De FAIR:
Lo que realmente se debería conocer acerca de Ucrania
Bryce Greene
Revcom.us
6 de abril de 2022
Nota de la redacción: Este artículo fue publicado originalmente en inglés en el portal de FAIR (Fairness
& Accuracy in Reporting / Imparcialidad y exactitud en reportajes) el 28 de
enero de 2022. Esta traducción al español se basa en la versión en inglés
posteada en revcom.us con el permiso de FAIR. Revcom.us se responsabiliza de la
traducción.
A medida que las tensiones comenzaron a aumentar en torno a Ucrania, los medios
de comunicación en Estados Unidos produjeron una serie de artículos que
intentaban explicar la situación con titulares como “Ukraine Explained” (New York Times, 8/12/21) y “What You Need to Know About Tensions Between Ukraine and Russia” (Washington Post, 26/11/21). Los recuadros
tenían notas que intentaban ofrecer contexto para esos titulares. Pero para
comprender la realidad de esta crisis, se necesita conocer mucho más que lo que
ofrecen estos artículos.
Estos artículos “explicativos” son emblemáticos de la cobertura sobre Ucrania en el
resto de los medios informativos corporativos, que casi universalmente ofrecen
un punto de vista pro-occidental sobre las relaciones entre Estados Unidos y
Rusia y la historia detrás de ellas. Los medios de comunicación se hicieron eco
al punto de vista de aquellos que creen que Estados Unidos debería tener un
papel activo en la política ucraniana e imponer su perspectiva por medio de
amenazas militares.
La línea oficial se parece a lo siguiente: Rusia está desafiando a la OTAN y al
“orden internacional basado en reglas” al amenazar con invadir a Ucrania, y la
administración de Biden necesitaba disuadir a Rusia brindando más garantías de
seguridad al gobierno de Zelenski. La versión oficial aprovecha la anexión de
la península ucraniana de Crimea por parte de Rusia en 2014 como un punto de
partida para las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, y como evidencia de
los objetivos de Putin de reconstruir el imperio ruso perdido hace mucho
tiempo.
La demanda de Rusia de que la OTAN cese su expansión hacia las fronteras de Rusia
se considera una demanda tan obviamente imposible que únicamente es posible
entenderla como un pretexto para invadir a Ucrania. Por lo tanto, Estados
Unidos debería enviar armamento y tropas a Ucrania, y garantizar su seguridad
con amenazas militares a Rusia (FAIR.org, 15/1/22).
El Washington Post preguntó: “¿Por qué hay tensiones entre Rusia y Ucrania?”
Su respuesta:
En marzo de 2014, Rusia anexó Crimea a Ucrania. Un mes después, estalló la guerra entre los separatistas aliados con
Rusia y el ejército de Ucrania en la región de Donbas, en el este de Ucrania.
La oficina de derechos humanos de las Naciones Unidas estima que más de 13.000
personas han muerto.
Pero esa versión es muy engañosa, porque
omite el papel crucial que ha desempeñado Estados Unidos en la escalada de las
tensiones en la región. En casi todos los casos que analizamos, los reportajes
omitieron el extenso papel de Estados Unidos en el golpe de estado de 2014 que
precedió a la anexión de Crimea por parte de Rusia. Centrarse en la última
parte solo sirve para confeccionar consentimiento para la intervención estadounidense
en el extranjero.
El Occidente quiere políticas pro-inversionistas en Ucrania
No es posible entender el telón de fondo del golpe de estado y la anexión de 2014 sin
examinar la estrategia de Estados Unidos para abrir los mercados de Ucrania a los inversionistas
extranjeros y pasar el control de su economía a las gigantescas corporaciones multinacionales.
Una herramienta clave para hacerlo ha sido el Fondo Monetario Internacional, que
palanquea los préstamos de ayuda para presionar a los gobiernos a que adopten
políticas favorables a los inversionistas extranjeros. El FMI está financiado
por el capital financiero y gobiernos del Occidente y los representa, y ha
estado al frente de los esfuerzos por reconfigurar las economías por todo el
mundo durante décadas, a menudo con resultados desastrosos. Tanto la guerra civil en Yemen como el golpe de estado en Bolivia ocurrieron después de rechazar las condiciones
del FMI.
En Ucrania, el FMI había planeado durante mucho tiempo ejecutar una serie de reformas económicas para hacer que el país fuera más
atractivo para los inversionistas. Estas incluían recortar los controles
salariales (es decir, reducir los salarios), “reformar y recortar” los sectores
de salud y educación (que constituían la mayor parte de los empleos en Ucrania)
y recortar los subsidios al gas natural para los ciudadanos ucranianos los
cuales hacían que la energía fuera asequible para el público general. Los
golpistas como la subsecretaria de Estado de Estados Unidos, Victoria Nuland, insistieron repetidamente
en la necesidad de que el gobierno ucraniano promulgara las reformas “necesarias”.
En 2013, después de los pasos iniciales para integrarse con el Occidente, el
presidente ucraniano, Viktor Yanukóvich, se volvió en contra de estos cambios
y puso fin a las negociaciones de integración comercial con la Unión Europea. Meses antes de su
derrocamiento, reinició las negociaciones económicas con Rusia, en un
importante desaire hacia el campo económico occidental. Para ese entonces, ya
se calentaban las protestas nacionalistas que iba a continuar hasta derrocar a
su gobierno.
Después del golpe de estado de 2014, el nuevo gobierno reinició rápidamente el acuerdo con la UE. Después de
recortar los subsidios para la calefacción a la mitad, amarró un compromiso de $27 mil millones de parte del FMI. Los objetivos del FMI aún incluyen “reducir el papel del estado y los intereses particulares en la economía” a fin de
atraer más capital extranjero.
El FMI es una de las muchas instituciones mundiales cuyo papel en el mantenimiento de
las desigualdades en el mundo a menudo pasa desapercibido e ignorado por el
público. El afán económico de Estados Unidos de abrir los mercados globales al
capital es un impulsor clave de los asuntos internacionales, pero si la prensa
elige ignorarlo, el debate público es incompleto y superficial.
Estados Unidos ayudó a derrocar al presidente electo de Ucrania
Durante el estira y afloje entre Estados Unidos y Rusia, los estadounidenses estaban
enfrascados en una campaña de desestabilización contra el gobierno de
Yanukóvich. La campaña culminó con el derrocamiento del presidente electo en la
Revolución de Maidan, también conocida como el Golpe de Estado de Maidan,
llamada así por la plaza de Kiev en que albergó la mayor parte de las protestas.
Mientras la agitación política englobaba al país en el período previo a 2014, Estados
Unidos impulsaba el sentimiento antigubernamental mediante mecanismos como la
Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus
siglas en inglés) y la Fundación Nacional para la Democracia (NED), tal como lo
había hecho en 2004. En diciembre de 2013, Nuland, subsecretaria de Estado para asuntos europeos
y promotora del cambio de régimen desde
hace mucho tiempo, dijo que desde 1991, el gobierno de Estados Unidos había
erogado $5 mil millones para promover la “democracia” en Ucrania.
El dinero se asignó a apoyar a “altos funcionarios del gobierno de Ucrania...
[miembros de] la comunidad empresarial así como la sociedad civil opositora”
que están de acuerdo con los objetivos de Estados Unidos.
La NED es una organización clave en la red de poder blando estadounidense que inyecta $170 millones al año en organizaciones dedicadas a defender o instaurar regímenes favorables
a Estados Unidos. David Ignatius del Washington Post (22/9/91) escribió una vez que la organización funciona “haciendo en público lo que la CIA solía hacer en
privado”. La NED se centra en los gobiernos que se oponen a la política militar
o económica de Estados Unidos, incitando una oposición antigubernamental.
La junta directiva de la NED incluye a Elliott Abrams, cuyo sórdido historial va desde el asunto Irán/Contra de los años 1980 hasta el esfuerzo de la administración de Trump por derrocar al gobierno venezolano. En 2013, el presidente de la NED, Carl Gershman, escribió un
artículo en el Washington Post (26/9/13) que describía a Ucrania como el “gran premio” en la rivalidad entre el Este y el Oeste. Después
de la administración de Obama, Nuland ingresó a la junta directiva de la NED
antes de regresar al Departamento de Estado en la administración de Biden como
subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos.
Uno de los muchos beneficiarios del dinero de la NED para proyectos en Ucrania fue el
Instituto Republicano Internacional. El IRI, una vez presidido por el senador
John McCain, ha participado durante mucho tiempo en las operaciones estadounidenses de cambio de régimen. Durante las protestas que
finalmente derrocaron al gobierno, McCain y otros funcionarios estadounidenses volaron personalmente a Ucrania para animar a los manifestantes.
Funcionarios estadounidenses fueron pescados seleccionando el nuevo gobierno
El 6 de febrero de 2014, mientras se intensificaban las protestas
antigubernamentales, una parte anónima (que muchos suponían que era Rusia) se filtró una llamada entre la subsecretaria de Estado Nuland y el
embajador estadounidense en Ucrania, Geoffrey Pyatt. Los dos funcionarios
hablaron de cuáles funcionarios de la oposición iban a integrar un posible
nuevo gobierno, y se acordaron que Arseni Yatseniuk, al cual Nuland se refirió
con el apodo de “Yats”, debería estar a cargo. También se acordaron de que iba
a incorporarse a alguien de “alto perfil” para impulsar las cosas. Ese alguien
era Joe Biden.
Semanas más tarde, el 22 de febrero, después de que una masacre perpetrada por francotiradores sospechosos llevó
las tensiones a un punto crítico, el parlamento ucraniano destituyó rápidamente
a Yanukóvich de su cargo en una maniobra constitucionalmente cuestionable. Luego, Yanukóvich huyó del país y calificó de
golpe de estado al derrocamiento. El 27 de febrero, Yatseniuk asumió el cargo
de primer ministro.
En el momento en que se filtró la llamada, los medios de comunicación sin demora
cayeron sobre Nuland quien dijo “que se vaya a la mierda la UE”. El comentario
acaparó los titulares (Daily Beast, 6/2/14; BuzzFeed, 6/2/14 Atlantic, 6/2/14 Guardian, 6/2/14), mientras que se
desestimaba la evidencia de los esfuerzos de cambio de régimen de parte de
Estados Unidos. Con el titular “Russia Claims US Is Meddling Over Ukraine”,
el New York Times (6/2/14) puso los hechos de
la participación de Estados Unidos en boca de un enemigo oficial, mitigando su
impacto en los lectores. Más tarde, el Times (6/2/14) describió que los
dos funcionarios benignamente “hablaban sobre la crisis política en Kiev” y
compartían “sus puntos de vista sobre cómo podría resolverse”.
El Washington Post (6/2/14) reconoció que la
llamada mostraba “un profundo grado de injerencia de Estados Unidos en asuntos
que Washington dice oficialmente que le corresponden a Ucrania resolver”, pero
ese hecho casi nunca se figuró en la futura cobertura de la relación entre
Estados Unidos, Ucrania y Rusia.
Washington usó a nazis para ayudar a derrocar al gobierno
La oposición respaldada por Washington que derrocó al gobierno fue impulsada por elementos abiertamente nazis y de extrema derecha como el Right Sector (Sector de la Derecha). Un grupo
de extrema derecha que surgió de las protestas fue el Batallón Azov, una
milicia paramilitar de extremistas neo-nazis. Sus dirigentes constituyeron la vanguardia de las protestas anti-Yanukóvich, e
incluso se pronunciaron en actos de la oposición en Maidan junto a los
promotores estadounidenses del cambio de régimen como McCain y Nuland.
Después del golpe de estado violento, posteriormente estos grupos se incorporaron a las fuerzas armadas ucranianas, las mismas fuerzas armadas a las que Estados
Unidos ahora ha dado $2.500 millones. Aunque el Congreso técnicamente restringió el flujo de dinero para que no se canalizara al Batallón Azov en 2018, los
entrenadores en el terreno dicen que no existe ningún mecanismo para que se observe efectivamente la estipulación. Desde el golpe de estado, las
fuerzas nacionalistas ucranianas han sido responsables de una amplia variedad
de atrocidades en la guerra de contrainsurgencia.
La influencia de la extrema derecha ha aumentado en toda Ucrania como resultado de
las acciones de Washington. Un reciente consejo de Derechos Humanos de la ONU
ha señalado que “las libertades fundamentales en Ucrania han sido restringidas” desde 2014, lo que
debilita aún más el argumento de que Estados Unidos está involucrado en el país
en nombre de los valores liberales.
Entre los neonazis estadounidenses, incluso hay un movimiento cuyo objetivo es alentar a los extremistas de derecha a unirse al Batallón para
“adquirir experiencia en combate real” en preparación para una potencial guerra
civil en Estados Unidos.
En una votación reciente de la ONU sobre “combatir la glorificación del nazismo, el
neo-nazismo y otras prácticas que contribuyen a impulsar formas contemporáneas
de racismo”, Estados Unidos y Ucrania fueron los únicos dos países que votaron en contra.
Como informó FAIR (15/1/22), entre el 6 de
diciembre de 2021 y el 6 de enero de 2022, el New York Times publicó 228 artículos que se refieren a Ucrania,
pero ninguno de ellos hace referencia a los elementos pro-nazis en la política
de Ucrania o su gobierno. Lo mismo puede decirse de los 201 artículos del Washington Post
sobre el tema.
La anexión de Crimea encierra mucho más
Los citados hechos dan más contexto a las acciones rusas posteriores al golpe de
estado y deberían contrarrestar la caricatura de un Imperio Ruso empeñado en
expandirse. Desde el punto de vista de Rusia, un antiguo adversario había
logrado derrocar a un gobierno vecino usando a extremistas violentos de extrema derecha.
La península de Crimea, que formaba parte de Rusia hasta que fue transferida a la
República Soviética de Ucrania en 1954, alberga una de las dos bases navales rusas con acceso a los mares Negro y Mediterráneo, uno de los teatros marítimos más
importantes de la historia. Una Crimea controlada por un gobierno ucraniano
respaldado por Estados Unidos era una importante amenaza al acceso naval ruso.
La península —el 82% de cuyos hogares hablan ruso y solo el 2% son principalmente ucranianos—
celebró un plebiscito en marzo de 2014 sobre si debería o no unirse a Rusia o
permanecer bajo el nuevo gobierno ucraniano. El campo pro-Rusia ganó con el 95%
de los votos. La Asamblea General de la ONU, bajo la dirección de Estados
Unidos, votó a favor de ignorar los resultados del
referéndum con el argumento de que era contrario a la
constitución de Ucrania. Un mes antes, esta misma constitución se había dejado
de lado para derrocar al presidente Yanukóvich.
Todo esto se ha omitido en la cobertura occidental.
Estados Unidos quiere expandir la OTAN
Además de integrar a Ucrania en la esfera económica dominada por Estados Unidos, los
planificadores occidentales también quieren integrar a Ucrania en el ámbito
militar. Durante años, Estados Unidos ha buscado la expansión de la OTAN, una alianza militar explícitamente anti-rusa. Originalmente se anunció que la OTAN
era una contrafuerza al Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría, pero después
del hundimiento de la Unión Soviética, Estados Unidos le prometió a la nueva
Rusia que no iba a expandir la OTAN hacia el este de Alemania. A pesar de este
acuerdo, Estados Unidos continuó ampliando su alianza militar, acercándose cada
vez más a las fronteras de Rusia e ignorando las objeciones de Rusia.
En los medios de comunicación corporativos, a veces se admite esta historia pero
generalmente se la resta importancia. En una entrevista con el Washington Post (1/12/21), la profesora Mary Sarotte, autora de Not One Inch: America, Russia and the Making of Post-Cold War Stalemate,
dijo que después del colapso soviético, “Washington se
dio cuenta de que no solo podía ganar en grande, sino ganar en muy grande. Ni
una pulgada de territorio tenía que estar fuera de los límites de membresía de
pleno derecho en la OTAN”. El “enfoque de todo o nada del expansionismo de
Estados Unidos… maximizó el conflicto con Moscú”, señaló. Desgraciadamente, una
sola entrevista hace poco para despejar el constante redoble de tambores de los
argumentos a favor de la OTAN.
En 2008, los miembros de la OTAN se comprometieron a extender su membresía a
Ucrania. La destitución del gobierno pro-ruso en 2014 fue un gigantesco salto
hacia la conversión de ese compromiso en realidad. Hace poco, el secretario
general de la OTAN, Stoltenberg, anunció que la alianza defiende los planes para integrar a Ucrania en la alianza.
En el New York Times (11/1/21), Bret Stephens sostiene que si no se permitiera que Ucrania ingresara a la organización, “eso rompería
la columna vertebral de la OTAN” y “terminaría con la alianza occidental tal
como la hemos conocido desde la Carta del Atlántico”.
Estados Unidos no toleraría lo que se espera que Rusia acepte
Se ha escrito mucho sobre el aumento de fuerzas rusas en la frontera con Ucrania. Los
informes del aumento se han intensificado a causa de las advertencias de un
ataque de parte de los funcionarios de inteligencia estadounidenses. Los medios
de comunicación a menudo se hacen eco a la afirmación de una invasión
inevitable. El consejo editorial del Washington Post (24/1/22) escribió: “Putin puede utilizar, y utilizará, cualquier medida que Estados Unidos y sus
aliados de la OTAN tomen o de las cuales se abstengan como pretexto para una agresión”.
Pero Putin se ha expresado con claridad respecto a un camino hacia una desescalada.
Su demanda principal ha sido negociaciones directas para poner fin a la
expansión de la alianza militar hostil hacia sus fronteras. Anunció: “Hemos dejado en claro que el movimiento de la OTAN hacia el este es inaceptable” y que “Estados
Unidos está parado con misiles en el umbral de nuestra puerta de entrada”.
Putin preguntó: “¿Cómo reaccionarían los estadounidenses si se emplazaran
misiles en la frontera con Canadá o México?”
En la cobertura de los medios de comunicación corporativos, nadie se molesta en hacer
esta pregunta importante. En cambio, la suposición es que Putin debería tolerar
una alianza militar hostil directamente al otro lado de su frontera. Estados
Unidos, al parecer, es el único país al que se le permite tener una esfera de influencia.
El New York Times (26/1/22) preguntó: “¿Es posible que el Occidente impida que Rusia invada a Ucrania?” pero se encoge de
hombros ante el rechazo estadounidense de los términos de Putin, llamándolos
“nonstarters” (no dignos de consideración). El Washington Post (10/12/21) informó: “Algunos analistas han expresado inquietudes de que el líder ruso esté haciendo
demandas que sabe que Washington rechazará, posiblemente como pretexto para una
acción militar una vez que él sea rechazado”. El Post
citó a un analista: “No veo que les demos nada que bastaría en relación
con sus demandas, y lo que me inquieta es que ellos lo saben”.
Los públicos también han recibido garantías de que la reacción de Putin al
expansionismo occidental es en realidad un preludio de acciones más agresivas.
“Ucrania es solo una pequeña parte de los planes de Putin”, advirtió el New York Times
(7/1/22). Posteriormente, el Times (26/1/22) describió la política de Putin sobre Ucrania como un intento de “restaurar lo que él
considera el lugar que le corresponde a Rusia entre las grandes potencias del
mundo”, en lugar de un intento de evitar que el ejército estadounidense se
encuentre directamente en su frontera. USA Today (18/1/22) advirtió a su lectorado que “Putin ‘no se detendrá’ con Ucrania”.
Pero adoptar este punto de vista es una mala praxis diplomática. Anatol Lieven (Responsible Statecraft (3/1/22), analista del Instituto Quincy, escribió que la aquiescencia de Estados Unidos a una Ucrania
neutral sería un “puente de oro” que, además de reducir las tensiones entre
Estados Unidos y Rusia, podría permitir una solución política a la guerra civil
de Ucrania. Esta política orientada a la moderación se considera una idea
marginal en el establecimiento de política exterior de Washington.
El agujero de la memoria
Todo este contexto faltante permite que los halcones promuevan una escalada desastrosa de
las tensiones. El Wall Street Journal (22/12/21) publicó una columna de opinión que trata de convencer al lectorado de que había una
“Ventaja estratégica para correr riesgos con una guerra en Ucrania”. La
columna, de John Deni de la Universidad de Guerra del Ejército Estadounidense,
resumía los conocidos argumentos de los halcones y afirmaba que una Ucrania
neutral es “anatema para los valores occidentales de autodeterminación y
soberanía nacional.
En una versión moderna de la trampa afgana de Zbigniew Brzezinski, Deni afirmó que una guerra en Ucrania en realidad podría
servir a los intereses de Estados Unidos al debilitar a Rusia: tal guerra, por
desastrosa que fuera, “forjaría un consenso anti-ruso aún más fuerte en toda
Europa”, reenfocando la OTAN en contra de Rusia como el principal enemigo,
resultaría en “sanciones económicas que debilitarían más la economía de Rusia”
y “minaría la fuerza y la moral de las fuerzas armadas de Rusia al tiempo que
socavaría la popularidad interna del Sr. Putin”. Por lo tanto, la escalada de
tensiones es beneficiosa en toda su extensión para Washington.
Pocos de la reciente ola de artículos sobre Ucrania narran la historia crucial
mencionada anteriormente. Incluir la verdad sobre los objetivos de la política
exterior de Estados Unidos en la post-Guerra Fría hace que el panorama actual
parezca mucho menos unilateral. Imagínese por un segundo cómo se comportaría Estados Unidos si Putin intentara sumar a un vecino
de Estados Unidos a una alianza militar hostil después de ayudar a derrocar al
gobierno del vecino.
Si se quiere que la línea oficial tenga alguna credibilidad, es necesario enterrar en
el agujero de la memoria el imperativo económico para abrir los mercados
extranjeros, la campaña de la OTAN de expandirse hacia las fronteras de Rusia,
el apoyo de Estados Unidos al golpe de estado de 2014 y la mano directa en la
formación del nuevo gobierno. Sin todo eso, es fácil aceptar la ficción de que
Ucrania es un campo de batalla entre un “orden basado en reglas” y la
autocracia rusa.
De hecho, hace poco el consejo editorial del Washington Post (8/12/21) comparó negociar con Putin con aplacar a Hitler en Múnich. Solicitaba que Biden “se resistiera a
las demandas fabricadas de Putin en torno a Ucrania”, “a menos que no
desestabilice a toda Europa en beneficio de la Rusia autocrática”. Esta no fue
la única ocasión en que el diario ha hecho la analogía a Múnich; el Post (10/12/21) publicó un artículo del ex escritor de discursos de George W. Bush, Marc Thiessen, titulado “Sobre Ucrania, Biden está canalizando su Neville Chamberlain interior”.
En el New York Times (10/12/21), Alexander Vindman, asistente de Trump en el NSC (Consejo Nacional de Seguridad), le dijo
al lectorado “Cómo Estados Unidos puede romper el control de Putin sobre
Ucrania” e instó a la administración de Biden a enviar soldados estadounidenses
en activo al país. Una “Ucrania libre y soberana”, dijo, es vital en “hacer
avanzar los intereses de Estados Unidos contra los de Rusia y China”. El
reportero del Times Michael Crowley (16/12/21) también enmarcó el enfrentamiento en Ucrania como otra “prueba de la credibilidad de Estados
Unidos en el extranjero”, después de que esa credibilidad supuestamente resultó
dañado tras terminar la guerra en Afganistán.
En un artículo importante del New York Times (16/1/21) sobre Ucrania, se omitió por completo el papel de Estados Unidos en llevar las tensiones a este
extremo, a favor de culpar exclusivamente a la “beligerancia rusa”.
Como resultado de esta cobertura, la mentalidad intervencionista se ha filtrado al
público. Una encuesta halló que, si Rusia realmente invadiera a Ucrania,
el 50% de los estadounidenses apoyarían la injerencia de Estados Unidos en otro atolladero, frente a solo el 30% en
2014. Biden, sin embargo, ha dicho que no habrá envío de soldados
estadounidenses a Ucrania. En cambio, Estados Unidos y la UE han amenazado con
imponer sanciones o dar apoyo a una insurgencia rebelde en caso de que Rusia invadiera.
En las últimas pocas semanas, se han sostenido varias conversaciones fallidas entre
Estados Unidos y Rusia, ya que Estados Unidos se niega a modificar sus planes
para Ucrania. El Congreso de Estados Unidos se está apresurando a aprobar un
paquete de “ayuda letal” con el que enviar más armamento a la frontera
aquejada. Quizás si el público estuviera mejor informado, habría más presión
interna sobre Biden para poner fin a la política arriesgada y buscar una
solución genuina al problema.
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