Gaza, la prisión al aire libre más grande del
mundo
Noam Chomsky 11 de noviembre de 2012 La Jornada
Difícilmente se requiere más de un día en Gaza para apreciar lo que debe
ser tratar de sobrevivir en la prisión al aire libre más grande del
mundo
Incluso una sola noche en la cárcel es suficiente para tener una idea de lo
que significa estar bajo el control total de alguna fuerza externa. Y
difícilmente se requiere más de un día en Gaza para apreciar lo que debe ser
tratar de sobrevivir en la prisión al aire libre más grande del mundo, donde
alrededor de 1.5 millones de personas en una franja de territorio de
aproximadamente 140 millas cuadradas (unos 360 kilómetros cuadrados) están
sometidas al terror y al castigo arbitrario, al azar. Sin más propósito que
humillar y degradar.
Esa crueldad es para asegurarse de que las esperanzas palestinas de un futuro
decente sean destrozadas, y que el abrumador apoyo mundial para un arreglo
diplomático que conceda los derechos humanos básicos sea nulificado. El
liderazgo político israelí ha ilustrado de manera dramática este empeño en los
últimos días, advirtiendo que enloquecerá si los derechos de los palestinos
reciben incluso un reconocimiento limitado por parte de Naciones Unidas. Esta
amenaza de enloquecer (nishtagea) –es decir, lanzar una dura respuesta– está
profundamente arraigada, remontándose a los gobiernos laboristas de los años 50,
junto con el relacionado complejo de Sansón: Si nos desafían, derribaremos los
muros del templo a nuestro alrededor.
Hace 30 años, los líderes políticos israelíes, incluidos algunos notables
militaristas, presentaron al primer ministro Menajem Begin un asombroso informe
sobre cómo los colonos en Cisjordania regularmente cometían actos terroristas
contra los árabes ahí, con total impunidad. Disgustado, el prominente analista
político-militar Yoram Peri escribió que la tarea del ejército israelí, al
parecer, no era defender al Estado, sino demoler los derechos de personas
inocentes sólo porque son araboushim (un duro epíteto racial) que viven en
territorios que Dios nos prometió.
Los gazatíes han sufrido un castigo particularmente cruel. Hace 30 años, en
su biografía "The third way", el abogado Raja Shehadeh describió la desesperada
tarea de tratar de proteger los derechos humanos fundamentales dentro de un
sistema legal diseñado para garantizar el fracaso, y su experiencia personal
como samid, un inquebrantable, que vio su casa convertida en prisión por obra de
ocupantes brutales y no pudo hacer nada, sino soportarlo de algún modo. Desde
entonces, la situación ha empeorado mucho.
Los Acuerdos de Oslo, celebrados con mucha pompa en 1993, determinaron que
Gaza y Cisjordania son una sola entidad territorial. Para ese entonces, Estados
Unidos e Israel ya habían iniciado su programa para separar a Gaza y
Cisjordania, así como para bloquear la solución diplomática y castigar a los
araboushim en ambos territorios. El castigo para los gazatíes se volvió incluso
más severo en enero de 2006, cuando cometieron un crimen importante: Votaron de
la manera equivocada en la primera elección libre en el mundo árabe, eligiendo a
Hamas.
Mostrando su anhelo de democracia, Estados Unidos e Israel, respaldados por
la tímida Unión Europea, inmediatamente impusieron un estado de sitio brutal,
junto con ataques militares. Estados Unidos recurrió de inmediato a su
procedimiento operativo estándar cuando una población desobediente elige al
gobierno equivocado: preparar un golpe de Estado militar para restablecer el
orden. Los gazatíes cometieron un crimen aún mayor un año después al bloquear el
intento de golpe de Estado, lo que condujo a una intensificación del estado de
sitio y los ataques. Estos culminaron en el invierno de 2008-09, con la
Operación Plomo Fundido, uno de los más cobardes y viciosos ejercicios de fuerza
militar en la historia reciente: una población civil indefensa, atrapada, fue
sometida a un ataque incesante por parte de uno de los sistemas militares más
avanzados del mundo, dependiente de armas estadounidenses y protegido por la
diplomacia de Washington.
Por supuesto, hubo pretextos; siempre los hay. El común, sacado a relucir
cuando se necesita, es la seguridad: en este caso, contra cohetes de fabricación
casera lanzados desde Gaza. En 2008, se estableció una tregua entre Israel y
Hamas. Ni un solo cohete de Hamas fue disparado hasta que Israel rompió la
tregua bajo la cubierta de la elección estadounidense el 4 de noviembre,
invadiendo Gaza sin una buena razón y matando a media docena de miembros de
Gaza. Sus más altos funcionarios de espionaje aconsejaron al gobierno israelí
que la tregua podría ser renovada relajando el bloqueo criminal y poniendo fin a
los ataques militares. Pero el gobierno de Ehud Olmert –él mismo, según se dice,
amante de la paz– rechazó estas opciones, recurriendo a su enorme ventaja en la
violencia: la Operación Plomo Fundido.
El internacionalmente respetado defensor de los derechos humanos gazatíes
Raji Sourani analizó el patrón del ataque bajo la Operación Plomo Fundido. El
bombardeo se concentraba en el norte, haciendo blanco en civiles indefensos en
las áreas más densamente pobladas, sin una posible base militar. El objetivo,
sugiere Sourani, quizá haya sido impulsar a la población intimidada hacia el
sur, cerca de la frontera con Egipto. Pero los samidin no se movieron. Un
objetivo adicional podría haber sido empujarlos más allá de la frontera. Desde
los primeros días de la colonización sionista se argumentó que los árabes no
tenían razón real para estar en Palestina: pueden ser igual de felices en
cualquier otra parte, y deberían irse; cortésmente transferidos, sugirieron los
menos militaristas.
Esto seguramente no es de poca importancia para Egipto, y quizá sea una razón
por la cual El Cairo no abre las fronteras libremente a los civiles o incluso a
los suministros desesperadamente necesitados. Sourani y otras fuentes
reconocidas han observado que la disciplina de los samidin oculta un barril de
pólvora que podría explotar en cualquier momento, inesperadamente, como la
primera Intifada en Gaza en 1987, después de años de represión. Una impresión
necesariamente superficial después de pasar varios días en Gaza es el asombro,
no sólo ante la capacidad de los gazatíes para seguir adelante con su vida, sino
también ante la vitalidad entre los jóvenes, particularmente en la universidad,
donde asistieron a una conferencia internacional.
Pero uno puede detectar signos de que la presión podría volverse demasiado
difícil de soportar. Los reportes indican que se fermenta la frustración entre
los jóvenes; un reconocimiento de que bajo la ocupación estadounidense-israelí
el futuro no les depara nada. Gaza tiene la apariencia de un país del Tercer
Mundo, con reductos de riqueza rodeados por una horrible pobreza. Sin embargo,
no está poco desarrollada. Más bies está de-desarrollada y muy sistemáticamente,
para tomar prestado el término de Sara Roy, la principal especialista académica
sobre Gaza.
La Franja de Gaza pudiera haber llegado a ser una región mediterránea
próspera, con una rica agricultura y una floreciente industria pesquera,
maravillosas playas y, como se descubrió hace una década, buenas perspectivas de
extensos suministros de gas natural dentro de sus aguas territoriales. Por
coincidencia o no, fue entonces cuando Israel intensificó su bloqueo naval. Las
perspectivas favorables fueron abortadas en 1948, cuando la Franja tuvo que
absorber a una inundación de refugiados palestinos que huían del terror o fueron
expulsados por la fuerza de lo que se convirtió en Israel; en algunos casos
meses después del cese al fuego formal.
Las conquistas de 1967 de Israel y sus consecuencias asestaron golpes
adicionales, y los crímenes terribles continúan hasta la actualidad. Los signos
son fáciles de ver, incluso durante una breve visita. Sentado en un hotel
cercano a la costa, uno puede oír el fuego de ametralladoras de lanchas
cañoneras israelíes que ahuyentan a los pescadores de las aguas territoriales de
Gaza y los obligan a acercarse a tierra, forzándolos a pescar en aguas que están
fuertemente contaminadas debido a la negativa estadounidense-israelí de permitir
la reconstrucción de los sistemas de drenaje y electricidad que destruyeron. Los
Acuerdos de Oslo incluyeron planes para dos plantas de desalinización, una
necesidad en esta región árida.
Un instalación avanzada fue construida: en Israel. La segunda está en Khan
Yunis, en el sur de Gaza. El ingeniero a cargo en Khan Yunis explicó que esta
planta fue diseñada de manera que no pueda usar agua de mar, sino que debe
depender del líquido subterráneo, un proceso más barato que degrada más el
escaso manto acuífero, garantizando problemas en el futuro. El suministro de
agua sigue estando gravemente limitado. El Organismo de Obras Públicas y Socorro
de las Naciones Unidas (OOPS), que atiende a los refugiados, pero no a otros
gazatíes, dio a conocer recientemente un informe que advierte que el daño al
acuífero pudiera volverse irreversible pronto, y que sin una rápida acción
remedial, Gaza podría dejar de ser un lugar habitable para 2020.
Israel permite que entre concreto para los proyectos del OOPS, pero no para
los gazatíes involucrados en los enormes esfuerzos de reconstrucción. El
limitado equipo pesado permanece en su mayor parte ocioso, ya que Israel no
permite el ingreso de materiales para la reparación. Todo esto es parte del
programa general que Dov Weisglass, un asesor del primer ministro Olmert,
describió después de que los palestinos no siguieron las órdenes en las
elecciones de 2006: “La idea –dijo– es poner a dieta a los palestinos, pero no
hacerlos morir de hambre”.
Recientemente, después de varios años de esfuerzos, la organización israelí
de derechos humanos Gisha logró obtener una orden judicial para que el gobierno
dé a conocer sus registros que detallan los planes para la dieta. Jonathan Cook,
un periodista basado en Israel, los resume así: “Funcionarios de salud
ofrecieron cálculos de la cantidad mínima de calorías necesarias para que el
millón y medio de habitantes de Gaza evitaran la desnutrición. Esas cifras
fueron luego traducidas a los cargamentos de alimentos que Israel permitiría que
ingresaran cada día, un promedio de apenas 67 camiones –mucho menos de la mitad
del mínimo requerido– entraría en Gaza diariamente. Esto comparado con más de
400 camiones antes de que empezara el bloqueo”.
El resultado de imponer la dieta, observa el experto en Medio Oriente Juan
Cole, es que “alrededor de 10 por ciento de los niños palestinos en Gaza menores
de cinco años han visto afectado su crecimiento por la desnutrición.
Además, la anemia está extendida, afectando a dos terceras partes de los
infantes, a 58.6 por ciento de los niños en edad escolar, y a más de un tercio
de las madres embarazadas”.
Sourani, el defensor de los derechos humanos, observa que lo que se debe
tener en mente es que la ocupación y el cierre absoluto son un ataque constante
contra la dignidad humana del pueblo de Gaza, en particular, y de todos los
palestinos, en general. Son la degradación, humillación, aislamiento y
fragmentación sistemáticas del pueblo palestino. Esta conclusión ha sido
confirmada por muchas otras fuentes. En The Lancet, una importante
publicación médica, Rajaie Batniji, un médico de Stanford visitante, describe a
Gaza como una especie de laboratorio para observar la ausencia de dignidad, una
condición que tienen efectos devastadores en el bienestar físico, mental y
social. La vigilancia constante desde el cielo, el castigo colectivo a través
del bloqueo y el aislamiento, la intrusión en las casas y las comunicaciones,
así como las restricciones sobre quienes tratan de viajar, casarse o trabajar
dificultan vivir una vida digna en Gaza, escribe Batniji.
Los araboushim deben ser enseñados a no levantar la cabeza. Había esperanzas
de que el nuevo gobierno de Mohammed Morsi en Egipto, que es menos servil con
Israel que la dictadura de Hosni Mubarak respaldada por Occidente, pudiera abrir
el Cruce de Rafah, el único acceso de Gaza hacia el exterior que no está sujeto
al control israelí directo. Ha habido una ligera apertura, pero no mucha. La
periodista Laila el-Haddad escribe que la reapertura bajo el gobierno de Mosri
“es simplemente un regreso al statu quo del pasado: sólo los palestinos que
porten tarjetas de identificación de Gaza aprobadas por Israel pueden usar el
Cruce de Rafah”!
Esto excluye a muchísimos palestinos, incluida la propia familia de
El-Haddad, donde sólo un cónyuge tiene una tarjeta. Además, continúa, el cruce
no conduce a Cisjordania, ni permite el paso de bienes, el cual está restringido
a los cruces bajo control israelí y sujeto a prohibiciones sobre los materiales
de construcción y las exportaciones. El restringido Cruce de Rafah no cambia el
hecho de que Gaza sigue bajo hermético estado de sitio marítimo y aéreo, y
continúa estando cerrado a las capitales culturales, económicas y académicas en
el resto (de los territorios ocupados por Israel), en violación de las
obligaciones israelí-estadounidenses según los Acuerdos de Oslo.
Los efectos son dolorosamente evidentes. El director del hospital de Khan
Yunis, que también es jefe de cirugía, describe con enojo y pasión cómo incluso
faltan las medicinas, lo cual deja a los médicos impotentes y a los pacientes en
agonía. Una joven habla sobre la enfermedad de su difunto padre. Aunque él
hubiera estado orgulloso de que ella fuera la primera mujer en el campamento de
refugiados en obtener un título avanzado, dice, “murió después de seis meses de
combatir el cáncer, a los 60 años. “La ocupación israelí le negó un permiso para
ir a hospitales israelíes en busca de tratamiento. Yo tuve que suspender mis
estudios, mi trabajo y mi vida para ir a sentarme al lado de su cama. Todos nos
sentamos, incluido mi hermano el médico y mi hermana la farmacéutica, impotentes
e inútiles, observando su sufrimiento. Murió durante el inhumano bloqueo de Gaza
en el verano de 2006 con muy poco acceso a servicios de salud.
Pienso que sentirse impotente e inútil es el sentimiento más aniquilador que
puede tener un ser humano. Mata el espíritu y rompe el corazón. Se puede
combatir la ocupación, pero no se puede combatir tu propia sensación de ser
impotente. Ni siquiera se puede disolver ese sentimiento.
Un visitante en Gaza no puede evitar sentir disgusto ante la obscenidad de la
ocupación, agravado por la culpa, porque está a nuestro alcance poner fin al
sufrimiento y permitir que los samidin disfruten de las vidas de paz y dignidad
que merecen.
La más reciente colección de columnas de Noam Chomsky es Making the
Future: Occupations, Interventions, Empire and Resistance. Es profesor
emérito de Lingüística y Filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT) en Cambridge, Massachusetts
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