Afganistán, vieja estrategia fallida
Robert Fisk 3 de diciembre de 2009
Le tiran a los rusos, me dijo un joven paracaidista. Hacía frío. Nos
acabábamos de topar con su unidad, la División Soviética 105 aerotransportada,
cerca de Charikar, al norte de Kabul, y me mostraba su mano vendada. La sangre
aún le chorreaba y manchaba la manga de su uniforme. Era un adolescente de
cabello rubio y ojos azules. Junto a nosotros estaba un camión de carga
soviético cuya parte posterior había sido volada en pedazos por una mina, sí,
esas que se llaman artefactos explosivos improvisados. No era así como nosotros
las conocíamos, pero aún así el vehículo quedó con las llantas hacia arriba en
una zanja. Con dolor evidente, el joven levantó la mano hacia las cimas de las
montañas que eran patrulladas por un helicóptero soviético. ¿Podía haberme
imaginado entonces que los señores Bush y Blair nos iban a llevar al mismo
sepulcro de ejércitos, casi tres décadas más tarde? ¿O que un joven presidente
estadunidense haría exactamente lo que los rusos intentaron tantos años
antes?
En el transcurso de las semanas veríamos a Kabul siendo tomada por el
ejército soviético y las más grandes áreas de Afganistán abandonar las vastas
áreas montañosas y desérticas para dejárselas a los terroristas, al tiempo que
insistían en que podían erigir un gobierno laico sin corrupción en la capital y
dar seguridad a sus habitantes. En la primavera de 1980 presencié el incremento
militar enviado por los soviéticos. ¿Suena familiar? Los rusos anunciaron que
darían entrenamiento al ejército afgano. ¿Les suena familiar? Sólo 60 por ciento
de las fuerzas afganas acataban órdenes en ese momento. Sí, suena familiar.
Victor Sebestyen, quien ha investigado exhaustivamente para un libro sobre la
caída del imperio soviético, ha escrito ampliamente sobre esos días congelados
en que los rusos atacaron Afganistán justo después de la Navidad de 1979. Cita
al general Sergei Akhromeyev, comandante de las fuerzas armadas soviéticas quien
reportaba el Politburo soviético, en 1986. No existe porción de la tierra de
Afganistán que no esté siendo ocupada, en un momento u otro, por nuestros
soldados. Sin embargo, mucho del territorio está en manos de terroristas.
Controlamos los centros provinciales, pero no logramos conservar el poder
político sobre el terreno que logramos conquistar.
Como señala Sebestyen, el general Akhromeyev aseguró que si no le enviaban
tropas adicionales, la guerra en Afganistán continuaría por un muy, muy largo
tiempo. ¿Qué tal si ahora citamos, no sé... por ejemplo a algún comandante
británico o estadunidense en el Helmand de hoy? Nuestros soldados no tienen la
culpa. Han luchado con increíble valentía en condiciones adversas. Pero ocupar
localidades y poblados durante un corto tiempo no vale nada en una tierra tan
vasta en la que los insurgentes se ocultan con facilidad por las montañas. Esto,
claro, lo dijo Akhromeyev, en 1986.
Yo vi esa tragedia desenvolverse en los lúgubres primeros meses de 1980. En
Kandahar la gente exclamaba desde los tejados Alá Akbar y en los caminos en las
afueras de la ciudad. Conocí a los insurgentes, equivalentes a los actuales
talibán, que bombardeaban formaciones militares soviéticas.
Al norte de Jalalabad detuvieron el autobús en que yo viajaba y llevaban
rosas rojas metidas en los cañones de sus rifles Kalashnikov. Bajaron del
vehículo a los estudiantes comunistas que había a bordo del vehículo y no me
ocupé por saber qué les pasó. Supongo que no fue nada distinto de lo que le
ocurre actualmente a estudiantes que apoyan al gobierno afgano y que caen en
manos del talibán.
En las afueras de Jalalabad me entré que los mujaidin, los luchadores por la
libertad favoritos del presidente Ronald Reagan, habían destruido una escuela
porque aceptaba a niñas como alumnas. Muy cierto. Tanto, que el director del
colegio y su esposa fueron quemados y colgados de un árbol.
Los afganos nos contaban historias extrañas sobre prisioneros políticos que
eran sacados del país y torturados dentro de la Unión Soviética, en secreto.
En Kandahar, el propietario de una tienda, un hombre de más de 50 años, usaba
al mismo tiempo un suéter europeo y un turbante, y se me acercó un día en la
calle. Aún tengo las notas de mi entrevista.
A diario el gobierno dice que los precios de los alimentos bajarán, dijo. A
diario nos dicen que las cosas mejoran gracias a la cooperación de la Unión
Soviética. Pero no es verdad. ¿Se da usted cuenta de que el gobierno no controla
ni siquiera los caminos? Al diablo con ellos. Se limitan a aferrarse a las
ciudades.
Los mujaidin infestaban la provincia de Helmand y cruzaban una y otra vez la
frontera paquistaní, tal como hoy lo hacen los talibanes. Un avión bombardero
soviético Mig incluso cruzó la frontera a principios de 1980 para
atacar a los guerrilleros.
El gobierno de Pakistán y el de Estados Unidos, por supuesto, han condenado
la flagrante violación de la soberanía paquistaní. Bueno, díganle eso a los
jóvenes estadunidenses que controlan los aviones sin piloto Predator
que con tanta frecuencia cruzan la frontera Pakistán-Afganistán para atacar al
talibán.
En Moscú, casi un cuarto de siglo más tarde, me reuní con algunos de los
antiguos ocupantes rusos de Afganistán. Algunos son ahora adictos a las drogas,
otros padecen de lo que se conoce como desorden de estrés postraumático.
Pero en este día histórico en que Barack Obama se hunde a plomo en el caos,
recordemos también la retirada británica de Kabul y la destrucción que sufrió
esta ciudad, en 1842.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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