Guantánamo: persistencia y vergüenza
Editorial La Jornada 02 de abril de 2013
Desde hace casi dos meses, decenas de internos de la prisión militar de
Guantánamo iniciaron una huelga de hambre en protesta por la confiscación de
cartas, fotografías y correo legal, así como por la profanación de ejemplares
del Corán durante pesquisas en sus celdas. Más allá de las motivaciones
originales, hay indicios de que la manifestación ha adquirido ya dimensiones de
rebelión generalizada en la cárcel, como sugiere la afirmación del prisionero
saudita Shaker Aamer, hecha pública por su abogado, de que 130 de los 166
internos se han sumado al ayuno. Las autoridades han señalado que en la protesta
participan sólo 39 personas.
Más allá de las cifras, la realización de la huelga de hambre en Guantánamo
es indicativa del grado de desesperanza a que han sido llevados los prisioneros
de esa prisión, y obliga a recordar que ésta constituye una negación rotunda de
la legalidad: ocupado por Estados Unidos desde hace más de un siglo como parte
de un acuerdo colonialista y anacrónico –que es uno de los múltiples focos de
tensión entre los gobiernos estadounidense y cubano–, el enclave ha adquirido en
la década pasada proyección y fama internacional como uno de los ejemplos –junto
con las cárceles Abu Ghraib y Bagram y los vuelos secretos de la CIA para
trasladar a sospechosos de terrorismo– de la red criminal armada en muchos
países por la Casa Blanca para secuestrar, desaparecer, torturar y asesinar a
presuntos integrantes de Al Qaeda y de otras organizaciones del entorno del
integrismo islámico, así como a personas del mundo árabe y musulmán que pudieran
representar, según Washington, una amenaza de cualquier índole. Para colmo, los
cautivos en ese sitio no sólo han debido enfrentar un trato extremadamente
cruel, sino también han padecido la negación de prácticamente todos sus derechos
humanos y la reducción a la inexistencia jurídica: no han sido considerados
presuntos delincuentes a los que debiera presentarse ante una autoridad
judicial, pero tampoco se les ha reconocido como integrantes de una fuerza
militar enemiga, lo que les habría garantizado el estatuto y los derechos
reservados a los prisioneros de guerra.
La persistente condena internacional a ésas y otras acciones realizadas por
el gobierno de Washington desde tiempos de George W. Bush fue aprovechada por
Barack Obama durante su primera campaña por la presidencia de Estados Unidos, y
la promesa del cierre de Guantánamo en el curso del primer año de la nueva
administración fue uno de los puntos centrales de la agenda detransformación del
actual mandatario. Sin embargo, una vez en la Casa Blanca y antes de que se
cumpliera el plazo establecido, Obama se rindió ante las presiones y el poder
fáctico del complejo industrial-militar de la nación vecina –el cual sobrevivió
a la derrota de los republicanos en la elección presidencial de 2008–, y el
cierre de la prisión en el país caribeño ha sido postergado de manera
indefinida.
A más de una década de su habilitación como centro de detención de supuestos
terroristas, la prisión de Guantánamo es la señal más inequívoca del fracaso de
las aspiraciones y promesas de cambio del actual mandatario estadounidense: en
efecto, si Obama ha sido incapaz de cumplir con una medida de obvia necesidad,
que genera amplio consenso entre la opinión pública dentro y fuera de su país,
difícilmente podrá concretar, en el cuatrienio que le queda al frente de la Casa
Blanca, el resto de las transformaciones que su país requiere con urgencia. La
comunidad internacional, por su parte, ha participado en todo este tiempo de la
degradación moral de Washington, en la medida en que ha tolerado las prácticas
abominables y los tratos inhumanos que tienen lugar en Guantánamo, y ha
contribuido a que ese campo de concentración represente, en la actualidad, uno
de los mayores símbolos de injusticia, ilegalidad y vergüenza para la
humanidad.
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