La dictadura solapada de la Corte Suprema
¡Que bueno, ya tenemos a una persona Latina en la Corte Suprema (o Tribunal
Supremo) de Estados Unidos! Felicidades a la jueza puertorriqueña Sonia
Sotomayor por este logro tan merecido.
Ahora bien al pan, pan y al vino, vino, y sin restarle validez a su historial
jurídico y de activismo comunitario, es cual es excelente, a mi me parece que
debemos de evitar el caer en una especie de algarabía que nos conduzca a una
ceguera socio-política que nos impida ver la realidad de las comunidades Latinas
aquí en Estados Unidos. O sea, escaparnos de caer en asuntos de mucha espuma y
poco chocolate.
Por un lado, confiamos que ahora con el nombramiento de la Jueza Sotomayor no
caigamos en la creencia desatinada que los males de la xenofobia, supremacía
masculina, el clasismo y el racismo han sido erradicados de la cultura
estadounidense.
Estas realidades siguen estando presentes, por lo tanto no permitamos que
estos logros personales pretendan encubrirlos.
Ahora bien, más allá de engreimientos nacionalistas, étnicos o de género, ¿de
que nos sirve su presencia en esta Corte?
Eso está por verse, confiamos que no nos salga otra caja de sorpresa como la
que nos dio Alberto Gonzáles, Fiscal General en el gobierno de George W. Bush
especialista en justificar jurídicamente torturas, secuestros y crímenes de
guerra.
Mientras tanto dialoguemos un poco sobre esta institución jurídica en la cual
la Juez Sotomayor acaba de hacer su entrada triunfal y la cual a mi juicio
necesita ser democratizada inmediatamente.
Por un lado es necesario tener claro que la Corte Suprema de Estados Unidos
se compone de nueve jueces (uno preside y los otros ocho pasan a ser jueces
asociados) y su función principal es solo de atender casos relacionados con la
interpretación de la Constitución o ley federal, pero por supuesto, dentro de
ciertas pautas que el Congreso ha establecido.
El nombramiento de estos jueces tienen tres escenarios muy privativos: no son
electos; su nombramiento es de por vida —históricamente se ha demostrado que no
los pueden remover del puesto, aunque pueden renunciar si lo desean—; y no
tienen que rendirle cuentas a nadie.
Por supuesto, el nombramiento o rechazo no deja de ser un voto político
dentro del Congreso de Estados Unidos y esto es parte de la realidad de lo que
podemos identificar como la doctrina de la Corte Suprema.
Por desgracia estas jueces una vez están en el poder tienden en la mayoría de
los casos a responder de una manera increíble a presiones políticas.
Nuestra Sonia Sotomayor en este momento le debe favores políticos al
presidente Barack Obama en particular y al partido demócrata en general y en
algún momento le van a rendir factura.
El tiempo nos los dirá y pondrá a prueba su dignidad e integridad.
De aquí el que tenazmente sea creyente en buscar una manera de cómo por un
lado despolitizar las confirmaciones de estos jueces y por otro lado abolir la
permanencia de por vida.
De dictaduras solapadas ya estamos cansados, queremos seguir construyendo la
paz con justicia.
lbarrios@jjay.cuny.edu
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