Por qué creo que Bush tiene que marcharse
Nixon era malo. Estos individuos son peores.
Por George McGovern
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Traducido del pogreso-semanal.com
El siguiente artículo por el Senador McGovern, candidato presidencial
del Partido Demócrata en 1972, apareció originalmente el domingo 6 de enero en
The Washington Post.
Al comenzar el octavo año de la administración Bush-Cheney, he llegado tardía
y dolorosamente a la conclusión de que el único camino honorable que me queda es
insistir en la impugnación del presidente y del vicepresidente.
Después de las elecciones presidenciales de 1972, no participé en el llamado
a impugnar al Presidente Richard M. Nixon por su mala conducta durante la
campaña. Pensé que si me unía al esfuerzo por la impugnación se podría ver como
una expresión de venganza personal hacia el presidente que me había
derrotado.
Hoy he tomado otra decisión.
Por supuesto, no parece haber mucho apoyo bipartidista para la impugnación.
La escena política está marcada por un partidismo estrecho y a menudo
superficial, especialmente entre los republicanos, y una ausencia de valor y
habilidad política por parte de muchos políticos demócratas. Así que la
posibilidad de una impugnación y de una condena no es prometedora.
Pero, ¿cuáles son los hechos?
Bush y Cheney claramente son culpables de numerosos delitos impugnables. Han
violado la Constitución repetidas veces. Han transgredido las leyes nacionales e
internacionales. Han mentido al pueblo norteamericano una y otra vez. Su
conducta y sus políticas bárbaras han llevado a nuestro amado país a su punto
más bajo a los ojos de todo el mundo. Estos son verdaderos “graves crímenes y
delitos”, para usar la norma constitucional.
Desde el principio, la llegada al poder del equipo de Bush y Cheney fue
producto de elecciones dudosas que probablemente debieron haber sido
cuestionadas —quizás hasta por una investigación congresional.
En un sentido más fundamental, la democracia norteamericana ha sido
descarrilada durante todo el régimen Bush-Cheney. El compromiso dominante de la
administración ha sido una guerra asesina, ilegal y sin sentido contra Irak. Esa
aventura irresponsable ha costado la vida a casi 4 000 norteamericanos, ha
dejado a muchos más física o mentalmente incapacitados, ha costado la vida de un
estimado de 600 000 iraquíes (según un cuidadoso estudio en octubre de 2006 por
parte de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg) y ha arrasado su
país. El costo financiero para Estados Unidos es ahora de $250 millones de
dólares diarios y se espera que en total supere el billón de dólares, la mayor
parte de los cuales hemos tomado en préstamo de los chinos y de otros a medida
que nuestra deuda nacional ha alcanzado ya más de $9 billones, la mayor cifra de
nuestra historia.
Todo esto ha sido hecho sin una declaración de guerra por parte del Congreso,
exigida claramente por la Constitución, en desafío a la Carta de la ONU y
violando el derecho internacional. Este irresponsable desprecio por la vida y la
propiedad, así como por el derecho constitucional, ha estado acompañado del
abuso a prisioneros, incluyendo la tortura sistemática, en franca violación de
las Convenciones de Ginebra de 1949.
Yo no he participado mucho en las alabanzas a la administración Nixon. Pero
el caso a favor de la impugnación de Bush y Cheney está mucho más justificado
que el caso contra Nixon y el Vicepresidente Spiro T. Agnew después de las
elecciones de 1972. La nación estaría mucho más segura bajo la presidencia de
Nixon que con Bush. Es más, ¿habrá hecho tanto daño una administración en toda
nuestra historia como la era de Bush-Cheney?
¿Cómo pudo caer una gran nación, admirada en otros tiempos, en ese pantano de
muerte, inmoralidad e ilegalidades?
Sucedió en parte porque el equipo Bush-Cheney engañó repetidamente al
Congreso, a la prensa y al público para que creyeran que Saddam Hussein tenía
armas nucleares y otras terribles armas prohibidas que eran una “amenaza
inminente” para Estados Unidos. La administración también hizo creer al público
que Irak estaba involucrado en los ataques del 11/9 --otra escandalosa falsedad.
Muchas veces en años recientes he recordado la observación de Jefferson:
“Ciertamente tiemblo por mi país cuando reflexiono en que Dios es justo.”
La estrategia básica de la administración ha sido la de alentar un clima de
temor, lo que le permite explotar los ataques de Al-Qaeda en 2001 no solo para
justificar la invasión a Irak, sino también para excusar un comportamiento tan
peligroso como la intervención ilegal de nuestros teléfonos por parte de agentes
del gobierno. La misma siembra de temor ha hecho que voceros del gobierno y
miembros complacientes de la prensa hayan implicado que estamos en guerra con
todo el mundo árabe y musulmán --más de mil millones de personas. Otra
perversión escandalosa ha sido el envío de prisioneros sacados de las calles de
Afganistán hacia la Base de Guantánamo en Cuba y hacia otros países, sin
concederles el beneficio de nuestras probadas leyes de habeas corpus.
Aunque en agosto pasado las agencias de inteligencias alertaron al presidente
de que Irán no posee un programa de desarrollo de armas nucleares, él continuó
mintiendo al país y al mundo. Esta es la misma estrategia de engaño que nos
llevó a la guerra en el desierto árabe y que podría llevarnos a una invasión
injustificada de Irán. Por mi conocimiento y experiencia profesionales, puedo
decir que si Bush invade a otro estado petrolero musulmán significaría el fin de
la influencia de EEUU durante décadas en el crucial Medio Oriente.
Irónicamente, mientras que Bush y Cheney hicieron del contraterrorismo el
grito de batalla de su administración, sus políticas --en especial la guerra en
Irak-- han incrementado la amenaza terrorista y han disminuido la seguridad de
Estados Unidos. Consideren la diferencia entre las políticas del primer
Presidente Bush y las de su hijo. Cuando el ejército iraquí penetró en Kuwait en
agosto de 1990, el Presidente George H. W. Bush obtuvo el apoyo del mundo
entero, incluyendo a las Naciones Unidades, la Unión Europea y casi toda la Liga
Árabe, para expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait. Los saudíes y los
japoneses pagaron la mayor parte del costo. En vez de empantanarse en una
ocupación costosa, la administración estableció una política para contener al
régimen del Partido Ba’ath por medio de inspectores internacionales de armas,
zonas de exclusión de vuelos y sanciones económicas. Irak quedó como un país
estable, con poca o ninguna capacidad para amenazar a otros.
Actualmente, después de cinco años de políticas torpes y erróneas, y de una
ocupación militar de EEUU, Irak se ha convertido en un caldo de cultivo del
terrorismo y de sangrienta guerra civil. No es secreto para nadie que el ex
Presidente Bush, su Secretario de Estado James Baker III, y su asesor de
seguridad nacional el Gral. Brent Scowcroft, se opusieron a la invasión y
ocupación de Irak en 2003.
Además del desmoronamiento vergonzoso de la responsabilidad legal y moral de
la presidencia, existe la escandalosa negligencia y mal manejo de la catástrofe
del huracán Katrina. El veterano comentarista de CNN Jack Cafferty lo condensa
en una oración: “Nunca he visto algo tan fallido y mal manejado como esta
situación en Nueva Orleáns”. Cualquier procedimiento de impugnación debe incluir
una mirada cuidadosa y crítica al colapso del liderazgo presidencial en
respuesta a lo que probablemente haya sido el peor desastre natural de la
historia norteamericana.
Claro está, la impugnación es improbable. Pero aún así debemos presionar al
Congreso para que actúe. La impugnación, sencillamente, es el procedimiento
escrito en la Constitución para enfrentar a presidentes que violan la
Constitución y las leyes del país. Es también una manera de decir al pueblo
norteamericano y al mundo que algunos de nosotros nos preocupamos lo suficiente
por el rumbo actual de nuestro país como para apoyar la impugnación del falso
profeta que nos ha desviado del camino. Esto, me parece, es el curso adecuado
para un patriota norteamericano.
Como escribió hace dos años el ex representante de Elizabeth Holtzman, quien
desempeñó un papel clave en el procedimiento de impugnación a Nixon, “no fue
hasta las más recientes revelaciones de que el Presidente Bush ordenó la
intervención telefónica de cientos --y posiblemente miles-- de norteamericanos,
en violación de la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera --y argumentó
que como Comandante en Jefe tenía derecho, en interés de la seguridad nacional,
a desconocer las leyes del país-- que tuve la misma sensación de vacío en el
estómago que cuando Watergate (…) Un presidente, cualquier presidente que
mantenga que está por encima de la ley --y viole repetidamente las leyes--
comete de esa manera graves crímenes y delitos”.
Creo que tenemos la oportunidad de curar las heridas que la nación ha sufrido
en la primera década del siglo 21. Esta recuperación puede que tarde una
generación y dependerá de la elección de una serie de presidentes y congresos
racionales. Debido a mis 85 años, no podré presenciar el completamiento de la
difícil reconstrucción de nuestro muy dañado país, pero quisiera estar presente
el tiempo suficiente como para ver que comienza el proceso de curación.
No ha pasado un día de mi vida adulta en el que no haya estado dispuesto a
sacrificar esa vida a fin de salvar a Estados Unidos de un peligro genuino, como
los que enfrentamos cuando fui piloto de un avión de bombardeo en la 2da. Guerra
Mundial. Debemos ser una gran nación, porque de cuando en cuando cometemos
gigantescos errores, pero hasta el momento, hemos sobrevivido y nos hemos
recuperado.
Nota de los editores: McGovern olvida que las medidas
impuestas al gobierno de Hussein después de la invasión a Kuwait implicaron la
muerte de cerca de un millón de niños producto de las restricciones.
anmcgove@dwu.edu
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