Guantánamo, mi pesadilla
Lakhdar Boumediene لخضر بومدين New York Times 08/01/2012
Traducido por Ana
Atienza
El próximo miércoles 11 se cumplirán diez años de la apertura del campo de
detención estadounidense de la Bahía de Guantánamo. Durante siete de ellos
permanecí retenido allí sin explicación y sin acusación alguna. Durante ese
tiempo mis hijas estuvieron creciendo sin mí. Cuando me encarcelaron empezaban a
andar, y jamás les permitieron visitarme ni hablar conmigo por teléfono. La
mayoría de sus cartas se les devolvían con la anotación "Undeliverable"
(imposible de entregar), y las pocas que recibí estaban censuradas de una manera
tan exhaustiva y absurda que se perdían sus mensajes de cariño y apoyo.
Algunos políticos estadounidenses dicen que los que están en Guantánamo son
terroristas, pero yo jamás lo fui. Si me hubieran llevado ante un tribunal
cuando me capturaron, las vidas de mis hijas no habrían quedado destrozadas, y
mi familia no habría sido abocada a la pobreza. Hasta que el Tribunal Supremo de
Estados Unidos no ordenó al
gobierno que defendiera sus acciones ante un juez federal no pude limpiar mi
nombre y volver a reunirme con ellas.
En 1990 salí de Argelia para trabajar en el extranjero. Mi familia y yo nos
trasladamos a Bosnia-Hercegovina en 1997 a petición de la organización donde
trabajaba, la Media Luna Roja de los Emiratos Árabes Unidos. Trabajé en las
oficinas de Sarajevo como director de ayuda humanitaria para niños que habían
perdido a su familia a raíz de la violencia desatada durante los conflictos de
los Balcanes. En 1998 me convertí en ciudadano bosnio. Vivíamos bien, pero todo
eso cambió a partir del 11S.
Cuando llegué al trabajo en la mañana del 19 de octubre de 2001 me estaba
esperando un agente de inteligencia. Me pidió que le acompañara para responder a
unas preguntas, cosa que hice voluntariamente, pero después me dijeron que no
podía irme a casa. Estados Unidos había pedido a las autoridades locales que me
detuvieran junto a otros cinco hombres. Por entonces había informes según los
cuales Estados Unidos creía que yo estaba planeando volar su embajada en
Sarajevo. Pero jamás se me había pasado eso por la cabeza, ni siquiera por un
segundo.
Desde el principio estaba claro que Estados Unidos había cometido un error.
Las máximas instancias judiciales de Bosnia investigaron las alegaciones
estadounidenses y encontraron que no existía ninguna prueba contra mí, con lo
que ordenaron mi puesta en libertad. Sin embargo, en el momento en que me
liberaron, agentes estadounidenses nos capturaron a mí y a los otros cinco. Nos
ataron como a animales y nos llevaron en avión a Guantánamo, la base naval
estadounidense en Cuba. Llegué allí el 20 de enero de 2002.
Todavía confiaba en la justicia estadounidense. Creía que mis captores se
darían cuenta rápidamente de su error y me dejarían marchar. Sin embargo, como
no daba a mis interrogadores las respuestas que querían --¿y cómo iba a hacerlo,
si no había hecho nada malo?--, empezaron a actuar de una manera cada vez más
brutal. Me mantenían despierto a lo largo de muchos días seguidos. Me obligaban
a permanecer durante horas en posiciones dolorosas. Pero no quiero escribir
sobre estas cosas; lo único que quiero es olvidar.
Durante dos años me declaré en huelga de hambre porque nadie me decía por qué
estaba encarcelado. Dos veces al día, mis captores me metían un tubo por la
nariz hasta la garganta y el estómago para meterme comida. El sufrimiento era
insoportable, pero yo era inocente y por eso mantuve mi protesta.
En 2008, mi demanda de un proceso legal justo consiguió llegar al más alto
tribunal estadounidense. En una resolución que
lleva mi nombre, el Tribunal Supremo declaró que “las leyes y la Constitución
están diseñadas para sobrevivir y mantener su vigencia en momentos
extraordinarios”. Dictaminó que los prisioneros como yo, por graves que fueran
las acusaciones, teníamos derecho a un juicio. Así pues, el Tribunal Supremo
reconoció una verdad básica: el gobierno comete errores. Y declaró eso porque
“la consecuencia del error puede ser la detención de personas durante el período
que duren las hostilidades, periodo que puede prolongarse durante una generación
o más, y ése es un riesgo demasiado importante como para no tenerlo en
cuenta”.
Cinco meses después, el juez Richard J. Leon, del Juzgado Federal de Primera
Instancia de Washington, revisó todos los argumentos presentados para justificar
mi encarcelamiento, entre los que se incluía información secreta que yo jamás
había visto u oído. El gobierno abandonó su acusación sobre la trama para poner
la bomba en la embajada justo antes de que el juez pudiera oírla. Tras la
audiencia, el juez ordenó al
gobierno que nos pusiera en libertad a mí y a otros cuatro hombres que
habían sido detenidos en Bosnia.
Jamás olvidaré el momento en que estaba sentado junto a esos cuatro hombres
en una sórdida habitación en Guantánamo, escuchando por un altavoz que se oía
mal al juez Leon mientras leía su sentencia en un tribunal de Washington. Rogó
al gobierno que no presentara apelaciones, porque “siete años de espera para que
nuestro sistema jurídico les dé respuesta a una pregunta tan importante es, a mi
juicio, más que suficiente”. Por fin me pusieron en libertad el 15 de mayo de
2009.
Hoy vivo en la Provenza con mi mujer y mis hijos. Francia nos ha ofrecido un
hogar y la posibilidad de comenzar de nuevo. He experimentado el placer de
reunirme con mis hijas y, en agosto de 2010, la alegría de dar la bienvenida a
un nuevo hijo, Yusef. Estoy aprendiendo a conducir, voy a clases de formación
profesional y estoy rehaciendo mi vida. Espero volver a trabajar ayudando a
otras personas, pero hasta el momento el haber pasado siete años y medio como
prisionero en Guantánamo significa que sólo unas pocas organizaciones de
derechos humanos se han planteado en serio contratarme. No me gusta pensar en
Guantánamo. Mis recuerdos están llenos de dolor. Pero quiero que se conozca mi
historia porque todavía siguen allí 171 hombres. Entre ellos se encuentra
Belkacem Bensayá, que fue capturado en Bosnia y enviado a Guantánamo
conmigo.
Alrededor de 90 prisioneros han conseguido que se les permita salir de
Guantánamo. Algunos provienen de países como Yemen, que Estados Unidos considera
inestable, o como Siria y China, donde se enfrentarían a torturas en caso de ser
repatriados. Así pues, siguen estando cautivos y sin poder vislumbrar un final,
pero no porque sean peligrosos o hayan atacado a Estados Unidos, sino porque el
estigma de Guantánamo significa que no tienen dónde ir, y Estados Unidos no
piensa acoger a ninguno de ellos.
Tengo entendido que mi caso ante el Tribunal Supremo se estudia ahora en las
facultades de derecho. Quizás algún día eso me produzca satisfacción, pero
mientras Guantánamo siga abierto y permanezcan allí hombres inocentes, mis
pensamientos estarán con los que se han quedado en ese lugar de sufrimiento y de
injusticia.
Gracias a: Tlaxcala Fuente: http://www.nytimes.com/2012/01/08/opinion/sunday/my-guantanamo-nightmare.html?ref=sunday URL
de esta página en Tlaxcala: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=6589
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