Las cicatrices abiertas que deja la guerra por control remoto de Estados Unidos
El ataque dura unos instantes, pero las consecuencias, toda la vida. Tres familias explican cómo la
campaña secreta de ataques con drones no tripulados que ha impulsado la administración
Obama los ha dejado sin sus seres queridos y sin respuestas.
Spencer Ackerman
The Guardian
22 de abril de 2016
Un avión no tripulado estadounidense que fue hallado en una playa filipina tras
precipitarse a tierra. EFE
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Los mejores recuerdos que conserva Nabila de su abuela tienen que ver con bodas. Con independencia de quién se casara, podía ser un
familiar o un vecino, su abuela, Mamana, participaba activamente en el evento
por el hecho de ser la matriarca del pueblo.
Mamana era alegre pero también responsable. No tenía estudios, era la comadrona del pueblo y ejercía de médico de familia cuando la
ocasión lo requería; también de veterinaria.
En una tarde otoñal de 2012, Mamana pidió a Nabila y a sus hermanos y a sus primos que fueran a los campos de ocra de la familia, que
formaban parte del extenso jardín situado en una zona tribal de Pakistán. Se
acercaba la festividad musulmana de Eid y la familia Rehman se había reunido
para preparar las verduras. Nabila, de nueve años, había empezado la labor que
le habían asignado cuando el dron lanzó los misiles.
Una oscura columna de polvo mezclada con un humo de olor
acre invadió el jardín. De hecho, esa nube evitó que Nabila y los otros niños
vieran el cuerpo mutilado de su abuela.
Sus primos mayores, todos varones, corrieron en su ayuda. Nabila tenía quemaduras y restos de metralla en la mano y en el brazo. Su
hermano Safdar, de tres años, que había estado observando desde el tejado de la
casa cómo los demás cosechaban, se había caído y se había roto el hombro y
varios huesos del tórax.
Fotografía
facilitada que muestra una sección de la pista de un portaviones estadounidense
desde donde aterrizan y despegan aviones no tripulados. EFE
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Los adolescentes ya habían conseguido sacar de allí a Nabila y algunos de los otros primos cuando recibieron el impacto de una
segunda ronda de misiles. Esto es lo que la CIA llama "doble golpe" y
que tiene el objetivo de asegurarse de la aniquilación de sus objetivos.
Se salvaron gracias a que los operaron a tiempo. Pero entonces empezaron las
dificultades que marcaron el resto de su vida.
Los ataques de drones se mantienen en secreto, tienen lugar en zonas remotas o peligrosas y su objetivo final son presuntos
terroristas. Es por este motivo que los estadounidenses no suelen tener
noticias de los supervivientes o de las familias. Sin embargo, The Guardian
ha hablado con algunas personas que han sobrevivido a ataques de drones y todos los relatos tienen algunos
elementos en común: el dolor provocado por el ataque no tiene fin, ya que el
secretismo en torno a esta cuestión impide que las víctimas puedan dar por
cerrado este capítulo de sus vidas.
Según el relato de tres personas en Pakistán y Yemen cuyos hermanos, hijos y abuelos fueron asesinados por drones, los ataques duraron
unos instantes. Las consecuencias, una vida entera. La mayoría nunca ha contado
su historia a un periodista estadounidense. Algunos tienen teorías sobre quién
era el blanco de ataque de Estados Unidos, mientras que otros no tienen ni
idea. El grupo de derechos humanos Reprieve y la Fundación para los Derechos
Fundamentales ayudaron a conseguir las entrevistas, que se hicieron con la
ayuda de un traductor.
Los ataques los han empobrecido y les han provocado angustia e indignación. Nunca han tenido acceso a la justicia y nadie se ha
disculpado por lo sucedido. Ni siquiera han recibido una pequeña indemnización
por parte de las autoridades locales. Estados Unidos, que promueve un cierto
concepto de justicia en el mundo, solo es para ellos una fuerza remota que ha
manchado de sangre sus vidas y los trata de forma infrahumana, como objetos a
los que atacar. Creen que podrían volver a ser atacados en cualquier momento.
La Casa Blanca ha indicado que pronto dará a conocer un
recuento de las muertes causadas por los drones. Los familiares de las víctimas
y los supervivientes de los ataques dudan de la veracidad de este informe y no
creen que se traduzca en una disculpa pública; que es lo que ellos desearían.
Esta sensación ha ido en aumento después de que un importante ayudante del
presidente de Estados Unidos declarara recientemente a la revista The Atlantic que Obama "nunca ha albergado
dudas" sobre la conveniencia de los drones.
La CIA no quiso hacer declaraciones. Un miembro del equipo de Obama señaló que: "No creemos que las vidas de las personas de
una cierta nacionalidad tengan más valor que las de otras personas de otras
nacionalidades. Lo que sí es cierto es que el presidente ha dicho que los
ciudadanos de Estados Unidos necesitan tener toda la información para pedir
responsabilidades a su gobierno. Y este es el motivo por el que hemos sido
absolutamente transparentes en lo relativo a las muertes de estadounidenses".
El padre de Nabila, o dicho de otro modo, el hijo de Mamana, Rafiq ur-Rehman, no opina lo mismo: "Si Estados Unidos mata a un
occidental, uno de los suyos, una persona blanca, pide disculpas e indemniza a
la familia. Si es un paquistaní, como nosotros, no se molesta. En mi opinión,
Estados Unidos nos trata peor que a animales".
El taxista
Mohammed al-Qawli solo quería enterrar a su hermano.
Era la tarde del 23 de enero de 2013. Mohammed, que ahora
tiene 43 años, se apresuró por llegar hasta el mísero camino situado al este de
la capital de Yemen, Sana'a, donde su hermano y su primo habían muerto. Su
hermano Ali, de 34 años, yacía hecho pedazos. Tras desmayarse de dolor,
Mohammed llevó el cuerpo de Ali hasta el hospital local para que lo prepararan
para el funeral. Sin embargo, cuando regresó al día siguiente descubrió que los
restos de Ali ya no estaban allí.
Le dijeron que tenía que ir hasta un hospital militar.
Esa fue la primera señal de que la muerte de su hermano iba a crear complicaciones burocráticas que no le darían tregua. Los militares
le indicaron que debía dirigirse al gobernador de la provincia de Sana'a. El
gobernador le habló con respeto, le pidió disculpas y le ofreció dinero.
"Primero no lo acepté", explica Mohammed. Pensó que si lo hacía estaba reconociendo que Ali y su primo Salim eran terroristas.
Lo cierto es que habían muerto porque habían parado a dos autostopistas.
La tarde de su muerte, después de que Ali saliera de la escuela donde trabajaba como profesor, él y Salem habían ido a un mercado para comprar
algunos comestibles. En algunas ocasiones usaban su Toyota Hilux para ganar un
dinero extra como taxistas. Un desconocido, que se hizo llamar Rabia y que
estaba acompañado por otro hombre, les hizo una señal para que detuvieran el
vehículo. Mohammed nos explica que en Yemen es normal hacer autostop y los
conductores suelen llevar a desconocidos.
La abuela de Nabila murió delante de sus ojos cuando estaban recogiendo verduras del huerto de
casa. FOTO: REPRIEVE.ORG
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Esta decisión les cambió la vida. Rabia y su amigo les pidieron que los llevaran hasta una zona donde había varios puestos de control
militares. Cuando finalmente llegaron a su destino y se estaban despidiendo de
los dos hombres, dos misiles lanzados por un dron estadounidense los alcanzaron.
Mohammed cree que Rabia era el blanco de ataque. Se sospecha que podría haber trabajado como guardaespaldas de una rama de Al Qaeda
en la Península Arábiga, considerada la rama más competente del grupo
terrorista. Durante años, la CIA y el Comando Conjunto de Operaciones
Especiales de Estados Unidos han impulsado al mismo tiempo campañas de ataques
con drones para acabar con este grupo, siempre bajo un manto de secretismo. Los
primos al-Qawli se convirtieron en las víctimas colaterales de estos ataques.
"Todos los yemeníes saben que los ataques de drones causan muchas muertes civiles. No son precisos. No distinguen entre civiles y
combatientes", lamenta Mohammed.
A partir de ese momento, la familia de Ali pasó a ser
responsabilidad de Mohammed. Se vio obligado a cerrar su pequeño concesionario
de coches para tener más dinero y mantenerlos. Esta tragedia familiar lo
politizó. Fundó la Organización Nacional de Víctimas de Drones, el primer grupo
de derechos humanos de Yemen que reaccionó tras la matanza aérea perpetrada un
año más tarde.
El gobierno yemení volvió a ofrecerle ayuda. A través de
un comité, le entregó un certificado en el que se reconocía que Ali y Salem
eran inocentes y que "murieron accidentalmente en un ataque contra
criminales" y le entregaron una pequeña suma de dinero para cubrir, según
Mohammed, el coste del funeral.
El comité le dijo que le daría una segunda indemnización
de mayor cuantía, pero nunca lo hizo. En enero de 2015, un golpe de Estado hizo
caer al gobierno y Arabia Saudí inició una campaña de bombardeos con el apoyo
de Estados Unidos. Mohammed y sus compatriotas han quedado sumidos en el caos.
La campaña de ataques con drones estadounidense parece haber dado una inusual
continuidad al golpe de Estado.
Reparaciones de la vivienda
Como muchos otros habitantes en Waziristán del Norte, que
se convirtió en el principal objetivo de la campaña de ataques con drones
impulsada durante el primer mandato de Barack Obama, Ramazan Khan fue
indemnizado por los daños materiales pero no por la lesión mortal provocada a
su nieto adolescente. Al igual que sucede en Yemen, la naturaleza extraoficial
de los ataques de drones genera una disonancia cognitiva a los burócratas
paquistaníes que deben lidiar con las muertes causadas por estos vehículos
aéreos no tripulados. Esta actitud no hace más que agudizar el dolor de las familias.
"Unos años atrás, fui a Khar para preguntar sobre los ataques de drones", explica Khan a
The Guardian en referencia a una ciudad que se encuentra a unos 200 kilómetros de distancia. Primero habló con
un funcionario, al que identifica como un "señor". Este señor le dijo
que hablara con un militar paquistaní. El militar le dijo que regresara a su
pueblo y hablara con un funcionario local, que era la autoridad competente para
hablar con el gobierno. El funcionario local le pidió que rellenara un impreso.
Necesitó un año para completarlo.
El ataque contra la casa de Khan tuvo lugar el 7 de septiembre de 2009. Estaban celebrando Ramadán y toda la familia se había
reunido para cenar tras el ayuno. Tras la cena, Khan y algunos familiares
salieron a la calle para caminar y mascar tabaco. Vieron cómo el dron estaba
volando bajo, por encima de sus cabezas, y también vieron cómo lanzaba varios
misiles contra el hogar de Khan. "Pensamos ¿Qué demonios está
pasando?", recuerda Ramazan Khan.
El hermano de Mohammed al Qawli murió tras hacer un recorrido como taxista para un
desconocido. FOTO: REPRIEVE.ORG
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Tres de sus sobrinos murieron en el ataque. Su nieto
Sadaullah, un chico tranquilo y estudioso de 14 años, quedó gravemente herido.
El pasatiempo favorito de su nieto cuando salía de la escuela era llevarse
algunos libros hasta una colina cercana y leer. Tenía las piernas completamente
aplastadas y fue necesario amputarlas. La metralla lo dejó ciego del ojo
izquierdo. Ramazan Khan se arruinó tras pagar todos los gastos médicos.
"Acepté todo el dinero que me ofrecieron para pagar las facturas. Desde el
ataque, mi vida ha estado plagada de dificultades y todavía lo está".
Sadaullah falleció en octubre de 2012.
Los funcionarios de Waziristán del Norte finalmente
procesaron todos los impresos que Khan había rellenado. Nunca recibió una
disculpa, una explicación o una pensión. Las autoridades locales le dieron unos
miles de dólares para que pudiera reparar la casa. Se quejó e indicó que no se
daba por indemnizado. Sin embargo, esto fue todo lo que consiguió.
En junio de 2014, el ejército paquistaní invadió
Waziristán del Norte en el marco de una operación contra el terrorismo que
todavía está en marcha. Ramazan Khan forma parte del millón de personas que
fueron expulsadas de sus casas.
Además del caos que sacude Yemen, la campaña de ataques
con drones en las franjas fronterizas donde habitan las tribus pashtún no hizo
más que empeorar la situación de los desplazados internos. En 2010 llegaron a
sufrir un ataque cada tres días. Desamparado y sin saber cuándo podrá regresar
a su casa, para Khan los ataques son un recordatorio constante de la muerte de
su nieto y de sus sobrinos.
Traducción de Emma Reverter
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