"Se reían de nosotros": Crueldad, enfermedades y
suciedad en los centros de detención de migrantes de EEUU
Muchas de las quejas en torno a estas instalaciones son anteriores a la llegada de Trump a la Casa Blanca. Ahora, se
han intensificado
Andrew Gumbel
The Guardian/eldiario.es
15 de septiembre de 2018
El Supremo de EEUU limita los derechos de los inmigrantes en centros de detención EFE
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Durante todo el día y toda la noche podían escuchar los llantos de los niños hambrientos. En un gélido centro de detención de
inmigrantes situado en algún lugar del Valle del Río Grande, en el sur de
Texas, tanto los adultos como los niños se desmayaban por deshidratación y
falta de comida.
Dormir resultaba prácticamente imposible. Las luces permanecían encendidas a todas horas. Además, solo tenían una fina sábana
metálica para protegerse del frío y nada sobre lo que dormir; excepto el suelo.
Este es el relato de Rafael y Kimberly Martínez que, con su hija de tres años, recorrieron el peligroso trayecto desde su hogar en el
litoral caribeño de Honduras hasta la frontera con Estados Unidos para pedir
asilo político.
"Las condiciones (del centro de detención) eran terribles, todo estaba sucio y no circulaba el aire". Así es como Kimberly
Martínez describe a The Guardian los cinco días que la
familia pasó encerrada en un centro que, como decenas de miles de inmigrantes
antes que ellos, apodaron "la hielera", la nevera. "Es como si
hubieran querido despojarnos de todo sentimiento positivo", lamenta.
Estaban informados y siempre supieron que la dura experiencia de escapar de la violencia de las maras hondureñas y atravesar el
desierto en pleno verano no terminaría al cruzar la frontera de Estados Unidos.
Sin embargo, no esperaban pasar hambre, que separaran a la familia y que los insultaran. Esta es la experiencia que aseguran haber
vivido bajo custodia de los agentes de inmigración.
Enjaulados como animales
Afirman que durante su estancia en el centro solo les dieron bocadillos de mortadela semicongelados, a las 10 de la mañana, a las
cinco de la tarde y a las dos de la madrugada, y una sola galleta de azúcar
para su hija. El agua que se les daba tenía un fuerte sabor a cloro y les
revolvía el estómago, una queja que han expresado todas las personas
entrevistadas por este diario.
The Guardian entrevistó a decenas de solicitantes de asilo en la
ciudad fronteriza de McAllen, entre ellos, a la familia Martínez (este no es su
apellido real), después de que consiguieran la libertad provisional y, con
monitores en los tobillos, continuaron su viaje hasta las casas de las personas
o entidades que los avalan en Estados Unidos. Ahora están a la espera de
personarse ante un juez que evalúe su situación legal.
Un hombre camina junto a su hija tras salir de una cita en la Oficina de
Control de Inmigración y Aduanas (ICE) EFE
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The Guardian también ha hablado con un equipo de voluntarios
integrado por médicos y enfermeras, que ha proporcionado atención médica de
emergencia y ha escuchado los relatos inquietantes y parecidos de muchas
familias que han descrito las condiciones siniestras de los centros de
detención en la frontera; condiciones que han ido empeorando desde que Donald
Trump impulsó medidas de "tolerancia cero" en materia de inmigración.
Las autoridades afirman que los relatos de estas familias no se corresponden con la práctica común en estos centros e insisten en el
hecho de que a los detenidos se les trata con dignidad y respeto.
Según los solicitantes de asilo, los detenidos están hacinados en las "hieleras". Conforme a su relato, debido a las
condiciones insalubres de estos espacios, los detenidos suelen tener ataques de
vómitos, diarrea, infecciones respiratorias y otras enfermedades infecciosas.
Muchos se quejaron de la crueldad de los guardianes que, según su relato, gritaban
a los niños, se burlaban de los detenidos con promesas de comida que nunca
cumplieron, y no dudaban en dar patadas a aquellos que no se despertaban cuando
se esperaba que lo hicieran.
Según los Martínez y otras familias, los guardianes golpeaban las puertas y las paredes de las celdas a intervalos regulares y les
exigían que se acercaran para pasar lista. Si hablaban demasiado fuerte, o si
los niños lloraban, les amenazaban con bajar la temperatura de las celdas.
Cuando los Martínez se reunían con otros detenidos para cantar himnos y
levantar un poco el ánimo, los guardias se burlaban de ellos o les preguntaban
con tono agresivo: "¿Por qué os habéis molestado en venir hasta aquí? ¿Por
qué no os quedasteis en vuestro país?"
"Muchos de los guardas son hispanos, como nosotros, pero no tienen valores", indica Rafael Martínez, con la voz entrecortada:
"Ahí estábamos, enjaulados como animales, y se reían de nosotros".
Ictericia a plena luz del día
Cuando Jenny Martínez, una niña de tres años, enfermó gravemente de gripe la llevaron junto con su madre a un hospital donde, según
la familia, tuvieron que esperar durante horas sin poder sentarse ni tumbarse
en ningún sitio, y sin ropa de abrigo, antes de que les dieran la medicación.
De vuelta al centro de detención, las mantuvieron aisladas del resto de
detenidos y no permitieron que Rafael las pudiera ver.
Kimberly notó que la piel de su hija, al igual que la de
muchos otros detenidos, se estaba volviendo cada vez más amarillenta debido a
la falta de vitaminas, aire fresco o de sol. Los retretes estaban sucios, sin
tapas ni papel higiénico. Kimberly también se percató de que cuando un detenido
era trasladado o puesto en libertad, el personal del centro de detención no
cambiaba las sábanas usadas; simplemente las pasaba a los recién llegados.
Migrantes centroamericanos protestan a su paso por la población de Nicolás
Romero el martes 3 de abril de 2018 en el estado de Oaxaca (México) EFE/LUIS VILLALOBOS
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Los funcionarios que trabajan en distintas agencias [que gestionan los centros de detención] a menudo cuestionan la veracidad de estos
relatos e indican que no pueden dar una respuesta a estas alegaciones puntuales
sin tener más información que los inmigrantes y sus abogados, si los tienen,
les quieran o puedan proporcionar.
The Guardian recabó el testimonio de decenas de personas, a
muchas de las cuales entrevistó, y también pudo escuchar los relatos que
registraron los miembros del equipo de voluntarios. Las duras condiciones
descritas por la familia Martínez guardan una gran similitud con los relatos de otros detenidos.
Las condiciones varían de un centro a otro. Muchas de las familias señalaron que vivieron sus peores experiencias en las instalaciones
donde los llevaron tras ser detenidos. A partir de sus relatos y de las
conversaciones con los funcionarios federales no es posible determinar si estas
"hieleras" son centros del Servicio de Inmigración y Control de
Aduanas (ICE en sus siglas en inglés) o de la patrulla fronteriza.
Muchas de estas familias fueron posteriormente llevadas a un edificio que recibe el apodo de "perrera", que por su descripción
podrían ser las instalaciones donde la patrulla fronteriza procesa los datos de
los inmigrantes, y que está situado en McAllen. Se trata de un almacén
industrial de poca altura; la mayor instalación de este tipo en el sudoeste de
Estados Unidos. Según las familias, la temperatura en estas instalaciones era
más agradable, el personal, más amable, y les dieron burritos y manzanas en vez
de bocadillos congelados. También les ofrecieron la posibilidad de ducharse.
Huyendo de la violencia de las maras
La cifra de migrantes detenidos por las autoridades federales de Estados Unidos ha sido constante desde que Trump impulsó su
política de "tolerancia cero" en abril, ya que las familias continúan
huyendo de la violencia de las maras, especialmente en Honduras, El Salvador y Guatemala.
El personal de algunas entidades católicas sin ánimo de lucro de McAllen que proporcionan comida, un lugar para ducharse, ropa y
atención médica a las familias cuando salen del centro de detención y antes de
que prosigan su periplo, señala que después de que las autoridades empezaran a
separar a los menores de sus padres pensaron que las cifras de llegadas se iba
a reducir respeto a las que registraron en mayo y junio.
Calcularon que de las 300 llegadas diarias en mayo y junio se pasaría a unas 60 u 80. Esto no ha sucedido y todas las tardes
atienden a unas 200 personas que llegan a una estación de autobuses situada
cerca del centro. Muchos de los inmigrantes que llegan a Estados Unidos ya
están extenuados por el viaje y traumatizados por la violencia que sacude a sus países.
Según los abogados expertos en derechos civiles, el trato
que reciben en los centros de detención de migrantes reabre esta herida. Las
condiciones en estas instalaciones ponen en duda la voluntad del Gobierno de
Estados Unidos de cumplir con sus propios protocolos y con el mandato que ha
recibido de los jueces en los dos últimos años y que exige que las personas
bajo custodia sean tratadas con respeto.
Las instalaciones como McAllen no estaban pensadas para alojar a detenidos y a pesar de que en la última década la realidad las ha
superado, no han sido adaptadas para dar respuesta a la situación. Una serie de
informes y recomendaciones que se remontan a 2008 y que fueron actualizadas en 2015 señalan que nadie debería permanecer detenido en este
centro por más de 72 horas y que todos los detenidos deben poder ir a un baño
en condiciones, ducharse, tener agua potable y recibir atención médica.
El Consejo de Europa pide evitar la situación de los menores en la frontera
México-EEUU EFE
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Muchos de los testimonios que describen su experiencia en McAllen estuvieron detenidos entre tres y siete días. Según muchos de estos
relatos, bien vividos en primera persona o bien por una persona que conocían,
muchas personas permanecieron en el centro durante diez días o más. No se les
proporcionó ningún tipo de esterilla sobre la que dormir, ni cepillos o pasta
de dientes, a pesar de que un tribunal federal estableció en 2016 que se trata
de objetos básicos.
Muchos inmigrantes, especialmente hombres, afirman que ni siquiera les proporcionaron una manta. Este verano, tras aceptar a trámite unas
demandas que se fundamentaban en relatos parecidos a los recopilados por The Guardian, un juez federal de California pidió que un juez ya
jubilado investigara las condiciones de los centros de detención, con el
mandato de proponer cambios.
Es difícil saber quién hace qué
Lo cierto es que muchas de las quejas en torno a los centros de detención de inmigrantes son anteriores a la llegada de Trump a la
Casa Blanca.
Sin embargo, la política de "tolerancia cero" ha aumentado la presión sobre el sistema, ha obligado a los funcionarios
federales a sacarse soluciones de la manga y ha aumentado la cifra de demandas
de forma inusitada. Incómodos con las denuncias de maltrato, estos funcionarios
señalan que es muy difícil dirimir responsabilidades, entre otros motivos
porque los inmigrantes que denuncian que han recibido un trato inhumano a
menudo no saben dónde estuvieron detenidos o quién los tenía bajo custodia.
"Estamos hablando de muchas personas, las patrullas en la frontera, los trabajadores subcontratados por los Servicios de
Inmigración y Aduanas, así que es difícil saber quién está haciendo que",
indica un funcionario a The Guardian, con la condición de que no se revele su identidad.
Muchos expertos en inmigración afirman que la administración Trump muestra una preocupante tendencia a no cumplir con la
normativa, tampoco con los fallos judiciales, y a no incentivar que los
funcionarios en los niveles más bajos de la cadena de mando puedan expresar los
problemas del sistema e intentar encontrar soluciones antes de que estas malas
prácticas lleguen al juzgado.
El jueves pasado, por ejemplo, el Gobierno anunció que ya no seguirá un acuerdo judicial que se alcanzó hace veinte años que lo obliga a
dejar en libertad a los menores cuando se cumplan los veinte días de su detención.
"He trabajado con detenidos durante 20 años y en mi opinión el principal cambio ha sido la sensación de impunidad del actual
Gobierno", indica Holly Cooper, una profesora de Derecho de la Universidad
de California en Davis que ha demandado al Gobierno por haber administrado sustancias psicotrópicas a
inmigrantes que todavía no han alcanzado la mayoría de edad en un centro de
detención de menores cerca de Houston.
"Antes, me podía reunir con funcionarios y escuchaban mi versión mientras yo intentaba conseguir un trato más humano…ahora
ni tan solo se plantean hablar con abogados expertos en derechos civiles".
En la frontera, este cambio de actitud se manifiesta en una gran variedad de experiencias desconcertantes de familias que, en muchos
casos, huyeron de la violencia en sus países y han decidido arriesgarse para
intentar llegar a Estados Unidos y solicitar asilo; una posibilidad cada vez
más remota.
La familia Martínez salió de Honduras después de que una banda local asesinara al padre, la hermana y el cuñado de Rafael, y se empezara
a rumorear que también irían a por él. Otro hombre de Centroamérica
entrevistado por The Guardian tenía una cicatriz que le atravesaba la cara; el
recordatorio de un ataque con un machete.
Muchos de los entrevistados reconocen que se sintieron humillados cuando los agentes estadounidenses les pidieron que se sacaran los
cinturones, los cordones de los zapatos y las camisas de manga larga
(considerados prendas y complementos a utilizar por aquellos que quieran
suicidarse) y los obligaron a entrar en celdas hacinadas.
Los doctores y las enfermeras que les atendieron cuando fueron puestos en libertad señalan que muchos de ellos tenían forúnculos y
erupciones en la piel, comunes cuando las condiciones de higiene son
inadecuadas, y estreñimiento severo, atribuible a la deshidratación y a una
inadecuada alimentación.
Casi todos los que pasaron por la clínica que visitó The Guardian, dirigida por un grupo de médicos, enfermeras
y trabajadores sociales voluntarios de San Antonio llamado Sueños sin Fronteras,
se quejaron de síntomas de gripe o problemas respiratorios o ambos. Muchos
de los exdetenidos dijeron que cuando fueron liberados no pudieron llevarse sus
medicinas o sus posesiones.
También se han conocido relatos de negligencia médica. Una guatemalteca con VIH que llegó a Estados Unidos en julio le contó a un
miembro de Sueños sin Fronteras que le quitaron los medicamentos cuando la
detuvieron y que durante cinco días la mantuvieron aislada y separada de su
hijo. A una niña guatemalteca de cinco años detenida en el centro McAllen no le
diagnosticaron apendicitis hasta al cabo de cinco días, a pesar de que su madre
había implorado que la examinaran en repetidas ocasiones, y estuvo a punto de
morir cuando el apéndice se perforó.
Un grupo llamado Immigrant Families Together (familias de inmigrantes unidas) explicó a The Guardian el caso de un
niño de cuatro años que llegó a Estados Unidos con un fémur roto y al que en un
centro de detención de Texas solo le proporcionó un analgésico suave. Tras su
liberación, tuvo que ser operado.
Si bien los casos de muertes en centros de detención siguen siendo inusuales, un informe reciente de Human Rights Watch indica que
la cifra de inmigrantes muertos en centros de detención en 2017 es la más alta
desde 2009. El informe lamenta "las practicas peligrosas o mediocres, como
retrasos desproporcionados, una atención médica inadecuada y una respuesta
torpe en casos urgentes".
"Tratamos a las personas que están bajo nuestra custodia con respeto y de forma digna". En respuesta a este tipo de
informes y también cuando defiende su actuación en los juzgados, el
Departamento de Seguridad Nacional sigue afirmando que hace lo correcto.
Una portavoz del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos ha indicado que "está en profundo
desacuerdo" con los relatos de este reportaje. "estos supuestos
incidentes no se corresponden con lo que en nuestra opinión es la práctica
común en nuestras instalaciones. Tratamos a todos aquellos que están bajo custodia
con respeto y dignidad".
De hecho, el Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza insinuó que las "hieleras" mencionadas por los detenidos son
gestionadas por la Agencia de Control de Inmigración y Aduanas. Sin embargo,
esta agencia emitió un comunicado en el que negó gestionar el centro de McAllen
y señaló que con anterioridad ya ha quedado demostrado que los términos
"hielera" y "perrera" se utilizan para referirse a los
centros gestionados por el Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos.
Traducido por Emma Reverter
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