Guantánamo no es más que el síntoma de una enfermedad:
la detención indefinida
Mientras se mantengan la política inconstitucional de la detención indefinida y los nefastos tribunales militares, la
oscura mancha sobre el prestigio de Estados Unidos seguirá ahí
Trevor Timm
theguardian
24 de febrero de 2016
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Guantánamo ha supuesto una mancha en nuestra sociedad
desde que se abrió. El propio centro de detención es una abominación de los
derechos humanos, pero no es solo el lugar físico lo que supone un problema,
sino el espíritu que este materializa. La política de detención indefinida en
Guantánamo es una burla a la constitución estadounidense. Por eso,
mientras Barack Obama lanza su última súplica apasionada y contundente
para cerrarlo de una vez por todas, es vergonzoso que mantenga las prácticas
que permitieron que el penal floreciera en su momento.
Es poco probable que Guantánamo esté de verdad cerrado
cuando acabe el mandato de Obama, dadas las medias tintas y titubeos de su primer
mandato que permitieron al Parlamento levantar barricadas legales contra el
traslado de prisioneros a Estados Unidos. Pero, incluso si Obama lo logra, no
será el final de este oscuro capítulo de la historia de Estados Unidos.
Mientras se mantengan la política inconstitucional de la detención indefinida y
los nefastos tribunales militares, lo mismo ocurrirá con la mancha en el
prestigio del país.
La detención indefinida –mantener a personas arrestadas
durante lo que ya ha llegado a ser décadas sin que haya en el horizonte un
juicio ni tan siquiera acusaciones de ningún tipo– es casi lo más opuesto que
existe a los valores de Estados Unidos y a su constitución. Hay decenas de
detenidos cuya liberación se ha autorizado –y que llevan años con ese estatus–
y que sin embargo siguen tras los barrotes de la base militar estadounidense en
Cuba. Pero hay más prisioneros aún que Estados Unidos considera "no aptos
para juicio" pero " demasiado peligrosos para ser liberados".
Muchos de ellos no pueden ser juzgados porque
Washington los torturó.
Obama aclaró al final de su intervención que
la detención indefinida sigue siendo una política de Estados Unidos. Mientras
siga en vigor la Autorización
para el Uso de la Fuerza Militar que concedió el Parlamento tras el 11-S (AUMF), el Gobierno actúa como si pudiera retener
a esos prisioneros para siempre. Y como Washington ahora defiende que la AUMF
es la autorización legal
que le permite bombardear Siria, Irak y ahora también Libia –para
luchar contra una organización terrorista que no existía en el 11-S y para la
que no hay un final–, no hay casi ninguna posibilidad de que se derogue esa
legislación en esta década. Estos prisioneros posiblemente se enfrentan a pasar
el resto de sus vidas en la cárcel sin pasar por un juicio.
En cuanto al resto de detenidos que pueden y deben ir a juicio, les sigue afectando el nefasto sistema de tribunales militares,
que lleva más de una década con un problema
detrás de otro. Esto ha hecho que sean prácticamente inviables y, en
muchos casos, inconstitucionales. Mientras el presidente critica los tribunales
militares y explica cómo los tribunales federales ordinarios son mucho más
efectivos para juzgar de verdad a los terroristas, sigue insistiendo con
tozudez en que esas comisiones militares pueden seguir funcionando, siempre y
cuando los parlamentarios las reformen una vez más.
Obama no explicó cómo va a conseguir que un Parlamento controlado por los republicanos apruebe nada en este año electoral, pero suena
tan fantasioso como lograr que el Senado designe un nuevo magistrado del
Tribunal Supremo en ese mismo periodo. Los tribunales militares deberían
haberse eliminado hace años, y seguirán persiguiendo al Gobierno que salga de
las elecciones el próximo noviembre, sea cual sea.
Por supuesto, que Guantánamo siga abierto no es solo culpa de la Casa Blanca. Como señaló Obama en repetidas ocasiones durante su
discurso, cerrarlo fue en su momento algo en lo que los dos partidos estaban de
acuerdo. Tanto George W. Bush como el rival de Obama en las elecciones de 2008,
John McCain, defendieron también el cierre del penal, ya que es una de las
herramientas más fuertes para reclutar terroristas que ha habido desde el
11-S. Pero en cuanto Obama tomó posesión, los republicanos decidieron oponerse
a esa idea en todo momento.
Los detractores de cerrar el polémico centro de detención
afirman actuar por el bien de la seguridad pública, como si Obama fuera a
soltar a terroristas curtidos en batallas por las calles de Nueva York. Parecen pensar que
los sospechosos de terrorismo que lleguen a Estados Unidos desarrollarán de
repente superpoderes como los de Magneto,
que le permitan hacer cosas como escapar de cárceles de máxima seguridad. Sus
ridículas diatribas de "¡no en mi jardín!" serían divertidas si no hicieran
tanto daño a nuestra nación.
Hay muchos motivos por los que deberíamos esperar
que salga adelante el plan de Obama para cerrar Guantánamo. Pero, por
desgracia, si no se revierten las políticas subyacentes que inicialmente
hicieron de Guantánamo esa catástrofe para los derechos humanos, la oscura
mancha sobre Estados Unidos seguirá ahí.
Traducido por: Jaime Sevilla
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