22-01-2008
Mis razones por las cuales Bush debe renunciar
George McGovern
The Washington Post
Traducido por Gilberto Bengochea, Traductor del Equipo de
Traductores de Cubadebate y Rebelión
En este octavo año del Gobierno de Bush-Cheney, aunque tardíamente, he
llegado a la penosa conclusión de que el único camino honroso que debo asumir es
el de instar a que tanto el presidente como su vicepresidente se sometan a
juicio político.
Después de los comicios presidenciales de 1972, me mantuve al margen de los
llamados a favor de que el Presidente Richard M. Nixon se sometiera a un juicio
político por su mala conducta durante la campaña. Me pareció que si me sumaba a
las voces que pedían ese proceso, ello se vería como una expresión de venganza
personal contra el presidente que me había derrotado.
Hoy adopto una posición diferente.
Desde luego, no parece que haya mucho respaldo bipartidista para ese juicio
político.
La palestra política se caracteriza por un partidismo estrecho y en ocasiones
superficial, en especial entre los republicanos, así como por una falta de
coraje y de integridad entre demasiados políticos demócratas. Por tanto, las
probabilidades de que se celebre un juicio político apoyado por ambos partidos y
que de éste se derive en una condena, no son promisorias.
Empero, ¿cuáles son los hechos?
A todas luces, Bush y Cheney son culpables de numerosos delitos
impugnables.
En repetidas ocasiones han violado la Carta Magna y han transgredido el
derecho nacional y el internacional. Le han mentido al pueblo estadounidense una
y otra vez. Sus conductas y sus políticas bárbaras han empañado la imagen de
nuestro entrañable país ante los ojos del mundo en una situación sin paralelos
en nuestra historia. Son estos verdaderos “crímenes y fechorías de marca mayor”,
según la norma constitucional.
Desde el principio, la toma del poder por parte del equipo de Bush y Cheney
fue el resultado de elecciones en tela de juicio, las cuales quizá debieron
haberse emplazado oficialmente, y tal vez debieron haber sido objeto de incluso
una investigación solicitada por el Congreso.
Durante el régimen de Bush-Cheney, los fundamentos de la democracia
estadounidense se han socavado. El compromiso que ha dominado a este gobierno ha
sido el de la guerra asesina, ilegal e insensata contra el Iraq. Esa empresa
irresponsable ha provocado la muerte de casi 4 000 estadounidenses, ha mutilado
física o mentalmente a compatriotas cuyo número supera con creces a esa cifra,
ha segado la vida a unos 600 000 iraquíes (según un estudio cuidadoso realizado
en octubre de 2006 por la Facultad de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg) y
ha arrasado a ese país.
El costo económico para los Estados Unidos asciende hoy día a 250 millones de
dólares diarios y ese costo debe superar un millón de millones de dólares, gran
parte de los cuales los hemos obtenido endeudándonos con China y otras naciones,
y ahora nuestra deuda nacional alcanza los nueve millones de millones de
dólares, la más abultada de nuestra historia.
Todo lo anterior ha ocurrido en ausencia de una guerra declarada por el
Congreso, tal como la Constitución lo exige en términos claros, en desafío a la
Carta de las Naciones Unidas y en violación del derecho internacional. Esta
indiferencia temeraria hacia la vida y hacia los bienes materiales, así como
hacia el derecho constitucional, se ha visto acompañada por el maltrato de
prisioneros, incluida la tortura sistemática, lo cual infringe de manera directa
los Convenios de Ginebra de 1949.
No he participado activamente en las alabanzas al Gobierno de Nixon. Sin
embargo, los argumentos a favor de impugnar a Bush y a Cheney son mucho más
sólidos que los aplicables a Nixon y a su vicepresidente Spiro T. Agnew después
de los comicios de 1972. La nación estaría mucho más protegida y sería más
productiva con la presidencia de Nixon que con la de Bush. De hecho, habrá
existido en nuestra historia nacional un gobierno que haya provocado más daños
que el de Bush-Cheney?
¿Cómo pudo una gran nación, otrora digna de admiración, caer en este lodazal
de asesinatos, inmoralidades y anarquía?
Ello obedeció en parte a que el equipo de Bush-Cheney, en repetidas
ocasiones, engañó al Congreso, a la prensa y a la población, a quienes hizo
creer que Saddam Hussein poseía armamento nuclear y otros aterradores medios
prohibidos, los cuales representaban una “amenaza inminente” para los Estados
Unidos. El Gobierno también logró que la población creyera que el Iraq había
tenido que ver con los actos del 11 de septiembre: otra fragrante mentira. En
los últimos años, en muchas ocasiones recuerdo la máxima sentenciada por
Jefferson: “De hecho tiemblo por mi país cuando pienso que Dios es justo”.
La estrategia del Gobierno se ha basado en estimular un clima de miedo y en
explotar los ataques de al-Qaeda en 2001, no sólo como justificación para
invadir el Irak, sino también como excusa para comportamientos peligrosos tales
como la intervención ilegal de nuestras conversaciones telefónicas realizadas
por agentes gubernamentales. Ese mismo miedo azuzado ha llevado a voceros
gubernamentales y a periodistas serviles a dejar entrever que estamos en guerra
contra todo el mundo árabe y musulmán compuesto por más de mil millones de
habitantes.
Otra espantosa farsa ha sido el envío de prisioneros recogidos en las calles
de Afganistán a la Bahía de Guantánamo en Cuba y a otros países, sin darles el
beneficio de presentarse ante un tribunal, tal como se prevé en nuestras leyes
desde hace mucho tiempo.
Aunque en agosto pasado conoció a través de los órganos de inteligencia que
el Irán no tenía programa alguno para concebir armas nucleares, el Presidente
siguió mintiendo a nuestro país y al mundo. Se trata de la misma estrategia de
engaño que nos llevó a la guerra en el Desierto Arábigo y que pudiera
conducirnos a una invasión injustificada en Irán. A partir de mi conocimiento
profesional y mi experiencia, puedo afirmar que si Bush invade a otro estado
petrolero musulmán, ello pondrá fin a la influencia estadounidense en la
decisiva región del Oriente Medio, y esa influencia no se recuperará en
decenios.
Resulta irónico: mientras Bush y Cheney convertían la lucha contra el
terrorismo en su grito de guerra, sus políticas, en especial la contienda en el
Irak, han empeorado la amenaza terrorista y han reducido la protección de los
Estados Unidos. Pensemos en la diferencia entre las políticas del Presidente
Bush padre y las de su hijo. Cuando el ejército iraquí invadió Kuwait in agosto
de 1990, el Presidente George H.W. Bush aunó el apoyo de todo el mundo,
incluidas las Naciones Unidas, la Unión Europea y casi toda la Liga Árabe, y con
ello expulsó de Kuwait a las fuerzas iraquíes rápidamente. Los sauditas y los
japoneses asumieron gran parte de los gastos. En lugar de empantanarse en una
costosa ocupación, el Gobierno formuló una política de contención contra el
régimen del Partido Baath, sustentada en inspectores internacionales de
armamentos, zonas de prohibición de vuelos y sanciones económicas. El Iraq se
mantuvo como un país estable sin capacidad alguna para amenazar a otros.
Hoy día, después de cinco años de políticas torpes y erradas y de una
ocupación militar estadounidense, el Irak se ha convertido en cardo de cultivo
para el terrorismo y se ha sumido en un sangriento conflicto civil. Para nadie
es secreto que el ex presidente Bush, su canciller James A. Baker III, y su
asesor para la seguridad nacional, el general Brent Scowcroft, se opusieron a la
invasión y ocupación del Iraq en 2003.
Al espantoso desdén presidencial hacia la responsabilidad legal y moral se
suma la escandalosa indiferencia y la respuesta ineficaz ante la catástrofe
provocada por el Huracán Katrina. Jack Cafferty, veterano comentarista de CNN
resumió los hechos en la frase siguiente: “Jamás había visto una situación que
se manejara con tanta incompetencia como la de Nueva Orleans. Cualquier juicio
político debe comprender una investigación detallada y crítica del derrumbe del
presidente como líder a raíz de tal vez el peor desastre natural de la historia
de los Estados Unidos.
Desde luego, es poco probable que se entable un juicio político. Sin embargo,
debemos instar a que el Congreso actúe. En términos sencillos, el juicio
político es un procedimiento consagrado en la Constitución para encausar a los
presidentes que violen la Constitución y las leyes de la tierra.
El juicio político sirve también para comunicar a los estadounidenses y al
mundo que entre nosotros hay quienes nos preocupamos bastante por la actual
marcha a la deriva de nuestro país y apoyamos la impugnación de los falsos
profetas que nos han conducido sin rumbo. En mi opinión, esa es la posición
decorosa de todo patriota estadounidense.
Hace dos años, la ex congresista Elizabeth Holtzman, quien desempeñó un papel
protagónico en el juicio político contra Nixon, escribió: "no fue hasta que se
conoció hace poco que el Presidente Bush había ordenado la intervención
telefónica de cientos, probablemente miles, de estadounidenses en violación de
la Ley sobre la Vigilancia Extranjera, y que arguyó para ello que en su
condición de Comandante en Jefe tenía el derecho de desconocer las leyes de
nuestro país para satisfacer los intereses de la seguridad nacional, que volví a
sentir el mismo salto en el estómago que tuve durante Watergate…El presidente,
cualquier presidente que se crea por encima de la ley y la viole en repetidas
ocasiones, comete crímenes y fechorías de marca mayor”.
Creo que hay probabilidades para sanar las heridas sufridas por esta nación
en el primer decenio del siglo XXI. La recuperación podrá demorar una generación
y dependerá de que se elijan presidentes y congresos sensatos. Tengo 85 años,
por lo que no seré testigo del difícil proceso de reconstrucción de nuestro país
tan lacerado, pero quisiera vivir lo suficiente para ver el inicio del proceso
de sanar.
En mi vida adulta, jamás ha habido un día en el que no haya estado dispuesto
a sacrificar mi existencia para salvar a los Estados Unidos de peligros reales,
como los que nos asecharon cuando participé en la Segunda Guerra Mundial como
piloto de bombarderos. Debemos ser una gran nación, porque de vez en cuando
cometemos errores gigantescos, pero hasta ahora, hemos logrado sobrevivir y
recuperarnos.
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