Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar
Nixon, Kissinger y Bangla Desh: Sangre en sus manos
Por Susannah York | 10 de abril de 2014 | Periódico
Revolución | revcom.us
30 de marzo de 2014. Servicio Noticioso Un Mundo Que
Ganar. .
El telegrama de Blood — Nixon, Kissinger y un genocidio olvidado
(Alfred Knopf, 2013) del profesor Gary J. Bass de la Universidad de
Princeton, pone al descubierto el siniestro papel desempeñado por el entonces
presidente Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger en 1971
durante la masacre de nueve meses de bengalíes por parte de Pakistán en lo que
era Pakistán oriental, hoy Bangla Desh. Según diversas fuentes, cientos de miles
y tal vez hasta 3 millones de personas fueron asesinadas. Cerca de 10 millones
de refugiados, la mayoría hindúes, huyeron a India, donde eran mantenidos en
desesperantes campamentos donde morían de hambre, falta de agua potable y
enfermedades prevenibles.
El telegrama de Blood es una descripción detallada, fascinante y
reveladora de la diplomacia cínica —de hecho criminal—, así como de los rumores
y difamaciones frecuentemente crueles y traidores, entre los diversos actores:
Nixon, Kissinger, el gobernante de Pakistán el general Agha Yahya Khan, la
dirigente de India Indira Gandhi y otros funcionarios del gobierno indio,
personajes del Departamento de Estado estadounidense, y los representantes de
Estados Unidos en Pakistán y en India como Archer Blood [cuyo apellido
irónicamente significa “sangre”]. El autor Bass escudriñó miles de páginas de
material recién desclasificado de la biblioteca Nixon, los Archivos Nacionales
de Washington y archivos de la India, entrevistas con el personal de la Casa
Blanca, diplomáticos y generales indios y cintas de la Casa Blanca anteriormente
no escuchadas y más bien sórdidas. Casi cada párrafo de su libro tiene una nota
de pie de página, con 2.600 notas en total.
Este libro es detallado y personal, revela la inmoralidad y bajeza
especialmente de Nixon y Kissinger, quienes a sabiendas y con regularidad
mentían al público, al Congreso de Estados Unidos y otros gobiernos y violaban
la ley que afirmaban representar durante la guerra civil entre el Pakistán
oriental y el occidental.
El cónsul general estadounidense en Daca, Archer Blood, envió muchas
advertencias sobre un inminente baño de sangre, diciendo que no había
oportunidad de que Pakistán se mantuviera unido. La respuesta de Nixon fue,
“Considero que todo lo que se pueda hacer para mantener a Pakistán como un país
viable es sumamente importante”. Kissinger comentó, “¿Por qué deberíamos decirle
algo [a Yahya] que desestimule la fuerza [en Pakistán oriental]?”
Algo de contexto
Cuando India logró su independencia de Gran Bretaña en 1947, ésta aprovechó
las divisiones que había ayudado a avivar y otros factores para dividir su
excolonia en dos Estados basados en la religión, la República Islámica de
Pakistán y la India mayoritariamente hindú. Con la partición, unos dos millones
de personas murieron y 15 millones se convirtieron en refugiados, definidos por
su filiación religiosa, huyendo de la tierra en que habían vivido por
generaciones y cruzaron las fronteras a ambos lados (los hindúes que vivían en
Pakistán se trasladaron a India y los musulmanes de India a Pakistán) hacia
regiones completamente ajenas.
Esta rara creación geográfica nacida de intereses reaccionarios en contienda,
combinó diferentes grupos étnicos tanto en el Pakistán oriental como en el
occidental. Había pastunes, punyabís y baluchis en Pakistán occidental que
principalmente eran musulmanes. Pakistán oriental estaba compuesto por bengalíes
y biharíes, una mayoría musulmana y una considerable minoría hindú. La partición
de la colonia británica dejó a India y a Pakistán devastados, cobrando muchas
vidas en protestas, violaciones, masacres y saqueos. Este fue el crimen inicial
que montó el escenario para los horrendos acontecimientos de 1971.
La diferencia entre Pakistán oriental y Pakistán occidental era mucho más que
la distancia, los 1.500 km de territorio indio que los separaba. El occidental
estaba económicamente mejor, en él estaba el gobierno central, las instituciones
militares y estaba tratando que el urdu fuera el idioma oficial del país. Los
pakistaníes orientales eran en su mayoría musulmanes y principalmente hablaban
bengalí y se consideraban bengalíes. Los biharíes musulmanes urdu-hablantes que
se pasaron a Pakistán oriental tras la partición fueron una excepción. Los
pakistaníes orientales eran discriminados por los pakistaníes occidentales. Los
pakistaníes occidentales sólo eran 25 millones comparados con los 57 millones de
pakistaníes orientales. Desde el principio la cuestión del idioma oficial del
país fue motivo de mucha protesta.
Con la independencia de Gran Bretaña, la gente en Pakistán oriental era
inicialmente leal al gobierno en Pakistán occidental, pero gradualmente
sintieron que el colonialismo británico había sido reemplazado por la dominación
de Pakistán occidental. El Pakistán occidental sospechaba de los bengalíes y de
la minoría hindú en Pakistán oriental, y los veían como pro-indios. Para 1958,
los generales pakistaníes impusieron la ley marcial en Pakistán oriental,
proscribieron los partidos políticos e hicieron imposible que los bengalíes
expresaran sus reclamos.
Las demandas por más autonomía en Pakistán oriental eran una constante. Tras
dos décadas como Estado, la oposición creció y muchas manifestaciones de
estudiantes y trabajadores presionaban por autonomía. Enfrentando una seria
crisis de legitimidad, el gobernante militar de Pakistán occidental, el general
Yahya, finalmente estuvo de acuerdo con celebrar elecciones.
El desastroso ciclón Bhola de noviembre de 1970 golpeó Pakistán oriental y
las consecuencias atizaron la indignación contra Pakistán occidental. La
devastación cobró las vidas de 500 mil personas en las zonas bajas de Pakistán
oriental. Un testigo relató cómo tras ser azotados por vientos de 250 km por
hora, no se veían más que cadáveres de personas y ganado esparcidos por el
suelo. Algunos habían sido lanzados a 10 metros de altura en los árboles o hacia
el mar. Vista desde un helicóptero, el área golpeada por la tormenta parecía “un
enorme pudín de chocolate salpicado de uvas pasas” —viendo más de cerca la
horrible realidad era que las “pasas” eran cadáveres.
La reunión del presidente Nixon y el presidente de Pakistán
Yahya Khan, 1970. Foto: Servicio Nacional de Archivos y Registros |
Después del ciclón, el general Yahya visitó la zona pero se mantuvo impasible
ante el sufrimiento y la devastación. La casi total falta de apoyo del gobierno
asentado en Pakistán occidental creó mayor hostilidad entre los pakistaníes
orientales que eran los que padecían esta crisis. Esto ayudó a preparar el
terreno para la rebelión que pronto tendría lugar. Cuando por fin se realizaron
las elecciones, la Liga Awami de Mujibur Rahman en Pakistán oriental hizo
campaña prometiendo más autonomía de modo que Pakistán oriental pudiese definir
sus propias relaciones comerciales, emitir su propia moneda y crear una milicia.
El general Yahya se negó a aceptar la mayoría parlamentaria lograda de manera
aplastante por la Liga Awami.
El cónsul general estadounidense Blood, inspirado por algunas manifestaciones
nacionalistas bengalíes que llenaban las calles, creyó que su gobierno debía
intervenir para impedir una masacre y esperaba una solución política. Había
conversaciones en curso entre los políticos de Pakistán oriental y Pakistán
occidental. Blood pensaba que Yahya estaba ganando tiempo para poder emplazar
más de su ejército en Pakistán oriental. Blood envió reiteradas descripciones
del aumento de efectivos militares y de la crisis inminente, llamando a que
Estados Unidos interviniera contra esto, todo lo cual Nixon y Kissinger
siguieron ignorando. Barcos repletos de armamento fueron descargados en la
ciudad portuaria de Chittagong a pesar de los esfuerzos en un bloqueo realizado
por bengalíes enfurecidos. El 25 de marzo de 1971 empezaron serios abaleos. Hubo
grandes explosiones por toda la ciudad de Daca, y columnas de tropas marcharon
por la ciudad encabezadas por tanques proporcionados por Estados Unidos. Había
comenzado la guerra civil.
El telegrama de Blood
Tras dos semanas de masacre en Pakistán oriental, y enfurecido por el
silencio de Nixon y Kissinger, Blood envió un telegrama de cinco páginas firmado
por él y por gran parte de su personal denunciando la política de Estados Unidos
como una “bancarrota moral” por excusar las atrocidades (a las que llamó
genocidio porque las matanzas fueron principalmente contra bengalíes hindúes) y
la supresión de los resultados electorales, y por el continuo respaldo y
suministro de armamento de Estados Unidos al general Yahya.
Masacre de bangladesíes: Unos estudiantes, quienes se tapan
la cara debido al hedor de los cadáveres putrefactos, desentierran los cuerpos
de sus difuntos compañeros de clase y profesores cerca de Daca, Pakistán
Oriental (hoy Bangla Desh), diciembre 1971. Foto: AP |
El contenido del telegrama de Blood pronto se hizo público y ganó
credibilidad en diversos círculos del gobierno. Pero Nixon y Kissinger estaban
decididos a seguir respaldando a Yahya. Pakistán era ya receptor de miles de
millones de dólares en jets, bombarderos, tanques artillados y vehículos
militares de Estados Unidos. Visto por Nixon y Kissinger como traidor, a Blood
lo sacaron del consulado y le asignaron un trabajo de oficina en Washington.
Nixon racionalizó lo que falazmente llamó la inacción de Estados Unidos,
comparando la situación en Pakistán oriental con la masacre del pueblo de Biafra
cuando éste intentó separarse de Nigeria en 1967-1970, diciendo que sería
hipócrita intervenir en los asuntos internos de Pakistán cuando Estados Unidos
no había hecho nada en Biafra. Kissinger también intentó pintar la política
estadounidense como de no intervención. A medida que las masacres quedaron más
al descubierto, el Congreso prohibió el suministro de armas y piezas militares
estadounidenses a Pakistán. Para eludir la ley, Nixon y Kissinger arreglaron
bajo cuerda con el rey Hussein de Jordania y el Sha de Irán que esos países
sirvieran como canales para el envío de armas y aviones estadounidenses para el
ejército pakistaní, con garantías en privado de que no habría sanciones por
violar la prohibición. La prohibición del Congreso a los envíos de armas sirvió
como una cortina de humo para tapar lo que en verdad sucedía.
Para finales de junio, un corresponsal del New York Times en el sur
de Asia calculó que en Pakistán oriental habían muerto 200 mil personas y que
154 mil refugiados huían cada día. Entretanto Nixon insistía en que Yahya era un
buen amigo y un hombre decente que hacía “un trabajo difícil, intentando
mantener unidas esas dos partes del país separadas por miles de kilómetros… [y
que] estaba mal asumir que Estados Unidos debería andar diciéndoles a otros
países cómo arreglar sus asuntos políticos”.
Las relaciones entre Pakistán e India ya eran enconadas desde la
independencia y la partición resultante. India tenía sus propios intereses
estratégicos fríos y calculadores. Estaba engarzada en una lucha con Pakistán
por el empeño de India de anexar a Cachemira. Bass dice que Indira Gandhi estaba
preocupada de que la rebelión en Pakistán oriental alentara una rebelión en su
propia población intranquila, por la tremenda pobreza del pueblo y sus
movimientos contra el gobierno. Ella también temía que esto pudiera abrirle paso
al movimiento revolucionario maoísta naxalita, que en ese momento ardía en el
estado indio de Bengala occidental y otras partes. Bass la cuestiona por su
“falta de preocupación por los derechos humanos”. Este prisma de los derechos
humanos le impide a él ver a Gandhi como la líder de una clase explotadora
compradora (dependiente del imperialismo) en contubernio con la Unión Soviética,
que a pesar de que conservaba algunas características del socialismo —una
economía planificada y la propiedad estatal— había restaurado el capitalismo, se
había convertido en una superpotencia imperialista y estaba contendiendo con
Estados Unidos por la dominación mundial.
Cuando los refugiados de Pakistán oriental que huían a las masacres empezaron
a entrar por montones por la frontera india, Indira Gandhi trató de adjudicarse
la superioridad moral. Su gobierno habló de forma emotiva sobre los millones de
refugiados. Pero en privado le preocupaba que los exiliados pudieran ser
revolucionarios y no regresaran luego a su país. Entre muchos en su gobierno
había un clamor de guerra. Públicamente Gandhi afirmaba que India no tenía
intenciones de ir a la guerra, pero empezó a entrenar a esos pakistaníes
orientales que querían tomar las armas — el Mukti Bahini (Ejército de
Liberación) inicialmente bajo dirección india pero que a la larga se zafó de sus
garras. Cuando ella les preguntó a sus generales cuánto le tomaría al ejército
indio estar listo para la guerra, le respondieron que en seis meses y empezaron
los preparativos.
Una diplomacia pública y mucha coacción y amenazas tras bambalinas tuvieron
lugar entre Estados Unidos e India. Ambos países insistían en que no estaban
dándole apoyo a ninguna de las partes en la guerra pero bajo cuerda no sólo se
preparaban para una guerra total entre India y Pakistán sino también trataban de
llevar a China y la Unión Soviética a tomar parte en sus respectivos bandos. Por
razones que mencionaremos en adelante, Kissinger fue en secreto a China para
arreglar una cita para Nixon con Mao Tsetung. Mientras estaba allá llamó al
gobierno chino, que consideraba a Pakistán como un aliado contra la Unión
Soviética e India (China e India ya se habían trenzado en conflictos armados dos
veces), a enviar soldados a la frontera chino-india y crearle problemas a India
en su frontera norte, en caso de que India fuera a la guerra con Pakistán. Por
otra parte, algunos funcionarios indios estaban considerando la posibilidad de
ayuda militar de la Unión Soviética en caso de un ataque chino. Y mientras se
preparaba para la guerra con Pakistán, Gandhi quería asegurarse de que pareciera
que India ayudaba a huir a los bengalíes de las masacres realizadas por el
ejército de Pakistán occidental.
Para finales de noviembre tuvieron lugar un choque fronterizo y una batalla
aérea, en el que Pakistán e India se culparon mutuamente. A partir de ahí, el
ejército indio lanzó crecientes ataques por tierra en Pakistán oriental, aunque
al mismo tiempo se negaba a admitir que lo hacía. El 3 de diciembre de 1971,
Pakistán lanzó ataques aéreos contra los principales aeropuertos indios en el
norte, en los estados de Punjab, Rajastán y Uttar Pradesh. Esto le dio a Gandhi
la excusa que quería para lanzar un ataque total sobre Pakistán. El ejército
indio avanzó rápidamente para tomar Daca en Pakistán oriental. Enfurecido, Nixon
ordenó parar toda la ayuda de Estados Unidos a India, calificando la guerra como
agresión india. Kissinger la llamó “la confabulación indio-soviética, violando a
un amigo nuestro”. Derrotado, el ejército pakistaní firmó un tratado de paz el
16 de diciembre, poniendo fin a la guerra y creando un nuevo Estado, Bangla
Desh. Ocurrió un rápido crecimiento de las fuerzas comunistas revolucionarias,
junto con un amplio apoyo entre las masas y el desarrollo de algunas zonas
liberadas fuera del control de los diversos ejércitos reaccionarios. (En esta
reseña no se aborda la complejidad de lo que sucedió en Bangla Desh durante ese
periodo).
Es importante que el libro de Bass haya desenmascarado por completo el papel
poco conocido (fuera del sur de Asia) jugado por Nixon y Kissinger en la guerra
de Bangla Desh. Al centrarse en este suceso particular, proporciona una visión
reveladora de las sórdidas relaciones entre gobiernos reaccionarios que se dan
tras bambalinas en el complejo desarrollo de las crisis, con frecuencia de su
creación y por lo general ocultas a la mirada pública.
En un libro anterior Bass defiende la necesidad de la intervención
humanitaria para impedir o detener masacres masivas donde sea que se den en el
mundo. En El telegrama de Blood, Bass argumenta que debían haber
intervenido para impedir la matanza, pero a cambio siguieron otras políticas por
dos razones, la añeja alianza de Estados Unidos con Pakistán y la amistad
personal de Nixon con su dictador el general Yahya, y el deseo de no arriesgar
el papel de Yahya en facilitar la esperada visita de Nixon a China, vista como
un importante golpe en la guerra fría por parte de Nixon y Kissinger.
Pero el libro se olvida del contexto mundial y deja libre de culpa al
gobierno estadounidense en la promoción de sus intereses nacionales. Quizás
Nixon y Kissinger sean excepcionales por su abierta bajeza, pero no eran
simplemente un par de individuos. Fueron cómplices y facilitaron la matanza de
pakistaníes orientales no sólo por sus deseos subjetivos o su inmoralidad
personal sino por los intereses globales a los que servían. Eran importantes
representantes de los intereses de una clase dominante imperialista, los
capitalistas monopolistas que gobiernan a Estados Unidos, quienes desde antes de
esos sucesos y hoy tienen una larga historia de mantener y buscar expandir un
imperio mundial de explotación y opresión.
El libro de Bass califica la política de Nixon y Kissinger en Bangla Desh
como uno de los peores crímenes del siglo 20 y demuestra su planteamiento en
gran detalle. Sin embargo ignora parte de la evidencia que él mismo saca a la
luz, y especialmente las conclusiones a las que esta evidencia apunta
objetivamente. En su prólogo dice que “el respaldo” de Nixon y Kissinger “a una
dictadura militar involucrada en masacres en masa es un recordatorio de cómo
puede verse el mundo con un desinterés total por el dolor de extraños
distantes”. Sin embargo, si bien es cierto que a Nixon y Kissinger no les
importaban la vida de los bangladesíes, sí estaban sumamente preocupados por los
intereses imperialistas estadounidenses. El respaldo encubierto de Estados
Unidos a Pakistán occidental, por un lado, y por otro su negativa pública a
intervenir para detener la masacre llevada a cabo por Pakistán occidental en
Bangla Desh, eran dos caras de la misma moneda: los intereses por mantener y
expandir el imperio estadounidense frente a la rivalidad soviética por la
dominación mundial.
Estados Unidos se alió con el régimen de Yahya porque la clase dominante
estadounidense consideraba a Pakistán como un aliado confiable en sus esfuerzos
por “contener” (rodear) a la Unión Soviética y contrarrestar a una India
respaldada por los soviéticos. La búsqueda por parte de Nixon y Kissinger de
diálogos con China estaba basada no sólo ni principalmente en sus ambiciones
personales sino en la misma necesidad del imperio.
Bass quiere mostrar que Estados Unidos debió intervenir en Bangla Desh por
los derechos humanos, y que el más grande crimen de Nixon y Kissinger fue no
permitir que se diera. Él no comprende cabalmente que la intervención por parte
de Estados Unidos históricamente solo ha sido y solo puede ser en función de sus
propios intereses estratégicos y no por ninguna necesidad humanitaria. Los
argumentos sobre la intervención o la interferencia en los asuntos internos de
un Estado soberano siempre se han decidido sobre la base de objetivos del
imperio estadounidense largoplacistas y cortoplacistas y no por razones morales.
De hecho, como Bass lo documenta extensamente, en Bangla Desh en 1971 Nixon y
Kissinger sí intervinieron, a favor del bando que en su opinión mejor
representaba los intereses globales de Estados Unidos.
La importancia de la guerra fría
Si bien reconoce en cierta medida la importancia de la guerra fría, Bass la
resta peso a la confabulación y especialmente la contienda entre Estados Unidos
y la Unión Soviética como la fuerza motriz de los acontecimientos mundiales en
esa época. Después de la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría pasó por muchas
fases diferentes. Para mediados de la década de 1950 la Unión Soviética ya era
socialista de palabra, pero en los hechos era capitalista e imperialista. La
contienda Estados Unidos-URSS sobre esferas de influencia en Asia, África y
Latinoamérica llevó a una carrera armamentista nuclear y a la creciente
posibilidad de una guerra nuclear.
Irónicamente, Nixon había sido identificado personalmente con el intento de
Estados Unidos de estrangular desde el principio a la revolución china, pero,
con el desarrollo de la marcha de los acontecimientos mundiales, él y Kissinger
llegaron a ver la apertura de canales con China como una maniobra estratégica
para impulsar los intereses estadounidenses en la contienda de la guerra fría y
apuntalar esferas de influencia. En ese tiempo China, que todavía era un país
socialista, estaba adoptando ciertas medidas tácticas, entre ellas una “apertura
al Occidente” como parte de lidiar con la amenaza de ataque muy concreta por
parte de la Unión Soviética. Como ex aliado socialista, China había denunciado a
la Unión Soviética por convertirse en capitalista. Hubo intensas escaramuzas en
la frontera chino-soviética. Nixon y Kissinger entendieron esta tensión y
pensaron que buscando relaciones con China, podría tenerse una alianza táctica
con China contra la Unión Soviética.
Las masacres de 1971 y los 10 millones de refugiados tuvieron lugar durante
una época en que Nixon propagaba su “teoría del loco”, según la cual el mundo
debía entender que él estaba lo suficiente loco como para usar armas nucleares.
Nixon y Kissinger amenazaron con usarlas contra los vietnamitas. Pero la lucha
de liberación vietnamita y otros factores a la larga obligaron a Nixon a firmar
un acuerdo de paz. En 1973, el mismo gobierno de Nixon/Kissinger que había
argumentado públicamente contra la intervención en Bangla Desh, organizó un
golpe de estado militar contra el gobierno electo de Salvador Allende en Chile,
al que veían como una amenaza a cierto nivel a los intereses de Estados Unidos
porque éste temía que dicho gobierno favoreciera la influencia política
soviética en Latinoamérica y otras partes. Esos sucesos fueron atizados por la
contienda de la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS. Con la caída del
muro de Berlín, la guerra fría terminó con el triunfo de Estados Unidos. Los
objetivos estratégicos de Estados Unidos eran desmantelar el bloque soviético y
establecerse como la única superpotencia.
No olvidar la historia
Comenzando mucho antes de la guerra fría y a lo largo de la historia de
Estados Unidos, las invasiones, masacres, ocupaciones, golpes de estado
militares, el uso de armas nucleares sobre poblaciones civiles (en 1945) y
amenazas de usarlas contra muchos otros países, y el respaldo a escuadrones de
la muerte y tiranos han sido parte de la estructura y los cimientos históricos
del imperio estadounidense.
Durante los casi 70 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Estados
Unidos segó gratuitamente millones y millones de vidas —abrumadoramente de
civiles— con frecuencia para aterrorizar y aplastar a poblaciones enteras.
Mataron a unas tres millones de personas con armas convencionales en el sureste
de Asia durante la guerra de Vietnam, más de 500 mil con su respaldo y
organización de los escuadrones de la muerte en Centroamérica en la década de
1980, por no mencionar una continuación de esos crímenes cuando la guerra fría
ya no les servía de excusa, como los más de 500 mil iraquíes—en su mayoría
niños— que murieron durante la década de 1990 mediante la imposición de
paralizantes sanciones económicas y las ocupaciones de Afganistán e Irak. Según
Estados Unidos, los intereses de la humanidad y la vida de miles de millones de
personas no tienen ninguna importancia en comparación con las consideraciones
del imperio.
Lo que sucedió en Pakistán en 1971 es parte de esta dinámica, y no es una
aberración de Nixon/Kissinger. Nixon (quien luego de su muerte ha sido un tanto
exonerado por los creadores de opinión pública) y Kissinger (quien a pesar de
sus crímenes aun es tenido en alta estima en los círculos imperialistas) basaron
todas sus acciones principalmente en términos de protección y expansión del
imperio estadounidense y sus esferas de influencia.
Pakistán: un polvorín hecho en Estados Unidos
El mismo Pakistán es un ejemplo de cómo Estados Unidos ha usado a países
enteros en beneficio de sus propios intereses y objetivos estratégicos. Por
décadas Estados Unidos lo vio como un contrapeso a la India que estaba aliada
con la Unión Soviética. Durante buena parte de su existencia Pakistán ha sido
gobernado por juntas militares que impulsaron la islamización como un pilar de
su legitimidad, como una herramienta del Estado y como un medio para sofocar a
las masas. Cuando la Unión Soviética invadió a Afganistán en la década de 1980,
Estados Unidos aumentó el apoyo militar y económico a Pakistán a fin de ayudar a
la oposición islámica contra los soviéticos. Posteriormente Estados Unidos
financió la ISI (servicios de inteligencia) pakistaní en sus labores de poner a
los talibanes en el poder, lo que Pakistán veía como una forma de asegurar que
Afganistán permaneciera bajo su influencia, en vez de caer bajo la de India. Una
vez más, los crímenes sientan las bases para más crímenes.
Luego del colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos pasó a promover a
India como su principal aliado en la región, lo que suscitó una creciente
rivalidad entre India y Pakistán. En la invasión a Afganistán en 2001 Estados
Unidos sacó a los talibanes y otros islamistas de Afganistán hacia Pakistán, y
luego incitó más odio en Afganistán y Pakistán por medio de sus bombardeos
masivos de civiles y la brutalidad general de su ocupación — mediante la
detención ilegal y tortura de pakistaníes y afganis, el uso de ataques de
aviones no tripulados y otras operaciones militares que mataron a muchos
civiles.
La intervención de las potencias imperialistas y otros Estados reaccionarios,
sin importar con que apariencia, se debe entender de esta manera. La
intervención por parte de Estados Unidos o cualquier otra potencia imperialista
nunca traerá nada bueno. Cuando se piense en Ucrania o Siria, es importante
recordar lo que Estados Unidos hizo en Bangla Desh.
El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de
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formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario
de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.
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