Un grito desde Argentina: 'Cierren Guantánamo'
18 de noviembre de 2010 Amy Goodman
“Guantánamo va a seguir abierto en el futuro inmediato”, le dijo esta semana
un funcionario no identificado de la Casa Blanca al Washington Post. Para tener
un ejemplo de cómo proceder con la tristemente célebre base naval estadounidense
en Cuba, el Presidente Barack Obama debería fijarse en un viejo edificio de la
armada argentina en Buenos Aires.
Cuando Ana María Careaga tenía 16 años y estaba embarazada, matones de las
Fuerzas Armadas argentinas la secuestraron en la calle, la llevaron a un centro
clandestino de detención y la torturaron durante cuatro meses. Era el año 1977 y
las Fuerzas Armadas acababan de dar un golpe de Estado en Argentina. Treinta mil
personas fueron “desaparecidas” entre 1976 y 1983 por la brutal Junta Militar en
Argentina. La Junta gozaba del apoyo entusiasta del entonces Secretario de
Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, a quien se le atribuye haber
autorizado la creación de una red de terrorismo de Estado integrada por varios
gobiernos militares de la región y denominada “Plan Cóndor” que asesinó a 60.000
personas en América del Sur.
Décadas más tarde, Argentina salió de la dictadura y de la reciente debacle
económica como una de las nuevas democracias progresistas de América Latina. Ana
María Careaga, que ahora tiene 50 años, es la directora del Instituto Espacio
para la Memoria en la vieja Escuela de Mécanica de la Armada en pleno Buenos
Aires, donde 5.000 personas fueron detenidas, torturadas y, en su mayoría, luego
fueron asesinadas. El objetivo del instituto es preservar la memoria de este
capítulo nefasto de la historia argentina.
Ana temía perder a su bebé. Entre los horrores que tuvo que soportar se
cuentan reiteradas descargas eléctricas con una picana en la vagina. Mientras
estaba detenida, su madre, Esther Careaga, se unió a otras madres de jóvenes que
habían sido desaparecidos. Se reunían en la Plaza de Mayo, llevando las
fotografías de sus hijos desaparecidos y marchaban en círculo para concientizar,
protestar y lograr apoyo internacional contra la violencia y el terrorismo de
Estado argentino.
Luego de que Ana fue liberada y recibió asilo político en Suiza, Esther
Careaga no dejó de marchar alrededor de la Plaza de Mayo. Estuve en Buenos Aires
esta semana y le pregunté a Ana por qué: “Cuando yo salí en libertad, mi mamá
volvió a la Plaza de Mayo y las madres le dijeron 'qué hacés acá si vos ya
recuperaste a tu hija' y ella dijo 'yo voy a seguir hasta que aparezcan todos,
porque todos los desaparecidos son mis hijos'. Eso mostraba que lo de ella no
era una búsqueda individual, sino una búsqueda colectiva”.
Esther Careaga, otras dos Madres de la Plaza de Mayo y dos monjas francesas
fueron desaparecidas, torturadas y asesinadas entre el 8 y el 10 de diciembre de
1977. Fueron llevadas a la vieja Escuela de Mecánica de la Armada, donde con
macabra sofisticación, el gobierno militar argentino llevaba adelante lo que se
conoce como "vuelos de la muerte": luego de torturar a sus víctimas, las
drogaban y, mientras estaban aún con vida, apilaban sus endebles cuerpos en
aviones. Los aviones sobrevolaban las aguas costeras y lanzaban los cuerpos de
las víctimas desde el avión. Tiempo después, un viento y una marea poco
frecuentes arrastraron el cuerpo de Esther Careaga y de otras personas a la
orilla, y finalmente fueron identificados.
Desde el lugar donde su madre fue vista con vida por última vez en el centro
de tortura, Ana me mostró un libro que contiene un memorando diplomático de
Estados Unidos, obtenido en virtud de la Ley de Libertad de Información. El
documento demuestra que la embajada de Estados Unidos en Argentina sabía que su
madre había sido asesinada y que su cuerpo había sido recuperado, cosa que Ana y
su padre no supieron durante décadas.
En la actualidad, los sobrevivientes de los campos de detención y el gobierno
argentino están juzgando, – y en la mayoría de los casos condenando–a muchos de
los represores y torturadores (Kissinger aún no fue juzgado, y se dice que toma
muchos recaudos antes de viajar al exterior para evitar ser arrestado). Ana
asiste a dos juicios a la vez: los lunes, martes y miércoles asiste al juicio de
quienes torturaron y asesinaron a su madre. El resto de la semana, en la misma
sala de audiencias, asiste al juicio de sus propios torturadores. Ella es un
testimonio viviente de la búsqueda paciente y disciplinada de justicia.
Lo que nos lleva de vuelta a Guantánamo. Mientras Estados Unidos sermonea a
Cuba acerca de su falta de democracia y mantiene el bloqueo contra el país desde
hace décadas, uno pensaría que debería dar un ejemplo de democracia en la parte
de la Isla que está bajo su control. Sin embargo, instaló allí un campo de
concentración que ha recibido un enérgico repudio a nivel internacional, un
territorio kafkeano fuera del alcance de la ley.
El nuevo Relator Especial de la ONU sobre la Tortura está exhortando a
Estados Unidos a que investigue y condene la tortura cometida durante el
gobierno de George W. Bush. En la primera entrevista que brindó desde que asumió
el cargo como nuevo Relator Especial de la ONU sobre la Tortura, Juan Ernesto
Méndez dijo: “Estados Unidos tiene el deber de investigar todos los actos de
tortura. Lamentablemente no hemos visto muchas señales de que asuman
responsabilidad”. Méndez tiene planes de visitar Guantánamo. Él mismo fue
víctima de tortura durante la dictadura argentina.
Hay todavía alrededor de 180 hombres detenidos en la Bahía de Guantánamo, con
cada vez menos perspectivas de ser juzgados algún día por un tribunal real.
Durante años fueron sometidos a interrogatorios y aislamiento prolongado, lo que
se considera tortura tanto de hecho, como en términos legales. El Presidente
Obama prometió cerrar la prisión de Guantánamo. Es poco probable que el Congreso
financie ahora el cierre de Guantánamo y el traslado de los prisioneros, lo cual
deja al presidente encadenado a Guantánamo, condena a los prisioneros allí a la
detención y desesperación por tiempo indeterminado, y profundiza la indignación
con la que muchos en el mundo miran a Estados Unidos.
Ana María Careaga es una sobreviviente de la tortura que trabaja en el mismo
lugar en que su madre fue torturada y donde pasó sus últimas horas. Su consejo
al Presidente Obama es simple: “Cierren Guantánamo”.
————————–
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2010 Amy Goodman
Texto
en inglés traducido por Mercedes Camps y Democracy Now! en español,
spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional
que se emite diariamente en más de 550 emisoras de radio y televisión en inglés
y en más de 250 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el
sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos",
editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|