13-09-2006
Testamento de los escuadrones de la muerte
Buen Cristo, mal Cristo
Greg Grandin
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán
Leyens
Hace sólo unos pocos años, con el estreno de “La Pasión de
Cristo”, pareció que Mel Gibson había logrado más que siglos de guerras
religiosas e inquisiciones: unir a los cristianos, por lo menos a los cristianos
conservadores. Más de dos horas de sadismo implacable, de espinas, látigos y
clavos, arrasaron no sólo con el pecado sino con las querellas teológicas que
han definido al cristianismo desde que Lutero clavara sus 95 tesis sobre las
puertas de la iglesia de Wittenberg.
No importa que Gibson sea católico. El evangélico Tim LaHaye,
autor de las populares novelas “Left Behind” [Dejados atrás] declaró que la
película es “un relato exacto según las escrituras sobre cómo Él sufrió
realmente por los pecados de todo el mundo,” a pesar de que LaHaye considera que
los católicos son poco menos que paganos que por cierto serán “dejados atrás”
cuando venga el Rapto. Gibson, en realidad, se las arregló para producir algo
como un milagro moderno: convirtió el cuerpo y la sangre de un Jesús humano y
misericordioso venerado por los cristianos menos vengativos – Trabajadores
Católicos, protestantes del Evangelio Social, e incluso los episcopálicos
nacidos en palacetes que hasta poco dirigían el Partido Republicano y que
ayudaron a administrar el estado de bienestar laico – en el Cristo del Dolor, un
icono castigado y castigador que sirvió como un punto de referencia común para
una Derecha Religiosa amalgamada. Incluso judíos políticamente conservadores
como David Horowitz y Michael Medved pudieron unirse en la comunión. Horowitz
declaró que la película era “impresionante,· tan “cercana a una experiencia
religiosa como llegar a lograrlo el arte,” y una parábola de las crueldades del
Siglo XX.
Pero el sermón borracho estival de Gibson a la policía de
Malibu, cuando refiriéndose aparentemente al ataque de Israel contra Líbano
acusó a los judíos de iniciar todas las guerras del mundo, abrió un cisma
importante entre su tipo de catolicismo medieval y las creencias de muchos de
sus partidarios evangélicos, fervientes partidarios de Israel. Gibson es miembro
de una secta católica tan conservadora que el Opus Dei llega a parecer una
reunión de oraciones de los cuáqueros, que no sólo quiere detener el reloj de la
historia sino hacerlo retroceder un milenio. Su antisemitismo sale directamente
de las páginas del “Mercader de Venecia”. Al contrario, los sionistas cristianos
son futuristas. Como declarara el Tercer Congreso Internacional de Sionistas
Cristianos en 1996, los judíos son los “elegidos por Dios y sin la nación judía
Sus propósitos redentores para el mundo no serán completas.” Lo que conlleva esa
idea depende de con quién se hable. Los dispensacionalistas de la línea dura
creen que Israel debe ser defendido sólo para ser sacrificado en el Conflicto
Final, cuando más de dos tercios de los judíos serán masacrados y el resto
convertido o condenado por la eternidad. El reverendo de la mega-iglesia de
Texas, John Hagee – fundador de los nuevos Cristianos Unidos por Israel que
bendijo el bombardeo de Líbano por Israel como “un milagro divino” – predica una
versión más suave. Concede, públicamente por lo menos, que los judíos podrían
salvarse sin conversión, incluso si Israel sirve de “campo de batalla” final,
ahogado en un “mar de sangre humana escurrida de las venas de los que han
seguido a Satanás.”
El mes pasado, Hagee y otros destacados cristianos sionistas
aparecieron en las noticias, defendiendo apasionadamente el derecho de Israel de
atacar a Líbano. Condenaron la imposición de un cese al fuego y exhortaron a sus
aliados en el gobierno de Bush a que escalaran la guerra hacia Irán. Sin
embargo, los evangélicos conservadores tienen su mira puesta en más que
Jerusalén; son actores clave en la coalición de la política exterior de la Casa
Blanca, abrazando no sólo la retórica ‘conducida con propósito,’ tan apreciada
por el gobierno Bush, sino también su orden del día política y económica.
Si no fuera por USA
En junio pasado, Condoleezza Rice asistió a la Convención
Bautista del Sur en Greensboro, Carolina del Norte, e hizo el tipo de discurso
que los secretarios de estado de USA reservan generalmente para los
privilegiados con información confidencial de Washington. Al dirigirse a 12.000
evangélicos – un grupo que el Washington
Post describió como el “núcleo de la base política del gobierno Bush” – Rice
instó a la multitud, a pesar del creciente anti-usamericanismo y de las malas
noticias que llegan de Iraq, a no ceder a las tentaciones del aislacionismo. “Si
no fuera por USA,” preguntó a la congregación: “¿Quién uniría a las naciones
amantes de la libertad a defender la libertad y la democracia en nuestro mundo?”
Que haya recibido por lo menos siete ovaciones de pie confirma el gran cambio
experimentado por los fundamentalistas desde cuando Billy James Hargis, líder de
la Cruzada Cristiana, declarara en 1962 que “la peor amenaza para USA es el
internacionalismo.”
En realidad, los evangélicos conservadores son los verdaderos
internacionalistas de USA. Los cristianos parlamentarios como el representante
de Virginia Frank Wolf y el senador de Kansas Sam Brownback presionan
consecuentemente al gobierno de USA para que encare temas humanitarios globales
como el SIDA, el tráfico sexual, la esclavitud, la libertad religiosa, la
malaria, y la prevención del genocidio. Bush ha llenado USAID con una serie de
fundamentalistas, incluyendo a Paul Bonicelli, ex decano académico del Patrick
Henry College de Virginia, que se orienta hacia cristianos educados en casa con
intenciones de entrar al servicio público. Bonicelli está a cargo de la Oficina
para Democracia, Conflicto y Ayuda Humanitaria, que dispensa dineros públicos
para organizaciones humanitarias “basadas en la fe”, muchas de ellas
concentradas en África, que ocupa un lugar central en el trabajo misionero
conservador. Por si la participación en la administración del lado “suave” del
poder usamericano corrompiera sus mentes, los estudiantes de Patrick Henry, que
incluyen a cientos que trabajan en el gobierno Bush, incluyendo por lo menos a
uno que sirvió en la Autoridad Provisional de la Coalición en Iraq, tienen que
firmar una declaración de fe de que “Satanás existe como un ser personal,
malevolente, que actúa como tentador y acusador, para quien fue preparado el
Infierno, el sitio de castigo eterno, donde todos los que mueren fuera de Cristo
serán confinados en tormento consciente por toda la eternidad.”
Militantes de la derecha religiosa también aumentan su
influencia sobre los tormentos del infierno de USA. El año pasado, un capellán
moderado renunció a la Academia de la Fuerza Aérea en Colorado Springs después
que una investigación del Pentágono encubrió el creciente control que tienen
predicadores pentecostales sobre la institución, donde se presiona a los cadetes
a aceptar a Jesús o “arder en los fuegos del infierno.”
¿Recuerdan al teniente general William Boykin? [Para más
información vea: http://revcom.us/a/012/boykin-fanatico-s.htm
- N. del T.] Fue el “guerrero orador” que ayudó a “guantanamizar” Abu Ghraib.
Después de revelar que tenía información confidencial de que USA ganaría la
Guerra contra el Terror porque el Dios cristiano es más grande que el dios del
Islam y de advertir que los planes de “Satanás” para “destruir” a USA “como
ejército cristiano,” Boykin no fue destituido sino ascendido al puesto número
dos a cargo de inteligencia en el Pentágono.
No es sólo erróneo sino peligrosamente engañoso, por lo tanto,
si se piensa que la Derecha Religiosa de USA está formada por anti-modernistas
marginales que, si se soslayaran en un lenguaje inocuo los temas de “valor”
parroquial como el aborto o los derechos gays, podrían ser llevados
engañosamente a votar por un demócrata centrista con simpatías multilaterales
que defendiera lo que queda del Nuevo Trato. Su liderazgo forma un grupo central
en una clase dirigente de la política exterior que ha aliado el militarismo con
una forma singularmente usamericana de idealismo. En realidad, en circunstancias
que Iraq prueba que los neoconservadores son estrategas ineptos,
internacionalistas evangélicos como Hagee, que se satisface con creer que se
acerca rápidamente el “fin del mundo como lo conocemos,” han emergido como la
fuerza vital tras el soberbio realismo impenitente de Bush. Durante la reciente
guerra Israel-Hezbolá, Bill Kristol, junto con los potenciales candidatos
presidenciales republicanos John McCain y Newt Gingrich, se presentaron en
programas noticiosos cantando loas al reciente bestseller de Hagee “Jerusalem
Coming” para justificar que se llevara la lucha a Irán.
Un Código Da Vinci centroamericano
Mucho antes de que los neoconservadores se unieran a la Derecha
Religiosa para combatir al Islam radical en lo que los primeros creen que es la
Cuarta Guerra Mundial y los últimos oran para que sea Armagedón, pusieron a
punto sus habilidades combativas en la lucha contra otra “religión política:” La
Teología de la Liberación, el socialismo cristiano latinoamericano que luchó
contra juntas militares respaldadas por USA y trató de lograr la justicia social
mediante una redistribución de la riqueza. Dos decenios antes de que el cuerpo
ensangrentado y torturado de Cristo de Gibson se convirtiera en un símbolo de
una Nueva Derecha unida, las diversas cepas del movimiento conservador
usamericano se unieron alrededor de los cuerpos ensangrentados y torturados de
centroamericanos.
A partir de los años sesenta, teólogos evangélicos conservadores
como John Price y Jerry Falwell interpretaron, como lo hicieron sus homólogos
“declinistas” laicos, la derrota en Vietnam como un hito en la historia del
mundo en el que USA estuvo frente al precipicio del colapso. No sólo exhortaron
a sus rebaños a luchar por lo que sería conocido como las guerras culturales, la
campaña contra la Enmienda de Igualdad de Derechos, el aborto, los derechos
gays, etc., sino a que se involucraran también en los asuntos exteriores. La
cruzada de Ronald Reagan contra la izquierda centroamericana – su patronazgo de
los insurgentes de la Contra en Nicaragua y de Estados de escuadrones de la
muerte en El Salvador y Guatemala – fue la primera oportunidad amplia para
hacerlo, un aprendizaje que dio a la Derecha Religiosa su primera idea real de
su propio poder dentro del Partido Republicano y la acercó a otros grupos dentro
de la Revolución de Reagan.
A fin de dejar de lado la oposición pública y parlamentaria, la
Casa Blanca subcontrató el componente de “mentes y corazones” de sus guerras
centroamericanos a los evangélicos. El Eagle Forum de Phyllis Schlafly envió
“Kits de amistad de combatientes por la libertad” a los contras, incluyendo
pasta de dientes, repelente de insectos, y una Biblia. Gospel Crusades, Inc,
Friends of the Americas, Operation Blessing, World Vision, Wycliffe Bible
Translators, y World Medical Relief también enviaron cientos de toneladas de
ayuda humanitaria a los rebeldes anti-sandinistas y a los campos de refugiados
en Honduras, donde establecieron escuelas, clínicas de salud y misiones
religiosas. En El Salvador, Harvesting in Spanish, Paralife Ministries, la
Asociación Nacional de Evangélicos, el Nicaraguan Freedom Fund (afiliado a la
Iglesia de Unificación) y la Cruzada Cristiana Anticomunista transmitieron
programas de radio, distribuyeron biblias, dirigieron escuelas, establecieron
clínicas médicas y dentales, y suministraron educación moral a los soldados. Pat
Robertson utilizó su Christian Broadcasting Network para reunir dinero para
Efraín Ríos Montt, el cristiano evangélico que presidió sobre el genocidio de
1982 en Guatemala, que mató a más de cien mil indios mayas. La mayor parte de la
ayuda a Guatemala reunida por evangélicos en USA, por grupos como la Full Gospel
Business Men’s Fellowship Internacional / FIHNEC Fraternidad Internacional de
Hombres de Negocios del Evangelio, fue destinada a ayudar a los esfuerzos
militares por establecer el control sobre el campo después de su campaña de
masacres.
En USA, cristianos derechistas como Pat Robertson, Jerry
Falwell, Tim y Beverly LaHaye, Phyllis Schlafly y Oliver North, junto con
capitalistas evangélicos como el fundador de Amway, Richard DeVos, crearon el
Consejo por la Política Nacional en 1981que, como el comité directivo de la
Derecha Religiosa en los años ochenta, estuvo profundamente involucrado en las
proezas centroamericanas de Reagan. Hombres de negocios cristianos reunieron
dinero para armas y trabajo humanitario y financiaron la miríada de
organizaciones que trabajaron en estrecha colaboración con la Casa Blanca para
cambiar la opinión pública y los votos en el Congreso a favor de la política de
Reagan en El Salvador y Nicaragua. Como parte de la amplia red de apoyo a
Irán-Contra, profundizaron sus lazos con la derecha internacional, con militares
en retiro y personal de operaciones encubiertas, mercenarios, traficantes de
armas, expertos derechistas de relaciones públicas, ex agentes de la policía
secreta del Shah, narcotraficantes internacionales, el Sultán de Brunei, y
Estados anticomunistas como Arabia Saudí, Taiwán, Panamá e Israel. Muchos de los
militaristas que dirigieron la guerra de la Contra –John Singlaub, el director
de la CIA William Casey, Vernon Walters, y Oliver North – eran ellos mismos
miembros de sectas ultramontanas protestantes o católicas, tales como la
carismática Iglesia de los Apóstoles, Opus Dei y los Caballeros de Malta. El
católico Casey asistía a misa a diario, y llenó su mansión con estatuas de la
Virgen María. El Código da Vinci no contiene nada sobre lo que sucedió en
Centroamérica durante los años ochenta.
Las finanzas de Satán
Los soldados cristianos de Reagan, sin embargo, portaban en alto
no la bandera del señor del amor popularizado por Dan Brown sino a un vengador
despiadado. La Nueva Derecha elaboró la justificación ética del actual
militarismo de libre mercado en su oposición al humanismo cristiano que motivó a
los revolucionarios y reformadores centroamericanos, así como a sus partidarios
en USA. No sólo la izquierda centroamericana fue motivada tanto por la Teología
de la Liberación católica como por el marxismo: el movimiento usamericano de
solidaridad, mucho más que en las protestas contra la Guerra de Vietnam, fue
marcadamente cristiano. Grupos como el Grupo de Trabajo Religioso para
Centroamérica y México, el Programa Ecuménico para Centroamérica y el Caribe
(EPICA), la Conferencia Católica de USA, Witness for Peace, los Cuáqueros, y el
Consejo Nacional de Iglesias, movilizaron activamente a cientos de miles de
cristianos en la oposición a la política de Reagan. Lo que unió a los
protestantes conservadores de la tendencia dominante y a los aporreadores de
púlpitos fundamentalistas fue su hostilidad compartida a este socialismo
cristiano.
Tomemos, por ejemplo, al Instituto de Religión y Democracia
[IRD, por sus siglas en inglés]:
En la actualidad, el neoconservador IRD es un actor esencial en
la coalición de Bush, que trabaja duro para desacreditar a las organizaciones
religiosas liberales que se oponen a las guerras de Bush. Dos de sus teólogos --
Michael Novak y Richard Neuhaus – han suministrado a la Casa Blanca una
orientación espiritual crucial, defendiendo desde el punto de vista teológico no
sólo el militarismo usamericano sino el fundamentalismo de libre mercado y la
orgía de acumulación de riquezas que financian ese militarismo. Resulta que el
IRD fue fundado en 1981 por intelectuales asociados con el Instituto de la
Empresa Usamericana y asesorado por firmas de relaciones públicas contratadas
por la Casa Blanca. Su misión era proveer un apoyo religioso “de la corriente
principal” a la política centroamericana de Reagan, pero se alió de inmediato
con evangélicos como Jimmy Swaggert, Jerry Falwell y Pat Robertson para atacar a
la Teología de la Liberación.
En una serie de libros y artículos cuestionando las principales
doctrinas y proponentes de la teología de la liberación, Novak y Neuhaus
comenzaron a, como dice Novak: “ubicar una base teológica para el capitalismo
corporativo,” elaborando un conjunto de ideales específicos del libre mercado
que en su opinión complementaban el entendimiento cristiano del libre albedrío.
Novak, que se presentaba como un liberal político, respondía a los que decían
que el capitalismo encarnaba lo peor del individualismo acaparador con su
“teología de la corporación,” que presentaba a la empresa como “una expresión de
la naturaleza social de los seres humanos.” Dedicó gran parte de su trabajo a
refutar la insistencia de la teología de la liberación en que se podía culpar a
la explotación por parte del Primer Mundo por la pobreza del Tercer Mundo,
argumentando que el retraso económico de Latinoamérica es causado por factores
“culturales.” Como lo hicieran sus correligionarios de la tendencia dominante,
los fundamentalistas formularon su moralismo de libre mercado como una querella
con la teología de la liberación. El fundador de la Reconstrucción Cristiana, la
rama influyente del movimiento evangélico que trata de reemplazar a la
Constitución por la ley bíblica, describió a la teología de la liberación como
la “economía de Satanás,” mientras otro predicador la llamaba una “teología del
asesinato masivo” y el “problema crítico de más importancia que la cristiandad
ha enfrentado en toda su historia de 2000 años.” El capitalismo, insistieron, es
un sistema ético, que corresponde al don divino del libre albedrío. El hombre
vive en un “mundo fundamentalmente exiguo,” no abundante que sólo necesitaría
una distribución más justa como quisieran los teólogos de la liberación,
argumentó el economista cristiano John Cooper. El ánimo de lucro, en lugar de
ser un mecanismo económico amoral, forma parte de un plan divino para
disciplinar al hombre caído y hacerlo producir. Mientras los humanistas
cristianos aseveraban que la gente es fundamentalmente buena y que el “mal” era
una condición de explotación de clase, capitalistas cristianos como Richard
DeVos, de Amway, jefe de la Fundación de la Libertad Cristiana, insistían en que
el mal está en el corazón del hombre.
Cuando la teología de la liberación sostenía que los seres
humanos pueden realizar plenamente su potencial aquí en la tierra, los
economistas fundamentalistas argüían que los intentos de distribuir la riqueza y
regular la producción se basan en un entendimiento incorrecto de la sociedad –
un entendimiento que incita a la desobediencia a la autoridad debida y, al
destacar la desigualdad económica, genera culpa, envidia y conflicto. El Reino
de Dios, insistían, no será establecido por una guerra entre las clases sino por
una lucha entre el bien y el mal.
Como lo hiciera Novak, los evangélicos trataron de refutar la
crítica de la teología de la liberación a la política económica global. La
pobreza del Tercer Mundo, según el evangélico Ronald Nash, tiene una “dimensión
cultural, moral e incluso religiosa” que se revela en una “falta de respecto por
toda propiedad privada,” “falta de iniciativa,” y “elevada preferencia por el
ocio.” Algunos llevaron este argumento a su conclusión lógica. Gary North, otro
economista evangélico influyente, insistió en que “los problemas del Tercer
Mundo son religiosos: perversidad moral, una larga historia de demonismo, y
paganismo absoluto.” “Los ciudadanos del Tercer Mundo,” escribió, “deberían
sentir culpa, caer de rodillas y arrepentirse por sus malas costumbres impías,
rebeldes, socialistas. Deberían sentirse culpables porque son culpables, tanto
individual como corporativamente.”
La elaboración por parte del cristianismo evangélico de una
justificación teológica del capitalismo de libre mercado, junto con su visión de
un Tercer Mundo inmoral, resonó con otras tendencias ideológicas dentro de la
Nueva Derecha, suministrando la base para su actual adopción del imperio como un
propósito nacional de USA. En un universo de libre albedrío, en el que el buen
trabajo es recompensado y se castigan las malas obras, el hecho de la
prosperidad usamericana es una confirmación obvia de la bendición divina del
poder de USA en el mundo. La miseria del Tercer Mundo, al contrario, prueba la
“maldición de Dios.” David Chilton, del Instituto de Economía Cristiana, un
gabinete estratégico de la Reconstrucción, escribió que la pobreza es como “Dios
controla culturas paganas: deben pasar tanto tiempo tratando de sobrevivir que
no pueden ejercer un dominio impío sobre la tierra.”
Novak y Neuhaus no utilizaron términos tan severos, pero ese
sentimiento está a un paso de su lógica. Después de todo, la declaración de
misión del IRD, escrita por Neuhaus, consagró a USA como “el portador primordial
de la posibilidad democrática en el mundo de hoy.” Una opinión semejante se
anida confortablemente con las nociones evangélicas de que USA es una “nación
redentora” y satura los pronunciamientos de política exterior del presidente.
“USA existe como un modelo luminoso para el mundo,” dijo Bush en su discurso de
Ellis Island en el primer aniversario del 11-S, plagiando a las escrituras para
reemplazar a Jesús por USA, “y la luz ilumina la oscuridad, y la oscuridad no la
ha doblegado.”
Mensajeros de la cólera
No todos aquellos en la Derecha Religiosa que apoyaron las
guerras de Reagan en Centroamérica han seguido a Bush en su cruce del Rubicón.
Algunos, como Phyllis Schlafly, han seguido fieles a su fe aislacionista. Otros,
como el economista evangélico Gary North, rechazan la escatología del tiempo
final de los sionistas cristianos. Pero el tipo de moralismo que utilizaron
muchos fundamentalistas importantes para justificar la violencia impuesta a
Centroamérica en los años ochenta condujo fácilmente al tipo de arrogancia que
legitima actualmente el bombardeo con bombas de racimo de civiles como una
opción de primer recurso.
Durante todos los años ochenta, a medida que se profundizaba su
participación en Nicaragua, El Salvador, y Guatemala llegaron a compartir con
los neoconservadores y militaristas reaganitas un conjunto común de supuestos
sobre el mundo y el papel de USA en él. USA se había debilitado peligrosamente,
y cuando los neoconservadores llamaban a renovar la voluntad política, los
evangélicos creían que la resurrección de USA resultaría del renacimiento
espiritual. Su visión de sí mismos como gente perseguida, empeñada en una lucha
de vida o muerte de tiempo final entre las fuerzas del bien y del mal se
integraba fácilmente con el milenialismo de los militaristas anticomunistas,
particularmente aquellos involucrados en Centroamérica.
En colaboración estrecha con intelectuales de la política
neoconservadores tales como Elliot Abrams, Otto Reich, Robert Kagan y Jeane
Kirkpatrick, teólogos evangélicos conservadores establecieron una justificación
moral para la rehabilitación del militarismo por Reagan. Alinearon su teología
para que incorporara elementos del idealismo y del militarismo inquebrantable
que condujo directamente a la guerra en Iraq. “Nuestro gobierno,” escribía
Falwell en 1980, pero resonaba en gran parte como George W. Bush en 2002, “tiene
derecho a utilizar sus armamentos para llevar la cólera a los que harán el mal
dañando a otros.” Y no sólo defensiva sino anticipadamente: “debemos pasar a la
ofensiva,” escribió Rus Walton en su libro: “Biblical Solutions to Contemporary
Problems: A Handbook”, en 1988.
La violencia de la guerra de contrainsurgencia avivó los fuegos
del maniqueísmo fundamentalista, llevando a Falwell, Robertson, y a otros, a
aliarse con los peores asesinos y torturadores en Centroamérica y Latinoamérica.
“Para el cristiano,” cree Walton, “no puede haber neutralidad en esta batalla:
"El que no está de mi parte, está contra mí” (Mateo 12:30).” Robertson describió
el genocidio realizado por Efraín Ríos Montt de Guatemala como un “milagro” y
celebró en su Red Cristiana de Radiodifusión a Roberto D'Aubuisson, de El
Salvador, asesino de, entre innumerables otros, el Arzobispo Oscar Romero. En
1984, más de una docena de organizaciones de la Nueva Derecha Cristiana,
incluyendo la Mayoría Moral, presentaron a D'Aubuisson y honoraron sus
“continuos esfuerzos por la libertad.”
Muchos de los miembros de los escuadrones de la muerte eran
ellos mismos ideólogos religiosos conservadores, que llevaban la lucha contra la
teología de la liberación a las trincheras. Las fuerzas de seguridad
guatemaltecas interrogaban regularmente a sus prisioneros sobre sus “puntos de
vista sobre la teología de la liberación.” Otros informan que fueron torturados
mientras se cantaban himnos y se oraba. Algunos evangélicos disculparon
semejantes sufrimientos. “Matar por el placer de hacerlo es un error,”
reconfortó un pastor de Paralife de USA a su rebaño de soldados salvadoreños:
“pero matar porque es necesario luchar contra un sistema anticristo, no sólo es
correcto sino un deber para todo cristiano.”
De manera que cuando Jeane Kirkpatrick señaló que las tres
monjas usamericanas y una trabajadora laica violadas, mutiladas y asesinadas por
las fuerzas de seguridad salvadoreñas en 1980 no “eran sólo monjas, eran
activistas políticas,” fue más que cruel. Estaba mostrando su desaprobación de
una clase particular de cristianismo de paz. Durante los diez años siguientes,
como resultado directo de la política de USA, más de trescientos mil
centroamericanos, muchos de ellos devotos cristianos, fueron asesinados y
torturados, y más de un millón forzados al exilio. De cierto modo, la cruzada de
la Nueva Derecha en Centroamérica fue un pre estreno del Jesús atormentado que
fue estrenado dos décadas más tarde en “La Pasión de Cristo” – y, a pesar del
disenso ebrio de Gibson, está en gira mundial en nuestros días en el Abu Ghraib
de Boykin y en los campos de la muerte de Iraq, y ahora de Líbano.
––––––
Greg Grandin, que recibió recientemente una beca John Simon
Guggenheim, enseña historia latinoamericana en la Universidad de Nueva York y es
autor de una serie de libros, incluyendo más recientemente “Empire's Workshop:
Latin America, the United States, and the Rise of the New Imperialism”
(Metropolitan). Para contactos, escriba a: gjg4@nyu.edu
http://www.counterpunch.org/grandin09092006.html
Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de
traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft y se
puede reproducir libremente, a condición de mencionar al autor, al traductor y
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