El día que la migra tocó a mi puerta’
Informe documenta abusos de agentes del ICE en redadas a hogares latinos
Nueva York — Cuando ocho hombres vestidos de policía entraron a su casa a las
4:30 de la madrugada buscando a un criminal, María Argueta pensó que no tenía
por qué preocuparse. Pero estuvo equivocada.
María Argueta fue víctima de abuso por parte de ICE, en el ano
2008. |
Los hombres uniformados no eran policías, sino agentes de Inmigración, y a
pesar de que la salvadoreña de 42 años tenía un permiso de trabajo, fue detenida
y pasó una noche en la cárcel.
“Entraron alumbrando los dos cuartos y después regresaron al cuarto donde
estaba y dijeron, ‘La estamos buscando a usted’ ”, relató Argueta.
Historias como la de Argueta se volvieron comunes durante el gobierno de
George W. Bush, según un reporte de la Clínica de Justicia de Inmigración de la
escuela de leyes Benjamín N. Cardozo, de la Universidad Yeshiva.
El reporte, que se publicó esta semana, reveló que entre el 2006 y el 2008,
el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés)
sistemáticamente violó los derechos constitucionales en las redadas a hogares en
la región, y a lo largo del país.
Peter Markowitz, el autor del reporte, dijo: “Podemos decir con confianza que
las mismas cosas estaban pasando en Nueva Jersey y en Long Island: los agentes
estaban entrando a la fuerza a los hogares y arrestando a personas que no
estaban en la mira de Inmigración”.
En Nueva Jersey, donde viven dos víctimas de las redadas que hablaron con EL
DIARIO/LA PRENSA, el 63% de capturas entre febrero 2006 y diciembre 2007
correspondían a personas que no estaban en la mira de la agencia federal; sólo
37% correspondieron a sujetos buscados.
Además, el informe descubrió que aproximadamente dos tercios de las personas
capturadas en redadas de hogares no eran inmigrantes fugitivos. La mayoría eran
inmigrantes de origen latino.
Argueta, quien vive en North Bergen y trabaja cuidando niños, fue detenida el
29 de enero de 2008. Los agentes golpearon durante media hora hasta que abrió la
puerta. Se identificaron como la policía y persuadieron al hermano de Argueta
para que los dejaran entrar.
Según Argueta, no miraron los papeles que ella mostró. Le dijeron que se
tenía que ir con ellos y le obligaron a cambiarse de ropa con una agente al
lado.
“Me esposaron y me amarraron”, recordó Argueta, “Cogieron otras cinco
personas y se los llevaron a Elizabeth. En el parqueo, se quitaron sus chalecos
de policía y los pusieron en el baúl. Se sentaron adentro. Estaban tomando café,
comiendo, riéndose de nosotros”.
La pesadilla de Argueta duró más de 24 horas. De Elizabeth fue trasladada a
Newark y después a una cárcel en Jersey City, donde pasó la noche. Durante el
primer día, no le ofrecieron comida.
Las autoridades la soltaron al otro día, cuando un familiar de Argueta llegó
a la cárcel y comprobó que su cuñada tenía un permiso de trabajo. Sin embargo,
la salvadoreña perdió no sólo su cadena de oro en la cárcel; perdió la
tranquilidad.
“Durante unos días yo no podía dormir, y siempre que tocaban el timbre, me
daba miedo. Pensé que iban a ser ellos”, señala.
Los mismos hombres —vestidos de negro, con chalecos y botas militares—
llegaron a una casa en Patterson, Nueva Jersey, en abril del 2009.
Walter Chávez junto a su esposa Ana Galindo en su casa de Nueva
Jersey. |
Eran las 7:30 de la mañana y Walter Chávez estaba sacando algo de su carro
cuando siete hombres se le acercaron y le preguntaron por su esposa.
“Para que quieren a Anita?,” preguntó el guatemalteco de 44 años, quien llegó
a Nueva Jersey hace 28 años y tiene una compañía de construcción.
Lo sacaron del cuello y lo empujaron hasta la casa. En la casa, Ana Galindo
se estaba bañando para llevar a Walter, Jr. a la escuela.
Galindo, de 43 años, trajo los documentos de residencia de la familia. Uno de
los agentes, un hombre alto, los revisó y le preguntó donde había escondido a
los indocumentados.
Mientras que él le gritaba groserías, otro agente “se empuñaba la mano y se
daba puños en la otra mano, como cuando uno golpea la puerta, queriéndome
intimidar”, recordó Galindo.
El agente alto —con los cachetes enrojecidos de la rabia— le amenazó con
quitarle el hijo. Cuando oyó los pasos del niño en el corredor, sacó su
revolver.
Los agentes nunca se identificaron. Se fueron. Pero en ese hogar, también, el
daño ya estaba hecho.
“El niño sigue hablando sobre lo que ocurrió y sigue durmiendo con nosotros.
Empieza a temblar, a hablar”, dijo Chavez.
“Lo que nos pasó a nosotros nos gustaría que parara un día —porque es un
pleno abuso del poder”, concluyó.
annie.correal@eldiariony.com
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