Revolución #82, 18
de marzo de 2007
“El silencio de los demócratas”
Las amenazas contra Irán y la lógica imperialista de escalar la guerra
Larry Everest
Cada día hay más pruebas de que Estados Unidos está preparando un ataque a
Irán.
El periodista Seymour Hersh dio a conocer que el “Pentágono sigue trazando
planes para un posible bombardeo de Irán” y que en los últimos meses “se formó
en la sede del Comando Conjunto un grupo especial de planificación a cargo de
preparar planes de contingencia para bombardear a Irán 24 horas después de que
el presidente dé la orden”. (“The Redirection”, The New Yorker, 5 de
marzo de 2007)
¿Cuándo podrían iniciar el ataque? Hersh dice que un alto ex funcionario del
gobierno le dijo que “el actual plan de contingencia contempla un ataque en la
primavera”.
Un silencio ensordecedor y mortal
Nunca antes ha sido tan bajo el nivel nacional de apoyo a la guerra de Irak,
y muchos no pueden creer que Bush haga algo “tan loco” como iniciar otra guerra
cuando les va tan mal en Irak. Pero los razonamientos, los planes y los
preparativos para atacar a Irán no tienen nada que ver con que Bush esté "loco”,
sino con los intereses, necesidades y lógica imperialista que llevaron al
gobierno de Bush a invadir a Irak. Unos piensan que Estados Unidos está tan
estancado en Irak que no puede luchar en otro frente. Pero la verdad es que las
profundas dificultades que tiene en Irak han hecho más necesario que
ataque a Irán.
Las maniobras del gobierno de Bush de “involucrar” a Irán en conversaciones
diplomáticas seguramente han inspirado cierta engañosa tranquilidad. Pero como
vimos antes de la guerra de Irak, esas maniobras son una manera de aparentar que
“hizo todo lo posible” y que el otro país tiene la culpa de no resolver los
desacuerdos de manera “razonable”. Tal “diplomacia” es parte de los preparativos
para la guerra y de fomentar opinión pública a favor de la guerra.
Para los imperialistas estadounidenses, el control del Medio Oriente y Asia
Central no es ni caprichoso ni opcional; es fundamental para mantener el control
mundial y solidificar la posición de única superpotencia. Es indispensable para
el funcionamiento del sistema, en el territorio nacional y en el resto del
mundo. Estados Unidos es un imperio que obedece las exigencias del capitalismo
global, o imperialismo: un sistema de explotación de mercados, recursos y mano
de obra, y de dominación de grandes extensiones del globo; un sistema que lleva
a fuertes rivalidades entre las grandes potencias. El imperialismo divide el
mundo en dos partes: por un lado está el puñado de estados opresores: Estados
Unidos, Japón y las principales potencias de Europa; por el otro lado está la
gran mayoría de las naciones de Asia, Latinoamérica, África y el Medio Oriente.
Las potencias imperialistas dominan la economía y la política de esos países, y
compiten y coluden entre sí por el “botín”.
Por eso la dominación del Medio Oriente ha sido un pilar indispensable de la
estrategia mundial de Estados Unidos desde la II Guerra Mundial, tanto para los
gobiernos demócratas como para los republicanos. La región es el nexo
geopolítico que vincula a Europa, Asia y África, y es la fuente del 60% del
petróleo y gas del mundo. Controlar la energía global es mucho más que una
bonanza lucrativa; es una necesidad estratégica para Estados Unidos.
Quien la controla tiene influencia con los países que dependen del petróleo y en
particular con los rivales imperialistas.
Desde la perspectiva de los estrategas del imperialismo estadounidense, estas
necesidades aumentaron con el sismo geopolítico del derrumbe de la Unión
Soviética en 1991. Por un lado, de repente se desvaneció su principal rival y el
mayor obstáculo a sus mayores ambiciones; eso le dio mayores oportunidades para
extender y profundizar su dominación económica y política. Pero el fin de la
guerra fría conllevó un montón de nuevos problemas: rápidos cambios en las
tendencias globales políticas y económicas, más competencia económica y nuevos
retos a la dominación de los países oprimidos. En particular, en el Medio
Oriente y Asia Central la inestabilidad aumentaba, el viejo statu quo era cada
vez menos viable y la hegemonía de Estados Unidos se encontraba ante un polo
potencialmente desestabilizador de oposición: el fundamentalismo islámico (ver
“La encrucijada de Irak: Por qué Estados Unidos se lanzó a la guerra”, #70, en:
http://revcom.us/a/070/crossiraq-es.html).
Esas tendencias fundamentalistas islámicas cobraron fuerza cuando tomaron el
poder en Irán con la revolución de 1979 y derrotaron a la Unión Soviética en
Afganistán, seguida por el ascenso de los talibanes. Estas fuerzas, que son
representantes reaccionarios del viejo orden, tanto feudal como burgués, no se
oponen fundamentalmente al capital extranjero, pero sus intereses chocan de
diferentes maneras y a veces agudamente con los de Estados Unidos y sus clientes
regionales.
Planes imperiales
La necesidad de Estados Unidos ante el crecimiento del fundamentalismo
islámico aumentó tras los ataques del 11 de septiembre del 2001, y consideró
necesario confrontar a Irak y a Irán. Esto llevó a las decisiones que se tomaron
en una reunión secreta poco después del 11 de septiembre, que Bob Woodward
documenta en su libro State of Denial: Bush at War, Part III.
Según Woodward, a raíz del 11 de septiembre, el subsecretario de Defensa Paul
Wolfowitz pensó que Estados Unidos tenía entre manos una “crisis” y necesitaba
entender mejor a su adversario: “¿Quiénes son los terroristas? ¿De dónde
provienen? ¿Qué relación tienen con la historia islámica, la historia del Medio
Oriente y las tensiones actuales en el Medio Oriente? ¿Qué tenemos por
delante?”. Wolfowitz creía que la burocracia era incapaz de contestar plenamente
esas preguntas y acudió al American Enterprise Institute (el centro de
investigaciones derechista que lideró la agenda neoconservadora del imperio
indisputable) para que convocara una reunión secreta y preparara una respuesta
amplia y agresiva.
A fines del 2001, una docena de estrategas imperialistas y ex funcionarios
del gobierno se reunieron en secreto para debatir esos temas. El resultado, dice
Woodward, fue “un documento de siete páginas titulado ‘Delta of Terrorism’. La
palabra 'delta' significa la boca del río desde donde todo fluía”. El análisis y
la visión de ese documento, que sigue en secreto, parece haber guiado buena
parte del pensamiento del gobierno de Bush desde ese entonces.
La reunión sacó la conclusión de que el 11 de septiembre no fue un incidente
aislado, sino parte de algo más amplio y profundo en el Medio Oriente y a nivel
mundial. “Era un problema profundo”, le dijo a Woodward Christopher DeMuth, el
presidente del AEI que convocó la reunión, “y el 11 de septiembre no fue un acto
aislado que requería una acción policial contra delincuentes”. La conclusión fue
que se trataba de “una guerra del islam por toda la región”, y que a Estados
Unidos “le esperaba una guerra de dos generaciones con el islam radical” para
mantener el control del Medio Oriente y Asia Central. Para los neoconservadores,
esta guerra (que llaman la IV Guerra Mundial) es indispensable para que Estados
Unidos mantenga y consolide su posición como única superpotencia mundial, y eso
implica aplastar el islam radical y reestructurar gobiernos y sociedades por
toda la región. Ven a Israel como un arma clave para imponer ese plan salvaje;
tanto los neoconservadores como los gobernantes de Israel comparten la meta de
aplastar al pueblo palestino e impedir el surgimiento de un estado palestino
viable. Esos planes despiadados para mantener la dominación de pueblos y
regiones enteras —que contemplan y requieren la muerte de centenares de
miles de personas y la ruina de millones de vidas— dictan la retórica de
“libertad y seguridad”.
La reunión del AEI concluyó que Egipto, Arabia Saudita e Irán eran las
fuentes más importantes del radicalismo islámico que confronta a Estados Unidos,
pero que no era fácil bregar con ellos. Irak, sin embargo, era harina de otro
costal: “debilitado, más vulnerable”, dice Woodward. DeMuth le dijo a Woodward:
“Concluimos que un enfrentamiento con Saddam era inevitable. Él era una amenaza
en gestación: la amenaza mayor e inevitable. Acordamos que Saddam tendría que
desaparecer antes de abordar el problema”.
Otro participante le dijo a Woodward que el plan era empezar en Irak y que
triunfar ahí llevaría a “tumbar a Irán”.
Woodward informa que los miembros del gabinete de Bush recibieron el
memorando neoconservador, y que Cheney, Rice y Bush lo adoptaron y empezaron a
“enfocarse en la ‘malignidad’ del Medio Oriente”.
El 2 de marzo, el general retirado Wesley Clark dijo en el programa
Democracy Now! que a los 10 días del 11 de septiembre un alto
funcionario del Pentágono le dijo: “Hemos tomado la decisión de atacar a Irak” y
que unas semanas después le dijo que un memorando describía “cómo vamos a
aniquilar a siete países en cinco años, empezando con Irak, siguiendo con Siria,
Líbano, Libia, Somalia y Sudán, y terminando con Irán”.
El atolladero de Irak crea más necesidad de atacar a Irán… no
menos
En parte, la meta de la invasión de Irak era preparar el terreno para
debilitar, y quizás tumbar, al gobierno iraní. Por el contrario, la invasión
eliminó a uno de los principales enemigos de Irán: Saddam Hussein (Estados
Unidos ya había tumbado a otro de sus adversarios: el Talibán de Afganistán). En
Irak, Estados Unidos ha tenido que contar con los partidos chiítas pro Irán para
gobernar y estabilizar el país. El atolladero de Irak ha minado la influencia
estadounidense, impulsado a las fuerzas islamistas y aumentado la influencia
regional de Irán.
La situación en el Medio Oriente es intolerable para los imperialistas, y el
gobierno de Bush ha decidido tomar medidas más agresivas para cambiarla,
escalando la guerra de Irak y amenazando a Irán. Por su parte, los demócratas
han demostrado que ni pueden ni quieren parar el “aumento de tropas” de Bush en
Irak. No se han opuesto en serio a las amenazas de atacar a Irán fuera de decir
que el Congreso debe aprobar cualquier acción militar. De hecho, en ciertos
casos, han dado apoyo importante a esas amenazas.
La parálisis de los demócratas y el ataque a Irán que se avecina recalcan la
urgencia de redoblar y profundizar la oposición a la guerra de Irak y a un
ataque contra Irán. Tal ataque, que podría tener cientos de blancos y usar armas
nucleares tácticas, causaría miles y miles de bajas. Podría fortalecer la
posición de los teócratas del gobierno de Irán. Aceleraría la dinámica muy
negativa de que los ataques estadounidenses estimulan el crecimiento del
fundamentalismo islámico en la región y, simultáneamente, el programa
reaccionario de los fundamentalistas islámicos empuja a muchos en este país a
apoyar a Bush o a ser pasivos ante su agresión y crímenes de guerra. Urge un
programa muy diferente al de o McMundo/McCruzada o jihad. Un elemento esencial
de esto es sacar al gobierno de Bush, repudiar su agenda y oponernos
hoy a las maniobras bélicas contra Irán.
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