¿Por siempre o nunca más?
Ariel Dorfman
Página/12
15 de diciembre de 2014
Hace cinco años atrás, en julio de 2009, le escribí una carta abierta al presidente Barack Obama. El tema era,
desafortunadamente, la tortura. Había compuesto aquellas palabras a instancias
de la sección norteamericana de Amnistía Internacional, como parte de una
campaña para convencer al primer mandatario de Estados Unidos de que ordenara
la investigación y, de haber causa suficiente, el enjuiciamiento de aquellos
responsables en el gobierno anterior de cometer crímenes contra la humanidad.
Transcribo ahora, con pesar y perplejidad, esa carta que publiqué originalmente
en estas páginas:
Estimado presidente Obama:
Por siempre jamás.
Esas son las palabras que quiero ofrecerle, las palabras que comparten tanto el
hombre que tortura como su víctima, las palabras que definen el destino de ambos.
Puesto que para la víctima el momento del dolor y de la degradación, estos múltiples momentos, jamás se terminan. La
tortura no ocurre tan sólo una vez sino que se repite en la mente y la memoria del cuerpo, más allá del agua en los pulmones o el puro
contingente en la cara. Sucede y continúa una y otra y otra vez.
Y por siempre jamás es también el credo del victimario. La mano no va a descargar la corriente eléctrica, no va a llenar
una boca con excrementos, los orejas no van a atreverse a registrar los
alaridos, al menos que haya una promesa y certidumbre de que nadie cobrará
cuentas, al menos que el causante de aquellos padecimientos se sienta a salvo
de la justicia y presuma que podrá vivir, sí, por siempre jamás, en el tiempo
eterno de la impunidad.
En los cuarenta años que llevo luchando, como escritor y como ciudadano, contra la plaga de la tortura, éste es el secreto más sucio que he
descubierto acerca de tales actos viles, señor presidente. Que nadie tortura si
cree que lo habrán de atrapar, si cree que será expuesto al escrutinio público.
Nadie tortura si piensa que se lo va a desnudar y exhibir ante ojos ajenos y
enjuiciadores, si sabe que va a tener que enfrentar en un tribunal a los
hombres y mujeres que él mismo dejó sin ropa ni defensa en alguna habitación
escondida y lejana. Por siempre jamás es su horizonte, su coartada, su demonio
guardián, el prerrequisito básico que asegura que no se conocerá la violencia
que esos ejecutores han infligido o están a punto de infligir, esas son las
palabras que les permiten, siempre, siempre, dormir de noche, acariciar a sus
hijos, mirarse en el espejo de mañana y pasado mañana.
Es por eso que la respuesta a ese por siempre jamás, tanto para la víctima en
busca de consuelo y reparación como para el criminal que rompió la ley de su
país y la ley más implícita y callada que proclama que todos pertenecemos a la
misma solidaria especie humana, es por eso que debemos responder con las
palabras purificadoras, quizá celestiales: Nunca Más.
Son palabras que Estados Unidos hoy necesita en forma desesperada. Pero usted
bien sabe que aquellas palabras, Nunca Más, son fáciles de pronunciar y
difíciles de materializar. Esas palabras precisan, ante todo, como lo ha solicitado
Amnistía Internacional, una investigación completa, imparcial
y bien financiada de la verdad, para que se comprenda como este país aceptó torturar a sus cautivos y
cómo terminó convirtiéndose en un paria
internacional. Y enseguida aquellas palabras, Nunca Más, requieren que se
someta a juicio a todos los que cometieron esos crímenes contra la humanidad,
especialmente de los más poderosos que emitieron las órdenes y permitieron
estas infamias.
Aceptar algo menos que un procesamiento cabal e íntegro es someterse a la misma
política del miedo que usted ha identificado,
con tanta elocuencia, como la condición primordial que ha
facilitado este asalto desastroso contra los derechos humanos. Aceptar algo
menos es invitar una posible repetición de tales vesanías que corrompen el alma
de un pueblo, si nuevos actos de terror llegaran a estas orillas en un futuro
cercano.
Es una bendición, señor presidente, que sea usted el que puede responder a esta
exigencia de que es necesario purificar el mundo, una bendición ser una de las
personas privilegiadas que puede ayudarnos a cambiar la historia. De todas las
personas existentes en este mundo usted es el único, debido a su especial
posición de poder, que puede proclamarle a su país y al resto de la humanidad
que la tortura no tiene para qué ser, después de todo, algo que habrá de
perdurar por siempre jamás.
De un poeta a otro poeta, y con gran respecto y esperanza y admiración.
Cuando firmé esas líneas, ¿esperaba acaso que el presidente respondiera a mi
carta o a la de otros que participaron en la misma campaña, como Stephen King, Martin Sheen y Alice
Walker?
De hecho, no. Aquellas palabras buscaban educar a la opinión pública más que
persuadir al hombre más poderoso del
mundo.
Y, sin embargo, abrigaba yo, en la sombra de mi corazón, un leve resplandor de
esperanza de que Obama modificaría su política de darle la espalda al pasado,
enfrentando la necesidad de hacer justicia.
Estados Unidos se precia de ser la tierra donde siempre existe una segunda
oportunidad.
Tal vez, entonces, ha llegado el momento crucial de un cambio de actitud hacia
la tortura. Tal vez el presidente Obama, forzado ahora por la terrible luz de
la verdad, la terrible oscuridad del dolor ajeno, habrá de encontrar la
sabiduría y el coraje para purgar a su país de esta mancha que contamina su
historia, su imagen, su alma.
¿O será ya demasiado tarde?
Ariel Dorfman es el autor de La muerte y la doncella y Más allá del miedo. Vive con su esposa
Angélica en Estados Unidos y, cuando pueden, en Chile.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-261923-2014-12-14.html
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