El arte de los prisioneros de Guantánamo que está poniendo de los nervios a Washington
M Neelika Jayawardane
Al Jazeera
26 de enero de 2018
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
“Sin título (Alan Kurdi)”, de Muhammad Ansi [Cortesía de Muhammad Ansi/John Jay College]
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La exposición “Oda al mar: Arte de la Bahía de Guantánamo” se abrió el 2 de octubre de este año en la President’s Gallery,
ubicada en el último piso de Hareen Hall, en el John Jay College de la Criminal
Justice en Nueva York. Se trata de un edificio impersonal situado en una zona
acomodada del Upper West Side de Manhattan, que en estos momentos tiene gran
parte de la fachada y de la entrada escondidas tras unas lonas por hallarse en
proceso de rehabilitación.
La galería en sí no es más que un pasillo que se abre a varias oficinas administrativas. Sin embargo, este inusual espacio de
galería es el lugar donde se están mostrando al público los vestigios de un
aspecto particularmente brutal de las maquinaciones geopolíticas de EE. UU.
durante la denominada “guerra contra el terror”.
La exposición presenta 36 pinturas y esculturas realizadas por los detenidos en la prisión estadounidense de la Bahía de Guantánamo,
comisariada por la profesora de arte penal Erin Thomson, la archivera Paige
Laino y el artista y poeta Charles Shields. Tras su apertura a principios de
octubre del pasado año, “Oda al Mar” empezó a recibir en la prensa elogios
abrumadoramente positivos.
A mediados de noviembre, al parecer como resultado directo de la atención que esta exposición volvió a centrar en los
detenidos, el Departamento de Defensa estadounidense (DoD, por sus siglas en
inglés) anunció que iba a suspender los traslados fuera de Guantánamo de las
obras de arte que los detenidos enviaban a través de sus abogados. El
comandante de la fuerza aérea Ben Sakrisson, portavoz del Pentágono, declaró
que todas las obras de arte de los detenidos en Guantánamo eran “propiedad del
gobierno de EE. UU.”, y manifestó sus temores respecto a los ingresos
financieros de las ventas. El DoD amenazó también con eliminar lo que considera
obras de arte “excesivas”, añadiendo que podría destruirlas.
Thompson me informó de que los guardias del campo se habían incautado recientemente de una escultura que un detenido, Moath
al-Alwi, había completado tras muchos meses de trabajo. Tan sólo pudo comunicar
su desesperación y frustración a su abogado.
A pesar de la insinuación
de que el John Jay College, los comisarios, los supuestos “terroristas” de al-Qaida
encerrados en la Bahía de Guantánamo y sus abogados podrían beneficiarse de las
ventas, Thompson aclaró que en absoluto era ese el caso.
Si alguna persona está interesada en comprar alguna de las obras de arte, puede contactar con los comisarios, que a su vez
pueden facilitar la comunicación del potencial comprador con el abogado de los
detenidos que ya han sido liberados. Como los abogados trabajan de forma
altruista para los detenidos, tampoco se benefician financieramente. Sólo
aquellos detenidos liberados, repatriados o reubicados en un tercer país, tras
un riguroso y largo proceso de evaluación de sus casos individuales, pueden
recibir compensaciones monetarias.
Amenazar con confiscar y destruir obras de arte parece contradecir las políticas puestas en marcha últimamente en Guantánamo. Los
oficiales del ejército habían centrado sus esfuerzos en mejorar la situación de
los prisioneros –incluyendo las clases de arte en las que esas obras se
realizaron- tratando de impedir que los prisioneros de desmoronaran y entraran
en un estado de desesperación que les llevara a autolesionarse (incluyendo los
intentos de suicidio).
Teniendo en cuenta esos esfuerzos, ¿por qué querer controlar los objetos a los que tan poca atención se había prestado
antes y amenazar con destruirlos? ¿Por qué, exactamente, son tan poderosas esas
obras de arte?
Los barcos de Guantánamo
El primer objeto que recibe a los visitantes de la exposición es un intrincado modelo de velero, repleto de velas al viento,
con varios mástiles y torrecillas de vigilancia. Su sólido casco va rumbo a
algún lugar, centrado y totalmente absorto en cumplir su objetivo. Los vientos
han bendecido también su viaje: cada cuadrado de vela se estira hasta alcanzar
su potencial convexo al completo, impulsando el navío hacia adelante. Cuando
nos acercamos y miramos dentro de la caja de plexiglás que contiene este barco
cautivo, vemos otros detalles curiosos: un timón dorado y una pequeña ancla
negra que cuelga incongruentemente del barco.
Somos conscientes de que no es un modelo habitual de navío, construido a partir de piezas uniformes y prefabricadas. En cambio,
cada una de las secciones es algo tosca, las piezas son levemente irregulares;
los materiales –incluyendo la cuerda, madera y lo que parecen ser trocitos
rígidos de lona (utiliza pegamento para conseguir que rectángulos de tela de viejas
camisetas se queden tiesos)- parecen provenir de deshechos reciclados. Varias
de las velas llevan un sello que incluye la leyenda siguiente:
APROBADO POR LAS FUERZAS DE EE. UU.
5 AGOSTO 2016
JTF7JOG S-7
BAHIA DE GUANTANAMO, CUBA
La fecha aparece estampada en rojo, el resto de
escrituras en tinta negra borrosa.
“Gigante”, de Moath al-Alwi [Cortesía de Moath-al Alwi/John Jay College]
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Este barco velero, de nombre “Gigante”, fue construido por Alwi, que lleva “detenido” desde 2002 en la prisión
estadounidense de la Bahía de Guantánamo. El barco fue enviado a EE. UU. –tras
intensas inspecciones y rayos-X para asegurar que no contenía nada de
contrabando ni mensajes escondidos que pudieran perjudicar a la seguridad de
EE. UU.- especialmente para esta exposición.
Thompson señala que aunque Alwi ha construido muchas embarcaciones marineras, estaba muy orgulloso de este barco en
particular; al no aparecer en las imágenes iniciales que se tomó de la
exposición (la cubierta especial de plexiglás todavía no estaba terminada),
trasladó abiertamente su indignación a su abogada. “¿Dónde está mi barco?”, preguntó.
Para Thompson, que Alwi manifestara una especie de rabieta –que estuviera “actuando como un artista”- representaba un hecho
positivo. Para un hombre, para una persona que ha sido sometida de forma
sistemática y brutal durante una década a las ejercicios de poder de un imperio
dominante, para una persona que ha “desaparecido” en un campo de tortura, esa
ira –una afirmación de ego- es señal de que todas las maquinaciones a que ha
sido sometido por EE. UU. no han logrado borrar por completo su subjetividad.
Como no han sido acusados formalmente de delito alguno, ni tampoco se les ha concedido el estatuto de prisioneros de guerra
acorde con los Convenios de Ginebra, los hombres detenidos en Guantánamo fueron
etiquetados de “combatientes ilegales” o “detenidos”, por lo que no disponen de
protección jurídica dentro de los marcos de EE. UU. o de Cuba. En muchos
sentidos, cada una de estas obras de arte es una prueba de un esfuerzo para
contrarrestar las elaboradas metodologías estadounidenses para eliminar la
subjetividad de estos seres humanos.
Crear estas obras de arte es un acto profundo de lucha para impedir que te eliminen, que te borren del mapa –lo que ilustra la
voluntad, el deseo, el anhelo de comunicar tanto la belleza como el sufrimiento
proyectándolos sobre una superficie- y materializar sus esperanzas y fantasías
donde ellos y otros puedan verlas.
Muchos de los artistas-detenidos representan el mar u otros elementos de agua, y embarcaciones marítimas, tanto grandes como
pequeñas. El cuadro “Sin título (barcas rojas y púrpuras)”, de Ghaleb
al-Bihani, muestra dos sencillos barcos de madera que se deslizan por el agua,
mientras un ágil velero se adelanta en la distancia. Muhammad Ansi pintó al
gran Titanic –el buque malaventurado- después de que le permitieran ver, junto
con otros prisioneros, la película del mismo nombre. En su pintura, el
tristemente célebre buque –que se le vendió al mundo como algo tan avanzado y
potente que era insumergible- aparece impulsándose hacia un futuro que sus
constructores y financieros creían controlar.
“Titanic”, de Muhammad Ansi [Cortesía de Mohammad Ansi/John Jay College]
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Otros artistas-detenidos pintan paisajes urbanos, tranquilas escenas rurales y bodegones, inspirados en los grabados o imágenes
de las revistas de National Geographic que se les permite tener. Sin embargo,
Abd al-Malik (al-Rahabi), originario del Yemen y detenido en Guantánamo durante
casi quince años antes de ser liberado y enviado a Montenegro en 2016, pinta la
capital de su país, Sanaa, según la recuerda, según perdura en su memoria,
aunque ya no sea así. Djamel Ameziane pinta lo que parecen ser granjas de dos o
tres plantas en un paisaje europeo.
Supe después que escapó de su Argelia natal hacia Europa cuando era un muchacho, antes de que le enviaran a Guantánamo. Aunque
fue finalmente liberado por EE. UU. , no deseaba que le devolvieran a Argelia;
pero ahí fue precisamente donde le enviaron. Me gusta pensar que esas escenas
bucólicas que Ameziane pinta, evocan quizá el único lugar en el que encontró un
momento de respiro: el hogar que anhela.
Hay obras de arte que escapan de estos intentos fáciles de clasificación. La obra “Sin título (Alan Kurdi)” de Muhammad Ansi
responde claramente a la dolorosa contemplación del niño sirio de tres años que
se ahogó antes de poder alcanzar la isla griega de Kos en septiembre de 2015. El
niño está vuelto de espaldas a nosotros, los espectadores, al igual que en las
fotos que daban la noticia. El rojo brillante de su camiseta contrasta con las
olas azules del mar, que, a través de las pinceladas de Ansi, se vuelven tan
livianas como el cielo, el cielo hacia el que el alma de ese niño ha partido.
En la obra “Sin título (catalejos dirigidos hacia la luna)”, Ahmed Rabbani representa unos enormes telescopios tubulares que se
proyectan desde los tejados de edificios de varios pisos hacia una luna inmensa
y luminosa. Recoge la forma en la que Rabbani anticipó una superluna que
“alcanzó el punto más cercano a la tierra desde hacía setenta años”.
A un nivel más sutil, y reflejado en la miríada de telescopios de Rabbani que se dirigen hacia un único objeto, podrían estar
los intentos del gobierno de EE. UU. y sus aparatos de interrogatorio de
someter a los prisioneros a una visión estatal de “rayos-X”: volviéndoles
completamente trasparentes, interpretables y, por tanto, controlables, bajo
interrogatorio y vigilancia constantes.
“Sin título (catalejos mirando
a la luna)", de Ahmed Rabbani [Cortesía de Ahmed Rabbani/John Jay College]
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Resistiéndose a la aniquilación
Según Human Rights Watch, la cifra de prisioneros
en Guantánamo llegó a ser de 780, siendo muchos de ellos enviados allí mediante
secuestros extrajudiciales y extradiciones desde países que tenían poco que ver
con la “guerra contra el terror”.
Inicialmente, exhibir a esos presos anónimos encapuchados, ocultando deliberadamente sus identidades, le sirvió a un imperio
poderoso para revelar y deleitarse con sus dispositivos materiales y simbólicos
del poder.
Como señalaba el académico Scott McClintock en un artículo de 2004, las
pistas de los motivos de secuestrar, encarcelar y torturar a un grupo de
personas de las que el gobierno estadounidense sabía que no eran culpables de
actividades terroristas se hallan aquí: los “combatientes enemigos” en el gulag
de la Bahía de Guantánamo reemplazaron el vacío en el poder creado por las
“desaparecidas” Torres Gemelas, esos símbolos que una vez sirvieron para dar
testimonio del poderío estadounidense.
En el campo-prisión de Guantánamo, los detenidos se convirtieron en sustituciones simbólicas de sus enemigos. Esta maniobra
sirvió también para decirle al público estadounidense, que esperaba
ansiosamente que su nación recuperara el poder: “¿Veis?, les hemos atrapado. Ya
podéis sentiros seguros”.
Sin embargo, cuanto más se conocían toda una serie de pruebas que iban rebatiendo esas controvertidas exhibiciones de poder
y justicia que ilustraban que los encarcelados en Guantánamo tenían poco que
ver con el terrorismo, que las autoridades estadounidenses de alto nivel habían
autorizado técnicas medievales de tortura y deshumanización de prisioneros que
utilizaban en un archipiélago de islas colonizadas en los océanos Índico y
Atlántico como estaciones de paso en su esquema para secuestrar y transportar
un flujo constante de hombres en los denominados “vuelos de entrega”, menos
visibles se volvían los prisioneros.
Esa historia de fondo nos ayuda también a entender por qué el pasado mes se reaccionó en contra de esa exposición, a
pesar del hecho de que, desde hace bastante tiempo ya, las audiencias
estadounidenses parecen haber olvidado que existe un campo de detención y
tortura en Guantánamo.
Al igual que el barco de Alwi con sus velas desplegadas, cada una de esas obras muestra que cada hombre que es capaz de seguir creando
tiene ambición y protagonismo, y hace que se concrete un objetivo anhelado. Cuando
el objetivo del poder estatal que ha encarcelado a estos detenidos se ha
concentrado en eliminar su subjetividad e individualidad, reduciéndoles a un
número (incluso los guardias de la prisión llaman a los prisioneros por su
número), se trata de una proeza notable.
Por todas estas razones, Thompson pensó que era importante mostrar estas obras en una zona con mucho tráfico peatonal, donde
los estudiantes del John Jay, sus empleados y profesorado pudieran verlas. Si
uno va a contemplar estas obras con la idea de que el arte es sólo para el
disfrute o placer, probablemente tenga una visión cruel y piense que es absurdo
exhibir en Nueva York las obras de arte de unos hombres torturados e
indefinidamente “detenidos”. Sin embargo, Thompson hizo hincapié en que “había
trabajado duro para asegurar que esta exposición… exhibiera el arte en la forma
deseada por los propios artistas, lo que incluye, por supuesto, recordar a los
espectadores todo lo que han sufrido y siguen sufriendo”.
Los restos de la “guerra contra el terror”
Sabemos que el arte puede provocar reflexiones mucho más complejas. Puede revelar aquello que preferiríamos no conocer, puede
contradecir a los poderosos que intentan controlar todo lo que tiene que ver
con nuestros espacios visibles, puede sacarnos de nuestra inercia social y
política y retarnos para que entremos en acción. Según Thompson, las audiencias
que han ido a ver las obras se comprometen políticamente con ellas al
considerarlas pruebas (o restos) materiales de los prácticas de poder de su país.
Sin embargo -a pesar de los esfuerzos de muchos ciudadanos estadounidenses, incluyendo los abogados que han trabajado de forma
altruista para los detenidos en los años posteriores al 11-S, para educar a sus
conciudadanos y resistir, desafiar y cambiar las políticas resultantes de la
“guerra contra el terror”-, la propaganda estatal sigue influyendo de forma poderosa.
Desde la enseñanza de lo que se conoce popularmente como “literatura del 11-S” y los artículos jurídicos acerca de las
políticas estadounidenses a partir de esa fecha, sé que la mayor parte de mis
estudiantes creen que los hombres en Guantánamo son terroristas y poco más. No
saben, hasta que leen los documentos jurídicos asignados a la clase, que muchos
de los que estaban en Guantánamo fueron entregados a las autoridades
estadounidenses simplemente porque se hallaban en una zona de guerra cuando las
fuerzas de EE. UU. invadieron Afganistán e Iraq, o a causa de razones
profundamente problemáticas; algunos fueron arrestados por las evidencias
ofrecidas por rivales empresariales, o simplemente vendidos por quienes confiaban
en ganar una buena suma de dinero (las octavillas lanzadas por EE. UU. ofrecían
recompensas por entregar terroristas).
Otros, sin embargo, fueron llevados por razones incluso más absurdas aún: Llevaban un nombre común en esa región, que era –por
alguna coincidencia desafortunada- el nombre de una persona supuestamente
implicada en alguna actividad terrorista. El caso que dejó estupefactos a mis
estudiantes fue el del hombre que acabó en Guantánamo por el mero hecho de poseer
un reloj digital Casio, al pensar que iba a utilizar su mecanismo para fabricar una bomba.
Las conversaciones que escuché cuando visitaba la galería donde se exhibían las obras de arte de los detenidos, me indicaron que
el público estadounidense en general se sentía igualmente desconcertado ante
estos engaños y complejidades. Algunos sabían que la administración Obama
prometió cerrar Guantánamo para siempre y no se daban cuenta de que eso no se
había producido aún.
No sabían que cuando el segundo mandato del presidente Barack Obama tocaba a su fin, de los más de 700 hombres que habían
estado allí detenidos, 41 de ellos –la mayoría procedentes del Yemen-
permanecían allí. Tampoco sabían que sólo uno de los hombres ha sido acusado de
un delito, pero que, a causa de la “inestabilidad” en los países originarios de
los hombres que quedan, se consideraba demasiado peligroso liberarlos en
espacios donde podían incorporarse a las facciones que luchan contra los
intereses estadounidenses.
Las complicaciones de contemplar y comprometerse
con obras de arte de artistas-detenidos implican sentimientos de derrota y
desesperanza, y aun así, de querer encontrar vías para involucrarse y desafiar
a la bestia rugiente del imperio y al deseo de encontrar formas para dar
testimonio sin explotar el dolor y las torturas, tan reales, de los detenidos.
De todos los hechos insoportables en este
ejercicio del poder estadounidense, el que mis estudiantes, las audiencias de
esta exposición, así como los mismos detenidos de Guantánamo encuentran más
increíble es este: que los ciudadanos de la misma nación que les secuestró, les
trasladó a la fuerza encadenados hasta una isla abrasadora y continuó
torturándoles durante más de una década estén también intentando defenderles y
liberarles. Esto hace que tengamos esperanzas en que la lucha por la libertad
no sea una tarea inútil, y tampoco podemos permitirnos el lujo de no
implicarnos en ese esfuerzo.
“Creciendo en Guantánamo”,
documental realizado por Faris Kermani y Sonia Verma a partir de la historia
del preso más joven de Guantánamo, Asadullah Rahman, detenido en Afganistán
cuando tenía diez años de edad, liberado dos años después. Asadullah, ahora con
22 años, relata cómo intenta salir adelante tras una infancia plagada de
cicatrices en medio de un país deshecho por la guerra.
M Neelika Jayawardane es profesora
adjunta de inglés en la Universidad Estatal de Nueva York, en Oswego.
Fuente:
http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/guantanamo-art-washington-nervous-171221144547342.html
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