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El Mundo no Puede Esperar organiza a las personas que viven en Estados Unidos para repudiar y parar el rumbo fascista iniciado durante el régimen de Bush y evidenciado en las ocupaciones asesinas, injustas e ilegítimas de Irak y Afganistán; la “guerra de terror” global de tortura, rendición extraordinaria y espionaje; y la cultura de discriminación, intolerancia y avaricia. A ese rumbo no le darán marcha atrás los líderes que nos instan a buscar puntos en común con fascistas, fanáticos religiosos e imperio. Solo es posible si la población forja una comunidad de resistencia –un movimiento independiente de grandes cantidades de personas—que, actuando en pro de los intereses de la humanidad, pone fin a dichos crímenes y demanda que se procese a los responsables por ellos.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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(Nuevo)
03-15-11

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Por qué creo que Bush tiene que marcharse

Nixon era malo. Estos individuos son peores.

Por George McGovern

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Traducido del pogreso-semanal.com

El siguiente artículo por el Senador McGovern, candidato presidencial del Partido Demócrata en 1972, apareció originalmente el domingo 6 de enero en The Washington Post.

Al comenzar el octavo año de la administración Bush-Cheney, he llegado tardía y dolorosamente a la conclusión de que el único camino honorable que me queda es insistir en la impugnación del presidente y del vicepresidente.

Después de las elecciones presidenciales de 1972, no participé en el llamado a impugnar al Presidente Richard M. Nixon por su mala conducta durante la campaña. Pensé que si me unía al esfuerzo por la impugnación se podría ver como una expresión de venganza personal hacia el presidente que me había derrotado.

Hoy he tomado otra decisión.

Por supuesto, no parece haber mucho apoyo bipartidista para la impugnación. La escena política está marcada por un partidismo estrecho y a menudo superficial, especialmente entre los republicanos, y una ausencia de valor y habilidad política por parte de muchos políticos demócratas. Así que la posibilidad de una impugnación y de una condena no es prometedora.

Pero, ¿cuáles son los hechos?

Bush y Cheney claramente son culpables de numerosos delitos impugnables. Han violado la Constitución repetidas veces. Han transgredido las leyes nacionales e internacionales. Han mentido al pueblo norteamericano una y otra vez. Su conducta y sus políticas bárbaras han llevado a nuestro amado país a su punto más bajo a los ojos de todo el mundo. Estos son verdaderos “graves crímenes y delitos”, para usar la norma constitucional.

Desde el principio, la llegada al poder del equipo de Bush y Cheney fue producto de elecciones dudosas que probablemente debieron haber sido cuestionadas —quizás hasta por una investigación congresional.

En un sentido más fundamental, la democracia norteamericana ha sido descarrilada durante todo el régimen Bush-Cheney. El compromiso dominante de la administración ha sido una guerra asesina, ilegal y sin sentido contra Irak. Esa aventura irresponsable ha costado la vida a casi 4 000 norteamericanos, ha dejado a muchos más física o mentalmente incapacitados, ha costado la vida de un estimado de 600 000 iraquíes (según un cuidadoso estudio en octubre de 2006 por parte de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg) y ha arrasado su país. El costo financiero para Estados Unidos es ahora de $250 millones de dólares diarios y se espera que en total supere el billón de dólares, la mayor parte de los cuales hemos tomado en préstamo de los chinos y de otros a medida que nuestra deuda nacional ha alcanzado ya más de $9 billones, la mayor cifra de nuestra historia.

Todo esto ha sido hecho sin una declaración de guerra por parte del Congreso, exigida claramente por la Constitución, en desafío a la Carta de la ONU y violando el derecho internacional. Este irresponsable desprecio por la vida y la propiedad, así como por el derecho constitucional, ha estado acompañado del abuso a prisioneros, incluyendo la tortura sistemática, en franca violación de las Convenciones de Ginebra de 1949.

Yo no he participado mucho en las alabanzas a la administración Nixon. Pero el caso a favor de la impugnación de Bush y Cheney está mucho más justificado que el caso contra Nixon y el Vicepresidente Spiro T. Agnew después de las elecciones de 1972. La nación estaría mucho más segura bajo la presidencia de Nixon que con Bush. Es más, ¿habrá hecho tanto daño una administración en toda nuestra historia como la era de Bush-Cheney?

¿Cómo pudo caer una gran nación, admirada en otros tiempos, en ese pantano de muerte, inmoralidad e ilegalidades?

Sucedió en parte porque el equipo Bush-Cheney engañó repetidamente al Congreso, a la prensa y al público para que creyeran que Saddam Hussein tenía armas nucleares y otras terribles armas prohibidas que eran una “amenaza inminente” para Estados Unidos. La administración también hizo creer al público que Irak estaba involucrado en los ataques del 11/9 --otra escandalosa falsedad. Muchas veces en años recientes he recordado la observación de Jefferson: “Ciertamente tiemblo por mi país cuando reflexiono en que Dios es justo.”

La estrategia básica de la administración ha sido la de alentar un clima de temor, lo que le permite explotar los ataques de Al-Qaeda en 2001 no solo para justificar la invasión a Irak, sino también para excusar un comportamiento tan peligroso como la intervención ilegal de nuestros teléfonos por parte de agentes del gobierno. La misma siembra de temor ha hecho que voceros del gobierno y miembros complacientes de la prensa hayan implicado que estamos en guerra con todo el mundo árabe y musulmán --más de mil millones de personas. Otra perversión escandalosa ha sido el envío de prisioneros sacados de las calles de Afganistán hacia la Base de Guantánamo en Cuba y hacia otros países, sin concederles el beneficio de nuestras probadas leyes de habeas corpus.

Aunque en agosto pasado las agencias de inteligencias alertaron al presidente de que Irán no posee un programa de desarrollo de armas nucleares, él continuó mintiendo al país y al mundo. Esta es la misma estrategia de engaño que nos llevó a la guerra en el desierto árabe y que podría llevarnos a una invasión injustificada de Irán. Por mi conocimiento y experiencia profesionales, puedo decir que si Bush invade a otro estado petrolero musulmán significaría el fin de la influencia de EEUU durante décadas en el crucial Medio Oriente.

Irónicamente, mientras que Bush y Cheney hicieron del contraterrorismo el grito de batalla de su administración, sus políticas --en especial la guerra en Irak-- han incrementado la amenaza terrorista y han disminuido la seguridad de Estados Unidos. Consideren la diferencia entre las políticas del primer Presidente Bush y las de su hijo. Cuando el ejército iraquí penetró en Kuwait en agosto de 1990, el Presidente George H. W. Bush obtuvo el apoyo del mundo entero, incluyendo a las Naciones Unidades, la Unión Europea y casi toda la Liga Árabe, para expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait. Los saudíes y los japoneses pagaron la mayor parte del costo. En vez de empantanarse en una ocupación costosa, la administración estableció una política para contener al régimen del Partido Ba’ath por medio de inspectores internacionales de armas, zonas de exclusión de vuelos y sanciones económicas. Irak quedó como un país estable, con poca o ninguna capacidad para amenazar a otros.

Actualmente, después de cinco años de políticas torpes y erróneas, y de una ocupación militar de EEUU, Irak se ha convertido en un caldo de cultivo del terrorismo y de sangrienta guerra civil. No es secreto para nadie que el ex Presidente Bush, su Secretario de Estado James Baker III, y su asesor de seguridad nacional el Gral. Brent Scowcroft, se opusieron a la invasión y ocupación de Irak en 2003.

Además del desmoronamiento vergonzoso de la responsabilidad legal y moral de la presidencia, existe la escandalosa negligencia y mal manejo de la catástrofe del huracán Katrina. El veterano comentarista de CNN Jack Cafferty lo condensa en una oración: “Nunca he visto algo tan fallido y mal manejado como esta situación en Nueva Orleáns”. Cualquier procedimiento de impugnación debe incluir una mirada cuidadosa y crítica al colapso del liderazgo presidencial en respuesta a lo que probablemente haya sido el peor desastre natural de la historia norteamericana.

Claro está, la impugnación es improbable. Pero aún así debemos presionar al Congreso para que actúe. La impugnación, sencillamente, es el procedimiento escrito en la Constitución para enfrentar a presidentes que violan la Constitución y las leyes del país. Es también una manera de decir al pueblo norteamericano y al mundo que algunos de nosotros nos preocupamos lo suficiente por el rumbo actual de nuestro país como para apoyar la impugnación del falso profeta que nos ha desviado del camino. Esto, me parece, es el curso adecuado para un patriota norteamericano.

Como escribió hace dos años el ex representante de Elizabeth Holtzman, quien desempeñó un papel clave en el procedimiento de impugnación a Nixon, “no fue hasta las más recientes revelaciones de que el Presidente Bush ordenó la intervención telefónica de cientos --y posiblemente miles-- de norteamericanos, en violación de la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera --y argumentó que como Comandante en Jefe tenía derecho, en interés de la seguridad nacional, a desconocer las leyes del país-- que tuve la misma sensación de vacío en el estómago que cuando Watergate (…) Un presidente, cualquier presidente que mantenga que está por encima de la ley --y viole repetidamente las leyes-- comete de esa manera graves crímenes y delitos”.

Creo que tenemos la oportunidad de curar las heridas que la nación ha sufrido en la primera década del siglo 21. Esta recuperación puede que tarde una generación y dependerá de la elección de una serie de presidentes y congresos racionales. Debido a mis 85 años, no podré presenciar el completamiento de la difícil reconstrucción de nuestro muy dañado país, pero quisiera estar presente el tiempo suficiente como para ver que comienza el proceso de curación.

No ha pasado un día de mi vida adulta en el que no haya estado dispuesto a sacrificar esa vida a fin de salvar a Estados Unidos de un peligro genuino, como los que enfrentamos cuando fui piloto de un avión de bombardeo en la 2da. Guerra Mundial. Debemos ser una gran nación, porque de cuando en cuando cometemos gigantescos errores, pero hasta el momento, hemos sobrevivido y nos hemos recuperado.

Nota de los editores: McGovern olvida que las medidas impuestas al gobierno de Hussein después de la invasión a Kuwait implicaron la muerte de cerca de un millón de niños producto de las restricciones.

anmcgove@dwu.edu


 

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