‘Los diez mandamientos’ para un mejor mundo estadounidense
Mi guerra contra el terror
Tom Engelhardt
TomDispatch
7 de marzo de 2015
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García
Carta a un patriota estadounidense desconocido
Querido patriota estadounidense:
Me gustaría saber tu nombre. He estado pensando en ti, en realidad en todos
nosotros y en nuestro país; quiero escribir un poco para explicarme. Déjame
empezar de este modo: deberías sentirte libre de llamarme un estadounidense
nacionalista. Tal vez suene horrible, pero es lo que yo pienso de mí mismo. De
verdad, los estadounidenses solemos reservar para nosotros la palabra más
amable de “patriota” y usamos “nacionalista” para criticar a quienes muestran
un sentimiento especial en relación con su país. Si vamos al extremo,
utilizamos “superpatriota” para nosotros y “ultranacionalista” para los otros.
En todo caso, he aquí mi peculiar forma de manifestar el nacionalismo. Yo me
siento responsable de los actos de este país como no me siento por los de otros
países o grupos. Por ejemplo, no me siento sorprendido cuando una fiesta de
boda vuela por los aires por una bomba de los talibanes o cuando el Estado
Islámico decapita a un pobre prisionero, o la fuerza aérea de Bashar el Assad
lanza barriles explosivos a los civiles, o los rusos encarcelan a activistas
políticos, o algún otro grupo o estado comete crímenes parecidos. La barbarie
humana, así como la arbitraria crueldad del poder estatal, son interminables
hechos de la historia. Es necesario oponerse a esos actos, pero ¿me siento
impresionado por ellos? No.
Sin embargo –y reconozco la irracionalidad de esto– cuando mi país hace volar por
los aires fiestas de boda en otros países, u organiza sistemas de tortura y
encarcelamiento allí donde va en el extranjero, o trata de poner entre rejas a
otro denunciante más; cuando actúa con crueldad, arbitrariedad o barbarie, yo
me siento choqueado y me pregunto por qué a más estadounidenses no les pasa lo mismo.
No me malinterpretes. Yo no me culpo por la comisión de semejantes actos, pero como
un estadounidense que soy, me siento especialmente responsable de hacer algo al
respecto, o al menos expresar mi rechazo; como debería ser también la responsabilidad
de otros, cada uno en su sitio, de lidiar con sus propios bárbaros.
Esto es lo que pienso de mis 12 años administrando TomDispatch.com en mi modesta
guerra contra el terror, el terror estadounidense. Por supuesto, no nos gusta
vernos a nosotros mismo como bárbaros; el terror es –por definición– un
conjunto de acciones anti- estadounidenses que otra gente está ansiando cometer
contra nosotros. “Ellos” quieren sacarnos de nuestros centros comerciales,
paseos y jardines. Nosotros nunca cometeríamos semejantes barbaridades; al
menos, no conciente o premeditadamente. Aquí importa poco que nosotros, tanto
las bodas como los funerales, hemos continuado haciéndolos –con las mujeres y
los niños– en el jardín trasero de cada casa con toda regularidad.
La mayoría de los estadounidenses admitiría que este país comete errores. A pesar
de nuestros mejores esfuerzos, algunas veces producimos eso que nos gusta
llamar “daños colaterales” cuando perseguimos a los malos pero ¿régimen
terrorista? Nosotros, no. Nunca.
En parte es por esto que te escribo. Yo sigo preguntándome cómo ha sido posible
que en estos años nos aferráramos con tanto éxito a semejantes ficciones. Me
pregunto por qué, al menos alguna vez, no has salido de ti mismo para observar
lo que nosotros hacemos en lugar de lo que ellos nos han hecho o podrían llegar a hacernos.
Empecemos con el incómodo hecho de que nuestro mundo que pocos aquí se toman la molestia
de mencionar: de un modo u otro, Washington ha sido cómplice en la creación o
el fortalecimiento de todo grupo extremista o terrorista en el Gran Oriente
Medio. Si no hemos sido sus progenitores, en algunos casos críticos al menos
hemos sido sus parteros o padres adoptivos.
La cuestión empezó en los ochenta con al urgencia que tenían el presidente Ronal
Reagan y su jefe de espías, el católico fundamentalista director de la CIA
William Casey, de aliarse con unos movimientos islámicos fundamentalistas en un
tiempo en que su extrema (y extremista) religiosidad parecía atractivamente
anticomunista. En esa década, sobre todo en Afganistán, Reagan y Casey
apostaron dinero, armas y adiestramiento donde les decía el corazón y
promovieron a los islamistas más extremos, que estaban dispuestos a dar un
sangriento castigo a la Unión Soviética; es decir, un Vietnam a la inversa.
Para lograr este objetivo, Washington se alió también con un estado confesional
extremo – Arabia Saudí–, al igual que con el corrupto servicio de inteligencia
pakistaní. El resultado fue un apoyo importante para unos hombres –Reagan los
animó llamándoles “luchadores por la libertad”; en una visita grupal que le
hicieron en la Casa Blanca en 1985, dijo: “Estos caballeros son el equivalente
moral de los padres fundadores de Estados Unidos”– que, algunos de ellos, están
hoy combatiendo contra nosotros en Afganistán; otros, se integraron en lo que
ha venido a conocerse como al Qaeda, una organización surgida del invernáculo
estadounidense-saudí de la guerra de Afganistán. El resto, como ellos dicen, es historia.
Del mismo modo, la impresión digital de EEUU está en la totalidad del nuevo Estado
Islámico (EI) o “califato”, en Irak y Siria. Su predecesor, al Qaeda en Irak,
vio la luz en medio del caos y las luchas civiles que siguieron a la invasión y
ocupación estadounidenses de ese país, después de que el ejército de Saddam
Hussein fuese disuelto y cientos de miles de sunníes preparados para la guerra
quedaran en las calles de las ciudades iraquíes. Buena parte de los líderes del
Estado Islámico se conocieron en la prisión militar estadounidense de Camp
Bucca; allí crecieron juntos, y reclutaron y formaron a potenciales nuevos
miembros de la organización. De hecho, sin la intervención de la administración
Bush, el EI habría sido algo impensable. Con el mismo esquema, la intromisión
de EEUU (y la OTAN) en Libia, en 2011, incluyendo los siete meses de
bombardeos, ayudó a crear las condiciones necesarias para el crecimiento de las
milicias extremistas en varias zonas de ese país; así como la campaña de
asesinatos mediante drones en Yemen ha reforzado ostensiblemente a al Qaeda en
la Península Arábiga.
En otras palabras, cada organización terrorista a la que asombrosamente
catalogamos como el bárbaro Otro tiene –curiosamente– una íntima, en general no
explorada, relación con nosotros. Además, en estos años ha quedado claro (al
menos para aquellos que viven en Gran Oriente Medio) que esos grupos no tienen
el monopolio de la barbarie. Las acciones extremas realizadas por Washington en
esa región, que van desde las cámaras de tortura de la CIA (ella los llama “sitios
negros”) hasta Abu Ghraib, desde los secuestros en cualquier lugar del mundo
hasta los helicópteros estadounidenses disparando a los civiles en las calles
de Bagdad. También ha habido un abanico de muy publicitadas actos de venganza,
incluyendo la filmación de soldados de EEUU que ríen mientras orinan sobre unos
cadáveres de enemigos, trofeos fotográficos de partes corporales tomados como
recuerdo por soldados estadounidenses, fotos de los 12 integrantes de un
“equipo de la muerte” dedicado a la caza “deportiva” de afganos y el
estremecedor recorrido de un “lobo solitario”, un sargento estadounidense, que
una noche mató a 16 aldeanos, mayormente mujeres y niños, en Afganistán. Y esto
no es más que la entrada.
Este es un asunto del que solo TomDispatch se ha
ocupado. Según mi cuenta, la fuerza aérea de Estados Unidos ha hecho saltar por
los aires, parcial o totalmente, por lo menos ocho fiestas de boda en tres
países (Afganistán, Irak y Yemen), matando en estos años a varios centenares de
personas que estaban divirtiéndose, sin que se produjera la menor alteración ni
pesadumbre en EEUU.
Es por eso que te escribo: por la falta de reacción aquí, entre nosotros. ¿Puedes
imaginar qué pasaría si unos aviones o drones de otro país hubieran eliminado a
los asistentes de ocho fiestas de casamiento en EEUU en, digamos, 12 años?
En una escala mayor, las invasiones, ocupaciones, intervenciones; los bombardeos y
ataques desde el 11-S han resultado en un aumento de la muerte de civiles, de
desplazamientos y de fragmentación en Oriente Medio. Todo esto, incluyendo esas
incursiones de asesinato con drones en el otro lado del planeta, cuadra en un
panorama de barbarie y terror que raramente reconocemos como tal. Por supuesto,
a los grupos terroristas a los que nos encanta odiar también les encanta
odiarnos y a menudo les ha faltado tiempo para emular el extremismo de nuestras
acciones, por ejemplo la adopción de los monos color naranja de Guantánamo y el
“submarino” de la CIA para sus propósitos simbólicos.
Quizá, después de todo, los estadounidenses no vean los drones, el arma de alta
tecnología más sexy que pueda haber, como dispensador de terror. No obstante,
nuestros tristemente llamados Predator (predador) y Reaper (la Parca), armados
con misiles Hellfire (fuego eterno del infierno), con sus muy seguros pilotos a
miles de kilómetros, zumban cada día sobre las poco pobladas zonas tribales de
Pakistán y rurales de Yemen sembrando el terror a su paso. Que esto es así
debería ser algo irrefutable, al menos por lo que se sabe desde el terreno.
De hecho, los asesinatos con drones de Washington podrían encajar en una categoría
que para nosotros generalmente aplica a Ellos; los terroristas tipo “lobo
solitario” en búsqueda de objetivos para hacerlos volar por los aires. En
nuestro caso, se trata de personas en las que Washington reconoce “rasgos” de
comportamiento asociados con los sospechosos de terrorismo. Son eliminados en
“ataques con firma”. Por eso, te pregunto: ¿Por qué es que en general los
estadounidenses no se dan cuenta del impacto que esta nueva forma de guerra
aérea produce en el mundo islámico, sobre todo cuando en las películas (como
las de la serie Terminator), solemos hacer campaña contra las máquinas y en favor de los seres humanos que
corren despavoridos debajo de ellas? La palabra que los operadores de drones
utilizan para referirse a sus víctimas letales es muy reveladora: “bugsplat”*.
El término evoca los sobrecogedores ataques aéreos con aviones convencionales
con los que comenzó la invasión de Irak en 2003 y refleja un inquietante
sentirse Dios, un poder divino que desde las alturas ve a los “insectos” allá abajo.
Por supuesto, una pequeña parte escondida en todo esto es que todos esos actos, más
allá de lo extremos que puedan ser, han sido reducidos a un confortable marco
único. Tú sabes qué quiero decir: la necesidad de un estado de seguridad
nacional que mantenga a los estadounidenses “a salvo” del terror. Creo que
estarás de acuerdo en que, hoy día, este es un principio sacrosanto de la época
posterior al 11-S, un principio que ha ayudado a expandir el estado de
seguridad nacional hasta unas dimensiones ni siquiera inimaginables en tiempos
de la Guerra Fría, cuando este país tenía otro enemigo imperial.
En nuestro mundo estadounidense se ha abusado demasiado de los términos
“protección” y “seguridad”. Los atentados del 11-S crearon lo que podría
llamarse una versión nacional del PTSD** del que nunca nos hemos recuperado,
aunque los peligros del terrorismo islámico –absolutamente reales– son
relativamente menores. Dejemos a un lado las auténticas amenazas a la vida de
EEUU y tomemos en cambio un oscuro ejemplo de lo que quiero decir. Hasta el más
modesto investigador sugiere que en estos tiempos tan típicos los niños
pequeños que encuentran un arma de fuego pueden matar o herir a más
estadounidenses que los terroristas. Sin embargo, los medios de información
tratan las muertes causadas por niños como historias extrañas y curiosas, no
como una crisis de ámbito nacional, ya sea el relato de la muerte de una madre en
un Wal-Mart de Idaho o las heridas que un niño infligió a sus padres en un
motel de Albuquerque. Tampoco se preocupa mucho el gobierno de los peligros que
representan los niños en plan “lobo solitario”. A pesar de esas muertes, la
legalidad de “transportar” pistolas (para protección personal –por supuesto–
contra indeterminados adultos malos) es apenas cuestionada en este país y en
lugar de ello esa práctica se extiende rápidamente lo mismo que el tipo de
lugares donde se puede portar esas armas.
Ni siquiera pierdas el tiempo pensando en los más de 30.000 muertos cada año en
accidentes de tránsito. Los estadounidenses conviven con semejantes niveles
–espectaculares, sin duda– de mortandad sin un reclamo significativo; de este
modo, la cultura del vehículo automóvil continúa intacta. Pero deja que un
lejano grupo terrorista haga conocer un vídeo con una absurda amenaza –muy
recientemente, en Somalia, al Shabab advirtiendo de un ataque en el centro
comercial América de Minnesota– y las alarmas mediáticas se ponen a sonar, el
gobierno publica advertencias, los jefes del departamento de seguridad interior
(preocupados por su presupuesto inmovilizado en el Congreso) se presentan en la
televisión para advertir a los comerciantes de que sean “particularmente cuidadosos”
y los expertos discuten sobre la posible seriedad del peligro. Olvidan que lo
único que al Shabab puede esperar de algo así es que algún perturbado habitante
de Minnesota coja una de esas armas que abundan tan libremente en nuestra
sociedad y vaya al centro comercial para hacer alguna barbaridad.
Y en el pánico constante sobre la seguridad en situaciones en las que en realidad
hay muy poco peligro, nuestras propias atrocidades, vistas como acciones
defensivas para asegurar nuestra protección, desaparecen en el océano de la alarma.
Entonces, ¿cómo responder a eso? Dudo que sigas estando de acuerdo conmigo, por lo que es
probable que mi respuesta no tenga mucho peso para ti. Sin embargo, déjame que
te la dé, bien que con algunas advertencias. A pesar de lo que puedas imaginar
ni soy pacifista ni creo en un mundo perfecto. Aún más: yo no disolvería las
fuerzas armadas de Estados Unidos. Está suficientemente claro que en este mundo
es necesario contar con un poderoso poder militar con mentalidad defensiva.
No obstante, después de 13 años debería ser una obviedad que las políticas
militaristas de este país en el Gran Oriente Medio y en cada vez más zonas de
África han significado un desastroso descalabro. No tengo dudas de que una
política exterior mucho menos brutal, menos extrema y menos belicista habría
–en términos puramente pragmáticos– sido más eficaz en cualquiera de los
aspectos imaginables. A menos, por supuesto, que tú des algún valor a un
sistema centrado en la construcción incesante un estado de seguridad nacional y
el refuerzo de la “seguridad” de ese sistema o la de un complejo
militar-industrial y la “seguridad” de ese complejo. En ese caso, la necesidad
de nuestra crueldad y la de sus consecuencias es algo más claro que un relámpago.
Aparte de eso, a pesar de lo mucho que hemos oído en este siglo XXI, mi sospecha es
que lo que es recto y moral también es práctico y realista. A partir de esto,
déjame que te ofrezca mi versión comentada de los Diez Mandamientos para un
mejor mundo estadounidense (y un mundo mejor para todos). Admitámoslo, hoy, en
esta época, bien podrían ser Veinte o Treinta Mandamientos, pero siendo la mía
una mentalidad clásica, deja que me limite a 10.
1. No torturarás: La tortura, en todas sus horrorosas formas, parece haber sido notablemente
ineficaz a la hora de producir información útil al estado. Incluso, si probara
alguna eficacia por haber desbaratado atentados de al Qaeda, seguiría siendo
tanto una acción absolutamente ilegal (aunque libre de castigo) como una
desastrosa política exterior de primer orden.
2. No mandarás drones para asesinar a alguien, sea estadounidense o no: Las
incursiones de asesinato mediante drones que están en curso, si bien matan a
algunos terroristas, han hecho que un importante número de personas en zonas
poco habitadas del planeta se una a grupos terroristas dando lugar así al
aumento de sus efectivos y de su poder de atracción. Al mismo tiempo, han
convertido al presidente Obama en nuestro asesino en jefe y a nosotros en una
nación asesina.
3. No invadirás a otros países: ¡Oh!
4. No ocuparás otros países: A propósito, ¿cómo funcionó eso las
dos últimas veces que Estados Unidos lo hizo?
5. No mejorarás tu arsenal nuclear: EEUU acaba de comprometerse a
llevar adelante un programa de mejora de su enorme arsenal nuclear que durará
10 años y costará 1.000 billones (con “b”) de dólares. Si se usara una parte
significativa de ese arsenal, acabaría con la vida humana en la Tierra tal como
la conocemos; esa perspectiva solamente debería considerarse como un crimen
contra la humanidad. Después de años en los que la atención estadounidense de
la cuestión nuclear se centró en un país –Irán– sin armas nucleares, el que
esto pasara sin un serio debate es en sí mismo criminal.
6. No intervendrás las comunicaciones de tus ciudadanos ni los de otros países del
mundo ni intentarás la construcción de un estado de vigilancia global basado en
actos ilegales: Aparentemente, no hay un lugar en el mundo en el que la NSA*** no haya intentado hacerlo para
conseguir la vigilancia de todo el planeta. Para obtener una inimaginable
cantidad de información que en realidad parece no tener ninguna utilidad.
Esencialmente, la NSA y el estado nacional de seguridad han declarado la
ilegalidad de la privacidad y hecho trizas varias enmiendas de la Constitución.
Ninguna información vale ese precio.
7. No estarás libre de castigo por los crímenes de estado: En
estos años de auténtica criminalidad, el Washington oficial se ha convertido en
una zona liberada para el crimen. No importa lo serio que sea el acto: ninguno
de ellos –si ha sido cometido en nombre del estado en la era posterior al 11-S,
no importa lo abyecto que pueda ser– ha sido llevado a los tribunales.
8. No utilizarás un enorme sistema de clasificación de secretos para privar a los
estadounidenses del conocimiento real de los actos de gobierno: En
2011, EEUU clasificó 92 millones de documentos; desde entonces, el velo de
secretismo sobre los actos del gobierno “del pueblo” no ha hecho más que
crecer. Cada vez más, por nuestra propia “seguridad”, se supone que solo
debemos saber lo que el gobierno quiere que sepamos. Esto, por supuesto, es un
crimen contra la democracia.
9. No actuarás penalmente contra quienes quieren que los estadounidenses sepan qué
está haciendo en su nombre el estado de seguridad nacional: La
feroz y draconiana campaña emprendida por la administración Obama contra
quienes filtren información clasificada y contra quienes denuncien actos
impropios no tiene precedentes en nuestra historia. Se trata de un desafío cada
día mayor a la libertad de prensa y contra el derecho a saber de los ciudadanos.
10. No vulnerarás los derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad
del ciudadano: ¿Es necesario explicarlo?
Si quieres resumir estos 10 mandamientos en una orden única, sería algo tan
sencillo como: ¡No lo hagas! O, en un momento en el que al parecer nadie lo
hace en Washington: ¡Detente y piensa entes de actuar!
Por supuesto, no hay forma de saber cómo sería un sistema nacional de seguridad
construido sobre la base de estos 10 mandamientos, al menos mientras Washington
insista tan denodadamente en repetir sus fracasos. Ahora está metido hasta el
cuello en la tercera guerra de Irak, intentando ralentizar la “retirada” de
Afganistán y continuando la acostumbrada estrategia de asesinatos con drones;
al mismo tiempo, desde el sur de Asia hasta Libia, pasando por Irak y Yemen,
las cosas solo empeoran, las organizaciones yihadistas crecen en poderío.
Aun así, la campaña electoral para 2016 ya está tomando la forma de una competencia
entre candidatos que representan más de lo mismo, incluso mucho más de lo
mismo, e incluso más y más de lo mismo. Es un hecho revelador que uno de ellos
haya regresado y que sus asesores formaran parte del elenco de planificadores
de la invasión y ocupación de Irak.
Aunque los mandamientos de más arriba no ayudaran a la formulación de una política
exterior (e interna) más práctica y segura continuaría estando convencido de
que sería el camino mejor y más saludable para transitar. Como lo muestran
regularmente los estadounidenses cuando se trata de cualquier cosa que no sea
el terrorismo, la vida es un asunto peligroso y la condición humana es convivir
con cierto nivel de inseguridad. El convertir nuestra seguridad en el valor
primordial es un error grotesco. Lo único que asegura es un estado futuro sin
relación alguna con cualquier sistema político democrático ni con los valores
que este país ha defendido. Gran parte de lo que una vez valoraron los
estadounidenses, desde la libertad a la privacidad, ya hace tiempo que se ha
perdido en el camino.
Mucho de esto debe de saberlo tu corazón; sea como sea la forma en que lo proceses,
espero que, dadas las circunstancias, el significado real que hoy tiene en este
país la palabra “patriota” te haga pensar un poco.
Sinceramente tuyo,
Tom Engelhardt
TomDispatch.com
P.S. Últimamente, en mi particular guerra contra el terror, he estado pensando
algunos “harás”. Te doy un ejemplo: Honrarás a los héroes de nuestro mundo
estadounidense; no, ¡no estoy hablando de los militares de EEUU! Me refiero a
personas como el periodista James Risen, que casi va preso por hacer su trabajo
de informador y ahora dedica su vida a “luchar por reparar el daño hecho por
Barack Obama y Reric Holder a la libertad de prensa en Estados Unidos”; o la
activista Kathy Kelly que hoy está en la prisión federal de Kentucky por
haberse manifestado en protesta por los ataque estadounidenses con drones en
una base de la fuerza aérea de Missouri.
Notas del traductor:
*. Bugsplat: dícese de los impactos de insectos contra el parabrisas de un vehículo.
**. PTSD (post traumatic stress disorder), acrónimo en inglés que alude al problema
mental producido por el impacto de situaciones extremas, el sufrido –por
ejemplo– por muchos soldados estadounidenses en la guerra de Vietnam.
***. NSA es el acrónimo de National Security Agency (Agencia Nacional de Seguridad).
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project y autor de The
United States of Fear, como también de una historia de la Guerra Fría, The
End of Victory Culture. Es integrante del Nation Institute y administrador de
TomDispatch.com. Su último libro es Shadow Government: Surveillance, Secret
Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World (Haymarket
Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/
post/175962/tomgram%3A_engelhardt%2C_the_ten_commandments_for_a_better_
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