
derecha, desde la rodilla hacia abajo.
Olvidar el dolor no es posible, pero quizás relatarlo sea aun más difícil. Así
lo sugiere Jihad, como lo sugieren también sus compañeros de detención llegados
a Uruguay, ante cualquier intento de un periodista para que cuenten algo de lo
vivido en el infame “Gitmo”. “Todavía no”, dicen. Jihad repite que el esfuerzo
de hablar lo hace por aquellos que siguen presos allí, sus “hermanos”.
ABUSOS SISTEMÁTICOS. Dhiab permanece en la casa que les ofreciera, poco después
de llegar a Montevideo, el Pit-Cnt. Se traslada con muletas por las
habitaciones. “Los militares nos trataron de maneras muy violentas, muy
groseras, muy vulgares.”
Merece recordarlo: los presos de Guantánamo fueron encarcelados por tiempo
indefinido y sin haber sido juzgados, en total violación a los derechos humanos
y a las convenciones de Ginebra que supuestamente debían regir, al tratarse,
según Estados Unidos, de “prisioneros de guerra”. Además fueron sometidos a
torturas y abusos sistemáticos que en varios casos condujeron al suicidio.
“Estaba el abuso físico y luego estaba el psicológico”, relató Jihad, y destacó
que el segundo era mucho peor que los golpes. “Probablemente uno pueda
recuperarse de los daños físicos, pero el otro a uno lo afecta por dentro”, cuenta
sin contar.
El aislamiento era usado como un medio de coerción. Jihad estuvo preso en el
Campamento 5 de la cárcel de Guantánamo, donde sólo hay celdas de aislamiento
en las que mantienen las luces encendidas las 24 horas del día para que a los
presos les cueste dormir. En varios informes y libros sobre Guantánamo está
documentado cómo la privación del sueño, mediante exposición a música muy
fuerte, a luz, o simplemente con traslados reiterados de una celda a otra, fue
usada en Guantánamo y en cárceles de la Cia como un método para destruir la
integridad psíquica de los prisioneros.1 El último de esos textos es el informe
del Comité de Inteligencia del Senado estadounidense sobre la tortura,
publicado en diciembre pasado.
INTERROGATORIOS. En la celda de Dhiab hacía frío permanentemente, a pesar del
clima tropical del Caribe. La cárcel mantenía el aire acondicionado funcionando
a temperaturas bajas, otra manera de debilitarlos. “Pasé 11 años en esas
condiciones –recordó–. Esas cosas las hacían a propósito, como un abuso
psicológico, para que nos sintiéramos peor.”
Las humillaciones eran constantes. “Cuando estaba en el cuarto de
interrogatorios me esposaban las dos muñecas, que a su vez las esposaban a mi
cintura. Luego me ataban la cintura y las manos a los pies”, describe mientras
se va encorvando en su sillón para graficarlo. “Así me mantenían durante por lo
menos seis horas seguidas en la sala de interrogatorios. Llegaba un momento en
que les pedía a los militares para ir al baño, y se negaban. Trataba de
aguantarme todo lo posible hasta que ya no podía más y tenía que hacerme
encima, sentado en la silla.” Jihad Dhiab piensa que el haber tenido que
retener orina con tanta frecuencia durante un tiempo muy prolongado fue lo que
le provocó los problemas renales y en la vejiga que hoy padece.
“EXTRACCIONES FORZADAS.” El caso de Jihad Dhiab se hizo conocer en el mundo en
2014 cuando, junto con sus abogados de la Ong Reprieve, inició el primer juicio
contra el gobierno estadounidense por las prácticas de alimentación forzada a
las que se sometía a los presos de Guantánamo que recurrían a la huelga de
hambre como medio de protesta. La primera vez que Dhiab participó en una de
ellas fue en 2007. A partir de 2009 las autoridades de la cárcel lo empezaron a
alimentar a la fuerza, contrariando toda ética médica.2
El proceso empezaba con un eufemismo: la llamada “extracción forzada de la
celda” (Fce, por su sigla en inglés). Un procedimiento estándar en Guantánamo
en el que un equipo de seis militares vestidos como policías antimotines entran
en la celda y toman al preso a la fuerza. Dhiab contó que el modus operandi era
el mismo para todos, sin importar que algún detenido (él, por ejemplo) no
pudiera resistirlo por su estado de debilidad. Incluía, por supuesto, golpes y
estrangulaciones, de modo que muchos de los presos que estaban en huelga de
hambre terminaban desmayándose. “Yo me desmayé muchas veces. Me sometían a esta
violencia varias veces por día. A menudo dos por la mañana y dos por la tarde.”
De la celda los guardias lo llevaban a “la sala de tortura”, donde se
realizaban las alimentaciones forzadas por un tubo que se les inserta a los
presos por la nariz hasta el esófago. “Nos ataban tan fuerte a la silla con
unas correas que si ya no te habías desmayado por los golpes lo hacías en ese
momento.”
El equipo médico presenciaba y participaba del abuso. “Ellos eran aun más malos
que los guardias”, insistió Dhiab. La inserción del tubo de alimentación se
practicaba sin anestesia ni sedantes. “La parte superior de la cavidad nasal es
muy sensible. El tubo tiene una punta de metal que toca una concentración de
nervios en ese lugar. Sentía cuando el tubo me golpeaba esos nervios. Es una
experiencia muy, muy dolorosa”, explicó Jihad Dhiab, quien solía sangrar por la
nariz. “Mientras trataban de hacerme esto, un soldado me sostenía el cuello tan
fuerte que me ahogaba. Si movía la cabeza me gritaban: ‘¡No se resista, no se
resista!’. Sosteniéndome así, varias veces me quebraron una costilla.”
Los abogados de Jihad afirman que la alimentación forzada se realizaba de
manera sistemática como un tipo de castigo y sometimiento psicológico. Los
peritos que declararon ante la corte testificaron además que en su presencia el
equipo médico se negó a tratarlo por los problemas de salud que padece el
preso.
¿Con qué fin arriesgaba su salud participando en una huelga de hambre?, le
preguntó Brecha. “Para sentirme libre”, respondió Jihad, sentado en el sillón
mientras echaba un vistazo a su celular por el que recibía mensajes de su hija.
Y concluyó la entrevista con un pedido. “Quisiera incitar a los uruguayos, y a
todos aquellos que creen en los derechos humanos, a abrir los ojos y mostrar un
poco de humanidad. Me gustaría que la gente se entere de lo que pasó en
Guantánamo y que trate de hacer algo por los que quedan. Recibir a personas que
han estado casi 13 años en un lugar como Guantánamo requiere una atención
especial y mucho apoyo. Es un desafío y se cometieron errores, pero esos
errores se pueden corregir.”
1. Andy Worthington, “The Guantanamo Files: The Stories of the 774 Detainees in
America’s Illegal Pri-son”, 2007; Center for Constitutional Rights, “Current
Conditions of Confinement at Guantanamo”, 23-II-09.
2. Asociación Médica Mundial, Declaración de Malta sobre las Personas en Huelga
de Hambre, 2006.
Fuente: Semanario Brecha
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