El desierto de Sonora, una tumba de migrantes
Aitana Vargas
Público
11 de diciembre de 2019
Con sus majestuosas vistas, vegetación y animales salvajes, este desierto
que se extiende por Estados Unidos y México es una fosa común con miles de
desaparecidos. La mayoría jamás serán rescatados ni entregados a sus seres
queridos.
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El parque nacional de Organ
Pipe Cactus, situado en el lado estadounidense del desierto de Sonora, es una
de las rutas que atraviesan los migrantes en su afán por alcanzar una vida
mejor. Crédito: Steve Lee Saltonstall>
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El desierto de Sonora es de paisajes majestuosos y cinematográficos. Las cadenas
montañosas se abren a extensos valles donde los bosques de saguaros, el cactus
característico de la región, conviven con una gran diversidad de plantas y
vegetación. Sobre la arena, las huellas advierten de la presencia de vida
salvaje. Los jaguares, zorros, serpientes y un gran número de especies en peligro
de extinción habitan los 161.000 kilómetros cuadrados de extensión de este
desierto que comprende parte de California, Arizona y los estados
mexicanos de Baja California y Sonora. Es también el hogar de varias tribus
nativas y, por su gran diversidad, una pequeña sección de éste fue declarada en
2001 Monumento Nacional por parte de Bill Clinton./p>
De solemne belleza y climas extremos, el desierto de Sonora se ha convertido
en la tumba de miles de migrantes cuyos cadáveres momificados y
restos óseos están esparcidos por este vasto territorio. Es también el lugar
donde el oaxaquense Ely-Marisela Ortiz encontró los cuerpos de su hermano y de
su primo en 2009. No hay, posiblemente, muralla más efectiva ni cruel para
acabar con la desolación y la hambruna de los migrantes que este desierto que
comparten México y Estados Unidos.
“Desafortunadamente, el 10 de mayo de 2009 el coyote abandonó a mis familiares, y yo recibí una
llamada una semana después de las personas que iban con ellos para avisarme de
que se habían quedado atrás”, explica Ortiz.
El mexicano –que reside en San Diego y regularizó su situación migratoria a través
de la amnistía otorgada en 1986 por el republicano Ronald Reagan–, se trasladó
rápidamente a Arizona. Allí se dirigió al puesto de la Patrulla Fronteriza
donde el grupo de supervivientes con el que viajaban su primo y hermano había
pedido ayuda. “No quisieron darnos información, nos dijeron que nos fuéramos y
que pidiéramos información en el Consulado de México”. El consulado tampoco
brindó ayuda.
Ely-Marisela Ortiz tuvo que lidiar con la burocracia y cuatro meses de búsqueda por su
cuenta para dar con los restos de sus seres queridos
Desesperado e impotente, Ortiz solicitó un permiso a las fuerzas aéreas estadounidenses
para acceder a la base militar Barry M. Goldwater Air Force Range, donde se
creía que yacían los cuerpos de sus familiares. La base militar, situada cerca
del parque nacional de Cabeza Prieta, es una de las áreas más peligrosas y de mayor
mortandad para los migrantes que se aventuran por el desierto. El mexicano
tardó un mes en recibir la autorización y de iniciar una búsqueda que se
dilataría cuatro meses. Requirió varios permisos hasta que, finalmente, llegó a
los restos de sus seres queridos.
“Cuando uno está pasando esta situación, nadie lo apoya, ni siquiera las autoridades de
Estados Unidos ni México. Uno está solo. Y ahí me di cuenta de que había
que hacer algo”, asevera Ortiz con la voz quebrada.
Águilas del Desierto, una ONG para los desaparecidos
El 12 de junio de 2012, el mexicano fundó Águilas del Desierto, una organización
de ayuda humanitaria que, una vez al mes, realiza expediciones y búsquedas de
cadáveres en la franja californiana del desierto de Sonora y principalmente en
Arizona, donde se registran más muertes y desapariciones.
Para ello cuentan con un ejército de voluntarios que viaja desde distintas ciudades
del país al lugar donde se programa cada búsqueda. A bordo de varios vehículos
llevan agua, comida y kits de primeros auxilios para los migrantes que puedan
encontrar con vida. También para ellos. Pero su prioridad es rescatar a
los muertos y ponerle nombre y apellidos a la estela de huesos que han
quedado por el camino. Porque Ortiz y los voluntarios saben que los familiares
de éstos los están buscando.
"Estamos recibiendo más de 800 llamadas al mes pidiéndonos ayuda de México, Guatemala,
Honduras, El Salvador, Nicaragua y hasta Perú"
“Estamos recibiendo más de 800 llamadas al mes pidiéndonos ayuda de México, Guatemala,
Honduras, El Salvador, Nicaragua y hasta Perú. Y no todos califican para hacer
una búsqueda porque no tienen suficiente información”, explica el activista.
“Necesitamos un punto de referencia, como saber cuántos días se caminó, al lado
de qué cerro, pueblo o carretera. Si no, los remitimos al consulado o a las
autoridades migratorias por si los han arrestado”.
Con los datos necesarios, los voluntarios estudian el mapa, demarcan el área de
búsqueda, trazan un recorrido y calculan cuántos voluntarios van a necesitar.
También sacan los permisos necesarios para acceder a la zona. La
autorizaciones emitidas por la base militar o los parques nacionales suelen
prolongarse varias semanas. El proceso es aún más tedioso y delicado con las
reservas indígenas, en particular la de Tohono O’odham, la más extensa de
Arizona. “Algunas reservas de indios sí colaboran, pero son muy estrictos”,
relata Ortiz. “En Tohono, que es muy grande, se producen muchas muertes”.
La búsqueda arranca a pie un sábado por la mañana, bajo el acecho constante
del cartel de Sinaloa y sus temidos halcones, que controlan y vigilan gran
parte del territorio desde las zonas montañosas. Los voluntarios, armados con
walkie-talkies, se esparcen, pero nunca se alejan más de veinte metros entre
ellos. Si detectan la presencia de drogas sobre la arena, abandonan la zona
inmediatamente. Saben que si los carteles tienen que matar, matan. Los
casquillos en la arena son prueba de ello.
“Nosotros sabemos que nos andan mirando todo el tiempo porque muchas veces en nuestras
frecuencias de la radio se escuchan narcocorridos”, relata el activista.
En cada recodo del camino hay ropa desgarrada, calzados rotos, latas de comida,
cantimploras y otros objetos personales que contienen las historias de cada
migrante cuyas pisadas han recorrido este árido sendero. Muchos han dado aquí
su último suspiro, con los pies plagados de ampollas y entre las serpientes que
se camuflan con la vegetación y los zorros hambrientos.
Cuenta Ortiz que desde que comenzaron las expediciones en 2012, han rescatado 50
cuerpos en el corredor de Ajo. Situado en el condado de Pima, a unos 65
kilómetros del norte de México, Ajo es un pueblo de unos 3000 habitantes
conectado con la ciudad mexicana de Sonoyta a través de la autopista 85. Entre
ambas localidades, justo en el corazón del desierto de Sonora, se alza el Monumento
Nacional Organ Pipe Cactus, protegido por la UNESCO y con temperaturas extremas.
"Sólo rescatamos un número muy pequeño de todos los cuerpos que hay y eso que, muchas
veces, cuando buscamos un cuerpo, recuperamos ocho"
“Este corredor es donde más cadáveres hemos encontrado, pero la base militar es
todavía peor. Dentro de ésta hemos encontrado 24 cuerpos en los dos últimos
años”, afirma el activista. “Sólo rescatamos un número muy pequeño de todos los
cuerpos que hay y eso que, muchas veces, cuando buscamos un cuerpo, recuperamos ocho”.
Los voluntarios no tienen autorización para levantar los cuerpos ni los
huesos que encuentran. Se limitan a acordonar la zona, registrar las
coordinadas y dar parte a las autoridades para que estas se encarguen de
recogerlos. Cuando se cruzan con migrantes con vida, también deben informar a las autoridades.
A lo largo de este año, las Águilas del Desierto han logrado que 24 migrantes
fueran rescatados con vida por la patrulla fronteriza gracias a una
campaña informativa que realizaron por albergues de migrantes desde Chiapas a Tijuana.
Además de indicar el calzado, la ropa, el agua y los alimentos que deben llevar, los
migrantes reciben un mapa que muestra los puntos más peligrosos de las rutas
desérticas. También les recomiendan familiarizarse con el recorrido exacto que
realizarán –con o sin pollero– y que guarden en sus móviles los números de
emergencias en EE.UU. y de la ONG.
La criminalización de la solidaridad
Los grupos de ayuda humanitaria como éste han puesto a prueba la solidaridad de las
comunidades por donde pasan los migrantes, pero también la tolerancia de las
autoridades estadounidenses a este tipo de iniciativas. La solidaridad, sin
embargo, se está tratando de criminalizar.
Hace un año, Ajo saltó a la palestra internacional por el arresto de Scott
Warren, un activista humanitario de la organización No More Deaths que también
participó en varias expediciones con las Águilas del Desierto.
En un duro revés para el gobierno de Donald Trump, hace unos días, un jurado popular
declaró a Warren 'no culpable' de dar alojamiento y ayuda humanitaria a dos
migrantes centroamericanos, evitando así una posible pena de cárcel de 20 años.
Steve Lee Saltonstall es
voluntario de Humane Borders, una ONG que ha instalado decenas de tanques de
agua en puntos estratégicos del desierto de Sonora para evitar que los
migrantes mueran deshidratados. / Humane Borders
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"La ayuda humanitaria no es un crimen y el gobierno no debería tratarlo como tal.
Hacerlo es una burla"
“La ayuda humanitaria no es un crimen y el gobierno no debería tratarlo como tal. Hacerlo es una burla. Voy a hablar sólo
por mí, pero voy a continuar haciendo este trabajo pase lo que pase”, asegura
Steve Lee Saltonstall, un anciano de 75 años que, al jubilarse, decidió
dedicarse a lo que más quería: “ayudar a los inmigrantes”.
En 2015, Saltonstall y su mujer hicieron las maletas y cambiaron Vermont por
Tucson, Arizona. En junio ya eran voluntarios de Humane Borders, una
organización humanitaria que ha instalado decenas de barriles de agua
potable en los puntos más peligrosos del desierto de Sonora –en EE.UU. y
México– y que va reponiendo conforme se requiere.
“Mi salida más cercana está a unos 14 kilómetros de la frontera. Eso significa que
un migrante verá el agua tras un día de escalada por el desierto en dirección
norte”, relata el activista. “Los tanques están marcados con color azul para
que los migrantes puedan verlos”.
Para determinar las zonas estratégicas de servicio, la ONG y la Oficina Forense del
condado de Pima han creado los 'mapas de la
muerte', que muestran las regiones donde más cadáveres se han
hallado hasta la fecha.
“En lo que va de año, se han encontrado 145 cadáveres en el desierto de
Sonora, que es una fracción muy pequeña del total de personas que ha muerto, la
cual es de diez a doce veces superior”, afirma el anciano. “Pero los mapas no
reflejan los huesos sueltos o las piernas que se encuentran”.
A pesar de su avanzada edad, el espíritu generoso de Saltonstall también le da
para ayudar a Ajo Samaritans, una ONG que va dejando sobre la arena botellas
de agua, alimentos, mapas, kits de emergencia y otros objetos necesarios para
sobrevivir en el desierto. Sólo él carga con 14 kilos de agua en cada salida.
El anciano es consciente de los riesgos insuperables que el desierto arroja a los
migrantes. Entre octubre de 1999 y diciembre de 2018, los mapas de la muerte
muestran 3339 cadáveres. Pero los migrantes, día tras día y a pesar de
la creciente hostilidad de las autoridades migratorias estadounidenses, siguen
desafiando su propia suerte.
Viajar solos, convertirse en mulas o pagar por un guía
Los que tienen fondos para confiar en un coyote, desembolsan miles de dólares
por un guía que quizá los abandone por el camino, como le pasó a los Ortiz.
Los que apuestan por emprender el viaje solos, sin conocer el terreno y las
amenazas que surgirán ante ellos, tendrán que pagar un “peaje” a los halcones
para cruzar el territorio, arriesgándose además a morir de un balazo. El caso
de las mujeres es aún más desgarrador. “Es muy probable que sean víctimas de
asalto sexual y, en muchos casos, les dan la píldora (antes del viaje)”,
explica Tony Estrada, alguacil del condado estadounidense de Santa Cruz.
Al resto de migrantes sólo les quedará un recurso: convertirse en
traficantes de droga y cargarla en una mochila a la espalda. Con suerte,
unos y otros sortearán a la patrulla fronteriza y a las autoridades
migratorias. Los arrestados, serán procesados y deportados a su país de origen
para enfrentar allí otro calvario.
“En este momento, tristemente, los migrantes que llegan acá se dan cuenta de que a
muchos de sus compatriotas los están deportando”, dice Héctor Ramírez, pastor
de la Iglesia Cristiana el Buen Pastor en Mesa (Arizona), que lleva años
ayudando y dando alojamiento a miles de inmigrantes.
Mientras la noche va cayendo sobre el desierto y los saguaros se desdibujan sobre el
firmamento estrellado, los migrantes se preparan para acostarse en los
albergues fronterizos repartidos por territorio mexicano. Aún no saben el
viacrucis que les aguarda en el desierto.
Fuente: http://www.publico.es/internacional/eeuu-desierto-sonora-tumba-migrantes.html
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