Yemen
Juan Gelman Página/12 28 de diciembre de 2009
Forma parte ya de la lista de países –Mali, Pakistán, Somalia, Uganda y
otros– en los que el Pentágono y la Casa Blanca desarrollan esa clase de guerra
no declarada que abunda en los llamados “daños colaterales”. En este caso, con
la participación de Arabia Saudita, su aliado más sólido en la región. Los
bombardeos de cazas estadounidenses y de la fuerza aérea saudí son tan
constantes como los argumentos falaces que los “justifican” y, sobre todo, como
la muerte de civiles yemeníes.
El general David Petraeus, jefe del comando central a cargo de las guerras de
Irak, Afganistán y Pakistán, declaró que “EE.UU. apoya la seguridad de Yemen en
el contexto de la cooperación militar que proporciona a sus aliados en la
región” (www.yemenpost.net, 13-12-09.) El mismo día de esas declaraciones, el
diario Yemen Post dio a conocer fotografías de los cazas
norteamericanos que bombardeaban la provincia de Sa’ada, al norte de Yemen, en
una de las veinte incursiones que llevaron a cabo esa jornada. Su objetivo:
liquidar a todos los guerrilleros houtis posibles. El resultado: decena de bajas
civiles.
Los pretextos, como siempre, son Irán y Al Qaida. Los rebeldes houtis forman
parte de la minoría chiíta del país, un tercio de la población, y se han alzado
en armas contra un gobierno autoritario que los discrimina y reprime. Se los
acusa de recibir armamento del gobierno de Teherán, pero su chiísmo Zaydi es una
versión muy diferente del iraní. Hasta altos funcionarios estadounidenses
admiten que no hay evidencias de que Irán los alimente. El Pentágono, a su vez,
arguye que bombardea reductos de Al Qaida y, de nuevo, estos insurgentes no sólo
no tienen vínculos con las redes de Bin Laden: son posibles blancos de sus
atentados.
El Departamento de Estado negó que EE.UU. interviniera en Yemen (www.upi.com,
16-12-09) al día siguiente de que bombardeara repetidamente el norte del país.
La Casa Blanca se retractó 24 horas después: Barack Obama había ordenado la
ejecución de múltiples ataques con misiles a varios puntos de Yemen en
coordinación con el eterno presidente Ali Abdalá Saleh. Realizada la acción, el
mandatario estadounidense llamó por teléfono a su colega yemení para felicitarlo
por el “éxito” de los bombardeos, que dejaron un saldo de 120 muertos, civiles
en su mayoría, mujeres y niños incluidos (www.dailystar.com.ib, 17-12-09.) Pese
a este anuncio, el mariscal Saleh desmintió la intervención de EE.UU. en la
matanza.
Es su costumbre. A pesar de informaciones oficiales de las autoridades de
Riad, rebatió a un vocero de los houtis que denunció los ataques lanzados por el
ejército saudí el domingo último contra los habitantes de Al Nadheer, un poblado
de la provincia norteña de Saada, limítrofe de Arabia Saudita: 54 civiles
muertos y numerosos heridos (AP, 20-12-09.) Saleh lanzó en agosto pasado un
ofensiva contra los rebeldes del Norte con la evidente colaboración de
Washington y Riad. Pero los sureños también sufren estas acciones militares.
El gobierno yemení realizó una operación contra un presunto campamento de Al
Qaida ubicado en la aldea de Al Maajala, a unos 480 km al sureste de Sana, la
capital, que segó la vida de 64 civiles, 23 niños y 17 mujeres entre ellos. Esto
provocó una desusada reacción popular: miles de manifestantes se derramaron por
las calles de varias provincias exigiendo que se investigue lo acontecido.
Miembros del Movimiento del Sur, un frente secesionista pacífico, subrayaron que
el objetivo del ataque no era Al Qaida, sino los sureños que sueñan con
restaurar lo que hasta 1990 era la República Democrática de Yemen, independiente
del norte (www.thenational.ae, 20-12-09.) Es un deseo compartido por muchos
habitantes de la zona.
Cabe preguntarse el porqué del interés de EE.UU. por el país más pobre de la
región: forma parte de la estrategia destinada a extender el conflicto de
Afganistán a zonas concéntricas más amplias de Asia central y del sur, el
Cáucaso y el Golfo Pérsico, el sudeste asiático y el golfo de Aden, el Cuerno de
África y la península arábiga (//rickrozoff.word press.com, 15-12-09). La
sedicente guerra mundial contra el terrorismo de W. Bush cambió de nombre con
Obama: ahora se llama “operaciones de contingencias en ultramar”. Pero los dos
productos tienen el mismo olor. A petróleo.
Hay un aspecto convergente y nada despreciable. El papel que Arabia Saudita y
las monarquías afines del Golfo Pérsico desempeñan en la “nueva estrategia” de
Obama los llevará a invertir en la compra de equipos militares estadounidenses
la friolera de 20.000 millones de dólares en los próximos diez años (UPI,
25-8-09.) Yemen no participa en el gasto, pero sí en la conjura. Y pensar que
alguna vez lo gobernó la reina de Saba, que muchos siglos después se reencarnó
en Gina Lollobrigida, dirigida por King Vidor en una película de la que Tyrone
Power no alcanzó a ser su amado rey Salomón.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-137655-2009-12-27.html
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