08-10-2008
¿Qué podría suponer para Estados Unidos esta actitud de su
posible vicepresidenta?
Una puritana sexy
Tom Perrotta
Slate
En las semanas transcurridas desde que Sarah Palin hiciera su entretenida y
sumamente cautivadora aparición en el panorama nacional, los periodistas se han
estado debatiendo para hacerse una idea clara sobre ella, colgándole una
etiqueta tras otra a la Gobernadora de Alaska con la esperanza de que alguna le
cuadre. ¿Es Palin una madre abnegada, "una heroína de la clase trabajadora que
hace malabarismos para combinar su vida profesional y familiar, y vivir de
acuerdo con sus convicciones religiosas", en palabras del escritor conservador Ross Douthat? ¿O es, como
plantea Katha Pollitt, "una cristiana de extrema derecha
antiabortista"? Otros observadores se han centrado en la apariencia física de
Palin, llamándola "nena" (Rush Limbaugh), "mamá que tiene un polvo" (Tina Fey),
"azafata" (Bill Maher) o, incesantemente, "bibliotecaria sexy" (sólo Google lo
sabe). La ingente cantidad de ocurrencias desplegadas para calificarla podría
hacernos creer que Palin es algo novedoso y desconcertante en el panorama
estadounidense. Pero no es tan original como parece. Aparte de la caza del
caribú, Sarah Palin representa la última versión de un tipo de mujer —llamémosla
"puritana sexy"—, que se ha convertido en una potente figura ya habitual en el
conflicto cultural estadounidense en los últimos años.
Las puritanas sexys existen desde hace tiempo. Anita Bryant,
la finalista del concurso de Miss América que se sumó a la cruzada contra los
homosexuales en los años setenta, fue un ejemplar precoz de esta tendencia.
La joven Britney Spears, que se vestía provocativamente al tiempo que
proclamaba a voz en grito su virginidad, es una versión más moderna, aunque
la maniobra no haya salido demasiado bien. Elissabeth
Hasselbeck, la tertuliana más conservadora del programa televisivo 'The
View', tiene un punto de puritana sexy, como también Monica
Goodling, la antigua asistente del Fiscal General, Alberto González, que
admitió haber incurrido en prácticas políticas inadecuadas de contratación,
entre las que se incluye el despido de una fiscal de carrera que Goodling
pensaba que era lesbiana. (Nota puritana a pie de página: se atribuye a Goodling
la responsabilidad de haber cubierto las estatuas desnudas que adornan el
Ministerio de Justicia.)
Las puritanas sexys participan en el conflicto cultural en dos sentidos:
no sólo defienden posturas conservadoras en cuestiones sociales candentes,
sino que, al mismo tiempo, encarnan modelos establecidos e inofensivos de
belleza y conducta femeninas. El resultado neto es una paradoja, una cierta
disonancia cognitiva muy útil para la derecha cultural: le añades un poco de
emoción a tus valores conservadores, haces un guiño al tiempo que agitas el dedo
acusador, y, de algún modo, ya no te sientes tan mojigata como suponías que
eras.
No me había parado a pensar demasiado en las puritanas sexys como tipo hasta
que, haciendo investigación para mi novela The Abstinence Teacher [El profesor de abstinencia], empecé a
interesarme por la corriente de educación sexual "sólo abstinencia". Esperaba
encontrarme con un montón de cascarrabias, del estilo del obstinado James
Dobson, advirtiendo a los adolescentes de los peligros del sexo prematrimonial
–y había unos cuantos así–, pero, lo que me encontré una y otra vez, fueron
mujeres jóvenes atentas, atractivas y muy sexys que hablaban de su decisión
personal de mantenerse puras hasta el matrimonio. Erika Harold,
Miss América 2003 (desde luego, a la derecha le encantan las reinas de la
belleza), es probablemente la más conocida para el gran público, pero no hay
acto a favor de la abstinencia que se precie sin el testimonio de alguna virgen
muy guapa de veinte o veintitantos años.
La abstinencia ha dejado de ser la excusa de las fracasadas
En un acto del Silver Ring Thing al que asistí en Nueva Jersey en 2007, una
joven rubia y esbelta con camiseta y pantalones vaqueros ajustados —que habría
pasado desapercibida en una fiesta universitaria de botellón— alardeaba de todos
los estudiantes que habían intentado llevársela a la cama infructuosamente. La
joven se regodeaba en su capacidad para resistirse, para mantenerse sola hasta
que encontrase al chico perfecto, al prometido con quien pronto compartiría toda
una vida rica en fabulosas experiencias sexuales. Si su mensaje explícito era
convincente y reconfortante —la virginidad es una forma de fortaleza y
autosuficiencia—, el implícito también era evidente: la abstinencia no es la
típica excusa de las fracasadas, ni el premio de consolación para las chicas que
no pueden encontrar novio de todas formas.
Estamos ante una sofisticada estrategia de captación —no muy distinta de la
empleada por las bandas de rock cristianas que se visten y suenan casi
exactamente igual que sus equivalentes seglares—, un intento de separar el
atractivo sexual, que mola y es permisible, de la verdadera actividad sexual,
que no lo es. En la práctica, es un camino difícil de recorrer, como puede
atestiguar Britney, muy distinto de la más sencilla y coherente "vuelta a la
modestia" abanderada por Wendy Shalit, que anima a las chicas a reducir al mínimo su
sexualidad a todos los niveles. A mi juicio, la corriente puritana sexy
obedece al reconocimiento por parte de algunos guerreros culturales
derechistas de que dar la imagen de ser contrario al sexo —y, sobre todo,
ser percibido como poco sexy— es una propuesta condenada al fracaso en la
América contemporánea, incluso entre los cristianos evangélicos más obsesionados
por las secuelas de la revolución sexual.
Aparentemente, a nadie le gustan ya las beatas de iglesia, ni siquiera a
quienes van a misa. Si no me creen, deberían echarle una ojeada a la página
web Christian
Nymphos, cuyas autoras proclaman alegremente que "¡somos mujeres con un
deseo sexual desmedido por nuestros maridos!", y ofrecen cándidos consejos
prácticos sobre sexo anal, fisting y cómo "masturbarte para tu marido".
Palin, "una de las nuestras"
Sabe Dios que no estoy tratando de relacionar a Palin con las Christian
Nymphos; tan sólo trato de ubicarla en el contexto del gran choque cultural en
Estados Unidos, que parece haber reavivado ella sola sin ayuda de nadie durante
una campaña electoral que supuestamente iba a centrarse en otras cuestiones
(como todavía puede ser el caso, ahora que Wall Street ha hecho implosión).
Con la elección de Palin, McCain no sólo ha conseguido emocionar a la derecha
cristiana, sino también embarullar las premisas de la campaña. Antes, estaba
clarísimo qué lista representaba a la juventud y el cambio, cuál parecía vieja y
aburrida, y cuál era más atractiva para las mujeres votantes. Al menos por un
momento, Sarah Palin parece haber transformado esas certezas en cuestiones
abiertas.
La derecha ha comprendido al fin que los mensajes sociales radicales resultan
mucho más aceptables cuando proceden de una atractiva joven que cuando los
formula un hombre mayor ceñudo. Teniendo en cuenta algunas de las posturas
extremistas que adoptó en el pasado, lo más sorprendente de Palin hasta el
momento es su reticencia a entrar explícitamente en la polémica cultural.
Sus últimas declaraciones públicas acerca de la homosexualidad o el
calentamiento global son más conciliadoras de lo que cabría esperar, diseñadas
para tranquilizar en el aspecto social a los votantes moderados indecisos.
Además, no está en condiciones de pontificar sobre las virtudes de la educación
sexual que predica la abstinencia exclusiva. Por el momento, su papel en el
conflicto cultural es sobre todo simbólico. Millones de estadounidenses la
perciben claramente como "una de las nuestras" —una cristiana de la clase
trabajadora, devota y "que cree en la Biblia", en cuyos valores, opiniones y
forma de hablar se ven reflejados—, y su regocijo al ver un alma gemela en las
listas del Partido Republicano ha supuesto una inyección de energía populista
para la campaña de McCain.
En las semanas que quedan hasta el 4 de noviembre, los asesores de campaña
de Obama se enfrentan al reto de reinstaurar la claridad en los términos de la
elección, haciendo que la gente vea en Palin no sólo una valiente mamá
provida sorprendentemente atractiva que ha logrado ascender desde la Asociación
de Padres de Alumnos hasta el cargo de Gobernadora, sino también una
creacionista afín al grupo 'Young Earth' que se opone al aborto incluso en los
casos de violación e incesto, y que piensa que un conducto de gas natural es una
expresión de la voluntad de Dios. De momento, en todo caso, sigue constituyendo
un símbolo perfecto del conflicto cultural larvado: una bibliotecaria sexy que
estaría encantada de censurar unos cuantos libros.
*Tom Perrotta es autor de Election (1998) y Little Children (2006). Su última novela es The Abstinence Teacher (2007).
Traducción de
NGA
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