El insecto perfecto de Abu Ghraib
José Manuel Rambla aesteladodelparaiso.wordpress.com 24 de mayo de
2009
Introducir al prisionero en una caja de confinamiento: hasta ocho horas, si
el sospechoso tiene espacio suficiente para sentarse, no más de dos, si las
dimensiones del habitáculo a penas alcanzan las de un ataúd. La privación del
sueño no excederá las 72 horas. Las duchas frías no superarán los 20 minutos si
la temperatura del agua es inferior a 5 grados. La inmersión del cautivo en la
bañera se limitará a doce segundos y su aplicación no podrá prolongarse más de
dos horas en un día, ni más de treinta días seguidos.
Así de minuciosa es la descripción de los suplicios que recogen los manuales
de la CIA para Irak o Afganistán (1). Los instructores no sólo
consiguen con ello llevar al detenido hasta esa frontera última que le separa de
la locura o de la muerte. También permiten al ejecutor, civil o militar,
alejarse de la más leve incomodidad ética del torturador para identificarse como
un meticuloso relojero de las angustias humanas (2). Incluso
posibilitan ir un poco más allá, pues la lógica del martirio no se conforma con
burócratas artesanos del quebranto; necesita que el funcionario desaparezca sin
dejar huella, que se metamorfosee en “insecto perfecto”, como aquellos grises
inspectores policiales que despreciaba Jean Genet .
El artrópodo se transforma así en el elemento clave de la tortura y las
recomendaciones del manual son precisas al respecto: el detenido nunca debe
saber si el insecto introducido en su caja de reclusión es una inofensiva oruga
o una Viuda Negra, ni si su picadura es mortal o dolorosa. Para garantizar la
efectividad del tormento es imprescindible que el detenido no vea la amenaza,
solo tiene que intuirla en la ceguera de su encierro, aunque la causa de su
terror ni siquiera exista. El torturador se desvanece entonces y, transmutado en
obsesión, es ahora la propia víctima la encargada de aplicarse el suplicio.
El mecanismo consigue así su perfecta perversión. El modelo se reproduce con
la misma eficacia en Abu Ghraib, en Bagram, en Guantánamo o en la CNN. Solo
exige que el cautivo sea reducido a la invidencia, lo que hace imprescindible
que, desde su detención, una capucha o una venda mantenga velada su mirada. Por
eso, también, el general David Petraeus y el secretario de defensa
Robert Gates han aconsejado a Barak Obama que, siguiendo las
instrucciones, se custodien en secreto las fotografías del horror (3). Ocultarlas
de la vista para anclarlas en el imaginario del ciudadano anónimo. Y una vez
adheridas a los pliegues más remotos de nuestro sistema límbico, la sospecha de
su existencia nos acechará como un gigantesco insecto articulado dentro de los
estrechos márgenes de nuestro confinamiento cotidiano. Siempre dispuesto a
saltar sobre nuestro pánico en el improbable caso de que intentáramos la
fuga.
Notas.
1) http://graphics8.nytimes.com/packages/images/nytint/docs/
justice-department-memos-on-interrogation-techniques/original.pdf
2) http://www.elpais.com/articulo/opinion/torturadores/voluntarios/
Bush/elpepiopi/20090514elpepiopi_13/Tes
3) http://www.elpais.com/articulo/internacional/Obama/rectifica/prohibe/
publicar/fotos/torturas/elpepuint/20090514elpepiint_5/Tes
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