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Afganistán

Bombardeando la tierra del leopardo de las nieves

Joshua Frank
Counterpunch
09 de mayo de 2016

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Si nosotros, los verdes, no ampliamos nuestro pensamiento para luchar contra la guerra, puede que salvemos parte de la naturaleza, pero perderemos el mundo”

David Brower

¡Alerta informativa! A pesar de todo lo que puedan haber oído, la guerra en Afganistán sigue aun en su apogeo. Allí continúan casi 10.000 soldados estadounidenses y, desde 2014, la administración Obama ha lanzado 2.000 ataques aéreos sobre el país contra todo lo que les ha venido en gana. Sin lugar a dudas, la creciente cifra de víctimas afganas y el bombardeo de hospitales e infraestructuras civiles deberían enfurecer a los pocos activistas contra la guerra que quedan fuera de ese país; pero el coste que la guerra de Afganistán está teniendo sobre el medio ambiente debería también obligar a los amantes de la naturaleza a salir a protestar a las calles.

El hábitat natural afgano lleva soportando décadas de combates; la Guerra contra el Terror sólo ha servido para reforzar la destrucción. Las tierras más afectadas por la guerra son hogar de criaturas que los occidentales sólo tienen oportunidad de observar enjauladas en los zoos de nuestras ciudades: gacelas, guepardos, hienas, tigres del Caspio y leopardos de la nieve, entre otros. La Agencia Nacional de Protección Medioambiental de Afganistán, creada en 2005 para abordar las cuestiones ambientales, ha hecho una lista de 33 especies en vías de extinción.

En 2003, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés) publicó una evaluación de la situación ambiental de Afganistán. Bajo el título de “Evaluación Medioambiental Posconflicto”, el informe del UNEP afirmaba que la guerra y la persistente sequía “han causado una grave y extendida degradación de la tierra y de los recursos”, que incluye la disminución de los niveles freáticos, desecación de humedales, desforestación y pérdida generalizada de la capa vegetal, erosión y pérdida de poblaciones de animales salvajes”.

Los vertederos de la munición, las bombas de racimo, los bombarderos B-52 y las minas terrestres, que el presidente Obama se niega a prohibir, actúan como la mayor de las amenazas para el accidentado paisaje natural del país y la biodiversidad que contiene.

El creciente número de afganos que están siendo desplazados a causa del conflicto militar, advertía el informe del UNEP, ha agravado todos estos problemas. Fue una valoración preocupante. Sin embargo, se trata de un análisis que no debería sorprendernos mucho: la guerra no sólo mata a seres humanos sino la vida en general.

Cuando las bombas caen, los civiles no son los únicos que corren peligro; puede que en los años o décadas siguientes no lleguen a conocerse bien los duraderos impactos medioambientales de la guerra. Por ejemplo, los pájaros mueren y se altera su curso migratorio. Decenas de miles de aves abandonan Siberia y Asia Central hacia sus hogares de invierno en el sur. Muchas de estas aladas criaturas han volado tradicionalmente a través de Afganistán hacia los humedales del sureste de Kazajstán, pero sus cifras se han reducido de forma drástica en los últimos años.

Las grullas siberianas en peligro de extinción y dos especies protegidas de pelícanos son los que más peligro corren, según los ornitólogos pakistaníes que estudian la zona. No se conoce aún el verdadero impacto de la guerra sobre estas especies, pero la continuada campaña de bombardeos del presidente Obama no presagia nada bueno.

Ya en 2001, el Dr. Oumed Hanid, que observa la migración de las aves en Pakistán declaró en la British Broadcasting Corporation (BBC) que el país había sido siempre testigo del paso de miles de patos y otras aves silvestres en su migración atravesando Afganistán hacia Pakistán. Sin embargo, una vez que EE.UU. inició sus ataques aéreos, apenas podían verse ya aves.

“Uno de los impactos de la guerra puede ser la matanza directa de las aves por los bombardeos, el envenenamiento de los humedales o los lugares que esos pájaros están utilizando”, dijo Hanid, que trabaja para el Consejo Nacional para la Conservación de la Vida Salvaje de Pakistán. “Otro de los impactos puede ser que estos pájaros se desorienten porque su migración es muy precisa. Emigran a través de un corredor y si se les perturba con los bombardeos, es muy posible que cambien de ruta.”

Los intensos combates por todo Afganistán, especialmente las Montañas Blancas, donde EE.UU. cazó a bin Laden en la batalla de Bora Bora, han sido las más afectadas. Aunque las cordilleras de difícil acceso pueden servir como puerto seguro para los supuestos operativos de al-Qaida, las cuevas de Bora Bora y la escarpada topografía también proporcionan refugio a osos, ovejas Marco Polo, gacelas y leopardos de montaña.

Cada misil que se dispara hacia esas vulnerables montañas puede matar potencialmente a cualquiera de estos preciados animales, todos ellos al borde de la extinción.

“El mismo terreno que permite a los combatientes atacar y desaparecer de nuevo en las colinas ha posibilitado también, históricamente, que la vida salvaje pueda sobrevivir”, explicaba Peter Zahler, de la Wildlife Conservation Society (WCS), a New Scientist, cuando se iniciaba la invasión de Afganistán.

Pero Zahler, que ayudó a abrir una oficina de campo para la WCS en Kabul en 2006, advirtió también de que no sólo esos animales estaban en peligro a causa de los bombardeos, también se corre el riesgo de que los refugiados los maten. Por ejemplo, la piel de un leopardo de las nieves, de cuya población en peligro de extinción se dice que quedan menos de 100 ejemplares, puede alcanzar los 2.000$ en el mercado negro. Ese dinero puede a su vez ayudar a los desplazados afganos a pagar un salvoconducto a Pakistán.

Sin embargo, aunque los bombardeos tienen un impacto inicial directo, son en realidad sólo el principio del dilema. Como Zahler me dijo: “El problema en Afganistán no es la lucha real, sino los efectos secundarios: destrucción del hábitat, caza furtiva incontrolada, ese tipo de cosas…”. Afganistán lleva casi treinta años soportando una explotación de recursos incontrolada, incluso antes de la guerra más reciente. Esto ha producido el colapso de los sistemas de gobierno y el desplazamiento de millones de personas, todo lo cual ha provocado la degradación a gran escala del hábitat del país.

Se han devastado los bosques para proporcionar energía a corto plazo y material de construcción para los refugiados. Muchas de las áridas praderas del país han sido objeto de un pastoreo excesivo y la vida salvaje ha quedado exterminada.

“Con el tiempo, la tierra no será apta ni siquiera para las formas más básicas de agricultura”, explicaba Hammad Naqi, del Fondo Mundial para la Naturaleza en Pakistán. “Los refugiados –alrededor de cuatro millones en el último recuento [2001]- están también talando los bosques para conseguir leña”.

A principios de 2001, durante los ataques iniciales, la BBC informó que EE.UU. había estado bombardeando en alfombra Afganistán en numerosos lugares.

John Stufflebeem, director adjunto de operaciones para el Alto Estado Mayor estadounidense, dijo a los periodistas en aquel tiempo que los bombarderos B-52 estaban bombardeando en alfombra objetivos “por todo el país, incluyendo a las fuerzas de los talibán en el norte”.

“Utilizamos estrategias de bombardeo en alfombra”, dijo Stufflebeem. “Las hemos utilizado antes y seguiremos utilizándolas cuando lo necesitemos”.

Además, expertos del ejército pakistaní y otros han denunciado que EE.UU. ha hecho uso de misiles con uranio empobrecido (DU, por sus siglas en inglés) para atacar objetivos específicos dentro de Afganistán, sobre todo contra las líneas del frente talibán en la región norte del país.

El uso de explosivos de DU no es algo descabellado en las prácticas de EE.UU. La fuerza aérea de la OTAN liderada por EE.UU. utilizó misiles con DU al atacar Yugoslavia en 1999. Una vez que estas bombas letales hacen impacto, arrasan su objetivo y a continuación estallan en una nube tóxica de fuego. Muchos estudios médicos han demostrado que los vapores radiactivos del DU están vinculados con la leucemia, cáncer en la sangre, cáncer de riñón y malformaciones congénitas.

“Como las fuerzas de EE.UU. y la OTAN continúan machacando Afganistán con misiles de crucero y bombas inteligentes, las personas familiarizadas con las secuelas de dos recientes guerras anteriores, tras los síndromes de guerra del Golfo y de los Balcanes, se enfrentan al síndrome de guerra afgano”, escribió el Dr. Ali Ahmed Rin en el Baltimore Chronicle en 2001. “Esta enfermedad está marcada por un estado de dolencias imprecisas y carcinomas, y está vinculada al uso del uranio empobrecido utilizado en misiles, proyectiles y bombas en el campo de batalla”.

La masiva crisis de refugiados afganos, la falta de estabilidad gubernamental y la extrema pobreza, junto con los suministros contaminados de agua, la sequía, las minas terrestres y el exceso de bombardeos, son todos ellos elementos que contribuyen a la intensa problemática medioambiental existente en el país.

Los expertos se muestran unánimemente de acuerdo en que no hay nada peor que la guerra para el medio ambiente.

Joshua Frank es director editorial de CounterPunch. Su libro más reciente es “Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion”, coeditado junto a Jeffrey St. Clair y publicado por AK Press. Puede contactarse con él en brickburner@gmail.com. Twitter: @brickburner.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2016/05/06/afghanistan-bombing -the-land-of-the-snow-leopard/


 

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