La guerra de Trump –y Franco– contra la ciencia
¡Viva la muerte!
Ariel Dorfman *
Página|12
16 de octubre de 2017
¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!
Siempre ha sido importante recordar aquellas iracundas palabras del general Millán
Astray, pronunciadas en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de
octubre de 1936, pero tal ejercicio de la memoria es urgente hoy por lo que nos
dice, no acerca de los delirios del pasado sino acerca de las urgencias del
presente. En efecto, ochenta y un años después de que ese general amigo y
mentor de Franco lanzara frases tan infames, ellas cobran una nueva relevancia,
sirven para adentrarnos, más que en la Guerra Civil española, en otro tipo de
guerra, la guerra contra la ciencia que está promoviendo el gobierno de Donald Trump.
Sería superficial y simplista aseverar, como algunos lo vociferan, que el país de
Lincoln se encuentra a punto de caer en las garras de un fascismo como el que
asoló a Europa, a pesar del despliegue de svásticas y antorchas nazis en
Charlottesville. Lo que sí es cierto, en cambio, es que nunca antes en la
historia de los Estados Unidos se había producido un asalto tan feroz a la
verdad objetiva y la racionalidad.
Aunque ya Richard Hofstadter había denunciado en su libro clásico de 1963,
Anti-Intellectualism in America, la profunda tendencia yanqui a
menospreciar a los intelectuales, no pudo haber anticipado que ocuparía algún
día la Casa Blanca alguien que ostentara una mezcla tan tóxica de ignorancia y
mendacidad, una tal falta de curiosidad y desdén por el uso de la mente.
La retórica empleada por Donald Trump durante la campaña presidencial (“Los
expertos son terribles. Miren el desbarajuste en que nos tienen metidos todos
los expertos que tenemos.”) presagió el tipo de oscurantistas, visceralmente
hostiles al conocimiento científico, con que llenó su gabinete. No deberían
sorprendernos, entonces, los inmensos recortes presupuestarios planteados para
los institutos que llevan a cabo descubrimientos y avances en medicina,
estudios climáticos, seguridad laboral, exploración espacial y hasta en la
agencia encargada del Censo. Y para asegurarse de que los sitios web del propio
gobierno no contradigan las políticas anti-especialistas del nuevo gobierno, se
ha ido suprimiendo en forma sistemática una serie de análisis rigurosos de profesionales
en los portales de la Casa Blanca, así como en muchos ministerios (Agricultura,
Educación, Medio Ambiente, Energía, Tierras, Trabajo, sin salvarse siquiera el
Departamento de Estado), además de abolir o eviscerar los consejos de asesores
profesionales y prohibir que funcionarios gubernamentales asistan a reuniones o
hagan declaraciones sobre los temas en que son peritos ni tampoco que publiquen
diagnósticos que podrían demostrar errores oficiales. Los acólitos de Trump
deben creer que basta con que no se recojan los datos de un fenómeno o se dejen
de explorar ciertas ideas, para que esas verdades inconvenientes desaparezcan
como por arte de magia.
Esta guerra contra la ciencia y la veracidad tendrá consecuencias letales.
Hay trabajadores que van a morir debido a que las regulaciones de Obama que los
protegían de la sílice, el mercurio y el berilio han sido suspendidas. Hay
mineros del carbón cuyas vidas peligran porque se han restringido las
inspecciones en los socavones, y sus familias sufrirán cáncer, defectos de
nacimiento y enfermedades respiratorias debido a que las Academias de Ciencias,
Ingeniería y Medicina han recibido órdenes de no estudiar los efectos de la
destrucción de las montañas en la salud de millones de habitantes en la región
de los Apalaches. Y muchas otras existencias se verán lentamente truncadas
gracias a que más de treinta reglas de probada eficiencia contra la polución
han sido anuladas, autorizando que elementos químicos y gases ensucien el aire,
el suelo y el agua.
Aunque hay también secuelas mortales en otros campos (el prejuicio contra las vacunas,
la disminución de la cuota de asilados políticos perseguidos en sus lejanas
patrias, la desasistencia a las víctimas de discriminación sexual, el retiro de
programas irreparables.
Trump y su zar del Medio Ambiente, el troglodita Scott Pruitt, niegan que el dióxido
de carbono sea responsable del cambio climático, y han hecho lo imposible para
que la situación ya desastrosa de la Tierra empeore aún más. Algunos ejemplos
de este prontuario: el abandono de los Acuerdos de París, la aceptación de que
aumenten las emisiones de metano y se utilicen pesticidas venenosos, y la
liquidación, cuesta creerlo, del Consejo de Asesores orientado a estudiar el
origen de los huracanes y el crecimiento desmesurado de los niveles del
mar.
Si a estas políticas mortíferas que amenazan a millones de humanos habitantes y que
podrían afectar en forma catastrófica a billones más, agregamos la forma en que
Trump ha jurado “destruir totalmente” a Corea del Norte, mostrando una
ignorancia criminal acerca de los tratados y protocolos internacionales
suscritos por Estados Unidos en torno al uso de las armas nucleares, podemos
sospechar que Millán Astray se ha re-encarnado en estos nuevos jinetes del
Apocalipsis.
¿Qué hacer ante tamaña estupidez, avalada por gran parte de la población
norteamericana?
En esta lucha contra la oscuridad, podemos encontrar inspiración en la respuesta
de uno de los presentes en la Universidad de Salamanca ese mismo 12 de octubre
de 1936. Miguel de Unamuno, el insigne intelectual, contestó así el embate de
Millán Astray: “Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta, mas no
convenceréis”. Valorando su valentía, tal vez tiene sentido, sin embargo,
invertir los términos de esa réplica. Es necesario más que nunca, en esta época
inestable y confusa, confiar en que esa inteligencia que ha permitido a la
humanidad derrotar a la muerte, crear milagros medicinales e invenciones
asombrosas, construir templos maravillosos y escribir libros de gloriosa
complejidad, sea capaz de volver a salvarnos. Hay que nutrir la esperanza de
que el cerebro que nos convirtió en quienes somos pueda desplegar las gentiles
gracias de la ciencia, el arte y el saber para probarles a quienes quieren
saquear la inteligencia que la verdad no puede ser destruida tan fácilmente,
anunciarles con la misma serenidad de Unamuno: No venceréis y nosotros sí vamos
a encontrar el modo de convencer como sea, con toda la luminosidad a nuestro
alcance, a los enemigos de la razón.
Miren que se nos va la vida.
*Autor de La muerte y la doncella y de la novela Allegro. Vive con su mujer en
Chile y en Carolina del Norte, donde es profesor emérito de literatura en la
Universidad de Duke.
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