El experimento del Dr. Wolfowitz
Samuel Quilombo 2
de noviembre de 2010
"Hablamos de una clase especial de personas, en unas circunstancias únicas
y en una guerra muy especial" Paul Wolfowitz, Entrevista
con Jim Lehrer, 21 de marzo de 2002
Si encierras a un muchacho de quince años en una base militar como la de
Guantánamo, lo mantienes allí durante ocho años y lo torturas
con cierta regularidad, es muy posible que su espíritu quiebre y se declare
culpable de lo que sea frente a los militares que lo capturaron en un país
ocupado. Esta hipótesis se ha confirmado en la farsa de juicio en la que Omar
Khadr aceptó finalmente los cargos que presentó el gobierno
estadounidense (primero la administración Bush, ahora la de Obama). En el
acuerdo judicial se parte de la consideración de Khadr como "beligerante
enemigo extranjero no privilegiado (sic)", un engendro
jurídico que, según la fiscalía, permite que no se le aplique el Convenio de
Ginebra relativo al trato de prisioneros de guerra. Según el gobierno, Khadr no
habría formado parte de una insurgencia, o de una milicia, sino de un grupo
terrorista, Al Qaeda, lo que justifica un tratamiento diferente. Seguirá
preso ocho años más, uno de ellos en la base de Guantánamo, que sigue sin
cerrarse, y el resto en su país de origen, Canadá.
Omar Khadr es la última víctima de un experimento. Se sabía que desde
principios de 2002 George W. Bush había autorizado a la CIA y al Departamento de
Defensa, dirigido por Donald Rumsfeld, la práctica generalizada de
torturas en los interrogatorios, no sin antes asegurarse las apropiadas
garantías
legales. Menos conocido es que el objetivo real de muchas de estas torturas
no fue otro que la experimentación para un
sistema demente. El 25 de marzo de 2002 -cuatro días después de que pronunciara
la frase que encabeza esta entrada- el Subsecretario de Defensa Paul
Wolfowitz firmó una directiva
que, aunque no lo explicitara, proporcionaba al Departamento de Defensa otra
cobertura legal: para ensayar con los prisioneros técnicas especiales de tortura
que permitieran recoger información, "detectar engaños", o fabricar testimonios.
Así al menos lo interpretaron sus subordinados. Un
artículo de Jason Leopold y Jeffrey Kaye que publicó Truthout hace
dos semanas revela el alcance de esta directiva, que fue desclasificada en 2009
por Barack Obama. Como suele suceder con todo lo relacionado con la tortura,
apenas ha tenido repercusión.
Extracto de la Directiva del Departamento de Defensa de 25 de marzo de
2002, firmada por Paul Wolfowitz.
Desde la aprobación del Código de
Nuremberg en 1947 se prohíbe la experimentación con seres humanos cuando no
media su consentimiento informado, lo que nunca ha impedido que el
gobierno de los Estados Unidos haya experimentado
en secreto cuando le parecía. Como cuando médicos estadounidenses inocularon
sífilis a más
de un millar de guatemaltecos o, dentro de sus propias fronteras, a cientos de
afroamericanos. Con la aplicación de determinadas técnicas de tortura, la
administración Bush pretendía poner a prueba la resistencia mental de los
prisioneros y estirar los límites de la legalidad. Paul Wolfowitz, uno de
los ideólogos más importantes de la invasión y destrucción de Iraq, reconocía en
su directiva que los presos en manos del departamento -que díficilmente pueden
prestar un consentimiento no viciado- podían incluirse entre los sujetos
"vulnerables" que debían recibir una "protección especial" en las
investigaciones llevadas a cabo por el Departamento de Defensa, y que solamente
se prohibían tales investigaciones con respecto a los "prisioneros de guerra".
Lo que abría la puerta para experimentar "técnicas de interrogatorio" (como las
SERE)
con "combatientes enemigos", bajo el control de un equipo médico, la supervisión
de psicólogos
y el asesoramiento de abogados.
La directiva, aún en vigor y en proceso de actualización, permite plantear
"excepciones" a la norma general del consentimiento informado.
Tras su etapa en el Departamento de Defensa, Paul Wolfowitz pasó a hacer
experimentos económicos con el Banco Mundial (como hizo antes otro criminal de
guerra, Robert Macnamara), institución que dirigió -es un decir- hasta que
dimitió por un asunto menor de corrupción, al haber favorecido a su novia en la
institución. Hoy vive del Consejo Empresarial EE UU - Taiwán y del American Enterprise Institute, un
centro de investigación ultraconservador y muy influyente. Ahora se muestra
menos en público, pero seguro que en los próximos ocho años, si la salud se lo
permite, volverá a aparecer de vez en cuando en
televisión o a asistir a pomposas reuniones con la gente
importante.
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