Dianna Ortiz, sobreviviente y testigo
del genocidio en Guatemala (1958-2021)
La monja estadounidense se convirtió en una
voz importante en contra de la tortura y el papel de los Estados Unidos en el
conflicto guatemalteco.
Sergio Palencia Frener
nacla
26 de febrero de 2021
Hna. Dianna Ortiz, una monja ursulina que fundó la Coalición de Apoyo a la Abolición
de la Tortura y a los Sobrevivientes (Foto cortesía de TASSC)
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Vi demasiado, fui testigo no sólo de la tortura sino del hecho de que un
estadounidense era el jefe de un equipo de tortura guatemalteco.
Capture, Torture, Escape, 2007.
El 19 de febrero reciente 2021 falleció la monja estadounidense Dianna Ortiz. Su experiencia y testimonio de
tortura y violación en 1989 mostró al mundo la barbarie del régimen guatemalteco,
apoyado por expertos en tortura del gobierno estadounidense. Su caso sitúa los
centros de tortura del Estado guatemalteco en 1980-89 al mismo nivel de
ignominia de la Alemania nazi entre 1939-44, o de la prisión estadounidense de
Abu Ghraib, en Irak, entre 2002-03.
Dianna Ortiz vivió en Guatemala durante uno de los periodos de represión estatal más
álgidos de la guerra, entre 1987 y 1989. A pesar de las amenazas, decidió
continuar su labor educativa en comunidades maya-akatekas del altiplano
noroccidental. Fue secuestrada por policías y militares guatemaltecos, quienes
la torturaron y violaron el 2 de noviembre de 1989. Ortiz logró escapar y llevó
a la opinión mundial el infierno en el que morían miles de guatemaltecos bajo
la complicidad de Estados Unidos.
Vida en el altiplano guatemalteco durante la guerra
Dianna Ortíz fue parte de la Compañía de Santa Úrsula. Con 29 años, en 1987 se le encomendó viajar a San
Miguel Acatán, municipio indígena maya-akateko ubicado en el noroccidente de
Guatemala. Apenas seis años atrás, Acatán había sido uno de los primeros
municipios en sufrir los ataques del ejército de Guatemala al inicio del
genocidio. Desde 1981, las aldeas de Chimbán y Coyá fueron bombardeadas e
invadidas por infantería. Se presumía la existencia de un centro de
entrenamiento del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP)
Uno de los ancianos, líderes de la espiritualidad akateka, fue descuartizado por los
soldados del ejército nacional. Su nombre Antil Torol, como lo escuché una vez
que visité la aldea en 2011, es aún recordado por los ancianos. Varios casos de
la Comisión del Esclarecimiento Histórico (CEH, 1999), dirigida por las
Naciones Unidas, documentaron secuestros y torturas en Acatán a inicios de los
años ochenta.
Trabajaba en proyectos educativos con
niños sobrevivientes de la guerra.
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La hermana Ortíz llegó cinco años después de estos eventos. Trabajaba en proyectos educativos con niños
sobrevivientes de la guerra. Su presencia, como muestra Thomas
Melville en su libro Through a Glass Darkly con los sacerdotes
Maryknoll, era vista como potencial denuncia internacional sobre el terror
reinante en el altiplano guatemalteco y la formación de las patrullas civiles.
En 1988, el obispo de la provincia de Huehuetenango recibió cartas amenazando
la labor ursulina y de Dianna Ortiz en Acatán.
Desde entonces miembros de inteligencia del Estado guatemalteco la siguieron, tomaron
fotos y enviaron múltiples amenazas de violación. En esos años, el régimen
militar consideraba enemigo no sólo a los insurgentes armados, sino a diversas
redes de derechos humanos, religiosas y de denuncia de desaparecidos.
Intervención estadounidense, intimidación y secuestros
Para 1987 y 1989, Estados Unidos tenía una política de apoyo a los regímenes militares en Guatemala, El
Salvador, de las guerrillas Contra en Nicaragua y bases militares en Honduras. Se quería derrotar militarmente a los
movimientos revolucionarios en el istmo, línea apoyada por el presidente Ronald
Reagan. La llegada de la monja Dianna Ortiz se dio en un momento de la guerra
cuando el ejército guatemalteco quería destruir los territorios controlados por
la guerrilla. Dos de ellos, el Ixcán y los Cuchumatanes ixiles, se localizaban
al oriente de Acatán, donde Ortiz trabajaba en proyectos de educación local.
A pesar de las ofensivas entre septiembre 1987 y abril 1988, las Comunidades de
Población en Resistencia (CPR) lograron sobrevivir y consolidarse por los
próximos diez años en el norte del Quiché. Mientras tanto, las redes de
inteligencia se enfocaron en planificar los secuestros y ejecuciones de
estudiantes, religiosas, y campesinos que, pensaban, podrían apoyar al
movimiento revolucionario. En su denuncia ante la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (1997), Ortiz habla de amenazas desde 1988.
Para ese entonces el gobierno se enfocó en el desmantelamiento de las organizaciones
estudiantiles de la Universidad de San Carlos. Entre agosto y septiembre de
1989, el Estado guatemalteco secuestró a diez estudiantes: Silvia Azurdia,
Víctor Rodríguez, Iván González, Carlos Contreras, Aarón Ochoa, Hugo Gramajo,
Mario de León, Carlos Cabrera, Carlos Chutá, Eduardo López, como lo muestra el
artículo de Ruth del Valle. Muchos de ellos aparecerían en las calles con
crueles señales de tortura. En ese contexto, tras múltiples cartas de amenaza,
miembros conjuntos de la policía y el ejército secuestraron a Dianna Ortiz, el
2 de noviembre de 1989.
Lo sufrido por Ortiz marcó un parteaguas en su vida. En una conferencia realizada
en 2007, Ortiz recuerda el día de su tortura como el día de su muerte y de su
resurrección. Al escapar, la monja fue auxiliada por una mujer indígena en las
calles de Guatemala. Para Ortiz, esta mujer maya se le presentó como la Virgen
de Guadalupe.
Desde
1989, la hermana Dianna Ortiz denunció el rol de su gobierno en la siniestra
contrainsurgencia en Guatemala.
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Desde 1989, la hermana Dianna Ortiz denunció el rol de su gobierno en la siniestra
contrainsurgencia en Guatemala. Llevó un caso contra el General Héctor Gramajo, Ministro de Defensa del régimen entre
1987 y 1990 quien, para entonces, gozaba de una estadía de posgrado en la
Universidad de Harvard. Ortiz ganó el caso y Gramajo no volvió a entrar a
territorio estadounidense. El General Gramajo había sido uno de los mayores
estrategas de las campañas de tierra arrasada bajo los gobiernos de Lucas
García y Ríos Montt, entre 1981 y 1983.
Para los sectores allegados a la Embajada estadounidense y al gobierno guatemalteco,
la denuncia de Ortiz buscaba impedir la ayuda militar al país centroamericano.
Los militares guatemaltecos difundieron la idea que el caso de Ortiz se trataba
de un crimen pasional, homosexual, lo mismo que insinuarían después del
asesinato de monseñor Juan José Gerardi, en 1998, tras publicar el Informe
de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI). El entonces
embajador norteamericano, Thomas F. Stroock, negó la participación de personal
estadounidense en las cámaras de tortura y culpó a paramilitares de extrema
derecha por el secuestro de Ortiz.
A pesar de las difamaciones, Dianna Ortiz jugó un papel importante en la
desclasificación de parte de los comunicados de inteligencia de Estados Unidos.
Ortiz fue fundadora de la Coalición Internacional para la Abolición de la tortura y el Apoyo a los
Sobrevivientes (TASSC).
En 2002, junto a Patricia Davis, publicó el libro The Blindfold's Eyes: My Journey from Torture to Truth(Los
ojos vendados: mi camino de la tortura a la verdad). En 2005, Dianna Ortiz fue
una voz crítica del sistema de torturas sostenido por el gobierno de George Bush,
luego de la publicación de fotografías en el centro de torturas Abu Ghraib, en Irak.
Denuncia contra la tortura
El testimonio de Ortiz aporta a la historiografía de la guerra en Guatemala los siguientes puntos. Uno, la
colaboración entre EE.UU. y el Estado guatemalteco en cuestiones no sólo de
financiamiento, asesoría y armamento, sino de toda una escuela de tortura.
Dicha red de contrainsurgencia internacional ha sido estudiada también
por Lesley Gill y Patrice McSherry en Centro y Sudamérica. Dos, la existencia
de fosas de cadáveres en las instalaciones de la Antigua Escuela Politécnica,
algo relatado también por el antropólogo jesuita Ricardo Falla para
la base militar de Playa Grande o el descubrimiento de 84 fosas y 565 cadáveres
en la base militar de Cobán, según un artículo del The New York Times.
Dianna Ortiz conoció y sufrió
el submundo de las torturas en el genocidio guatemalteco.
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El obispo Gerardi, asesinado por militares, solía decir que sólo a través del
conocimiento de lo sucedido puede brotar la paz. Dianna Ortiz conoció y sufrió el submundo de
las torturas en el genocidio guatemalteco. Bajó a Xibalbá, según el Popol Wuj el reinado de
la muerte y el mal. Emergió de una de las más terribles experiencias para
abrirse a la vida y, con ella, a la memoria de indígenas y mestizos
guatemaltecos. A través de la voz de Ortiz, podemos recordar la de
universitarios como Silvia Azurdia y Victor Hugo Rodríguez. Dianna Ortiz apostó
todo a la vida y se lanzó al océano de la fe, desde el cual articuló el
misterio de la vida frente a la muerte.
Por eso, entre la marisma del día cotidiano, asumir la historia –en Guatemala,
Kurdistán o Minneapolis– es enfrentarse al sentido del conocimiento mismo en el
mundo, el cual deja de ser el de un inerme relato de días similares para
convertirse en el testimonio y la decisión de querer conocer. La tarea del conocimiento histórico, a
medida que avanza, deja de ser la del acumulador de ladrillos o libros y se
convierte en la de un guerrero o guerrera. Dianna se lanzó al vacío del sentido
y, en su centro, encontró algo que la constituyó en testigo de una época. Junto
a sobrevivientes de las masacres de El Mozote (1981) y San Francisco Nentón
(1982), como Rufina Amaya y Mateo Ramos Paiz, Dianna Ortiz se hizo una con el
pueblo pobre centroamericano, haciendo suyas sus heridas y esperanzas.
Sergio Palencia Frener es sociólogo y escritor. Candidato a doctor en antropología por
el Graduate Center, City University of New York, trabaja temas de historia,
conflicto y resistencia en Mesoamérica, especialmente en Guatemala.
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