La realidad del “mal menor” ¿Está este niño lo
bastante muerto para vosotros?
Chris Floyd 12 de noviembre de 2012
Translated by Ana
Atienza
Quisiera hacer una simple pregunta a quienes ahora se congratulan por la
reelección de Barack Obama como si se tratara de un triunfo de los valores
decentes, humanos y liberales sobre la perfidia que rezuman los postulados
republicanos:
¿Está este niño lo bastante muerto para vosotros?
Este
niño pequeño se llamaba Naeemullah. Estaba en su casa —tal vez jugando,
durmiendo o comiendo— cuando un avión no tripulado estadounidense disparó un
misil hacia la zona residencial donde vivía y voló en pedazos la casa de al
lado.
Como todos sabemos, los misiles de estos aviones no tripulados son, al igual
que el presidente que los empuña, superinteligentes, un triunfo de la tecnología
y de los conocimientos tecnocráticos. Sabemos, puesto que así nos lo han
reiterado una y otra vez el presidente y sus asesores, que estas armas --que
solo se disparan tras consultar cuidadosamente las condiciones para una guerra
justa establecidas por san Agustín y santo Tomás de Aquino-- solamente impactan
en el objetivo deseado y no matan a nadie salvo a los “chicos malos”. De hecho,
los principales asesores del presidente han testificado bajo juramento que no
había ni una sola persona inocente entre los miles de civiles paquistaníes —es
decir, civiles de una nación soberana que no está en guerra con Estados Unidos—
muertos por la campaña de misiles enviados desde aviones no tripulados por este
ganador del Premio Nobel de la Paz.
Y sin embargo, por extraño sortilegio, el misil que tronó en la zona
residencial donde vivía Naeemullah no se limitó a alcanzar estrictamente la casa
hacia la que iba dirigido. Inexplicablemente, ese amasijo de metal, cables y
microprocesadores falló —solo esta vez— a la hora de examinar las almas de todos
los habitantes del pueblo y de averiguar, como por arte de magia, quiénes eran
“chicos malos” para así matarlos solo a ellos. No se sabe cómo —quizás es que el
misil estaba infectado con miasmas de Romney— ese amasijo cargado hasta arriba
de potentes explosivos simplemente va y estalla con un tremendo poder
destructivo al alcanzar esa zona residencial, dejando el barrio entero hecho
pedazos.
Como
explica Wired, la metralla y los escombros atravesaron las paredes de la
casa de Naeemullah y destrozaron su cuerpecito. Cuando terminó el ataque —cuando
dejó de acechar sobre el pueblo el zumbido del avión no tripulado enviado con
sabiduría agustiniana por el Nobel de la Paz, ensombreciendo las vidas de sus
indefensos habitantes con la amenaza terrorista de la muerte inminente--
trasladaron a Naeemullah al hospital de un pueblo cercano.
Fue allí donde tomó la foto Noor Behram, residente en Waziristán del Norte y
cronista de los efectos de la guerra de los aviones teledirigidos del Nobel de
la Paz. En el momento de hacer la fotografía, Naeemullah estaba agonizando.
Murió una hora más tarde.
Murió.
¿Está lo bastante muerto para vosotros?
¿No está lo bastante muerto para alterar de algún modo vuestro baile de la
victoria? ¿Lo bastante muerto para perturbar las próximas fiestas de toma de
posesión? ¿Lo bastante muerto para empañar, aunque sea un ápice, vuestro
exultante júbilo ante el hecho de que este gran hombre, ejemplo de integridad,
decencia, honor y compasión, pueda continuar con su noble liderazgo sobre la
mejor nación de la historia del mundo?
¿Tenéis hijos? ¿Se dedican a jugar felices por vuestra casa? ¿Duermen
acurrucados dulcemente en su cama calentita por la noche? ¿Charlan y parlotean
como divertidos pajarillos cuando estáis comiendo en la mesa familiar? ¿Les
queréis? ¿Les cuidáis con esmero? ¿Les consideráis seres humanos de pleno
derecho, criaturas muy queridas con un valor infinito?
¿Cómo os sentiríais si les vierais hechos trizas en vuestra propia casa por
la metralla que ha entrado volando? ¿Cómo os sentiríais mientras les llevarais
corriendo al hospital, rezando a cada paso del camino para que no os lanzaran
otro misil desde el cielo? Vuestros hijos eran inocentes, vosotros no habíais
hecho nada, solo vivíais vuestra vida en vuestra casa cuando alguien situado a
miles de kilómetros de distancia, en un país que jamás habéis visto, con el que
jamás habéis tenido nada que ver y al que jamás habéis causado ningún daño, ha
pulsado un botón y enviado trozos de metal ardiendo hacia el cuerpo de vuestros
hijos. ¿Cómo os sentiríais al verles morir, al ver cómo todas las esperanzas y
sueños que teníais sobre ellos, todas las horas y los días y los años que
tendríais para quererles, se desvanecen en el olvido, perdidos para siempre?
¿Qué pensaríais sobre quien ha hecho esto a vuestros hijos? ¿Diríais tal vez
“¡Qué hombre más noble, íntegro y decente! Estoy seguro de que está haciendo lo
mejor”?
¿Diríais: “Vale, ha sido una pequeña desgracia, pero es perfectamente
comprensible. El gobierno chino (o Irán, o Al Qaeda, o Corea del Norte, o Rusia,
etc.) creían que había alguien en la puerta de al lado que en algún momento
podría suponer alguna especie de amenaza sin especificar hacia su pueblo o hacia
su programa político, o quizás es que simplemente mi vecino de al lado se
comportaba de cierta manera elegida arbitrariamente que indica a las personas
que le observan en una pantalla de ordenador a miles de kilómetros de distancia
que tal vez sea el tipo de persona que cabe pensar que en algún momento pueda
suponer alguna especie de amenaza sin especificar para los chinos
(iraníes/rusos, etc.), aunque no tengan la más remota idea de quién es mi vecino
ni de sus acciones, creencias o pretensiones. Considero que la persona que está
al mando de este programa es un hombre tan bueno, sabio y decente que cualquiera
se sentiría orgulloso de apoyarle. ¿De hecho, estoy pensando en llamarle para
que venga a decir unas palabras en el funeral de mi hijito”?
¿Es eso lo que diríais si entrara metralla de un misil en vuestras
confortables casas y matara a vuestros propios hijitos del alma? ¿Es que no solo
seríais capaces de aceptarlo, entenderlo, perdonarlo, encogeros de hombros y
seguir adelante, sino también de apoyar activamente a la persona que lo hizo,
jalear sus triunfos personales y despreciar a todo aquel que pusiera en duda su
valía moral y sus buenas intenciones? ¿De verdad es eso lo que haríais?
Pues eso es lo que estáis haciendo cuando os encogéis de hombros ante el
asesinato del pequeño Naeemullah. Estáis diciendo que no vale tanto como vuestro
hijo. Estáis diciendo que no es un ser humano de pleno derecho, una
criatura muy querida con un valor infinito. Estáis diciendo que respaldáis
su muerte, que eso os hace felices, y que queréis ver muchas más como ella.
Estáis diciendo que no importa que este niño —o cientos como él, o miles como
él, o, como en las sanciones contra Irak del viejo león liberal Bill Clinton,
quinientos mil niños como Naeemullah— sea asesinado en vuestro nombre por
líderes a los que vitoreáis y respaldáis. Estáis diciendo que lo único que
importa es que alguien de vuestro bando se encarga de matar a estos niños. Esta
es la realidad del “malmenorismo”.
***
Antes de las elecciones oímos hablar mucho de este concepto del “mal menor”.
Desde destacados disidentes y antiimperialistas como Daniel Ellsberg, Noam
Chomsky o Robert Parry hasta innumerables blogs progresistas y conversaciones
personales, todos coincidían en este argumento básico: “Sí, los ataques de los
aviones no tripulados, la destrucción de las libertades civiles, los escuadrones
de la muerte de la Casa Blanca y todo lo demás son malos; pero Romney sería aún
peor. Por tanto, con grandes reticencias, tapándonos la nariz y moviendo la
cabeza con tristeza, habrá que elegir el mal menor de Obama y votar en
consecuencia”.
Entiendo ese argumento, de verdad que sí. Pero no estoy de acuerdo con él,
como he dejado claro tantas veces aquí antes de las elecciones. Creo que se
trata de un argumento erróneo, que nuestro sistema ha ido tan lejos que incluso
un “mal menor” es demasiado malo para respaldarlo en modo alguno, que dicho
apoyo no hace sino perpetuar las maldades irracionales del sistema. Pero no soy
purista, ni puritano, ni comisario político, ni dogmático. Entiendo que las
personas de buena voluntad puedan llegar a una conclusión diferente, y creo que
deben mostrar sus reticencias y elegir entre una facción
imperialista-militarista-corporativista y otra, en la creencia de que eso
mitigará algo el posible mal que el otro bando pudiera infligir si tomara el
poder. Hace años yo también pensaba así. Pero reitero mi actual desacuerdo con
esta postura, y considero que la buena gente que cree en ello, sea cual sea el
motivo, no ha visto con suficiente claridad la realidad de nuestra situación, de
lo que de verdad está haciendo en su nombre la facción política a la que
apoyan.
Por supuesto, no pretendo erigirme en único árbitro de la realidad ni en juez
de los demás; la gente ve lo que ve, y obra (o se abstiene de obrar) en
consecuencia. Y yo lo entiendo. Pero he aquí lo que no entiendo: el sentido del
triunfo, la exaltación y el júbilo que han mostrado tantos progresistas,
liberales y "disidentes" por la victoria de este “mal menor”. ¿Dónde fueron a
parar las reticencias, el taparse la nariz, los movimientos de cabeza
quejumbrosos? ¿No deberían lamentarse por el hecho de que el mal haya triunfado
en Estados Unidos, aun cuando, en su opinión, sea un mal “menor”?
Si realmente creíais que Obama era un mal menor —un 2 % menos malo, según
creo que dijo en una ocasión Digby al describir a los demócratas en 2008—, si
realmente os parecían vergonzosas y criminales las guerras de los aviones no
tripulados, los escuadrones de la muerte de la Casa Blanca, los rescates de Wall
Street y la absolución de los torturadores y todo lo demás, ¿cómo os puede
alegrar que continúe todo esto? Y no solo os alegráis, sino que seguís
despreciando a quienes se han opuesto a perpetuar este sistema.
El triunfo de un mal menor no deja de ser una victoria para el mal. Si tu
barrio se halla bajo la tiranía de una guerra entre facciones mafiosas, tal vez
prefieras que gane el bando que a veces reparte unos cuantos jamones gratis en
lugar de sus rivales si son más tacaños; pero, ¿te regocijarías por que tu
barrio siguiera bajo la tiranía de criminales asesinos? ¿No estarías triste,
abatido, desanimado y descorazonado al ver cómo persisten la violencia, el
asesinato y la corrupción? ¿No lamentarías que tus hijos tuvieran que crecer
rodeados de todo eso?
Entonces, ¿dónde están los lamentos por el hecho de que nosotros, como
nación, hayamos llegado a tener que elegir entre asesinos, entre saqueadores?
Aunque consideremos que teníamos que participar y elegir entre una de las
horribles opciones que se nos ofrecían —“¿Quiere que sean los demócratas quienes
maten a estos niños, o prefiere que sean los republicanos?”—, ¿no debería ser
este período poselectoral un momento para afligirse en vez de saltar de alegría
por el triunfo, de regocijarse frívolamente y de descalificar con desprecio a
los “perdedores”?
Si de verdad sois “malmenoristas” —si se trata de una elección moral genuina
que habéis hecho con reticencias, y no una racionalización para dejaros llevar
por un partidismo irreflexivo y primitivo— sabréis que en estas elecciones hemos
salido perdiendo TODOS. Aunque creáis que podría haber sido peor, no por ello
deja de ser muy malo. Vosotros mismos habéis proclamado que Obama era el mal,
solo que un poco “menor” que su oponente (quizás un 2 %). Y por eso el mal que
vosotros mismos habéis visto, señalado y denunciado va a continuar. Repito
entonces mi pregunta: ¿qué motivos tiene esto de júbilo, gloria y triunfo?
Aunque creyerais que era inevitable, ¿por qué celebrarlo? Preguntaos,
reflexionad: ¿qué es lo que estáis celebrando? ¿La muerte de este niño y la de
otro centenar como él? ¿La de un millar como él? ¿La de quinientos mil como él?
¿Hasta dónde pensáis llegar? ¿Qué es lo que no vais a celebrar?
Es así como paso a paso, dándole la mano al “mal menor”, nos estamos
hundiendo cada vez más en el abismo.
Courtesy of Tlaxcala Source: http://chris-floyd.com/component/content/article/1-latest-news/2295-dead-enough-the-reality-of-the-qlesser-evilq.html
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