El entramado psicológico de los brutales interrogatorios de la CIA
Sheri Fink y James Risen
The
New York Times ES
26 de junio de 2017
Dos hombres que propusieron técnicas de interrogación
consideradas como tortura enfrentan una demanda legal presentada en nombre de
exdetenidos por la CIA. Credit The New York Times
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Quince años después de que ayudó a diseñar las brutales técnicas para los
interrogatorios que se aplicaron a los sospechosos de terrorismo en las
prisiones secretas de la CIA, John Bruce Jessen, un expsicólogo militar,
expresó su ambivalencia sobre el programa.
Se describió a sí mismo y a un compañero psicólogo militar, James Mitchell,
como participantes renuentes en el uso de las técnicas, algunas de las cuales
se consideran como tortura, pero también las justificaron como efectivas para
conseguir que cooperaran los detenidos que se resistían.
“Yo creo que cualquier hombre normal, mesurado, tendría que considerar
cuidadosamente al hacer algo como esto”, comentó Jessen en una declaración que
recién se dio a conocer. “Yo deliberé con un gran pesar en el alma sobre esto
y, obviamente, concluí que se podía hacer con seguridad, o no lo hubiera
hecho”.
Los dos psicólogos –a los que funcionarios de la CIA han llamado
arquitectos del programa de interrogatorios, una designación que ellos
disputan– son los demandados en una proceso judicial que podría hacer
responsables a los participantes de haber causado daños.
Se ha documentado bien el programa, pero durante su declaración, con una
cámara enfocada en sus rostros, Jessen y Mitchell proporcionaron nuevos
detalles sobre el esfuerzo de los interrogatorios, la función que tuvieron en
ellos y su lógica. A veces, sus relatos no concordaban con su propia
correspondencia en ese entonces, así como con descripciones previas de ellos
que hicieron funcionarios y otros interrogadores como participantes entusiastas
del programa.
La Unión Estadounidense de Libertades Civiles presentó la demanda ante el Tribunal
Federal de Distrito en Spokane, Washington, en nombre de varios exprisioneros
de la CIA. The New York Times ha obtenido los videos de las deposiciones de
Jessen y Mitchell, así como los de dos exfuncionarios de la CIA y dos
exdetenidos. Para la causa, también se han dado a conocer documentos de la
dependencia recién desclasificados.
Las revelaciones sobre las prácticas de la CIA, que fueron un punto de
partida radical para Estados Unidos, desencadenaron denuncias mundiales y
amargas divisiones internas. Llevaron a la prohibición final de las técnicas y
a que la Asociación Estadounidense de Psicología prohibiera que sus miembros
participaran en interrogatorios sobre la seguridad nacional. En un informe de la comisión de inteligencia del senado
se condenaron las técnicas para los interrogatorios por considerarlas una
tortura e ineficaces para obtener inteligencia útil.
Durante años, Mitchell, refinado y asertivo, ha defendido las acciones de
los dos hombres en la prensa y en un libro reciente, en tanto que Jessen
permaneció callado. Sin embargo, Jessen respondió preguntas bajo juramento el
20 de enero, el mismo día en que el presidente Donald Trump tomó posesión del
cargo. Durante la campaña electoral, Trump había prometido revivir el uso de la
tortura, incluidos los simulacros de ahogamiento, aunque después se echó para
atrás.
Los dos psicólogos argumentan que la CIA, de la cual eran contratistas,
controlaba el programa. Sin embargo, es difícil demandar exitosamente a los
funcionarios de la agencia debido a la inmunidad gubernamental.
De conformidad con la dirección de la agencia, los dos hombres dijeron que
ellos propusieron las técnicas “mejoradas para el interrogatorio” –que entonces
autorizó el Departamento de Justicia-, las aplicaron y capacitaron a otros para
hacerlo. Su negocio recibió 81 millones de dólares de la agencia.
Mohamed Ben Soud dibujó el trato en la
prisión de la CIA. A la izquierda, una caja de madera donde fue encerrado y
picado a través de los hoyos y, derecha, la tabla de madera donde fue amarrado
y torturado con agua. Credit Vía ACLU
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Sin embargo, en su declaración, Jessen indicó que los dos hombres tenían
algunas reservas. “Jim y yo no queríamos seguir haciendo lo que estábamos
haciendo”, testificó Jessen. “Tratamos de salirnos varias veces y ellos nos
necesitaban, y nosotros seguimos adelante”.
El esquema de las técnicas surgió en 2002 cuando funcionarios de la CIA les
pidieron que desarrollaran propuestas. En gran medida, adaptaron las técnicas
que habían utilizado los psicólogos para entrenar a los soldados
estadounidenses en las escuelas de sobrevivencia para resistir a los brutales
interrogatorios de las fuerzas hostiles que estaban violando las leyes de la
guerra.
“Jim y yo nos metimos a un cubículo”, contó Jessen. “Él se sentó frente a
una máquina de escribir y juntos elaboramos una lista”. Pensaron que esas
técnicas –incluidas la privación sensorial y del sueño, colocar grilletes durante
horas en posiciones incómodas y simulacros de ahogamiento– serían más seguras
que otras que la CIA podría considerar para hacer que los detenidos reacios
proporcionarán información que pudiera ayudar a evitar otro ataque terrorista,
explicó.
Poco después, la CIA les pidió usar las técnicas para interrogar a un
sospechoso de terrorismo, algo con lo que no tenían experiencia.
“Yo había estado toda mi vida en el ejército y… y yo estaba comprometido y
acostumbrado a hacer lo que se me ordenaba”, dijo Jessen. “Esa es la forma en
la que consideré esta circunstancia”.
Abu Zubaydah, a quien pusieron bajo
custodia en 2002, fue el primer detenido al que le hicieron simulacros de
ahogamiento. El gobierno estadounidense creyó que era un líder a alta jerarquía
en Al Qaeda, aunque después retiró esa acusación.
En una cárcel clandestina en Tailandia, les proporcionó inteligencia útil a
los agentes de la FBI que lo interrogaron utilizando métodos tradicionales,
incluido el desarrollo de una reputación. Sin embargo, preocupados de que
estuviera guardando información —lo que después se concluyó que nunca hizo—
altos mandos de la CIA optaron por usar fuerza física extrema para quebrarlo.
Mandaron a Mitchell y Jessen a la cárcel para aplicar las técnicas,
incluido el simulacro de ahogamiento. Se vertió agua sobre una tela que cubría
la cara de Abu Zubadah para simular el ahogamiento. Sufrió el procedimiento en
83 ocasiones durante varios días; en cierto momento, quedó inconsciente y le
salían burbujas de la boca, según el informe del senado.
En un cable del 2002, recién desclasificado, que se envió desde la prisión
a las oficinas centrales, se encuentra la nota: “Al comienzo de los espasmos
involuntarios del estómago y las piernas, se elevó de nuevo al sujeto para
despejar las vías respiratorias, a lo que siguieron histéricas súplicas. El
sujeto estaba angustiado a tal nivel que era incapaz de comunicarse
efectivamente o de participar adecuadamente con el equipo”.
Cuando los involucrados en la prisión querían terminar con las sesiones de
simulacros de ahogamiento por considerar que ya no eran útiles, los
supervisores de la CIA –incluido Jose Rodriguez, en ese momento jefe del Centro
de Contraterrorismo y un testigo que rindió declaración bajo juramente en la
demanda– les ordenaron continuar.
En su deposición, Mitchell, quien alguna vez dijo que la mayoría de las
personas preferirían que les rompieran las piernas a que las sometieran a los
simulacros de ahogamiento, estuvo en desacuerdo con la referencia que hizo un
abogado a la práctica como dolorosa. “Está mal, sabe. Que yo sepa, no duele”,
dijo. “Yo estoy usando la palabra angustiante”.
Tanto Jessen como Mitchell rechazaron cualquier noción de que los hombres
sometidos a técnicas duras sufrieran algún daño físico o psicológico a largo
plazo. “Si les pasó eso, entonces, ya saben, muéstrenme los datos”, dijo
Mitchell. Agregó que si se aplicaban las técnicas como se recomendaba hacerlo,
“mi punto de vista es que eso es tan improbable que es imposible”.
Sin embargo, The New York Times encontró el año pasado un patrón de daño
psicológico de largo plazo entre docenas de exdetenidos a los que Estados
Unidos sometió a un maltrato brutal. Los hombres describieron una lucha con la
depresión, la ansiedad, la abstinencia y los recuerdos recurrentes.
En sus declaraciones, dos exprisioneros que son demandantes describieron su
tormento. Mitchell y Jessen dijeron que no habían interrogado ni se habían
reunido con los dos hombres.
La CIA tuvo detenido en Afganistán a Mohamed Ben Sud, un libio a quien
encerraron en cajas pequeñas, lo azotaron contra una pared y lo bañaron con
cubetadas de agua helada mientras estaba desnudo y con grilletes. Contó que
todavía sufre pesadillas, miedo, altibajos emocionales y otras lesiones
psicológicas que son resultado de su cautiverio.
Mohamed Ben Soud, un ciudadano libio, fue
retenido por la CIA en Afganistán. Credit Holly Pickett/ACLU
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“Me viene en el sueño y como si todavía estuviera encarcelado en ese lugar
horrible y siguiera encadenado”, dijo en su deposición por medio de un
traductor. “Tengo la sensación de inquietud por mi futuro y por el temor de que
pudiera volver a pasar eso”.
Suleiman Salim, un tanzano, fue retenido
por la CIA en 2003 en Afganistán. Fue golpeado, aislado en una celda oscura
durante meses y torturado. Credit Bryan Denton para The New York Times
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A Suleiman Salim, un tanzano capturado en el 2003, a quien la CIA también
tuvo bajo custodia en Afganistán, lo golpearon, aislaron en una celda oscura
durante meses, lo empaparon con agua y lo privaron del sueño. Relató que sufrió
de dolores de cabeza, recuerdos recurrentes e insomnio, y le sonaban los oídos.
En su deposición, Mitchell reveló que él, junto con otros, exhortó a la CIA
para que destruyera las grabaciones en video de los interrogatorios. La
destrucción de las cintas se convirtió en el tema de investigaciones tanto del
Departamento de Justicia como del congreso.
Mitchell explicó su razonamiento sobre las imágenes gráficas de los
simulacros de ahogamiento y de otras prácticas: “Pensé que eran horribles y que
potencialmente pondrían en peligro nuestra vida al colocar nuestra imagen para
que los malos nos pudieran ver”.
Ambos hombres negaron las acusaciones de que habían evaluado la efectividad
de los métodos que promovieron. No obstante, la organización de defensoría
Médicos por los Derechos Humanos sostiene, en un informe dado a conocer esta semana, que los
hombres y la CIA participaron en la experimentación inmoral con los detenidos,
misma que está prohibida en el Código de Núremberg para los profesionales de la
salud, desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial.
La organización dijo que la mención explícita de la investigación aplicada
en los contratos de los psicólogos con la agencia, dados a conocer
recientemente por medio de la demanda y referencias similares en cables de la
CIA que se hicieron públicos hace poco, indican que el programa de mejoramiento
de los interrogatorios “era, en sí mismo, un régimen de investigación aplicada
y conceptualizado implícitamente como tal en la CIA”.
La Unión Estadounidense de Libertades Civiles y el despacho de abogados
Gibbons de Newark, Nueva Jersey, presentaron la demanda a nombre de Salim, Ben
Sud y los familiares de un tercer hombre, Gul Rahman, quien murió —lo más
probable es que haya sido de hipotermia— cuando estaba bajo custodia de la CIA
en Afganistán, en el 2002. Jessen, quien participó en el interrogatorio del
prisionero, dijo que varias veces le había pedido a los guardias que le dieran
ropa y cobijas.
Gul Rahman murió bajo la custodia de la CIA
en Afganistán en 2002. Credit Habib Rahman
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El juicio de la causa está programado para el 5 de septiembre. El mes
pasado, ambas partes solicitaron al juez Justin L. Quackenbush del Tribunal
Federal de Distrito que fallara sumariamente a su favor. Él declinó hacerlo,
pero, concedió la solicitud del gobierno estadounidense para bloquear la
deposición de otros dos exfuncionarios de la CIA como testigos y la publicación
de ciertos documentos solicitados por Mitchell y Jessen, bajo el argumento de
que podrían dañar a la seguridad nacional. No obstante, se permitió que
continuara la causa.
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