Salvando a Estados Unidos
David Brooks La Jornada 11 de febrero de 2013
John Brennan durante su comparecencia ante el Senado estadounidense hace unos
días para su ratificación como jefe de la CIA. El ex asesor del presidente
Barack Obama es el arquitecto de la estrategia de ataques selectivos con
drones como principal instrumento en la guerra contra el terrorismo
Foto Ap |
Después de esta última semana queda claro que para defender y salvar a este
país del enemigo a veces es necesario violar, destruir y anular los derechos y
libertades que, dicen, definen a esta nación indispensable.
Observar la audiencia ante el Senado para la ratificación de John Brennan
como próximo jefe de la CIA (agencia donde trabajó durante 35 años antes de ser
el asesor antiterrorista del presidente Barack Obama) fue escalofriante porque
muy tranquilamente afirmó que, en efecto, el gobierno de Obama se atribuye el
derecho –sin formular acusaciones formales, sin orden judicial, sin tener que
presentar pruebas, sin supervisión ni consulta de otro poder gubernamental– de
asesinar a cualquiera que considere terrorista, aun si es ciudadano
estadounidense, en cualquier parte del mundo (aparentemente incluido, y nadie
aclara lo contrario, dentro del país).
Brennan, el arquitecto de la estrategia de ataques selectivos con aviones no
tripulados (drones) como principal instrumento de la guerra contra el
terrorismo, insistió en que todo esto es justificable por ser necesario para la
defensa de Estados Unidos. Y cuando se le preguntó cómo puede asegurar que no se
cometan abusos de este poder extraordinario, su respuesta esencialmente fue:
confíen en nosotros.
Para varios observadores, este espectáculo llamó la atención sobre todo por
eso de que ciudadanos estadounidenses pueden ser (y ya han sido) objetivos de
estas misiones de lo que esencialmente son escuadrones de la muerte
aéreos. Según la ley, el gobierno no puede privar de la vida a ningún ciudadano
sin un proceso legal que respete los derechos fundamentales del acusado,
incluido el de defenderse ante las acusaciones. Esto no es un asunto hipotético;
ya ha sucedido: el ciudadano estadounidense Anwar Awlaki fue asesinado por un
drone en septiembre de 2011, y dos semanas después su hijo de 16 años
fue abatido en la misma forma.
A otros les importó lo parecido que es todo esto con lo que sucedió con Bush,
y que tanto criticó en ese tiempo Obama. Señalan que de nuevo el Ejecutivo se
otorga poderes extraordinarios sin aprobación legislativa o judicial para
realizar acciones en nombre de la guerra contra el terror, incluida la
elaboración de justificaciones legales secretas para todo. La revelación, por
NBC News, de un memorando del Departamento de Justicia girado la semana pasada
para justificar el asesinato de integrantes de Al Queda y –incluida una muestra
del genio de los abogados del país, con un argumento de que no son asesinatos–
es muy parecida a los documentos del Departamento de Justicia de los tiempos de
Bush, cuando se elaboró la famosa justificación legal de la tortura.
En la justificación legal se afirma, como reportó La Jornada la
semana pasada, que “una matanza legal en defensa propia no es un asesinato. En
la opinión del Departamento (de Justicia), una operación letal realizada contra
un ciudadano estadounidense cuya conducta represente una amenaza inminente de
ataque violento contra Estados Unidos sería un acto legítimo de autodefensa
nacional, que no violaría la prohibición del homicidio. Igualmente, el uso de
fuerza letal, consistente con las leyes de guerra, contra un individuo que es un
objetivo militar legítimo, sería legal y no violaría la prohibición de
asesinato.
Algunos cálculos independientes son que entre 2 mil y más de 3 mil personas
han sido asesinadas en ataques con drones sólo en Pakistán desde 2004.
La gran mayoría en el gobierno de Obama, después de 2008.
Entonces, ahora estamos en una coyuntura en la que se afirma que por el bien
del país se requieren escuadrones de la muerte aéreos que realizan
misiones de asesinato extrajudicial decididos por el presidente y su equipo.
Además, nuevas medidas en las leyes autorizan la detención indefinida de
cualquiera, incluso de estadounidenses, bajo custodia militar si el gobierno
determina que uno es integrante de Al Qaeda o grupos asociados, o si uno ha
brindado apoyo a esas agrupaciones. El gobierno puede detener a cualquiera con
esa justificación hasta el fin de hostilidades, o sea, para siempre, ya que esa
guerra contra el terrorismo no tiene, por definición, un fin.
Más aún, si uno revela los documentos secretos que contienen las órdenes para
ejecutar estos actos, incluidas las justificaciones legales, puede ser
enjuiciado conforme a la Ley de Espionaje de 1917. Tampoco estamos hablando de
un asunto hipotético: el gobierno de Obama ha empleado esta antigua ley (de
tiempos de la Primera Guerra Mundial) en siete ocasiones, más que todos sus
antecesores combinados. La razón oficial: por bien del país, para proteger al
pueblo.
Todo esto en nombre de la libertad, los derechos humanos, la paz y la
justicia, no sólo aquí, sino a nivel mundial. De hecho, en uno de los actos de
despedida como secretaria de Estado, Hillary Clinton afirmó: entonces, cuando
digo que verdaderamente somos la nación indispensable, no es un alarde ni una
consigna vacía. Es un reconocimiento de nuestro papel y nuestras
responsabilidades. Por eso, los que dicen que estamos en declive están
absolutamente equivocados.
Pero parece que para permanecer como la nación indispensable se tienen que
pasar por alto garantías constitucionales, leyes contra el asesinato tanto de
ciudadanos como de extranjeros, detenciones indefinidas sin cargos, algo muy
parecido a las desapariciones en otros regímenes, y las normas establecidas en
el derecho internacional.
De cierta manera, esto recuerda esa famosa frase de un oficial estadounidense
al entonces corresponsal de guerra de Ap Peter Arnett en la guerra en Vietnam,
al ser interrogado sobre por qué se dio la orden de bombardear un pueblo llamado
Ben Tre en 1968 sin importar las bajas civiles: se volvió necesario destruir el
pueblo para salvarlo.
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