El abuelo de Guantánamo
Saifullah Paracha, de 71 años, es el reo
más viejo y el segundo más antiguo del penal. Enfermo del corazón y de la
próstata, lleva ya 15 años de reclusión sin cargos ni juicio
Joseba Vázquez
Ideal Digital
17 de diciembre de 2018
El pakistaní Saifullah Paracha no es el preso número 9 de la popular canción compuesta por el mexicano
Roberto Cantoral. En los archivos del Departamento de Defensa de Estados
Unidos, el reo de más edad y el segundo más antiguo del centro de detención de
la Bahía de Guantánamo figura con el número de serie interno 1.094. Pero, a sus
71 años cumplidos en agosto y con un extenso historial clínico -tres infartos
de miocardio, antecedentes de tuberculosis, diabetes, hipertrofia prostática,
diverticulosis, rinitis alérgica, gota, reflujo gastroesofágico o psoriasis-,
este empresario, físico e informático teme desde hace tiempo que su existencia
se agote sin volver a gozar de libertad, igual que le ocurre al reo de la
balada tantas veces entonada por las voces de Chavela Vargas, Joan Baez o
Nelson Ned. Con una sutil diferencia: al preso número 9 “antes de amanecer la
vida le han de quitar, porque mató a su mujer y a un amigo desleal”. Paracha,
sin embargo, quince años después de su detención, ni sabe qué cargos se le
imputan, ni ha pasado por un juicio que examine su caso.
El arrestado asiático es lo que en ese centro de alta seguridad se denomina 'prisionero perpetuo'.
Calificación que comparte con otros 21 de los 40 cautivos aún encerrados en esa
perrera de tortura y humillación abierta en 2002, en territorio cubano, por la
Administración de George W. Bush como reacción de escarmiento a los terribles
atentados terroristas cometidos el 11-S del año anterior por Al Qaeda. Paracha
fue trasladado allí en septiembre de 2004, dos años más tarde que Khalid Qasim,
un ciudadano yemení de (ahora) 41 años, igualmente detenido de forma indefinida
sin juicio ni cargos y convertido ya en el decano del lugar. A estas alturas,
los abogados del pakistaní Saifullah han llevado a cabo multitud de gestiones
encaminadas a abrir un proceso legal para su defendido. Han fracasado en todas
ellas. La última, el pasado mes de septiembre, cuando la junta militar de
revisión periódica dictaminó que Paracha constituye «una amenaza significativa
y continua para la seguridad de los Estados Unidos». Idéntico argumento al
esgrimido en anteriores ocasiones por el mismo organismo castrense, que afirma
que el reo tuvo en el pasado contactos y participó en actividades con Osama bin
Laden, lo que justifica su reclusión sin juicio de acuerdo con esa política de
“guerra contra el terror” desarrollada por el Pentágono.
La detención-secuestro
No hay forma por tanto de saber si el cautivo pakistaní es culpable o inocente. Sí se conocen, en cambio,
las circunstancias que le han conducido a su situación actual. Saifullah
Paracha, un padre de cuatro hijos que se autodefine como “tolerante,
comprensivo, creyente en el Corán y opuesto a la violencia”, se graduó en
Física en la Universidad de Karachi y, posteriormente, con 24 años, se tituló
como técnico informático en Nueva York, donde vivió durante quince años. Allí
se casó y fundó varias empresas, entre ellas una agencia de viajes. A su
regreso a Pakistán, creó un negocio de importación y exportación, presidió una
ONG y fundó una televisión, Universal Broadcasting. Ha admitido haberse reunido
dos veces con Bin Laden, junto a una docena de personas en citas de índole
empresarial y religiosa. Siguiendo el precedente de medios como la CNN o la
revista 'Time', en una de esas ocasiones solicitó al terrorista una entrevista
para su canal. Sin éxito. Según Paracha, no ha tenido nunca más encuentros con
el líder de Al Qaeda y jamás ha colaborado con esa organización.
Poco después de aquello, en julio de 2003, en un viaje de negocios a Bangkok, el empresario fue detenido. O
secuestrado, podría decirse, porque en su círculo se asegura que le esposaron,
le encadenaron las piernas y le cubrieron la cabeza con una capucha para, a
continuación, ser conducido a la prisión estadounidense de Bagram, en
Afganistán. Catorce meses más tarde, en septiembre de 2004, fue embarcado en un
avión hasta la base naval de la Bahía de Guantánamo. Hasta hoy.
Se da la circunstancia de que unos meses antes de su detención fue arrestado en Nueva York su hijo mayor,
Uzair, de 23 años, acusado por el FBI de llevar a cabo ataques contra
estaciones de servicio y de proporcionar ayuda material y apoyo financiero para
preparar acciones de Al Qaeda en Estados Unidos. En noviembre de 2005, Uzair,
contra el que sí se presentaron cargos y tuvo un juicio, fue declarado culpable
y condenado a treinta años de prisión. Su caso, sin embargo, ha dado un vuelco
este mismo verano, ya que un juez federal ha dictaminado que aquella sentencia
debe ser invalidada, lo que le concede la expectativa de una nueva vista oral.
Mientras, él y el resto de la familia Paracha temen que el deteriorado estado de salud de su padre
desemboque en un desenlace fatal en Guantánamo. Culpable o inocente, tal vez
sea esa para Saifullah la oportunidad de encontrar en otro mundo lo que los
militares americanos le niegan en este, de forma, que igual que el preso número
9, pueda entonar: “Yo sé que allá en el cielo el ser supremo me ha de juzgar".
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