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El bombardeo de Nagasaki 78 años después

Voces del Mundo

Joshua Frank, CounterPunch.com, 9 agosto 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


El informe de la Prefectura de Nagasaki sobre el bombardeo caracterizó a Nagasaki como «un cementerio sin una lápida en pie». Imagen del cabo Lynn P. Walker, Jr.

El 9 de agosto se conmemora el aniversario del bombardeo de Nagasaki. El combustible nuclear para la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki se produjo en Hanford, al este del estado de Washington, que es ahora el emplazamiento más tóxico del hemisferio occidental, y ha supuesto la limpieza más cara de la historia mundial. En la actualidad, el lugar está repleto de miles de millones de galones de aguas residuales químicas y 56 millones de galones de residuos radiactivos de alto nivel. Lo que sigue es un extracto de Atomic Days: The Untold Story of the Most Toxic Place in America, que investiga el legado tóxico de la Guerra Fría y los inminentes peligros nucleares del proyecto Hanford.

***

La decisión de Estados Unidos de lanzar bombas nucleares sobre Japón no carecía de precedentes. En el invierno de 1945, Estados Unidos bombardeó Dresde (Alemania), matando a cuarenta y cinco mil personas, y Tokio (Japón), matando a más de trescientas mil personas. Algunos creen que estas estimaciones son bajas. «Yo estaba en la isla de Guam en marzo de 1945. En una sola noche, calcinamos hasta la muerte a cien mil civiles japoneses en Tokio: hombres, mujeres y niños», recordó Robert McNamara, que más tarde fue secretario de Defensa con los presidentes Kennedy y Johnson. En total, Estados Unidos bombardeó sesenta y siete ciudades japonesas en el transcurso de aquel sangriento año. Aunque no todos -especialmente el secretario de Guerra Henry Stimson- disfrutaron con los ataques contra civiles, el gobierno estadounidense no planteó oficialmente ninguna queja sobre las implicaciones legales o éticas de los bombardeos. La mayoría de los funcionarios creían que estos horribles bombardeos ayudarían a poner fin a la guerra, obligando a japoneses y alemanes a rendirse.

No obstante, con la aprobación del Reino Unido, el presidente Truman ordenó el lanzamiento de una bomba nuclear sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, menos de un mes después de las pruebas de Trinity. Estados Unidos alertó a los ciudadanos japoneses, lanzando panfletos que advertían que sus ciudades «caerían hechas cenizas». El bombardeo infligió daños catastróficos. Las temperaturas en el suelo superaron los 4.000°C. Los pájaros se desplomaron desde el cielo. La lluvia radiactiva cayó sobre la ciudad. La bomba de uranio apodada «Little Boy», que explotó sobre Hiroshima, destruyó el 70% de toda la ciudad. Casi todo el personal médico de la ciudad murió, y finalmente se registraron la asombrosa cifra de 140.000 muertes en los meses y años siguientes.

Estados Unidos argumentó que Hiroshima y sus cuarteles militares eran objetivos legítimos, y transmitió poca preocupación por la decisión previa de bombardear con bombas incendiarias a decenas de miles de civiles japoneses inocentes en Tokio. El profesor Alex Wallerstein sostiene que antes del bombardeo Truman ignoraba que Hiroshima era una ciudad real, y no simplemente un puesto militar avanzado. De hecho, señala Wallerstein, Truman tenía más intención de evitar víctimas inocentes masivas y se limitaba a seguir el ejemplo de Stimson, aunque mal informado. «La confusión de Truman en este asunto», escribe Wallerstein, «surgió de sus discusiones con el secretario de Guerra Henry Stimson sobre los méritos relativos de Kioto frente a Hiroshima como objetivo: Stimson hizo hincapié en la naturaleza civil de Kioto y la contrapuso al estatus militar de Hiroshima, y Truman interpretó el contraste más allá de lo que era realmente cierto.»

“Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Se les ha hecho pagar por ello muchas veces. Y aún no se ha llegado al final. Con esta bomba hemos añadido ahora un nuevo y revolucionario aumento de la destrucción para complementar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas. En su forma actual, estas bombas están ahora en producción y se están desarrollando formas aún más potentes», leyó el presidente Harry Truman en una declaración tras el bombardeo de Hiroshima. «Es una bomba atómica. Es un aprovechamiento del poder básico del universo. La fuerza de la que el sol extrae su poder ha sido desatada contra aquellos que trajeron la guerra al Lejano Oriente”.

Estados Unidos aún no había terminado. En las primeras horas de la mañana del 9 de agosto, un B-29 llamado Box Car, equipado con la bomba de plutonio apodada Fat Man, despegó del aeródromo de Tinian en las Islas Marianas, a más de 2.250 kilómetros al sudeste de Nagasaki. El Box Car estaba comandado por el comandante Charles W. Sweeney. El objetivo original del segundo bombardeo no era inicialmente Nagasaki, sino un depósito militar situado en Kokura. El tiempo, sin embargo, no cooperaba sobre Kokura. Una neblina oscureció el objetivo del avión y el fuego antiaéreo resultó frustrante, por lo que el comandante Sweeney cambió de rumbo y se dirigió al objetivo secundario, Nagasaki. Jacob Beser, tripulante del avión, recordó más tarde que abandonaron Kokura y se dirigieron a Nagasaki porque «no tenía sentido arrastrar la bomba de vuelta a casa o dejarla caer en el océano».

A medida que el avión se acercaba a Nagasaki, la visibilidad era igual de mala que sobre Kokura, pero gracias a una breve interrupción en las nubes, el capitán Kermit K. Beahan pudo divisar el estadio de la ciudad. El avión dio media vuelta y a las 11:02 a.m. del 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la bomba «Fat Man» sobre Nagasaki. La bomba causó una explosión un 40% mayor que la del «Little Boy» en Hiroshima. El combustible de plutonio de la bomba se produjo en Hanford.

«No me arrepiento de nada. Creo que hicimos lo correcto, y no podríamos haberlo hecho de otra manera. Sí, sé que se ha sugerido que la segunda bomba, la de Nagasaki, no era necesaria», dijo más tarde la física del proyecto Leona Marshall Libby, defendiendo el bombardeo. «A los que buscan un hombro para llorar les digo. Que cuando estás en una guerra, a muerte, no creo que te quedes parado y te plantees: ‘¿Está bien?’».

Los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki fueron algo nunca visto en el mundo. Más de doscientas mil personas murieron en las explosiones de fuego y por envenenamiento agudo por radiación en las horas y días posteriores a las explosiones. Los cuerpos se vaporizaron, las estructuras se fundieron por el calor extremo y la radiación pulsó esféricamente desde los hipocentros de las bombas. A diferencia de la prueba Trinity en Nuevo México, donde la ojiva explotó en el suelo, las dos bombas lanzadas sobre Japón fueron detonadas a seiscientos metros de altura sobre las ciudades. Si había alguna buena noticia para los japoneses, era ésta. Si la bomba hubiera explotado en tierra, los resultados habrían sido aún más terribles.

Para los supervivientes de los bombardeos, la mayoría de los cuales ya han fallecido, las tasas de cáncer siguieron siendo astronómicamente más altas que en las poblaciones no expuestas a la misma cantidad de radiación. Según la Radiation Effects Research Foundation, el riesgo de leucemia, o cáncer de la sangre, era un 46% mayor entre las víctimas de los bombardeos. Para las personas que se encontraban en el útero en aquel momento, el riesgo de discapacidad física, como cabeza pequeña o discapacidad mental, fue aún más significativo.

Los estudios de los supervivientes revelaron más tarde lo que los científicos sospechaban incluso antes de las explosiones de 1945: que la radiación puede mutar el ADN y, a su vez, causar diferentes formas de cáncer, en particular cáncer de sangre. Entre las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, la tasa de leucemia aumentó bruscamente en la década de 1950. Sus células dañadas eran más susceptibles de desarrollar cánceres. La Fundación para la Investigación de los Efectos de la Radiación (RERF, por sus siglas en inglés), un esfuerzo conjunto de investigación estadounidense y japonés que surgió de la Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica de 1946 ha revelado sorprendentes hallazgos en su estudio sobre la vida de noventa y cuatro mil supervivientes de la bomba, que siguió sus vidas desde 1958 hasta 1998. Cuanta más radiación recibía una persona, mayor era su riesgo de desarrollar cáncer. De hecho, según el estudio de la RERF, la relación entre los niveles de radiación y la probabilidad de cáncer era lineal. A medida que se duplicaban los niveles de radiación, se duplicaban los casos de cáncer. La leucemia, sin embargo, demostró tener una correlación exponencial: a medida que se duplicaban los niveles de radiación, se cuadruplicaba el riesgo de leucemia. Si las bombas hubieran explotado más cerca del suelo, los científicos creen que los mayores niveles de radiación habrían provocado más cánceres y, en última instancia, más muertes.

«Tenía tres años en el momento del bombardeo [de Nagasaki]. No recuerdo mucho, pero sí recuerdo que mi entorno se volvió cegadoramente blanco, como si un millón de flashes de cámara se dispararan a la vez. Luego, la oscuridad total», reflexionó Yasujiro Tanaka, víctima del bombardeo.

    Me enterraron vivo bajo la casa, me han dicho. Cuando mi tío por fin me encontró y sacó mi pequeño cuerpo de tres años de debajo de los escombros, estaba inconsciente. Tenía la cara deformada. Estaba seguro de que había muerto. Afortunadamente, sobreviví. Pero desde aquel día empezaron a formarse costras misteriosas por todo mi cuerpo. Perdí la audición en el oído izquierdo, probablemente debido a la explosión. Más de una década después del bombardeo, mi madre empezó a notar que le salían fragmentos de cristal de la piel, presumiblemente restos del día del bombardeo. Mi hermana pequeña sigue sufriendo calambres musculares crónicos, además de problemas renales que la obligan a someterse a diálisis tres veces por semana. «¿Qué les he hecho yo a los estadounidenses?», decía a menudo, «¿Por qué me han hecho esto a mí?».

Varios historiadores, entre ellos el difunto Howard Zinn, sostienen que el bombardeo nuclear de Japón no sólo fue criminal, sino innecesario:

    La principal justificación de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki es que «salvó vidas» porque, de lo contrario, habría sido necesaria una invasión estadounidense de Japón, que habría causado la muerte de decenas de miles, quizá cientos de miles de personas. Truman utilizó en un momento dado la cifra de «medio millón de vidas», y Churchill «un millón de vidas», pero se trataba de cifras sacadas de la manga para calmar conciencias atribuladas; incluso las proyecciones oficiales sobre el número de bajas en una invasión no iban más allá de 46.000. De hecho, las bombas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki no evitaron invasión alguna de Japón porque esa invasión no era necesaria. Los japoneses estaban a punto de rendirse y los líderes militares estadounidenses lo sabían. El general Eisenhower, informado por el secretario de Guerra Henry Stimson sobre el uso inminente de la bomba, le dijo que «Japón ya estaba derrotado y que lanzar la bomba era completamente innecesario».

Joshua Frank es redactor jefe de CounterPunch. Es autor de un nuevo libro: Atomic Days – The Untold Story of the Most Toxic Place in America, publicado por Haymarket Books. Contacto: joshua@counterpunch.org. Twitter @joshua__frank.


 

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