La Oración de Guerra
24 de noviembre de 2010
Mark Twain
Traducción de Pilar Hortelano.
Fue una época de gran exaltación y emoción. El país se había
levantado en armas, había empezado la guerra y en cada pecho ardía el fuego
sagrado del patriotismo; se oía el redoble de los tambores y tocaban las bandas
de música; tiraban cohetes y un montón de fuegos artificiales zumbaban y
chisporroteaban. Allí abajo, a lo lejos, de las manos, tejados y balcones,
ondeaba al sol una espesura de banderas brillantes. De día, por la ancha
avenida, los jóvenes voluntarios desfilaban alegres y hermosos con sus
uniformes; a su paso los orgullosos padres, madres, hermanas y enamoradas los
vitoreaban con voces ahogadas por la emoción. De noche, en las concurridas
reuniones se escuchaba con admiración la oratoria patriótica que agitaba lo más
hondo de sus corazones, y que solía interrumpirse con una tempestad de
aplausos, al tiempo que las lágrimas corrían por sus mejillas. En las iglesias
los pastores predicaban devoción a la bandera y al país, y en favor de nuestra
noble causa imploraban ayuda al dios de las batallas con una elocuencia tan
efusiva y fervorosa que conmovía a todos los oyentes.
De hecho, era una época próspera y alegre, y los pocos espíritus temerarios
que se aventuraban a desaprobar la guerra y a albergar alguna duda sobre su
rectitud, enseguida recibían un castigo tan duro y severo que, para su propia
seguridad, inmediatamente retrocedían espantados y no volvían a ofender en ese
sentido.
Llegó el domingo por la mañana. Al día siguiente los batallones partirían
hacia el frente; la iglesia estaba a rebosar. Y allí estaban los voluntarios,
con sus rostros iluminados por visiones y sueños milicianos. ¡El austero avance
de tropas, el ímpetu incontenible, el ataque desenfrenado, los sables
relucientes, la huida del enemigo, el tumulto, el humo envolvente, la búsqueda
feroz y la rendición! ¡Y luego, de regreso al hogar, los héroes condecorados,
bienvenidos, venerados, inmersos en un mar de oro de gloria! Al lado de los
voluntarios se sentaban sus seres queridos, orgullosos, contentos y envidiados
por los vecinos y amigos que no tenían hijos o hermanos a quienes enviar al
campo de honor, para vencer por la bandera o, caso contrario, sucumbir a la más
noble de las muertes nobles. El servicio religioso continuó. Se leyó un
capítulo del Antiguo Testamento sobre la guerra y se rezó la primera plegaria,
seguida de un estallido del órgano que sacudió el edificio. Y de un impulso la
congregación se levantó con brillo en los ojos y latidos en el corazón: «¡Dios
Todopoderoso! ¡Tú que ordenas, el trueno es tu trompeta y el rayo tu espada!.
Después vino la oración larga. Nadie recordaba algo semejante por lo
apasionado de la súplica y lo conmovedor y bello de su lenguaje. En esencia, la
oración pedía al Padre de todos nosotros, benigno y siempre misericordioso, que
velara por nuestros nobles y jóvenes soldados y les proporcionara auxilio,
consuelo y ánimo en el afán de su patriótica tarea; que los bendijera y
protegiera con Su poderosa mano en la batalla; que los fortaleciera y les diera
confianza para que fueran invencibles en el ataque sangriento; que les ayudara
a aplastar al enemigo y les concediera, tanto a ellos como a su patria y su
bandera, la gloria y el honor imperecederos.
Un anciano extraño entró y con paso lento y callado avanzó por el pasillo,
con los ojos clavados en el clérigo. Tenía un cuerpo alto e iba vestido con una
túnica que le llegaba a los pies, llevaba la cabeza descubierta, una vaporosa
cascada de cabello cano le caía sobre los hombros y tenía la cara arrugada y
exageradamente pálida, casi fantasmal. Llenos de asombro, todos le seguían con
la mirada mientras se encaminaba al altar en silencio y sin pausa, hasta que se
detuvo a la par del clérigo y se quedó allí esperando de pie.
El clérigo, con los ojos cerrados, no se había percatado de la presencia
del extraño y prosiguió con su oración conmovedora hasta terminar con las
siguientes palabras, pronunciadas con gran fervor: «¡Bendice nuestras almas,
concédenos la victoria, Oh Señor Nuestro, Dios, Padre y Protector de nuestra
tierra y nuestra bandera!.”
El extraño le tocó el brazo y le hizo señas para que se apartara -a lo que
accedió el desconcertado clérigo- y ocupó su lugar. Durante unos momentos, con
ojos solemnes que emanaban una luz extraordinaria, contempló detenidamente a la
audiencia embelesada. Entonces con una voz profunda dijo: «Vengo del Trono. Soy
portador de un mensaje de Dios Todopoderoso. Las palabras golpearon a la
congregación como en un seísmo; si el extraño lo percibió no hizo ningún caso. El
ha escuchado la oración de Su siervo, vuestro pastor, y se concederán sus
peticiones si ése es vuestro deseo después que yo, Su mensajero, os haya
explicado su significado, es decir, todo su significado. Pues sucede lo que en
la mayoría de las oraciones de los hombres; el que las pronuncia pide mucho más
de lo que es consciente, salvo que se detenga y se ponga a meditar.”
Vuestro Siervo de Dios ha rezado su plegaria. ¿Ha reflexionado sobre lo que
ha dicho? ¿Es acaso una sola oración? No; son dos -una pronunciada y la otra
no-. Ambas han llegado a los oídos de Aquel que escucha todas las súplicas,
tanto las anunciadas como las guardadas en silencio. Ponderad esto y guardadlo
en la memoria. Si rezas una plegaria en tu beneficio ¡ten cuidado! no sea que
sin querer invoques al mismo tiempo una maldición sobre el vecino. Si rezas una
oración para que llueva sobre tu cosecha, mediante ese acto quizá estés
implorando que caiga una maldición sobre la cosecha de alguno de tus vecinos
que probablemente no necesite agua y resulte así dañada.
Han escuchado la oración de vuestro siervo -la parte enunciada-.Yo he sido
encargado por Dios para poner en palabras la otra parte, aquélla que el pastor
-al igual que ustedes en sus corazones- rezaron en silencio. ¿Con ignorancia y
sin reflexionar? ¡Dios asegura que así fue! Oísteis estas palabras: 'Concédenos
la victoria, Oh Señor Nuestro Dios'. Eso es suficiente. La oración pronunciada
está íntimamente ligada a esas palabras fecundas. No han sido necesarias las
explicaciones. Cuando habéis rezado por la victoria, habéis rezado por las
muchas consecuencias no mencionadas que resultan de la victoria -debe ser así y
no se puede evitar-.El espíritu atento de Dios Padre acogió también la parte no
pronunciada de la oración. Me encargó que la expresara con palabras. ¡Escuchad!.
Oh Señor, nuestro Padre, nuestros jóvenes patriotas, ídolos de nuestros
corazones, salen a batallar. ¡Mantente cerca de ellos! Con ellos partimos
también nosotros -en espíritu- dejando atrás la dulce paz de nuestros hogares
para aniquilar al enemigo. ¡Oh Señor nuestro Dios, ayúdanos a destrozar a sus
soldados y convertirlos en despojos sangrientos con nuestros disparos; ayúdanos
a cubrir sus campos resplandecientes con la palidez de sus patriotas muertos;
ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los quejidos de sus heridos que
se retuercen de dolor, ayúdanos a destruir sus humildes viviendas con un
huracán de fuego; ayúdanos a acongojar los corazones de sus viudas inofensivas
con aflicción inconsolable; ayúdanos a echarlas de sus casas con sus niñitos
para que deambulen desvalidos por la devastación de su tierra desolada,
vestidos con harapos, hambrientos y sedientos, a merced de las llamas del sol
de verano y los vientos helados del invierno, quebrados en espíritu, agotados
por las penurias, te imploramos que tengan por refugio la tumba que se les
niega -por el bien de nosotros que te adoramos, Señor-, acaba con sus
esperanzas, arruina sus vidas, prolonga su amargo peregrinaje, haz que su andar
sea una carga, inunda su camino con sus lágrimas, tiñe la nieve blanca con la
sangre de las heridas de sus pies! Se lo pedimos, animados por el amor, a Aquel
quien es Fuente de Amor, sempiterno y seguro refugio y amigo de todos aquellos
que padecen. A El, humildes y contritos, pedimos Su ayuda. Amén.
(Después de una pausa)
Así es como lo habéis rezado. ¡Si todavía lo deseáis, hablad! El mensajero
del Altísimo aguarda.
Más tarde se creyó que el hombre era un lunático porque no tenía sentido
nada de lo que había dicho.
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