¿Qué significa victoria?
Los nueve términos propagandísticos orwellianos que definen el Estado de
Guerra de EE.UU.
Tom Engelhardt Tom Dispatch 28 de junio de 2011
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Ahora que Washington se encuentra ante seis guerras, por lo menos (Irak,
Afganistán, Pakistán, Libia, Yemen, y de modo más general, la guerra global
contra el terror), los estadounidenses viven en un nuevo mundo bélico. Aunque no
se hayan alistado en las fuerzas armadas compuestas solo de voluntarios, en
ninguno de nuestros 17 órganos de inteligencia, el Pentágono, los fabricantes de
armas y corporaciones de pistoleros a sueldo asociadas con él, o con alguna otra
parte del Complejo Nacional de Seguridad, las guerras distantes de EE.UU. siguen
en gran parte sin su participación (por lo menos hasta que venzan las
cuentas).
La guerra de alguna forma pone casi todo al revés, incluido el lenguaje. Pero
con la pérdida de puestos de trabajo, casas embargadas, una infraestructura que
se desmorona y un clima extraño ¿quién llega a darse cuenta? Esto significa
indudablemente que estáis usando un conjunto de palabras de guerra
antediluvianas o definiciones de los días de vuestros padres. Es hora de ponerse
al día.
Presentamos, por lo tanto, lo último en palabras de guerra: que está adentro,
que está afuera, que está al revés. A continuación hay nueve términos comunes
asociados con nuestras actuales guerras que probablemente no significan lo que
pensáis. Ya que vivimos en un Estado de guerra del Siglo XXI, más vale que os
acostumbréis a utilizarlos.
Victoria: Lo mismo que derrota, es una palabra “tendenciosa” y en
lugar de definirla, los estadounidenses deberían simplemente evitarla.
En su última rueda de prensa antes de su retirada, preguntaron al secretario
de Defensa, Robert Gates, si EE.UU. estaba “ganando en Afganistán”. Respondió:
“He aprendido un par de cosas en cuatro años y medio, y una de ellas es tratar
de mantenerme lejos de palabras tendenciosas como ‘ganar’ y ‘perder’. Lo que
diré es que creo que estamos teniendo éxito en la implementación de la
estrategia del presidente, y creo que nuestras operaciones militares están
teniendo éxito en quitar a los talibanes el control de las áreas pobladas, en
degradar sus capacidades y en mejorar las de las fuerzas nacionales de
seguridad afganas.”
En 2005, George W. Bush, a quien también sirvió Gates, utilizó la palabra
“victoria” 15 veces en un solo discurso (“Estrategia nacional para la victoria
en Irak”). Hay que recordar, sin embargo, que nuestro anterior presidente
aprendió sobre la guerra en los cines de su infancia, cuando los marines siempre
avanzaban y los estadounidenses realmente ganaban. Hay que pensar en su obsesión
por la victoria como el equivalente de una resaca de mediados del Siglo XX.
En 2011, a pesar de las quejas de unos pocos residuos neoconservadores que
sueñan con glorias pasadas, se puede buscar la “victoria” por todas partes en
Washington. No la encontraréis. Es el equivalente verbal de un Yeti. Tener
“éxito en la implementación de la estrategia del presidente” ¿qué más se puede
pedir? Mantener al enemigo “a la defensiva”: ¡eh!, ¿a 10.000 millones mensuales,
si eso no es “éxito”, que me digan qué lo es?
Hay que admitir que el asesinato de Osama bin Laden se trató como si fuera el
Día de la Victoria [VJ] que terminó con la Segunda Guerra Mundial, ¿pero ganar
realmente una guerra? ¡No hagáis reír al secretario de Defensa Gates!
Tal vez, si todo sale a la perfección, dentro de algún año en el futuro
cercano podremos celebrar el Día DE (Degradar al Enemigo).
Enemigo: Cualquier pobre diablo supermaligno a cuyas costas podamos
reunir por lo menos 1,2 billones (millones de millones) de dólares al año para
el Complejo Nacional de Seguridad.
“Realmente considero a al-Qaida en la Península Arábiga con Al-Awlaki, líder
de la organización como el riesgo más importante para nuestra patria”. Lo dijo
Michael Leiter, consejero presidencial y director del Centro Nacional de
Contraterrorismo, en febrero pasado, meses antes de que eliminasen a Osama bin
Laden (y de la renuncia del propio Leiter). Desde la muerte de bin Laden, la
evaluación de Leiter en la práctica se ha secundado en Washington. Por ejemplo,
el periodista del New York Times, Mark Mazzetti, escribió recientemente:
“La CIA considera que la filial de al-Qaida en Yemen plantea la mayor amenaza
inmediata para EE.UU., más incluso que la dirigencia superior de al-Qaida que
supuestamente se oculta en Pakistán”.
Ahora bien, esto es lo extraño. Hubo una época en la que este tipo de
declaraciones podía haber sido equivalente a anuncios de victoria: ¿Es todo lo
que les quedó?
Por cierto, hubo una época en la que cuando le preguntabas a un
estadounidense quién era el hombre más peligroso del planeta te podría haber
dicho Adolfo Hitler, José Stalin o Mao Zedong. En la actualidad no hay que
pensar en términos de enemigo para nada: pensad en el archimalo Lex Luthor o en
Doctor Doom, cualquiera, de hecho, capaz de sustituir al Mal todopoderoso.
Ahora mismo, después de bin-Laden, el supermalo preferido es Anwar al-Awlaki,
un enemigo con poderes aparentemente casi sobrehumanos para molestar a
Washington, pero ningún ejército, ningún Estado y ningunas finanzas de
importancia. El “clérigo radical” nacido en EE.UU. vive como semi fugitivo en
Yemen, un país menesteroso del cual hasta ahora pocos estadounidenses habían
oído hablar. Al-Awlaki está considerado, por lo menos parcialmente, responsable
de dos conspiraciones de alto perfil contra EE.UU.: el atacante con la bomba en
su ropa interior y los paquetes con bombas enviados por avión a algunas
sinagogas en Chicago.
Ambas fracasaron miserablemente, a pesar de que ni Superman ni los
Cuatro Fantásticos corrieron al rescate.
Como Mal Uno, al-Awlaki es un enemigo vudú, un guerrero de YouTube (“el bin
Laden de Internet”) con poco más que su ingenio y cualquier superpotencia que
pueda encontrar para que le ayuden. Se dice que fue responsable de ayudar a
envenenar la mente del psiquiatra del ejército, el mayor Nidal Hassan, antes de
que hiciera volar a 13 personas en Fort Hood, Texas. Una cosa es indudable: se
ha metido profundamente en la cabeza de la guerra contra el terror de
Washington. Como resultado, el gobierno de Obama intensifica significativamente
la guerra contra él y el grupo variopinto de miembros de las tribus con los que
anda y que usan el nombre de Al-Qaida en la Península Arábiga.
Guerra clandestina: Significaba guerra secreta, una guerra “en las
sombras” y por lo tanto alejada de la vista del público. Ahora, significa una
guerra con publicidad total de la que todos saben, pero nadie puede hacer nada
al respecto. Pensad: está en las noticias, pero no es oficial.
Imaginad: en la actualidad nuestras guerras “clandestinas” producen noticias
en primera plana. En la semana en que tuvo lugar la operación de máximo secreto
para asesinar a Osama bin Laden obtuvo un 69% sin precedentes en el espacio
dedicado a las noticias en los medios de EE.UU. y un 90% de cobertura en la
televisión por cable. Y los más secretos guerreros clandestinos de EE.UU., el
Team 6 de elite de los SEAL, provocaron una “SEAL-manía” en todo el país.
Además, no dejan de publicar ni el más mínimo ataque de un avión no
tripulados en la guerra aérea clandestina dirigida por la CIA en las áreas
tribales fronterizas de Pakistán. De hecho, como en el caso de Yemen en la
actualidad, ahora discuten, debaten y elogian futuros planes para lanzar o
intensificar guerras clandestinas al estilo paquistaní e informan ampliamente al
respecto. En cierto momento el director de la CIA, Leon Panetta, llegó a
alardear de que, cuando tenía que ver con al-Qaida, la guerra aérea clandestina
de la Agencia en Pakistán era “el único juego aceptado por todos”.
Hay que pensar en la guerra clandestina actual como el equivalente de un
misil guiado por calor apuntado directamente a ese espacio noticioso en los
medios dominantes. Las “sombras” que otrora cubrían operaciones enteras ahora
solo cubren a los responsables de ellas.
Bases permanentes: En el modo estadounidense de guerra, las bases
militares construidas en suelo extranjero son algo parecido a la heroína. El
Pentágono no puede dejar de construirlas y no puede vivir sin ellas, pero las
“bases permanentes” no existen, no para los estadounidenses. Nunca.
Es bastante simple, pero permitidme que a pesar de todo sea absolutamente
claro. Los estadounidenses podrán tener por lo menos 865 bases en todo el mundo
(sin incluir las que están en zonas de guerra), pero no tenemos ningún deseo de
ocupar otros países. Y dondequiera tenemos guarniciones (¿Dónde no las
tenemos?), no queremos quedarnos, no permanentemente, en todo caso.
A fin de cuentas, para un planeta que tiene más de cuatro mil millones de
años, nuestras 90 bases en Japón, que solo tienen unos 60 años de existencia, o
nuestras 227 bases en Alemania, algunas de unos 60 años, o las que están en
Corea, de unos 50, cuentan poco. Además, sabemos de buena fuente que las bases
permanentes no corresponden al buen espíritu estadounidense. El secretario de
Defensa, Donald Rumsfeld lo dijo en 2003, cuando las primeras mega-bases
iraquíes planificadas por el Pentágono ya estaban en los tableros de dibujo.
Hillary Clinton volvió a decirlo el otro día, sobre Afganistán, y un funcionario
estadounidense anónimo agregó para que quedara claro: “Hay tropas de EE.UU. en
diversos países durante un tiempo considerable, que no están allí
permanentemente”. ¿Estará hablando de Corea? Por lo tanto, entendedlo bien, los
estadounidenses no quieren bases permanentes. Punto final.
Y es sorprendente cuando se piensa en ello, ya que los estadounidenses están
constantemente construyendo y actualizando bases militares en todo el globo. El
Pentágono es un adicto. En Afganistán, se ha vuelto totalmente loco, ¡más de 400
bases y sigue construyendo! No solo eso, Washington ahora está profundamente
involucrado en negociaciones con el gobierno afgano para transformar algunas de
ellas en “bases conjuntas” para quedarse en ellas a menos que el infierno se
congele, por lo menos hasta que los soldados afganos consigan ser a la fuerza un
ejército al estilo estadounidense. ¿El mejor cálculo estimado reciente para eso?
2017 sin pretender aproximarse.
Por suerte tenemos intenciones de entregar a los afganos esas numerosas bases
que construimos utilizando miles de millones de dólares, incluyendo los
gigantescos establecimientos en Bagram y Kandahar, y quedarnos solo un poco, tal
vez “décadas” en calidad de –y la palabra no podría ser más delicada y juiciosa–
“inquilinos”.
Y, a propósito, hay noticias que acompañan los recientes informes de que la
CIA se prepara para dar a los militares de EE.UU. una importante mano encubierta
en su campaña en Yemen, que señalan que la Agencia está construyendo
apresuradamente una base propia en un país no identificado del Golfo Pérsico.
Solo una base. Pero no hay que esperar que baste con eso. Después de todo, es
como comenzar a comer papas fritas.
Repliegue: Nos vamos, nos vamos… ¡Pero no ahora mismo y basta de
presiones!
Si nuestras bases son inyecciones de heroína, entonces el hecho de que los
militares de EE.UU. se vayan de alguna parte representa una forma de
“abstinencia”, lo que implica convulsiones. Como en el caso de las drogas, es
condenadamente fácil meterse en lo que Washington no puede dejar de hacer.
Salirse es lo terrible. ¿Quién puede culparlos si no quieren irse?
En Irak, por ejemplo, Washington ha estado con un terrible síndrome de
abstinencia desde 2008, cuando el gobierno de Bush decidió que todas las tropas
de EE.UU. debían irse antes de finales de este año. Uno puede oír todavía todas
esas botas de combate que se arrastran en la arena. Por ahora, los altos
responsables del gobierno y de las fuerzas armadas casi imploran a los iraquíes
que permitan que nos quedemos en unas pocas de nuestras monstruosas bases, como
el mal llamado Campo Victoria o la Base Aérea Balad, que en su apogeo tenía un
tráfico aéreo que según dicen rivalizaba con el del Aeropuerto Internacional
O’Hare de Chicago. Pero de eso se trata: incluso si los militares
estadounidenses se fueran oficialmente, Washington todavía no se propone partir
en realidad.
En los últimos años, EE.UU. ha construido “embajadas” por importe de casi mil
millones de dólares que son en realidad puestos de comando regionales parecidos
a ciudadelas en el Gran Medio Oriente. La semana pasada cuatro ex embajadores de
EE.UU. en Irak suplicaron al Congreso que suelte los 5.200 millones de dólares
solicitados por el gobierno de Obama para que el Departamento de Estado pueda
convertir su embajada de Bagdad en una misión militar masiva con 5.100
mercenarios y una pequeña fuerza aérea mercenaria.
En resumen: “Adiós. Fue un placer conocerlo” no es una canción que le guste
cantar a Washington.
Guerra de aviones no tripulados (Vea también Guerra Clandestina):
Una campaña aérea permanente que utiliza aviones no tripulados armados con
misiles que envían tanto el repliegue como la victoria a la escombrera de la
historia.
¿Se trata siquiera de una “guerra” cuando sólo un bando aparece realmente y
sólo un bando sufre daños? Los aviones no tripulados de EE.UU. son
frecuentemente dirigidos desde miles de kilómetros de distancia por “pilotos”
que, al abandonar sus bases estadounidenses después de un turno de trabajo “en”
una zona de guerra, pasan letreros que les advierten de que conduzcan con
cuidado porque puede ser “la parte más peligrosa de tu día”. Es algo nuevo en la
historia de la guerra.
Los aviones no tripulados son el armamento clandestino preferido en nuestras
guerras encubiertas, lo que significa, claro está, que los militares ya no
resisten las ganas de escoltar a los periodistas afines a sus laboratorios
secretos y sus terrenos de pruebas experimentales para revelar visiones
deslumbrantes de futura destrucción.
Para que los aviones no tripulados parezcan lógicos, probablemente debemos
dejar de pensar en la “guerra” y comenzar a imaginar otros modelos, por
ejemplo, el del verdugo que lleva a cabo una condena a muerte contra otro ser
humano sin ningún peligro para sí mismo. Si el aviones no tripulados es
realmente el arma de un verdugo, una versión moderna aerotransportada de la
guillotina, el dogal del verdugo, o la silla eléctrica, la condena a muerte que
conlleva no es dictaminada por un juez y ciertamente no por un jurado de sus
pares.
Es combinada por agentes de inteligencia basados en evidencia fragmentaria (y
a menudo justificada por intereses propios), organizada por especialistas en
objetivos y aprobada por una señal de los militares o abogados de la CIA. Todos
están a algunos, cientos o miles de kilómetros de distancia de sus víctimas,
gente que no conocen, y que no comprenden ni siquiera vagamente, y cuya cultura
no comparten. Además, los delitos capitales a menudo no se comprueban, no se han
cometido, nunca se ejecutarán o no existen. El hecho de que los aviones no
tripulados, a pesar de su armamento de “precisión”, eliminan regularmente a
civiles inocentes así como a posibles o reales terroristas nos recuerda que, si
éste es nuestro modelo, Washington es un verdugo borracho.
En cierto sentido, la guerra contra el terror de Bush sacó a los aviones no
tripulados de la profundidad de su subconsciente para satisfacer sus deseos más
básicos: ser interminable y llegar a cualquier sitio en la Tierra con un sentido
de venganza al estilo del Viejo Testamento. El aviones no tripulados hace
picadillo de la victoria (que involucra un punto final), del repliegue (hay que
haber estado presente para comenzar) y de la soberanía nacional (vea a
continuación).
Corrupción: Algo inherente en la naturaleza de iraquíes y afganos
desgarrados por la guerra, de la cual solo los estadounidenses, con y sin
uniforme, pueden salvarlos.
No nos deben distraer los 6.600 millones de dólares, que en forma de billetes
de 100 dólares empaquetados al vacío, cargados por el gobierno de Bush en
aviones de transporte C-130, enviados a Irak liberado en 2003 para propósitos de
“reconstrucción”, y de alguna manera traspapelados. El inspector general
especial de EE.UU. para la reconstrucción de Irak sugirió recientemente que
podría ser “el mayor robo de fondos en la historia nacional”; por otra parte,
tal vez simplemente se traspapelaron… para siempre.
El presidente del parlamento de Irak afirma ahora que hasta 18.700 millones
de dólares se perdieron-en- acción, pero los iraquíes, como sabéis, son
corruptos y volubles. De modo que no prestéis atención. En todo caso, no os
preocupéis, no era nuestro dinero. Todos esos billetitos frescos procedieron de
ingresos del petróleo iraquí, que por casualidad estaban retenidos en bancos de
EE.UU. Y en zonas de guerra, ¿qué se le va a hacer? ¡A los pobres billetes de
100 dólares les pasan a veces cosas terribles!
En todo caso, la corrupción es endémica en las sociedades del Gran Medio
Oriente, que carecen de los fundamentos institucionales de las sociedades
democráticas. No es sorprendente, por lo tanto, que en el empobrecido y
narcotizado Afganistán esté fuera de control. Por suerte Washington ha luchado
noblemente contra sus estragos durante años. Una y otra vez, los responsables
estadounidenses han persuadido, amenazado, e incluso intimidado al presidente
afgano Hamid Karzai y a sus compatriotas para lograr que tomen medidas enérgicas
contra las prácticas corruptas y realicen elecciones honradas para crear apoyo
al gobierno respaldado por EE.UU. en Kabul.
Sin embargo hay algo extraño: un informe sobre la reconstrucción afgana
recientemente publicado por el personal de la mayoría demócrata del Comité de
Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU. sugiere que los fondos “de
desarrollo” militar y extranjero que se han prodigado al país, y que representan
un 97% de su producto interno bruto, han tenido un papel importante en el
fomento de la corrupción. Para encontrar un equivalente en tiempos de paz,
imaginemos que los bomberos se apresuran a llegar a un incendio solo para lanzar
gasolina encima y luego atacar a los habitantes del edificio por
incendiarios.
Soberanía nacional: 1. Algo que los estadounidenses llevan en el
corazón y que no permitirían que fuera violado por ningún otro país; 2. Algo a
lo que se aferran irracionalmente los extranjeros, una señal de falta de
fiabilidad o de inestabilidad mental.
Lo que sigue es el credo del Estado de guerra estadounidense en el Siglo XXI.
Por favor memorizadlo: El mundo está a nuestros pies. No lloraremos. Podemos
enviar misiles [bombardear, atacar de noche, invadir] a quién nos dé la gana,
cuándo nos dé la gana, dónde nos dé la gana. Es lo que se debe llamar “seguridad
estadounidense”.
Los que estén en otro sitio, con una reverencia desubicada por su propia
seguridad, o un sentido exagerado de orgullo y de dignidad, los que se ponen en
peligro, ¡tengan cuidado! Después de todo, en una frase: Soberanos somos
nosotros.
Nota: Como todavía vivimos en un planeta imperial en sentido único, no
tratéis de invertir nada de lo mencionado, ni siquiera como experimento mental.
No podéis imaginar aviones no tripulados iraníes persiguiendo terroristas
en el sur de California o a fuerzas de operaciones especiales paquistaníes que
lancen incursiones nocturnas contra pequeñas ciudades del medio oeste de EE.UU.
No si sabéis lo que os conviene.
Guerra: Un concepto totalmente dúctil que depende enteramente del
punto de vista del observador.
Es indudablemente el motivo por el cual el gobierno de Obama decidió
recientemente no volver al Congreso para que apruebe su intervención en Libia,
como lo requiere la Resolución de Poderes de la Guerra de 1973. En vez de eso,
el gobierno publicó un informe en el que declara esencialmente que la de Libia
no es en absoluto una “guerra” y por lo tanto no cae bajo las provisiones de esa
resolución. Como explica ese informe: “Las operaciones de EE.UU. [en Libia] no
involucran [1] combates permanentes o [2] intercambios activos de fuego con
fuerzas hostiles, ni involucran [3] la presencia de tropas terrestres de EE.UU.,
víctimas estadounidenses, o una amenaza seria de que ocurran o [4] alguna
probabilidad significativa de escalada hacia un conflicto caracterizado por esos
factores”.
Esto, por cierto, abre la posibilidad de un futuro bastante nuevo y asoleado
de EE.UU. en el planeta Tierra, en el cual ya no será descabelladamente utópico
imaginar que no haya más guerras. Después de todo, el gobierno de Obama se
orienta a intensificar y expandir su [ponga lo que quiera] en Yemen, que
cumplirá con todos los criterios mencionados, como ya lo hace su [ponga lo que
quiera] en las tierras tribales fronterizas de Pakistán. Algún día, Washington
podría garantizar la seguridad de EE.UU. en todo el globo en lo que sería,
milagrosamente, un mundo absolutamente libre de guerras.
Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project, dirige
el Nation Institute’s TomDispatch.com. Es autor de “The End of Victory
Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una
novela: “The Last Days of Publishing”. Su último libro es: “The
American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket
Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175408/tomgram%3A_engelhardt%2C_defining_an_american_state_of_war/#more
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