Actuando de adentro hacia afuera
Hay por lo menos dos realidades con matices psicopolíticos y espirituales
dentro de esta reflexión que de entrada me gustaría dejar claras. Una por un
lado asesina la esperanza y la otra la resucita.
La primera realidad es que estamos viviendo una sociedad llena de injusticias
donde se busca la manera de promover y justificar las desigualdades sociales,
económicas, políticas, sexuales, raciales, género, etc.
La segunda realidad es que estas desigualdades al ser creadas por nosotros
los seres humanos, no por Dios, pueden ser erradicadas. De aquí el que
constantemente luche por destruir los demonios del racismo, sexismo,
etnocentrismo, xenofobia, heterosexismo, clasismo, etc., no solo en el plano
personal pero también en lo colectivo.
Ahora bien, ¿Por qué nuestras luchas no han logrado realizar un avance mucho
más significativo en lo que llamamos liberación y bienestar? Yo me atrevería a
decir que hemos puesto mucho más énfasis en la transformación de lo que está ahí
afuera, descuidando la necesidad de transformar nuestras vidas también. No es
una o la otra son ambas.
San Francisco de Asís nos dice que tenemos que estar listos en todo momento
para predicar las buenas nuevas y que algunas veces esto se tendrá que hacer con
palabras. Al decir algunas veces nos está diciendo que nuestras acciones son las
que deben hablar, no nuestras palabras.
De aquí entonces la necesidad de que reflexionemos críticamente desde
nuestras comodidades y privilegios en el contexto de a quienes estamos
excluyendo u oprimiendo con nuestras acciones. En otras palabras, como conectar
lo personal con lo político.
Podríamos comenzar, pienso yo, con ejercitar la humildad y la compasión, dos
buenos antídotos para la arrogancia, de la misma manera que el amor solidario,
el sacramento más importante, lo es para la apatía o indiferencia. Hay asimismo
una necesidad que en nuestras luchas por construir un mundo mejor ahí afuera,
comencemos a rechazar los valores erróneos de lo competitivo y lo
individualista, reemplazándolas por los valores de la cooperación y la
colectividad.
Curiosamente, lo competitivo y lo individualista tienden a dejar como
resultado ideas, sentimientos y acciones dogmáticas y de creernos que somos las
personas “puras” “santas” y con el privilegio absoluto de la verdad.
Mientras que lo cooperativo y lo colectivo nos dirige hacia la liberación y
el bienestar común, dejando claro un gran sentido comunitario. Que no se nos
olvide, lograr cambios sociales siempre ha sido un proceso de luchas, porque
quienes producen la opresión, exclusión y explotación por lo general no les
interesan perder estos privilegios.
Véalo claramente en nuestras organizaciones sociales, políticas, culturas y
religiosas, entre otras, y las realidades de la supremacía masculina y
subordinación de las mujeres que muchas veces queremos ignorar. Esto es solo un
ejemplo, podemos enumerar otros errores, pero lo que me interesa enfatizar es la
necesidad de que realicemos constantemente inventarios personales que benefician
a la colectividad.
¿Dónde entonces podemos encontrar la mayor parte de las explicaciones del
fracaso de nuestros proyectos de cambio sociales? A mí me parece que hemos
descuidado la transformación personal que tenga la capacidad de impactar al
resto de la colectividad. Por lo tanto salgamos hoy mismo a destruir en nuestras
vidas la desesperanza de las divisiones infecundas, intolerancias, infantilismo,
irresponsabilidades y falta de visión. Busquemos la esperanza que nos permite
utilizar el sentido de discernimiento hacia la paz con justicia de adentro hacia
afuera.
Bendiciones desde mi prisión.
Lbarrios@jjay.cuny.edu
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