CARTA DE AMOR DEL NEW YORK TIMES A LOS
ESCUADROENES DE LA MUERTE
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Pete Souza/The White House
Presidente Obama en la Oficina Oval con Thomas E. Donilon, izquierda,
consejero de seguridad nacional, y John O. Brennan, principal consejero cntra
el terrorismo. |
Chris Floyd Counterpunch 4 de junio de 2012
Debo, al fin, admitir la derrota. Simplemente no tengo palabras, ninguna
munición retórica, como tampoco marcos conceptuales que pudieran adecuadamente
permitirme abordar la carencia total de moralidad expuesta en el artículo del
día lunes por el New York Times sobre los escuadrones de la muerte que Barack
Obama personalmente está dirigiendo desde la Casa Blanca. “Secret ‘Kill List’
Proves a Test of Obama’s Principles and Will.” (“Lista secreta pone a prueba los
principios y la voluntad de Obama.”) No es tanto una historia de periódico, sino
más bien una carta de amor – una carta de amor a la muerte, a la enorme
impresión y al temor inducido por el poder de la muerte, personificado por Obama
en su papel temporal como el manager del Estado imperial; despiadado y sin ley.
En el desvergonzado servilismo de la multitud de aduladores que marchan a paso
de ganso a lo largo de todo el relato, nosotros podemos ver con asombro y temor
- en verdad, el culto – de negociar el poder de la muerte. Este embeleso permea
el relato, tanto en las palabras de los desvergonzados como en la vertiginosa
emoción que los escritores manifiestan por haber ganado tan delicioso acceso al
sanctasanctórum (lugar muy reservado y misterioso). En cualquier otra época –
incluyendo la última administración – esta historia habría sido presentada como
una escandalosa revelación. Las genuinas y escalofriantes escenas del “proceso
de nominación” habrían sido vistas como horrorosas revelaciones. Imagínese la
revulsión causada al ver a George W. Bush, Dick Cheney y Don Rumsfeld
escudriñando a través de Powerpoint, las diapositivas sobre “sospechosos de
terrorismo” en todo el mundo, aprobando o desestimando en Neronico estilo, cada
vez que salta en la pantalla el rostro moreno de un presunto terrorista.
Imagínese el maremoto de indignación moral de la “Netrrots Nation” y de otros
campeones del liberalismo dirigido hacia Bush, no solamente por dirigir aun
escuadrón de la muerte (lo cual hizo) sino también por enviar a Condi, Colin y
Bob Gates a fanfarronear abiertamente a cerca de ello, presentando a Bush como
una especie de avatar moral por las cuidadosas consideraciones y el rigor
filosófico por él aplicado para volar en pedazos, de manera furtiva a seres
humanos viviendo en comunidades lejanas.
Pero la pieza del New york Times es presentada como un informe, simple y
sencillamente otro “proceso narrativo” sobre un aspecto interesante de la
presidencia de Obama, parte de una serie (evaluando su record) en un año
electoral. Es una narración basada enteramente en el punto de vista de quienes
se mueven en los pasillos del poder en Beltway. Las escasísimas notas
discordantes, de las más suaves por cierto, con relación a l programa de
asesinatos selectivos de Obama, provienen de personajes de muy adentro de la
maquina imperial. Y aun estas advertencias son en naturaleza mayormente
tácticas, basadas en una interrogante: “¿Funciona el programa, es efectivo?” No
hay una simple línea, que sugiera aunque sea remotamente que, el programa podría
ser una aberración moral. No existe una simple línea en el reportaje del New
York Times que sugiera que dicho programa deba ser debatido, o aunque sea,
examinado por el congreso. Tampoco existe, aunque sea, una cita somera
proveniente de alguna organización tradicional como la ACLU (Unión Americana por
la Libertades Civiles) o de Amnistía Internacional o de Human Rights Watch – o
de alguien en Paquistán, Yemen o de otros de los principales blancos de los
escuadrones de la muerte, orgullosamente proclamados y aprobados por Obama. En
otras palabras, este retrato del presidente estadounidense, estampando su firma
– semana tras semana tras semana tras semana – sobre las ejecuciones
extrajudiciales de personas por todas partes del mundo es presentado como algo
completamente incontrovertido. En verdad, la idea central del reportaje no es el
hecho de que seres humanos – incluyendo muchas mujeres, niños y hombres sin
conexión alguna con el “terrorismo,” supuesto o al contrario – estén siendo
regularmente asesinados por el gobierno de los Estados Unidos; no, el foco
principal es como este programa ilustra la “evolución” en el estilo de
liderazgo de la presidencia de Obama. Eso es lo realmente importante. Los
asesinatos – los cuerpos eviscerados, los niños con sus cráneos destrozados, las
mujeres preñadas quemadas vivas en sus propios hogares – son simplemente el
trasfondo. Sin importancia. Nada controversial.
De esta manera funciona:
“Más o menos cada semana, 100 miembros del extendido aparato de seguridad
nacional del gobierno se reúnen, haciendo uso de la video teleconferencia
(estrictamente segura), para estudiar minuciosamente las biografías de aquellos
sospechosos de terrorismo y recomendar al presidente quien debe ser el siguiente
en morir. Este proceso secreto de “nominaciones” es una invención de la
administración de Obama, una sombría sociedad que debate y examina a través del
Powerpoint las diapositivas con los nombres, aliases y las historias de las
vidas de aquellos sospechosos de ser miembros de Al Qaeda en Yemen o sus aliados
de la milicia Shabab en Somalia. … Un paralelo y más apartado proceso de
selección tiene lugar en la C.I.A. enfocado mayormente sobre Paquistán, en donde
la agencia conduce ataques con naves no tripuladas (drones). Las nominaciones
van directamente a la Casa Blanca, en donde por su propia insistencia y guiado
por su consejero contra el terrorismo, Jonh Brennan, el presidente Obama debe
aprobar cualquier nombre. Obama estampa su firma sobre cada uno de los ataques
en Yemen y Somalia y también sobre los más complejos y riesgosos ataques en
Paquistán – aproximadamente una tercera parte del total. Los consejeros dicen
que el presidente Obama, tiene muchas razones para meterse de lleno en las
letales operaciones contra el terrorismo. Como un estudioso de los escritos
sobre la guerra de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, Obama cree que, él debe
de tomar responsabilidad moral por tales acciones. “El entiende que no se trata
de ciencia, que esto es el resultado del juicio hecho la mayoría de las veces
con base en fuentes de inteligencia humana,” dijo William Daley, ex jefe de
gabinete. “El presidente acepta como un hecho que cierta cantidad de errores van
a tener lugar, y para él, eso amerita un proceso mucho más juicioso.”
Una vez más, las palabras fallan. Los consejeros bombeando a los reporteros
con información a cerca del sabio, juicioso filósofo-rey, consultando a Aquino
y a Agustín, antes de enviar un misil desde un avión a control remoto, sobre un
grupo de acampadores en Yemen o de agricultores en Paquistán, quienes tienen las
características asociadas con el terrorismo, pero cuyas identidades son
desconocidas (“signature strikes,” el nombre de esta práctica). El filósofo-rey
tomando el mismo, noblemente, la “responsabilidad moral” por los asesinatos en
masa. Y la caballerosa aserción de que, “cierta cantidad de errores van a tener
lugar” – una anodina, despreocupada aceptación de que usted de hecho va a matar
a seres humanos inocentes de manera rutinaria – precisamente como si usted
caminara hacia un hombre inocente en una calle, pone una pistola en su cabeza y
le revienta los sesos, quedando regados sobre la acera… luego se marcha del
lugar, impertérrito, absuelto y libre para matar de nuevo. Y de nuevo. Y de
nuevo. Esta psicopática matanza en serie es, evidentemente, lo que Sn Agustín
quiso dar a entender por “responsabilidad moral.”¿Quién lo sabía?
La profunda preocupación de Obama por la “responsabilidad moral” es también
reflejada en su decisión de matar de acuerdo a esa práctica llamada “signature
strike”- o sea, matar a gente que usted no conoce, quienes ni siquiera han
saltado en las diapositivas de su Powerpoint, pero que usted piensa que lucen o
que podrían actuar como potenciales “terroristas.” (O si usted recibe
información catalogada como “inteligencia humana” de algún agente o informante,
o de alguien con rencillas, o de alguien en busca de dinero, de que un grupo de
personas haciendo algo en algún lugar podrían ser terroristas). “Esta
responsabilidad moral” es también vista en la decisión de Obama de contar a
todos aquellos varones en edad militar como combatientes… a no ser que haya una
explicita inteligencia demostrando póstumamente que eran inocentes.” ¡Culpable
hasta que se pruebe póstumamente inocente! ¿Qué tal, como les parece eso, por
“responsabilidad moral”? En esto Obama ha sobrepasado a San Agustín y a Santo
Tomás – sí, hasta el gran Aristóteles – en esta atrevida y descarada extensión
de los parámetros de la responsabilidad moral.
Esto va, confieso, más allá de mi imaginación; que un líder nacional tan
profundamente inmerso en el asesinato de personas anunciara con bombos y
platillos sus atrocidades, tan abiertamente, regodeándose – y así
deliberadamente, enviando a sus más importantes consejeros a coludir en una
gran historia con el periódico más importante del país, para asegurar una máxima
exposición de su matanza desenfrenada. Aunque muchos líderes han hecho uso de
tales poderes, siempre ha buscado la manera de ocultar u oscurecer la realidad
de esas operaciones. Aun los nazis tuvieron mucho cuidado en ocultar del público
la verdadera naturaleza de sus programas de asesinatos. Y uno apenas puede
concebir a Stalin invitando a los reporteros de Pravda a las reuniones del
Politburo, en donde Stalin, Molotov y Beria debatían las listas de los
“terroristas” contrarrevolucionarios entregadas por la KGB, marcando a quienes
debían o no debían morir. Por supuesto, esas listas también estaban basadas en
“reportes de inteligencia,” muchas veces obtenidas a través de “estrenuas
técnicas de interrogación,” o de los reportes de los informantes. Sin duda estos
reportes eran tan creíbles, como las presentaciones Powerpoint, revisadas cada
semana por Obama y su equipo. Y sin duda Stalin y su equipo estaban sinceramente
preocupados a cerca de la “seguridad nacional,” como lo está hoy en día el
acolito de Santo Tomás de Aquino, en la Casa Blanca – y tan determinado en hacer
lo que sea necesario para preservar esa seguridad. Como a Stalin le gustaba
decir de la gente inocente que quedaba atrapada en sus tareas de seguridad
nacional: “Cundo se raja leña, vuelan las astillas.”
Por supuesto, Stalin fue un malvado sin ningún sentido de la responsabilidad
moral. En nuestros muy iluminados tiempos, bajo la guía de un laureado con el
Premio Nobel de la Paz en la Casa Blanca, somos mucho más sabios, mucho más
mejores. Nosotros decimos: “Cierta cantidad de errores van a tener lugar.” ¿No
hay más sutilidad? ¿No hay más moral? Hay mucho más, mucho más de esta nulidad –
y podrida hipocresía e insulso servilismo – en esa historia. Pero no tengo la
fortaleza o el estómago para avanzar a través de este fango. Apesta a muerte.
Nos salpica, nos mancha a todos nosotros.
Originalmente publicado por la revista digital Counterpunch el 29 de mayo
2012
http://www.counterpunch.org/2012/05/29/the-nyts-love-letter-to-death-squads/
Traducción por La
Cuna del Sol Copyright © CounterPunch All rights reserved.
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