28-07-2008
La tortura y la estrategia de la indefensión de la Asociación
Psicológica Americana [USA]
Torturando en la oscuridad
Stephen Soldz, Brad Olson, Steve Reisner, Jean Maria Arrigo y Bryant
Welch
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El nuevo libro de Jane Mayer, “The Dark Side”, vuelve a centrar su
atención en la participación de psicólogos en las torturas y malos tratos a los
detenidos por parte de la administración Bush. En uno de los capítulos, Mayer
aporta detalles anteriormente desconocidos sobre el papel de los psicólogos
James Mitchell y Bruce Jessen en las brutales y “mejoradas técnicas de
interrogatorio”. Al parecer esas técnicas se apoyan firmemente en la teoría del
“indefensión aprendida” desarrollada por el antiguo Presidente de la Asociación
Psicológica Americana [USA] Martin Seligman. (El trabajo de Seligman consistió
en atormentar perros con choques eléctricos hasta que eran totalmente incapaces
o no estaban dispuestos a salir ellos mismos de la dolorosa situación. De ahí la
frase “indefensión aprendida”).
Mayer informa, y Seligman lo ha confirmado, que, en 2002, Seligman impartió
una clase de tres horas en la escuela de la Marina SERE, en San Diego. SERE es
el programa denominado Escape, Resistencia, Evasión y Supervivencia del
ejército, que intenta inocular a los pilotos, a las fuerzas especiales y a otros
potenciales prisioneros de alto nivel, actitudes contra la tortura en caso de
que fueran capturados por un poder que no respeta las Convenciones de Ginebra.
Al parecer, por razones que no están claras, no fue la Joint Personnel
Recovery Agency (JPRA), que dirige ese programa, quien invitó a Seligman a
hacer la presentación sino, directamente, la misma Agencia Central de
Inteligencia (CIA).
Al responder a las informaciones sobre la clase impartida ante los psicólogos
del SERE, el Dr. Seligman confirmó la presencia allí tanto de Mitchell como de
Jessen. Parece ser que también preguntó a sus anfitriones si se iba a utilizar
su clase para diseñar técnicas de interrogatorio. Seligman informa que se
negaron a responder a esa pregunta alegando razones de seguridad militar. A
pesar de la respuesta, Seligman llegó a la conclusión de que su presentación iba
a utilizarse únicamente para ayudar a los psicólogos del SERE a proteger a las
tropas estadounidenses. También afirma inequívocamente que él se opone
personalmente a la tortura.
La Asociación Psicológica Americana (APA), la organización de la que Seligman
fue presidente en 1999, se hizo eco en un comunicado de prensa de la declaración
del Dr. Seligman. El comunicado negaba las alegaciones de que el Dr. Seligman
había contribuido a sabiendas al diseño de técnicas de tortura. La APA, en
recientes declaraciones, ni negó ni afirmó ninguna de las otras informaciones
que sugerían que se había utilizado el trabajo de los psicólogos –incluidos los
de Seligman, Jessen y Mitchell- para torturar a los detenidos. El único
comentario que la APA hizo sobre Jessen y Mitchell fue que, como no pertenecían
a la Asociación, no caían dentro del ámbito del comité de ética de la APA.
Lo que nosotros sabemos ahora, a partir de un informe publicado por la Oficina del Inspector
General (OIG, en sus siglas en inglés) del Departamento de Defensa y de una
serie de documentos
publicados durante las recientes
vistas celebradas en el Comité de Servicios Armados del Senado (SASC, en sus
siglas en inglés), es que esas técnicas del SERE, diseñadas para suavizar los
efectos de la tortura, habían sido “manipuladas hasta lograr el efecto
contrario”, transformadas desde su objetivo de fortalecer la seguridad de
nuestros propios soldados a implementar las torturas a los detenidos en
Guantánamo, Afganistán e Iraq. Esos documentos revelan, además, que ciertos
psicólogos del SERE transformaron sus papeles en la supervisión de programas de
protección SERE a la supervisión de interrogatorios, inspirados en el SERE, que
incluían malos tratos y torturas. Varios periodistas han citado a Mitchell y
Jessen (antiguos psicólogos SERE bajo contrato) como responsables de esa
“manipulación para conseguir el efecto contrario” que la CIA utilizó en sus
“lugares negros” secretos. El Comité de Servicios Armados del Senado informó que
otros psicólogos jugaron también un papel en la “manipulación contraria” de las
técnicas SERE para el Departamento de Defensa en la Bahía de Guantánamo y en
Iraq. El Senador Carl Levin, en sus comentarios en la
introducción a la vista afirmaba:
“Un… alto abogado de la CIA, Jonathan Fredman, que fue consejero-jefe del
Centro de Contraterrorismo de la CIA, se desplazó a [Guantánamo] para asistir a
una reunión del equipo en GTMO y discutir una propuesta de memorandum
sobre el uso de técnicas agresivas de interrogatorio. Un psicólogo y un
psiquiátra de [Guantánamo] habían redactado ese
memorandum y fueron ellos quienes, un par de semanas después,
estuvieron presentes en el entrenamiento ofrecido en Fort Bragg por instructores
de la escuela SERE JPRA… Aunque el memorandum sigue siendo secreto, no lo
son las actas que recogían las discusiones habidas durante dicho encuentro. Esas
actas… muestran claramente que la discusión se centró en la utilización de
técnicas agresivas contra los detenidos”.
El psicólogo al que Levin se refería al principio de sus comentarios era
miembro de la APA, el Mayor John Leso, cuyas recomendaciones en aquella reunión
incluyeron: “privación del sueño, negación de alimentos, aislamiento, pérdida de
la noción del tiempo… [para] fomentar la dependencia y el conformismo”. También
se informó en las vistas que el psicólogo Coronel Morgan Banks había proporcionado
entrenamiento en técnicas SERE para maltrato a los interrogadores de
Guantánamo. El Coronel Banks, aunque no era miembro de la APA, fue designado por
el grupo de trabajo sobre interrogatorios de la Seguridad
Nacional y Étnica Psicológica (PENS, en sus siglas en inglés) del APA. La
APA aún no ha hecho comentario alguno sobre las alarmantes revelaciones de
complicidad por parte de los psicólogos en esas vistas del comité.
Según Mayer en “The Dark Side”, y según otros informadores a lo largo
de los últimos tres años, en las semanas que siguieron a la clase de Seligman,
Mitchell hizo un uso liberal del paradigma de la “indefensión aprendida” en las
duras tácticas que diseñó para interrogar a los prisioneros retenidos por la
CIA. Un prisionero fue encerrado en posición fetal en una jaula tan diminuta que
no le permitía hacer el menor movimiento, sólo podía yacer en esa posición
fetal. La jaula había sido claramente diseñada no sólo para restringir
movimientos, sino también para hacer que el detenido respirara con la máxima
dificultad posible. En los períodos en los que el detenido estaba fuera de la
jaula, el mecanismo de tortura permanecía siempre ante su vista para que fuera
constantemente consciente de que estaba pendiente su regreso al dispositivo de
tortura.
Otro detenido fue suspendido por los dedos gordos de los pies con las muñecas
atadas por encima de su cabeza. Sin embargo ese detenido tenía una prótesis que
los agentes le quitaron para que se estuviera balanceando sobre la punta de un
pie durante horas o para que colgara de las muñecas.
A la mayoría de los detenidos se les sometió a largos períodos de aislamiento
en la más absoluta oscuridad y frecuentemente desnudos. Se minimizó al máximo el
contacto humano durante esos períodos. En uno de los casos, el único contacto
humano que tuvo un detenido se producía durante una única visita diaria en la
que aparecía un hombre enmascarado que afirmaba: “Ya sabes lo que quiero”, para
desaparecer a continuación.
En base a estos informes de los medios y documentos gubernamentales, parece
más que probable que se utilizó el trabajo del Dr. Seligman sobre “indefensión
aprendida” para ayudar a desarrollar esas técnicas de tortura tras su
presentación en la escuela SERE.
La respuesta de la APA al asunto de Seligman es desconcertante. Si el informe
del Dr. Seligman es exacto, y no se le permitió saber cómo iba a utilizar la CIA
su material porque no tenía autorización, evidentemente se engañó a Seligman.
Como mínimo, uno esperaría que la APA se preocupara lo suficiente por este
engaño e hiciera sonar una alarma de cautela contra la implicación de psicólogos
inocentes en programas del gobierno que potencialmente pueden utilizarse para
diseñar técnicas de tortura en los interrogatorios.
En lugar de eso, la APA ha hecho esfuerzos inauditos para mantener y ampliar
las oportunidades para que los psicólogos trabajen para instituciones de
seguridad e inteligencia estadounidenses. Como anunció orgullosamente en enero
de 2005 el Science
Policy Insider News (SPIN) de la APA: “Desde el 11-S, los psicólogos han
buscado oportunidades para contribuir a la agenda de contraterrorismo de la
nación y de la seguridad interna”.
Esos esfuerzos incluyeron copatrocinar una conferencia con la CIA para
investigar la eficacia de las técnicas mejoradas de interrogatorio que incluían
el uso de drogas y de bombardeo sensorial. Entre las personas, según se informó,
que habían organizado esa conferencia estaba el miembro de la APA Kirk Hubbard,
Jefe de la Rama de Análisis e Investigación de la División de Asesoramiento
Operativo de la CIA. Hubbard reclutó a “los expertos de operaciones” para esa
conferencia. Entre los asistentes a esa conferencia “sólo para invitados”
estaban Mitchell y Jessen. (Hubbard también ayudó a organizar el evento en el
que habló Seligman y en el que se invitó también a Mitchell y Jessen).
Además, la APA copatrocinó una conferencia con el FBI durante la cual se
sugirió que los terapeutas informasen a los funcionarios encargados del
reforzamiento de la ley de la información obtenida durante las sesiones de
terapia que pudiera suponer un “riesgo para la seguridad nacional”. Y justo este
pasado mes de junio, los esfuerzos de la APA incluyeron tareas de lobby para el
mantenimiento de “inapreciables programas de ciencia conductiva dentro de la
Actividad de Campo de la Contrainteligencia del Departamento de Defensa (CIFA,
en sus siglas en inglés) sobre cómo se reestructura y se pierde la fortaleza
personal”. Para quienes no están familiarizados con esta cuestión, el programa
de la CIFA se clausuró debido a numerosos escándalos, entre ellos: mal uso de
cartas sobre cuestiones de seguridad nacional para conseguir
acceder, sin garantías legales, a información financiera privada de
determinados ciudadanos, la dimisión de un congresista acusado de aceptar
sobornos a cambio de contratos de la CIFA y, según el New
York Times, la recogida de “una amplia base de datos internos que incluía
información sobre protestas antibelicistas organizadas en iglesias, colegios y
lugares de reunión cuáqueros”. Aunque se trató de una operación muy secreta, el
directorio de psicólogos de la CIFA era famoso por sus arriesgados asesoramientos
sobre los detenidos en Guantánamo, que incluían la remisión de preguntas para
uso de los interrogadores.
El asunto de la implicación de los psicólogos en los esfuerzos de la
“seguridad nacional” es algo muy delicado. Aunque a nivel ético pueda haber vías
apropiadas y aceptables para que los psicólogos participen en esas actividades,
incluso una conciencia histórica superficial adivierte que tal implicación es
con frecuencia éticamente problemática. Para bien o para mal, la CIA tiene un
largo registro de científicos académicos que han intervenido ilegalmente como
asesores e investigadores voluntarios o involuntarios y que han proporcionado
determinada protección en historias secretas. Por ejemplo, la investigación del
Senado de 1977 sobre el Proyecto para la Modificación de la Conducta de la CIA
(denominado MKULTRA) reveló que la CIA había contratado a investigadores en unas
ochenta universidades, hospitales y otras instituciones dedicadas a la
investigación a través de la fachada de una agencia de financiación. En la vista
celebrada en el Senado, el Director de la CIA afirmó: “Creo que todos nosotros
tenemos, ante todos esos investigadores e instituciones, la obligación moral de
protegerles de cualquier molestia o daño injustificado que la revelación de sus
identidades pudiera acarrear a sus reputaciones”. Pero éstas no sólo fueron
tretas del pasado. Recientemente, la Dra. Belinda Canton, desde hace mucho
tiempo administradora de inteligencia de la CIA y miembro de la Comisión
Presidencial de 2005 sobre las Capacidades de Inteligencia de los Estados Unidos
en Armas de Destrucción Masiva, recomendaba el uso oportunista de
científicos como forma de acercamiento al control de la incertidumbre:
“Identificar académicos y científicos que puedan tener perspicacia” y
observar donde “hay oportunidades para explotar a los cuadros científicos”.
Esta historia, junto con la actual, de autorizaciones bien documentadas para
torturar a los detenidos, debería haber representado una seria advertencia para
los dirigentes y psicólogos individuales de la APA sobre los riesgos morales de
ayudar al aparato de la seguridad nacional, especialmente bajo la actual
administración estadounidense. Pero la APA no se ha preocupado de ayudar a los
psicólogos a enfrentar esas situaciones éticamente peligrosas. Muy al contrario,
la APA se ha mostrado insensible ante el uso de técnicas psicológicas de tortura
y ante el papel como ayudantes de los psicólogos en esas torturas. Esa misma
insensibilidad ha alarmado a muchos psicólogos de dentro y de fuera del país.
En 2006, la revista Time publicó los registros diarios de los
interrogatorios del detenido número 063 de Guantánamo, Mohammed al-Qahtani. Esos
registros demostraban que al-Qahtani había sido sistemáticamente torturado
durante seis semanas a finales de 2002 y comienzos de 2003. El registro también
alegaba que el psicólogo y miembro de la APA, el Mayor John Leso, estuvo
presente al menos en varias ocasiones durante esos episodios. La APA no dijo
nada sobre esta supuesta participación de un miembro de la APA en un caso
documentado de torturas. Hace ya al menos 23 meses desde que se presentaron
quejas a nivel ético contra el Dr. Leso y todavía la APA sigue permaneciendo en
silencio.
En mayor de 2007, el Departamento redefensa desclasificó el informe de la
Oficina del Inspector General, que documentaba el papel de psicólogos SERE en el
entrenamiento de personal del ejército y de la CIA en técnicas de malos tratos
que “violaban las Convenciones de Ginebra”. La APA respondió con el silencio.
Cuando preguntamos por la reacción de la APA, se nos dijo que la organización
necesitaba tiempo para “estudiar cuidadosamente” el informe. Han pasado catorce
meses, y hasta la fecha ningún dirigente de la APA ha hecho comentario alguno
sobre ese Informe.
Los dirigentes de la APA han fallado a los psicólogos y han fallado a la
profesión de la psicología. También le han fallado al país. Cuando se le pidió
una guía ética, la APA puso su autoridad ética en manos de los implicados en las
cuestionables prácticas que requerían investigación. Cuando hubo pruebas
abrumadoras de que varios psicólogos habían ayudado a diseñar, poner en marcha y
normalizar un régimen estadounidense de torturas, la APA permaneció en silencio.
Cuando se informó de la utilización de paradigmas psicológicos tales como
“indefensión aprendida”, que han servido para guiar la manipulación, por parte
de los psicólogos, de las condiciones de los detenidos, la APA continuó
ignorando o minimizando esos informes. En lugar de preocuparse, se han dedicado
a afirmar que la presencia de psicólogos en los sitios negros de la CIA y en
campos de detención “fortalece la seguridad”. Cuando quedó claro que la APA
debería ofrecer una voz firme y una política clara prohibiendo la participación
de psicólogos en operaciones que violan sistemáticamente las Convenciones de
Ginebra y el Derecho Internacional, los dirigentes de la APA manifestaron su
preocupación por que pudiera implementarse contra ellos un juicio “que limitara
sus actividades”. Desde luego, estos argumentos no ayudan a salvar la cara en
ningún foro serio de opinión mundial.
Esos no son nuestros valores. Los dirigentes de la APA nos han hecho
sentirnos avergonzados a nosotros y a nuestra profesión con su indefensión
estratégica. Ya es hora de que la APA clarifique que los psicólogos no
pueden éticamente apoyar de ningún modo ni en ningún momento tácticas de tortura
o coercitivas en los interrogatorios. Ya es hora también de identificar y
responsabilizar públicamente a los psicólogos individuales que han convertido a
la APA en lo que es en estos momentos. Ya es hora de pedir cuentas a esos
psicólogos por el desarrollo de extendidos fallos morales sistemáticos en la
actual infraestructura de la organización. En efecto, si así no lo hacemos,
también nosotros seremos cómplices de las torturas.
Los autores son miembros de la Coalición por una Psicología Ética. Puede
contactarse con ellos en: ssoldz@bgsp.edu
Referencias:
· U.S. Senate, Select Committee on Intelligence and Subcomité on Health and
Scientific REsearch of the Committee on Human Resources (1977). “Project
MKULTRA: the CIA’s program of research in behavioral modifiation”. U.S.
Government Printing Office, Washington, DC. Pp. 7, 12-13, 123&148-149.
· [Canton, Belinda (2008). The active management of uncertainty.
International Journal of Intelligence and Counterinteligence, 21 (3):
487-518].
Enlace: http://counterpunch.org/soldz07232008.html
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