Julian Assange: buscado por el Imperio, vivo o muerto
Alexander Cockburn CounterPunch 7 de diciembre de 2010
Traducido por S. Seguí
Las ondas radiales de Estados Unidos se estremecen con el griterío de
asesinos de salón que aúllan pidiendo la cabeza de Julián Assange. Jonah
Goldberg, colaborador de National Review, se pregunta en su columna
sindicada: “¿Por qué no estrangularon a Assange en una habitación de hotel hace
años?” Sarah Palin quiere que lo aprehendan y lo lleven ante el juez, y afirma:
“Es un agente antiamericano con las manos manchadas de sangre.”
Assange sobrevivirá a estos excesos teatrales. Lo que no está tan claro es
cómo le irá a manos del furioso gobierno de EE.UU. El fiscal general de EE.UU.,
Eric Holder, ha anunciado que el Departamento de Justicia y el Pentágono están
llevando a cabo “una investigación criminal activa y continuada” en relación con
última filtración realizada por Assange, y lo hacen con arreglo a la propia Ley
de Espionaje de EE.UU.
Consultado sobre cómo los EE.UU. podrían juzgar Assange, un ciudadano no
estadounidense, Holder dijo, “Quiero ser claro. Esto no es ruido de sables”, y
prometió “colmar con rapidez las deficiencias en la actual legislación
estadounidense...”
En otras palabras, se está reescribiendo la citada Ley de Espionaje, con
Assange como objetivo, y en poco tiempo, si no lo ha hecho ya, el Presidente
Obama –que como candidato prometió transparencia en el Gobierno– firmará una
orden autorizando la captura de Assange y su traslado a la jurisdicción
estadounidense. Primero, atraparlo; luego, ya haremos frente a las demandas de
hábeas corpus.
Interpol, el brazo investigador de la Corte Penal Internacional en La Haya,
ha emitido un aviso de captura de Assange. Es requerido en Suecia para ser
interrogado por dos presuntas agresiones sexuales, una de las cuales parece
reducirse a una acusación de haber mantenido relaciones sexuales sin protección
y no haber telefoneado a su pareja al día siguiente.
La acusadora principal, Anna Ardin, según ha escrito Israel Shamir en
CounterPunch (1), “tiene vínculos con los grupos anticomunistas y anti-Castro
financiados por Estados Unidos. Ardin publicó sus soflamas anticastristas en la
publicación en lengua sueca Revista de Asignaturas Cubanas difundida por
Misceláneas de Cuba. Cabe tener en cuenta que Ardin fue deportada de Cuba
por realizar actividades subversivas.”
Ciertamente no es una teoría conspirativa sospechar que la CIA se ha puesto
en marcha para fomentar estas acusaciones suecas. Como informa Shamir: “En el
mismo momento en que Julian buscó la protección de la Ley de Medios de
Comunicación sueca, la CIA amenazó con suspender inmediatamente el intercambio
de inteligencia con la SEPO, la agencia sueca de los servicios secretos.”
No hay duda de que la CIA también ha sopesado la posibilidad de arrojar a
Assange desde un puente o una ventana alta (la forma de asesinato preferida de
la Agencia desde sus primeros días), y ha llegado a la conclusión de que, por
desgracia, es demasiado tarde para este tipo de solución ejecutiva.
La ironía es que los miles de comunicaciones diplomáticas publicadas por
WikiLeaks no contienen revelaciones retumbantes que atenten contra la seguridad
del imperio estadounidense. La mayor parte de ellas se limitan a ilustrar el
hecho bien sabido de que en todas las capitales del mundo hay un edificio
conocido como la Embajada de Estados Unidos, habitado por gentes cuya principal
función es la de cubrir cualquier evaluación bien documentada de las condiciones
del país con el corsé de la ignorancia y los prejuicios que les inculcan en lo
que pasa por ser educación superior en Estados Unidos, cuyas élites gobernantes
son hoy día más ignorantes de lo que realmente está sucediendo en el mundo
exterior que en cualquier otro momento en la historia del país.
Las informaciones publicadas en la prensa oficial nos invitan a sorprendernos
con la noticia de que el rey de Arabia Saudita quiere que se borre a Irán del
mapa, de que EE.UU. utiliza a sus diplomáticos como espías, de que Afganistán es
un país corrupto, y de que la corrupción no es un fenómeno desconocido en Rusia.
Estos informes de prensa fomentan la ilusión de que las embajadas de EE.UU.
están habitadas por observadores inteligentes que remiten con todo celo
información útil a sus superiores en Washington. Por el contrario, los
diplomáticos –suponiendo que tengan la más mínima capacidad de observación y
análisis inteligente– pronto aprenden a avanzar en sus carreras mediante el
envío de informes a su sede cuidadosamente ajustados a los prejuicios de los
jefazos del Departamento de Estado y de la Casa Blanca, los miembros poderosos
del Congreso y los principales actores de todo el sistema burocrático.
Recordemos que cuando la Unión Soviética se deslizaba hacia su extinción, la
Embajada de EE.UU. en Moscú seguía suministrando tenazmente dramáticos informes
temblorosa sobre un poderoso Imperio del Mal que valoraba la posibilidad de
invadir Europa Occidental.
No se trata aquí de restar importancia a la gran importancia de esta última
entrega de WikiLeaks. Millones de personas en EE.UU. y en todo el mundo han
recibido con ella un curso rápido de introducción a las relaciones
internacionales y las artes verdaderas de la diplomacia, para no hablar de la
chismosa prosa de tres al cuarto con la que los diplomáticos ensayan los
roman á clef que van a escribir cuando lleguen a la jubilación.
Hace años, Rebecca West escribió en su novela La caña pensante sobre
un diplomático británico lo siguiente: “Incluso cuando estaba mirándole a una
mujer los pechos con todo descaro a través del escote de su vestido, se las
arreglaba para parecer que estuviera pensando en la India.” En la versión
actualizada, y teniendo en cuenta las órdenes de Hillary Clinton al Departamento
de Estado, cuando un diplomático estadounidense finja admirar la figura de la
encantadora agregada cultural francesa, en realidad estaría pensando en cómo
robarle la información de su tarjeta de crédito, cómo obtener un scan de
retina o sus contraseñas de correo electrónico y el número de su tarjeta de Air
France.
También hay revelaciones reales de gran interés, algunas de ellas poco
creíbles para la prensa del establishment de EE.UU. En nuestro sitio
CounterPunch la semana pasada Gareth Porter (2) identificaba un cable
diplomático del pasado febrero, publicado por WikiLeaks, que proporciona una
descripción detallada de por qué los especialistas de Rusia sobre el programa de
misiles balísticos iraní rechazaban la sugerencia de EE.UU. de que Irán contaba
con misiles que podrían alcanzar capitales europeas, o de que Irán tenía la
intención de desarrollar esa capacidad. Porter señalaba que:
“Los lectores de los dos principales periódicos de EE.UU. nunca conocieron
los datos clave del documento. The New York Times y The Washington
Post informaron únicamente de que Estados Unidos creía que Irán había
adquirido misiles de ese tipo –supuestamente denominados BM-25– a Corea del
Norte. Ninguno de los dos diarios informó de la detallada refutación rusa de la
opinión de EE.UU. al respecto, o de la falta de pruebas consistentes sobre el
BM-25 por parte de EE.UU.”
“El Times, que había obtenido los telegramas diplomáticos no de
WikiLeaks sino de The Guardian, según un artículo del Washington
Post del lunes, no publicó el texto del cable. El Times dijo en su
artículo que el periódico había tomado la decisión de no publicarlo “a petición
del gobierno de Obama”. Con ello se privaba a sus lectores de comparar el
distorsionado resumen del documento en el Times con el documento
original, sin tener que buscar en el sitio WikiLeaks.”
Desde la publicación del primero de los dos paquetes de documentos –relativo
a las guerras de Iraq y Afganistán–, el desprecio de la prensa “oficial” de
EE.UU. hacia WikiLeaks ha sido evidente hasta la saciedad. El New York
Times logró la torpe hazaña de publicar algunas de las fugas a la vez que
pretendía taparse la nariz, publicando al mismo tiempo una crítica calumniosa
sobre Assange firmada por su reportero John F. Burns, un hombre con un brillante
historial de vendedor de las acciones del gobierno de EE.UU..
Ha habido aplausos para Assange y WikiLeaks por parte de famosos
filtradores como Daniel Ellsberg. Pero si encendemos la televisión será
para escuchar la clase de furia que Lord Haw-Haw –alias del irlandés
William Joyce, que transmitía programas de propaganda desde Berlín– empleaba
para provocar a Gran Bretaña durante la II Guerra Mundial. Como Glenn Greenwald
escribió en su columna del sitio Salon:
“En la CNN, Wolf Blitzer estaba rojo de rabia por el hecho de que el gobierno
de EE.UU. no hubiera logrado mantener todas estas cosas en secreto... Más tarde
–como buen periodista que es– Blitzer exigía garantías de que el Gobierno
adoptase las medidas necesarias para evitar que él, los medios de comunicación y
la ciudadanía se enterasen de más secretos: “¿Sabemos acaso si han reparado el
asunto? En otras palabras, ¿sabemos si alguien, en estos momentos, alguien con
autorización en materia de top secret o de cuestiones de seguridad, no
puede ya descargar información en un CD o un pen-drive? ¿Se ha reparado
esto?” La preocupación central de Blitzer –uno de los “periodistas” más
distinguidos de nuestro país– es asegurarse de que nadie se entera de lo que el
Gobierno de los EE.UU. pueda estar tramando.”
Los últimos archivos de WikiLeaks contienen unos 261 millones de palabras,
equivalentes a 3.000 libros. En ellas se muestran las entrañas del Imperio
Estadounidense. Como Israel Shamir escribió aquí la semana pasada (3): “Los
archivos muestran la infiltración política de EE.UU. en casi todos los países,
incluso en supuestos estados neutrales como Suecia y Suiza. Las embajadas de
EE.UU. mantienen una estrecha vigilancia sobre sus anfitriones, y han penetrado
los medios de comunicación, el negocio de armamentos, el del petróleo y los
servicios de espionaje, y maniobran para colocar a las empresas estadounidenses
en una situación de ventaja.”
¿Vamos a olvidar enseguida este testimonio vivo del mangoneo imperial en
pleno siglo XXI? No, si hay escritores competentes que puedan ofrecer una
redacción legible y políticamente vivaz. Pero, una advertencia: en noviembre de
1979 estudiantes iraníes se apoderaron de un archivo completo del Departamento
de Estado, la CIA y la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) en la embajada
americana en Teherán. Y reconstruyeron laboriosamente muchos documentos que
habían sido triturados.
Estos secretos afectaban mucho más que a Irán. La embajada de Teherán, que
servía de base regional para la CIA, guardaba secretos relativos a operaciones
secretas en muchos países, en particular Israel, la Unión Soviética, Turquía,
Pakistán, Arabia Saudita, Kuwait, Irak y Afganistán.
A partir de 1982, los iraníes publicaron unos 60 volúmenes de informes de la
CIA y documentos del gobierno de EE.UU. provenientes de los archivos de Teherán,
titulados conjuntamente Documentos del Nido de Espionaje Estadounidense.
Como escribió hace ya años Edward Jay Epstein, historiador de las agencias de
espionaje de EE.UU.: “Sin lugar a dudas, estos archivos capturados representan
la pérdida más extensa de datos secretos que cualquier superpotencia haya
sufrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial.”
De hecho, los archivos de Teherán fueron en verdad un golpe devastador para
la seguridad nacional de EE.UU.. Contenían vivas descripciones de operaciones y
técnicas de espionaje, la complicidad de periodistas estadounidenses con los
organismos de su gobierno, las complejidades de la diplomacia del petróleo.
Estos volúmenes se pueden encontrar en algunas bibliotecas universitarias de
EE.UU. ¿Y alguien los lee? Sí, un puñado de especialistas. Las verdades
inconvenientes fueron enterradas rápidamente, y tal vez los archivos de
WikiLeaks pronto desaparezcan de la memoria también, uniéndose a los
estimulantes archivos históricos de los golpes de espionaje de la izquierda.
Debo citar con admiración aquí Spies for Peace, el grupo de
anarquistas británicos de acción directa y otros radicales afines relacionados
con la Campaña por el Desarme Nuclear y el Comité Bertrand Russell de los Cien
que en 1963 irrumpió en un búnker secreto del gobierno, el Regional Seat of
Government Number 6 (RSG-6) en Warren Row, cerca de Reading, donde
fotografiaron y copiaron documentos que mostraban los preparativos secretos
oficiales para hacerse con el gobierno después de una guerra nuclear.
Distribuyeron un folleto junto con las copias de los documentos pertinentes a la
prensa, estigmatizando al “pequeño grupo de personas que han aceptado la guerra
termonuclear como una probabilidad, y están planificándola consciente y
cuidadosamente... Están en silencio esperando el día en que caiga la
bomba, momento en que se harán cargo del poder. “Hubo un gran alboroto, y luego
el gobierno conservador del momento emitió un Defence Notice, prohibiendo
toda otra publicación en la prensa. Los policías y los servicios de espionaje
lanzaron una larga y dura cacería de espías de la paz, sin conseguir
atrapar ni a uno de ellos.
¿Y Assange? Esperemos que se mantenga alejado de un entierro prematuro.
Ecuador le ofreció santuario hasta que la Embajada de EE.UU. en Quito le dio al
presidente una rápida orden y la invitación fue suspendida. ¿Suiza? ¿Estambul?
No sé... Como hemos dicho antes, Assange debería, como mínimo, mantenerse ojo
avizor respecto a las mujeres demasiado entusiastas de sus abrazos y, sin duda,
alejado de los pasos a nivel, los puentes y las ventanas abiertas.
En 1953 la CIA distribuyó a sus agentes y operadores un manual de formación
de asesinos (publicado en 1997), lleno de consejos prácticos (4):
“El accidente más eficaz, en el caso de un simple asesinato, es una caída de
25 metros o más sobre una superficie dura. Pozos de ascensores, escaleras,
ventanas no protegidas y puentes servirán a este propósito... La acción puede
llevarse a cabo rápidamente, mediante un vigoroso [censurado] de los
tobillos, arrojando al sujeto al vacío. Si el asesino lanza de inmediato un
grito desgarrado del tipo “testigo horrorizado”, no será precisa ninguna
coartada o retirada disimulada.”
Fuente: http://www.counterpunch.org/cockburn12032010.html
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