Teoría del “dron”
Jonathan Derbyshire
The
Guardian
28 de febrero de 2015
En mayo de 2009, un antiguo asesor del general David Petraeus llamado David
Kilcullen escribió un artículo de opinión en el New York Times apelando a una moratoria en los ataques con aviones no
tripulados llevados a cabo por los EE.UU. contra Al Quaeda y sus socios en
Afganistán, Pakistán, Somalia y Yemen. Las ventajas militares de utilizar
“drones” (el Ejército de los EE.UU. define como “dron” “un vehículo terrestre,
marítimo o aéreo de control remoto o automático”) se ven superadas, sostiene
Kilcullen, por sus costes.
Tal como observa el pensador francés Grégoire Chamayou en su sutil y provocadora
“investigación filosófica” de la guerra con “drones”, el artículo de Kilcullen
ofrece un atisbo de los “debates internos en el seno del aparato militar
norteamericano” sobre la transformación de una tecnología de vigilancia en un
vehículo para administrar una fuerza letal (los “drones” Predator, que se
habían utilizado ampliamente con fines de vigilancia durante la intervención de
la OTAN en Kosovo en 1999, fueron equipados con misiles Hellfire en
pruebas llevadas a cabo en febrero de 2001, convirtiendo, tal como dice
Chamayou, “un ojo en un arma”).
Kilcullen reconocía la atracción fatal que ejercen los ataques con “drones” para los
responsables políticos: tienen efectos mensurables, imponen una “sensación de
inseguridad” al enemigo, porque los “drones” operan por control remoto (a
menudo por medio de “pilotos” que se sientan en una oficina de una base aérea
en el desierto de Nevada), no conllevan ningún riesgo de bajas norteamericanas.
Los aspectos negativos son, sin embargo, considerables.
Los ataques con “drones” inducen una “mentalidad de asedio” en la población civil,
sugería Kilcullen. Un dirigente tribal de Pakistán le comentó el año pasado a
Steve Coll, del New Yorker, que la cantidad de tiempo que pasa un “dron” planeando por encima de su blanco antes
de descargar su arsenal – a veces días, más que horas – ha “convertido a la
gente en pacientes del psiquiatra”. (Chamayou desatiende este aspecto temporal
de la guerra con “drones”, que forma a buen seguro parte de lo que lo hace más
distintivo…y tan distintivamente inquietante. Se centra, en cambio, en lo que
un operador de la CIA llamó en cierta ocasión la “mirada que no pestañea” del
“dron”, la visión panóptica de sus sistemas de vigilancia, que recopila
“archivos” de las vidas de los blancos potenciales basándose en patrones de
comportamiento repetido, desviarse de los cuales puede bastar para llevar a
cabo un ataque. Uno de estos sistemas lleva por nombre la “Mirada de la Gorgona”).
Kilcullen sostenía que los ataques con aviones no tripulados minan el esfuerzo de
contrainsurgencia norteamericano en los páramos tribales del norte y el sur de
Waziristán, cuyo objetivo estriba en aislar a los militantes islamistas de las
comunidades en las que viven: quienes proponen una guerra de “drones” buscan un
arreglo tecnológico para lo que es, en primer lugar, un problema político.
Para Chamayou, el razonamiento de Kilcullen dramatizaba la tensión entre dos
paradigmas aparentemente irreconciliables: un paradigma en el que los “resultados
políticos” (hacerse con los corazones y mentes de la población local) son más
importantes que los éxitos tácticos en el campo de batalla; y un paradigma
antiterrorista, del que el programa de “drones” es una mutación, que resulta “a
la vez moralizante y maniquea” y “abandona cualquier análisis real de los
raíces de la hostilidad y sus propios efectos sobre ella”.
Al llamamiento de Kilcullen a detener los ataques se le acabó, no obstante,
haciendo caso omiso en la Casa Blanca, a tal punto que resulta plausible
sugerir, como hace Chamayou, que el programa de “drones” tiene hoy en día tanto
de “emblema” de la presidencia de Barack Obama como la Ley de Atención
Asequible (Affordable Care Act, el “Obamacare”) o el deshielo en las relaciones
diplomáticas con Irán.
El programa tiene sus orígenes en un memorándum escrito poco después del 11 de
septiembre por el predecesor de Obama, George W. Bush, que autorizaba el
asesinato selectivo de los terroristas de Al Qaeda y sus aliados. El primer
asesinato selectivo utilizando un “dron” tuvo lugar en junio de 2004, cuando la
CIA mató a un simpatizante paquistaní de Al Quaeda en el sur de Waziristán.
Pero la administración Bush fue en comparación relativamente parca en su uso de
los “drones” con fines de asesinato selectivo. En total, Bush lanzó 49 ataques
con “drones” entre 2004 y 2008. El programa despegó de verdad una vez que Obama
se convirtió en presidente. De acuerdo con las cifras recogidas por la Oficina
de Periodismo de Investigación (Bureau of Investigative Journalism), de 2009
hasta hoy, Obama ha lanzado 361 ataques solo en Pakistán (y los ataques
continúan: se llevaron a cabo tres en la primera mitad de enero de 2015. La
Oficina estima que entre 15 y 27 personas resultaron muertas, agentes de Al
Qaeda, talibanes paquistaníes y combatientes uzbekos).
Desde 2009, un fijo del calendario burocrático de Washington D.C. ha sido la reunión
semanal, conocida en algunos sectores como Martes del Terror, en los que se
juntan más de un centenar de funcionarios del aparato de seguridad nacional
norteamericano para elaborar una “lista de muertes”, que identifique a ojos del
presidente a los candidatos a ser asesinados por los “drones”. Chamayou apunta
que se desconocen los criterios utilizados para componer esa lista, aunque la
asesoría legal del Departamento de Estado ha insistido en que sus métodos son
“muy sólidos”, sin especificar cómo de sólidos.
Esas “seguridades” no son, tal como dice con razón Chamayou, especialmente
tranquilizadoras, aunque ha habido algunos intentos por parte de la
administración, independientemente de que resultaran inadecuados, de codificar
los métodos seguidos en lo que Obama ha llamado “acciones letales
selectivas contra Al Qaeda y fuerzas ligadas a ella” utilizando “drones”.
Así por ejemplo, en un discurso que Chamayou no menciona, pronunciado ante la
Universidad de la Defensa Nacional (National Defense University) de
Washington en mayo de 2013, Obama anunció cierto endurecimiento de las
restricciones al uso de “drones”, en parte como respuesta a una inquietud
pública creciente, en el país y en el exterior, respecto a quién figura como
objetivo y con qué precisión.;
Ese discurso parecía prometer, entre otras cosas, límites a la infame práctica de
“ataques según firma”, aprobada en 2008 por el entonces director de la CIA,
Michael Hayden. Las reglas aprobadas por Hayden permitían a los pilotos de los
“drones” disparar sobre cualquier varón en edad militar cuyo comportamiento se
correspondiera con una “firma” que sugiriese cualquier actividad sospechosa.
Los resultados de esa política resultaron previsiblemente desastrosos para
cualquier civil o no combatiente que o bien mostrara los rasgos de
comportamiento estipulado o, si no, que diera la casualidad de andar por medio.
En su discurso de 2013, Obama reconoció que la forma en que los norteamericanos
hacen recuento de las bajas civiles ha sido objeto de considerable
controversia: por ejemplo, todas las personas muertas en “ataques según firma”
cuentan como objetivo legítimo.
Al utilizar los “drones” de este modo los “drones”, los norteamericanos parecían
sacrificar esa “precisión” misma que quienes apoyan la guerra con “drones” han
aducido siempre como una de sus principales ventajas: al fin y al cabo, no hay
nada de “blanco selectivo” en un “ataque según firma”. Y en cualquier
caso, “precisión” es un término bastante elástico cuando se emplea en este
contexto. Los misiles Hellfire que disparan los “drones” Predator, por ejemplo,
tienen un “área mortal” de 15 metros (dicho de otro modo, no sobrevive nada en
un radio de 15 metros), mientras que el sucesor del Predator, el Reaper, puede
disparar algo denominado “pequeña arma inteligente”, que puede matar a un
individuo a la vez que deja indemne a la gente de la habitación de al lado.
Chamayou informa de que los estrategas norteamericanos esperan utilizar
en un lapso de 25 años “nano-drones”, minúsculos insectos robóticos capaces de
operar en espacios muy limitados con inimaginable precisión.
Pero el problema de hablar así de “precisión” es que mezcla, como apunta Chamayou,
“la precisión técnica del arma y su capacidad de discriminar en la elección de
los blancos”. Pese a los sueños febriles, de hombres como el teórico de la
guerra con “drones”, Bradley Jay Strawser, que dice horrores, no desaparecerán los
dilemas con los que se han debatido durante siglos los filósofos de la
tradición de la “guerra justa”, sea lo que fuere que el progreso tecnológico
parece prometer. Las máquinas no discriminan y “el hecho de que tu arma te
permita destruir precisamente a quien quiera que desees no significa que tengas
más capacidad de establecer quién es y quién no un objetivo legítimo”. Sigue
siendo ésa una tarea para seres humanos capaces de establecer juicios morales.
Jonathan Derbyshire es jefe de redacción de Prospect
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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