La carnicería silenciosa de la guerra aérea estadounidense
Nicolas J S Davies | 9 de mayo, 2017
El mes de abril del 2017 fue otro mes de matanzas en masa y de terror inimaginable para
la población de Mosul en Irak y [para la población] de las áreas alrededor de
Raqqa y Tabqa en Siria, [un mes caracterizado] como la campaña de bombardeos dirigida
por Estados Unidos más intensa y más prolongada desde que la
Guerra en Vietnam ingresó en su 33r mes.
El General del Cuerpo de Marines Joe Dunford, jefe del Estado Mayor
Conjunto, reunido con miembros de la coalición en una base de operaciones
avanzada cerca de Qayyarah West, Irak, 4 de abril, 2017. (Fotografía del
suboficial segundo clase de la Marina Dominique A. Pineiro del Departamento de
Defensa)
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El Airwars monitoring group ha recopilado reportes de entre 1,280 y 1,744 civiles asesinados por al menos 2,237 bombas and misiles que cayeron desde los aviones de guerra estadounidenses
y de los aliados en Abril (1,609 en Irak y 628 en Siria). Las bajas más
significativas tuvieron lugar en el Viejo Mosul y en el oeste [también] de
Mosul, y en sus alrededores, donde se reportaron entre 784 y 1,074 civiles
asesinados, aunque el área alrededor de Tabqa en Siria también sufrió numerosas
bajas civiles.
En otras zonas de guerra, tal y como he descrito en anteriores artículos (aquí y aquí), el tipo de
reportes “pasivos” de muertes civiles reunidos por Airwars únicamente registran
entre un 5 por ciento y un 20 por ciento de los civiles reales muertos por la
guerra puestos al descubierto por estudios extensos de mortalidad.
Iraqbodycount, la cual utiliza metodología similar a Airwars, únicamente ha
contabilizado un 8 por ciento de las muertes descubiertas por un estudio de
mortalidad en el Irak ocupado del 2006.
Parece que Airwars está recopilando reportes de muertes civiles más minuciosamente de
lo que Iraqbodycount lo hizo hace 11 años, pero clasifica a un gran número de
ellas como “refutadas” o “débilmente reportadas”, además de ser deliberadamente
conservadora en sus cálculos. Por ejemplo, en algunos casos, ha tenido en
cuenta reportes de la prensa local acerca de “muchas muertes”, partiendo de un
mínimo de una sola muerte y sin un máximo. No estamos criticando los métodos de
Airwars, sino reconociendo sus limitaciones a la hora de contribuir a la
estimación actual de muertes civiles.
Permitiendo varias interpretaciones de las estadísticas de Airwars, y asumiendo que, al
igual que todos los intentos en el pasado, está registrando entre un 5 y un 20
por ciento de las muertes reales, una estimación seria del número de civiles
asesinados por la campaña de bombardeos liderada por Estados Unidos desde 2014
tendría que estar en estos momentos en algún lugar entre los 25,000 y los 190,000.
El Pentágono recientemente revisó su irónica estimación del número de civiles que
ha asesinado en Irak y Siria desde 2014 a 352. Esto es menos de una cuarta parte
de las 1,446 víctimas que Airwars ha identificado positivamente por su nombre.
Airwars también ha recogido reportes de civiles asesinados por los bombardeos rusos en Siria, los cuales superaban en
cantidad a sus [propios] reportes de civiles asesinados por los bombardeos
dirigidos por Estados Unidos durante la mayor parte de 2016. Sin embargo, desde
que los bombardeos dirigidos por Estados Unidos escalaron a más de 10,918 bombas y misiles
lanzados en los tres primeros meses de 2017, el bombardeo
más intenso desde que la campaña empezó en 2014, los reportes de Airwars de
civiles asesinados por los bombardeos dirigidos por Estados Unidos han
sobrepasado los reportes de muertes [producidas] por bombardeos rusos.
Debido a la naturaleza incompleta de los reportes de Airwars, este patrón puede o no
reflejar con exactitud si los Estados Unidos o Rusia han asesinado realmente
más civiles en cada uno de esos períodos. Hay muchos aspectos que podrían
influir en ello.
Por ejemplo, los gobiernos occidentales y las ONGs han financiado y apoyado a los Cascos
Blancos y otros grupos que reportan bajas civiles causadas por los bombardeos
rusos, pero no existe apoyo occidental equivalente en lo que se refiere al
reporte de bajas civiles causadas en áreas controladas por el [autoproclamado]
Estado Islámico que los Estados Unidos y sus aliados están bombardeando. Si los
reportes de Airwars están capturando una proporción mayor de las muertes reales
en una área más que en otra debido a este tipo de factores, esto podría
conllevar diferencias en el número de muertes reportadas que no reflejan
diferencias en lo que se refiere a muertes reales.
Shock, Pavor … y Silencio
Para poner en perspectiva las 79,000 bombas y misiles
con los que Estados Unidos y sus aliados han bombardeado Irak y Siria
desde 2014, vale la pena rememorar los días “más inocentes” del “Shock y Pavor”
en marzo del 2003. Tal y como el periodista de la NPR Sandy Tolan
reportó en 2003, uno de los arquitectos de aquella campaña predijo que el
lanzamiento de 29,200 bombas y misiles
en Irak supondría el “equivalente no nuclear del impacto que las armas
atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki tuvieron en Japón”.
Al inicio de la invasión de Estados Unidos en Irak en el 2003, el
Presidente George W. Bush ordenó al ejército estadounidense llevar a cabo un
ataque aéreo devastador sobre Bagdad, conocido como “shock y pavor”
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Cuando se desencadenó [la doctrina] “Shock y Pavor” en Irak en el 2003,
acaparó las noticias en todo el planeta. Pero después de ocho años de guerra “camuflada, moderada y ajena a la influencia de
los medios de comunicación” bajo [la administración del] Presidente
Obama, los medios de comunicación de masas en Estados Unidos ni siguieran
consideran noticia la carnicería diaria causada por los bombardeos más intensos
y prolongados [que tienen lugar] en Irak y Siria. Ellos [los medios de
comunicación de masas] cubren sucesos de bajas masivas individualmente, para
rápidamente seguir con la programación normal [denominada] “Trump Show”.
Al igual que en [el libro] de George Orwell 1984, la población sabe que nuestras fuerzas
militares están en guerra con alguien en algún lugar, pero los detalles están
incompletos. “¿Sigue siendo una cosa?” “¿No es Corea del Norte ahora el mayor problema?”
Apenas existe el debate político en Estados Unidos sobre los aciertos y las
equivocaciones de la campaña de bombardeos estadounidense en Irak y Siria. Se
olvida que bombardear Siria sin autorización de su gobierno internacionalmente
reconocido es un crimen de agresión y una violación del Acta Constitutiva de Naciones Unidas.
El derecho de Estados Unidos a violar el Acta Constitutiva de Naciones
Unidas cuando le da la gana ha sido ya políticamente (¡no legamente!) normalizado
a lo largo de 17 años de agresión en serie, desde el bombardeo de Yugoslavia
en 1999 hasta las invasiones de Afganistán
e Irak, pasando por ataques con drones
en Pakistán y Yemen.
¿Así que quién hará cumplir el Acta Constitutiva para proteger a los civiles en
Siria, quienes ya enfrentan la violencia y la muerte desde todos los lados en
una sangrienta y subsidiaria guerra civil, en la que Estados Unidos ya era profundamente cómplice
mucho antes de que empezara a bombardear Siria en el 2014?
De acuerdo a las leyes estadounidenses, tres regímenes consecutivos estadounidenses
han sostenido que su violencia sin restricciones está justificada legalmente
por la Autorización para el Uso de la Fuerza Militar
aprobada por el Congreso de Estados Unidos en el 2001. A
pesar de su extensión, ese proyecto de ley únicamente decía, “Que
el Presidente está autorizado a usar toda la fuerza necesaria y conveniente
contra aquellas naciones, organizaciones o individuos de las que se determine
que planificaron, autorizaron, cometieron o ayudaron [a llevar a cabo] los
ataques terroristas que ocurrieron el 11 de septiembre del 2001, o que
cobijaron dichas organizaciones o individuos, para prevenir cualquier suceso
futuro de terrorismo internacional contra Estados Unidos por tales naciones,
organizaciones o individuos”.
¿Cuántos de esos miles de civiles que Estados Unidos ha asesinado en Mosul en los
últimos meses tuvieron participación en los ataques terroristas del 11 de
septiembre? Todo aquel que esté leyendo esto conoce la respuesta a esa
pregunta: probablemente ninguno de ellos. Si alguno de ellos estuviera
involucrado sería por pura coincidencia.
Cualquier juez imparcial rechazaría la afirmación que esta legislación autorizaría 16 años
de guerra en al menos ocho países, el derrocamiento de gobiernos que nada
tuvieron que ver con el 11S, el asesinato de unos 2 millones de personas y la
desestabilización de un país tras otro – tan seguro como cuando los jueces de Núremberg
rechazaron las afirmaciones de los acusados alemanes
en las que justificaban que invadieron Polonia, Noruega y
la URSS para prevenir o para “anticiparse” a ataques inminentes sobre Alemania.
Funcionarios estadounidenses aseguran que la Autorización
para el Uso de la Fuerza Militar en Irak en el 2002 legitima el bombardeo de Mosul.
Esa ley al menos hace referencia al mismo país. Pero mientras todo esto ya está
registrado, el mundo entero sabría a lo largo del transcurso [de la guerra] que
se utilizaron argumentos falsos y mentiras absolutas para justificar el
derrocamiento de un gobierno destruido desde entonces por Estados Unidos.
La guerra de Estados Unidos en Irak finalizó oficialmente con la retirada de las
últimas fuerzas de ocupación en el 2011. La Autoridad para el Uso de la Fuerza
Militar [AUMF, por sus siglas en inglés] no aprobó ni pudo haber aprobado una
alianza con el nuevo régimen de Irak 14 años después de atacar una de sus
ciudades y asesinar a miles de sus ciudadanos.
Atrapados en una Red de Propaganda de Guerra
¿Realmente sabemos lo que es la guerra? ¿Ha pasado mucho tiempo desde que los estadounidenses
experimentáramos la guerra en nuestro propio país? Quizás. Pero, tan lejos como
pueda estar la guerra durante la mayor parte de nuestra vida cotidiana, no
podemos pretender que ni sabemos lo que es ni qué horrores conlleva.
Fotos de víctimas de la
masacre de My Lai en Vietnam galvanizaron la conciencia pública sobre la
barbarie de la guerra. (Foto tomada por el fotógrafo del Ejército de los
Estados Unidos Ronald L. Haeberle)
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Este mes, dos amigos y yo mismo visitamos la oficina de nuestra congresista
en representación de nuestro socio local de Peace Action, Peace Justice Sustainability Florida,
para pedirle que copatrocinara una legislación para prohibir el uso de la
fuerza nuclear estadounidense unilateralmente; para derogar la AUMF; para votar
contra el presupuesto militar; para interrumpir el financiamiento para el
despliegue de tropas terrestres estadounidenses en Siria; y para estimular la
diplomacia, y no la guerra, con Corea del Norte.
Cuando uno de mis amigos explicó que él había luchado en Vietnam y empezó a hablar
sobre lo que había sido testigo allí, tuvo que detener [su explicación] para no
romper a llorar. Sin embargo, la congresista no necesitó que él siguiera
[hablando]. Ella sabía de lo que él estaba hablando. Todos nosotros lo sabemos.
Pero si todos nosotros tenemos que ver a niños muertos y heridos cara a cara antes
de que podamos comprender el horror de la guerra y hacer algo de verdad para
detenerla y prevenirla, entonces tenemos ante nosotros un futuro sombrío y
sangriento. Al igual que mi amigo y muchos otros como él han conocido a un alto
precio, el mejor momento para detener una guerra es antes de que ésta se
produzca, y la lección principal que aprendemos de cada guerra es: “¡Nunca más!”
Tanto Barack Obama como Donald Trump ganaron la presidencia en parte porque se
presentaron a sí mismos como candidatos “de la paz”. Este fue un aspecto
cuidadosamente calculado y calibrado en ambas campañas, dados los registros
pro-guerra de sus principales oponentes, John McCain y Hillary Clinton. La
aversión del estadounidense de a pie hacia la guerra es un factor con el que
cada presidente y político estadounidense tiene que lidiar, y prometer la paz
antes de meternos en una guerra es una
tradición política estadounidense que se remonta a Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt.
El reichsmarschall Hermann Goering admitió
al psicólogo militar estadounidense Gustave Gilbert en su
celda de Núremberg, “Naturalmente, la gente común no quiere la guerra; ni Rusia
ni Inglaterra ni Estados Unidos, ni, si vamos al caso, [tampoco] Alemania. Eso
se comprende. Sin embargo, después de todo, son los líderes del país quienes
determinan la política y es algo siempre muy sencillo imponer al pueblo [una
guerra], se trate de una democracia o de una dictadura fascista, o de un
Parlamento o dictadura comunista”.
“Hay una diferencia”, reiteraba Gilbert, “En una democracia, el pueblo tiene algo
que decir sobre el asunto [la guerra,...] a través de sus representantes
elegidos, y en los Estados Unidos únicamente el Congreso puede declara
guerras”.
A Goering no le impresionaban las preciadas garantías constitucionales promovidas
por Madison y Hamilton. “Oh, eso está bien y es
bueno”, respondió, “pero, tenga el pueblo algo que decir o no, éste siempre
puede ser arrastrado hacia la postura de sus líderes. Eso es fácil. Todo lo que
tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los
pacifistas por falta de patriotismo y por exponer al país a la amenaza.
Funciona de esta manera en cualquier país”.”
Nuestro compromiso para la paz y nuestra repulsión a la guerra son fácilmente socavados
por los simples y perpetuos métodos que Goering describió. Hoy en los Estados
Unidos, estos procedimientos están aumentados por muchos otros factores, muchos
de los cuales también tienen sus equivalentes a la Alemania de la Segunda Guerra Mundial:
–Los medios de comunicación de masas que suprimen la concienciación pública
de los costes humanos de la guerra, especialmente cuando las políticas o
las fuerzas militares estadounidenses son responsables.
–Un censura mediática
a las voces de la razón que defienden políticas alternativas basadas en la
paz, la diplomacia o las reglas de la ley internacional.
–En el subsiguiente silencio con respecto a alternativas racionales, los políticos y
los medios de comunicación presentan “hacer algo”,
es decir, la guerra, como la única alternativa al eterno subterfugio de “no
hacer nada”.
–La institucionalización de la guerra a través del sigilo y del engaño,
especialmente por personalidades públicas en las que se confía, como el Presidente Obama.
–La dependencia de los políticos y organizaciones progresistas al financiamiento
suministrado por sindicatos que se han convertido en socios júniors del
complejo militar industrial.
–El marco político de los conflictos estadounidenses con otros países [toma forma]
únicamente debido a las acciones emprendidas por la otra parte, y la
demonización de líderes extranjeros busca dramatizar y popularizar este tipo de
narrativas falsas.
–La pretensión de que el papel de los Estados Unidos en las guerras en el
extranjero y la ocupación militar global se originan en el bien intencionado deseo de ayudar a la gente,
y no por ambiciones estratégicas o intereses comerciales estadounidenses.
Si lo sumamos todo, esto equivale a un sistema de propaganda de guerra, en el que los
jefes de las cadenas de TV cargan con una parte de la responsabilidad por las
atrocidades resultantes juntamente con los líderes políticos y militares. Sacar
a relucir a generales retirados para bombardear al frente interno usando jerga eufemística, sin revelar
los honorarios a los directores
y asesores que reciben de los fabricantes de armas, es sólo una de
las caras de esta moneda.
La igualmente importante otra cara de la moneda es el fracaso de los medios de
comunicación para tan siquiera cubrir guerras o el [mismo] rol de Estados
Unidos en ellas, y la marginalización sistemática de quienquiera que sugiera
que haya algo moral o legalmente equivocado con respecto a las guerras estadounidenses.
El Papa y Gorbachov
Francisco recientemente
sugirió que una tercera parte podría actuar como mediadora para ayudar a
resolver el viejo conflicto que nuestro país tiene con Corea del Norte, que ya
dura casi 70 años. El Papa propuso a Noruega. De manera todavía más importante,
el Papa enmarcó el problema como una disputa entre Estados Unidos y Corea del
Norte, y no, como hacen los oficiales estadounidenses, como si Corea del Norte
generase un problema o una amenaza para el resto del mundo.
El Papa Francisco |
Así es como mejor funciona la diplomacia, identificando correcta y
honestamente el rol que cada una de las partes juega en una disputa o en un
conflicto, para después trabajar para resolver sus discrepancias y conflictos
de interés de un modo en que ambas partes puedan vivir [pacíficamente] o
incluso beneficiarse de ello. El Plan de Acción Total Conjunto [Joint
Comprehensive Plan of Action, JCPOA por sus siglas en inglés] que resolvió el
conflicto entre Estados Unidos e Irán sobre su programa nuclear civil es un
buen ejemplo de cómo funciona esto.
Este tipo de diplomacia real está a años luz de la política arriesgada, las amenazas y
las coaliciones agresivas que se han disfrazado de diplomacia bajo una sucesión de presidentes y secretarios de
estado estadounidenses desde Truman y Acheson, con pocas excepciones.
El constante deseo de la mayor parte de la clase política estadounidense para debilitar el JCPOA
con Irán es una medida de cómo los funcionarios estadounidenses
se aferran al uso de las amenazas y de una política arriesgada y se ofendan por
el hecho de que el “excepcionalismo” estadounidense debería haber bajado de su
pedestal para negociar de buena fe con otros países.
En la raíz de estas políticas peligrosas, tal y como el historiador William Appleman
Williams escribió en The Tragedy of
American Diplomacy [La Tragedia de la Diplomacia Estadounidense] en 1959,
descansa el espejismo del poder militar supremo que sedujo a los líderes estadounidenses
después de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento
de las armas nucleares. Después de salir precipitadamente de Vietnam [y entrar]
en la realidad de un mundo poscolonial inconquistable,
este Sueño Americano de fuerza colosal se disolvió brevemente, sólo para
renacer con venganza después del fin de la Guerra Fría.
De la misma forma que su derrota en la Primera Guerra Mundial no fue suficientemente
decisiva para convencer a Alemania de que sus ambiciones militares estaban
destinadas al fracaso, una nueva generación de líderes estadounidenses vieron
en el fin de la Guerra Fría la oportunidad para “pegarle una patada al síndrome
Vietnam” y resucitar la trágica apuesta estadounidense por la “dominación total y absoluta”.
Tal y como Mikhail Gorbachov lamentó en un discurso en Berlin
en el 25º aniversario de la caída del Muro de Berlín en el 2014,
“Occidente, y particularmente Estados Unidos, se declararon los ganadores de la
Guerra Fría. La euforia y el triunfalismo llenaron los pensamientos de los
líderes occidentales. Aprovechándose del debilitamiento de Rusia y de la falta
de contrapeso, reivindicaron el monopolio, el liderazgo y la dominación del
mundo, haciendo caso omiso al consejo de muchos de los aquí presentes para el
uso de un discurso prudente”.
Como era de esperar, este triunfalismo post Guerra Fría nos ha conducido hasta un
laberinto de engaños, catástrofes y peligros si cabe más retorcidos de lo que
la misma Guerra Fría fue. La estupidez de las ambiciones insaciables de
nuestros líderes y el constante coqueteo con la extinción en masa están mejor
simbolizados por el Doomsday Clock
[Reloj del Fin del Mundo], del Boletín de los Científicos Atómicos, cuyas manecillas se encuentran nuevamente
a dos minutos y
medio de medianoche.
La incapacidad de la máquina de guerra más costosa jamás creada para derrotar a
las fuerzas de la resistencia escasamente armadas en un país tras otro, o para
restaurar la estabilidad en cualquiera de los países que ha destruido, apenas
ha dañado el poder nacional del complejo militar-industrial estadounidense
sobre nuestras instituciones políticas y sobre nuestros recursos nacionales. Ni
los millones de muertos, ni los trillones de dólares despilfarrados, ni los
fracasos miserables en sus propios desenlaces han detenido la expansión sin
sentido y la escalada de la “guerra global contra el terror”.
Los futuristas debaten sobre si la tecnología robótica y la inteligencia artificial
algún día nos transportarán a un mundo en la que robots autónomos podrían
lanzar una guerra para esclavizar y destruir a la especie humana, tal vez
incluso incorporando a humanos como componentes de las máquinas que
ocasionarían nuestra extinción. Dentro de las fuerzas armadas y del complejo
militar industrial estadounidense, ¿no hemos ya creado exactamente tal organismo
semi-humano, semi-tecnológico que no dejará de bombardear, asesinar y destruir
a menos y hasta que nosotros lo detengamos y lo desmantelemos?
Nicolas J S Davies es el autor de Blood On Our
Hands: the American Invasion and Destruction of Iraq [Sangre en Nuestras Manos:
La Invasión Americana y la Destrucción de Irak]. También escribió los capítulos sobre
“Obama at War” [“Obama en Guerra”] en Grading the 44th President: a Report Card
on Barack Obama’s First Term as a Progressive Leader [Clasificando al 44º
Presidente: Las Notas del Primer Mandato de Barack Obama como Líder Progresista].
Clica aquí para leer la publicación original en
consortiumnews.com
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