Revolución #53,
16 de julio de 2006
Verdades inconvenientes —y esenciales— sobre sistemas,
salvadores y la necesidad de acción
Como mencionamos en el número anterior, la película An Inconvenient
Truth está fomentando una importante discusión y debate. En la oscuridad
del teatro, se oyen murmullos de sorpresa y shock. A la salida, es palpable la
convicción de que esto tiene que parar. De que es hora de decir BASTA.
La película y los avisos recomiendan mandar a los conocidos a verla. En
efecto, todos deben verla y discutirla. An Inconvenient Truth tiene el
potencial de plantear y ampliar un debate esencial en la sociedad.
El tema de ese debate NO es si el calentamiento global es un peligro.
Curiosamente, uno de los puntos más dicientes de la película es que aunque
esencialmente todos los estudios científicos de la década pasada han llegado a
la conclusión de que el calentamiento global es real, más de la mitad de los
artículos y comentarios de la prensa han dicho que la ciencia no ha llegado a
ninguna conclusión. No, el debate que necesitamos es este: en vista de las
graves consecuencias que presenta el calentamiento global para la humanidad y la
vida en el planeta, ¿qué se debe hacer?
Desde esta perspectiva y como parte de este debate, hay que examinar el papel
de Al Gore: el narrador y el “personaje” o “protagonista” central de la película
(la experiencia y los sentimientos de Gore son el vehículo para que el público
aborde el tema). Por un lado, Gore propone determinado programa en la película,
que criticamos en el número anterior y que examinaremos de nuevo en un momento.
Por otro lado, un lado más peligroso, hay que ver a Al Gore en sí y cómo se está
(y lo están) posicionando con la película ante la furia popular contra el
gobierno de Bush y ante las elecciones presidenciales del 2008 e incluso las
elecciones para el Congreso de este año.
Gore el salvador
Un artículo de la revista New York repitió un tema que está
circulando: Al Gore, debido a esta película y a que en un discurso del invierno
pasado se pronunció contra la guerra de Irak y contra las medidas fascistas de
Bush, es el único candidato que cuenta con el “respeto” de las bases del Partido
Demócrata como alternativa a Hillary Clinton. La película lo dice sutilmente. Al
principio, Gore hace un chiste de que “yo era ‘el próximo presidente de Estados
Unidos’”; más adelante, cuando el espectador ha visto el daño que ha hecho Bush,
trata más a fondo las elecciones del 2000 y Gore dice con nostalgia que sí, que
le dolió, pero que lo único que podía hacer era seguir dando conferencias sobre
el calentamiento global. Poco antes de esta parte, sale una cita de Winston
Churchill a finales de la década de 1930, en una época en que lo echaron del
gobierno, advirtiéndole a la ciudadanía inglesa que es hora de tomar en serio el
peligro del nazismo. Muchos de los espectadores seguramente conocen el mito de
que cuando Inglaterra “recapacitó”, le pidió a Churchill que dirigiera la lucha
contra la amenaza nazi.
Esto concuerda con el programa que Gore propone: escribirle a los
congresistas, hablar con amigos y conocidos, y conservar energía a nivel
personal. ¿No dicta algo mucho más radical que eso la enormidad del problema? Un
punto importante de la película es que, además de la destrucción sin sentido de
especies y hábitats, el calentamiento global pone en riesgo de inundaciones
catastróficas a millones por todo el mundo, y ya ha contribuido a la devastación
de África.
¿No pide esto a gritos salirse de los cauces de costumbre y hacer algo muy
radical, a la par con una investigación más profunda de las causas? ¿No deben
corresponder nuestras acciones a la urgencia de la situación? ¿No es vital
unirse en una oposición radical a esta dirección general, empezando con el medio
ambiente pero yendo más allá; debatir y discutir; y forjar una comunidad de
resistencia en el proceso, que pueda dar la solidaridad para actuar y el apoyo
para perseverar? Tal movimiento podría crear una fuerza social independiente que
represente los sentimientos de los millones y millones que están hartos y
asqueados de la dirección de la sociedad, pero que todavía no han formado un
movimiento político fuerte. En vez de eso, las acciones que propone Gore
llevarán a la frustración y al absurdo de “seguir las vías oficiales”, y
conducirán a pensar que la candidatura de Gore es lo único que puede revertir la
situación.
Hay otro punto que hay que tomar en cuenta: en enero, Gore dio un importante
discurso con motivo del natalicio de Martin Luther King y acusó al gobierno de
Bush de torturar y de espiar a “una enorme cantidad” de personas de una manera
que hace pensar en el espionaje del FBI contra King (ver “La advertencia de Al
Gore”, Revolución #32, 29 de enero de 2006, en revcom.us). El New
York Times, que normalmente publica los principales discursos de gente del
nivel de Gore, le restó importancia a ese discurso y no lo publicó. Al promover
a Gore con el tema del medio ambiente y, por contraste, al enterrar el discurso
de enero en las últimas páginas de los periódicos, las fuerzas que controlan
esas cosas están delineando qué se permite discutir sobre la dirección de la
sociedad y del mundo. Eso no se puede aceptar.
Al Gore y las bases descontentas del Partido Demócrata
En el artículo anterior sobre la película explicamos que las propuestas de
Gore al problema del calentamiento global parten de un valor primordial para él:
la preservación del sistema imperialista y, en particular, del papel dominante
de Estados Unidos. También explicamos por qué el sistema político y económico
del imperialismo NO PUEDE resolver este problema, y por qué y cómo el socialismo
sí podría. (Ver especialmente el artículo “El capitalismo, el medio
ambiente y la ecología en el socialismo” de Raymond Lotta)
Aquí es necesario examinar más a fondo el papel de Al Gore. Durante un
tiempo, y precisamente porque no era candidato, Al Gore expresó una serie de
opiniones que alegraron a las bases del Partido Demócrata, pero no a sus mandos.
Entre ellas se destaca el discurso en que criticó la guerra de Irak y las
medidas represivas del gobierno de Bush. Gore también apoyó la candidatura de
Howard Dean, una candidatura rechazada por la dirección demócrata, pero que
entusiasmó a mucha gente que detesta a Bush y que estaba descontenta con el
proceso político oficial.
El papel de Gore hasta ahora ha sido alentar la esperanza de que en el
Partido Demócrata hay alguien que oye a los inconformes y que hará algo contra
el programa de Bush. Gore ha servido para lidiar con uno de los hechos políticos
más obvios del momento: el desfase entre la dirección del Partido Demócrata y
los sentimientos de sus “bases”. Hoy esa brecha está creciendo con la posición
de Hillary Clinton, quien sigue apoyando la guerra y las medidas represivas, y
está conciliando con la oposición fascista cristiana al aborto y el control de
la natalidad, y a la separación de la iglesia y el estado.
¿Pero quiénes son esas “bases” que están tan descontentas con el Partido
Demócrata? No son unos pocos. Son millones y millones: los que están furiosos
por la guerra y el destripamiento de derechos fundamentales que pensaban que son
una parte intocable de la Constitución; los que están indignaos por las secuelas
del huracán Katrina y de Abu Ghraib; los que no quieren nada que ver con la
peligrosa demencia de los fascistas cristianos, como Falwell y
Robertson; los que por muchas otras razones totalmente válidas ven que el
gobierno de Bush es una grave amenaza para todo lo que consideran decente.
Los que piensan así, y eso abarca a la gran mayoría de los lectores de este
periódico y a las muchas personas con que se relacionan cada día, tienen un gran
dilema. NO es votar o no votar. Es depositar las esperanzas, energías y recursos
en forjar un movimiento social que realmente pueda echar al gobierno de Bush y,
así, cambiar todo el curso de la sociedad; o canalizar esas esperanzas, energías
y recursos hacia Al Gore y lo que representa.
No nos equivoquemos. Puede que el guión tenga variaciones, pero acabará más o
menos así: Gore poco a poco se presentará como el candidato que no es candidato,
el tipo con integridad que se le plantó a Bush y que tiene una posición decente.
Con renuencia, se dejará meter a la campaña y hasta dirá que lo hace en parte
para conservar viva la esperanza en el proceso electoral. Atraerá a muchos. Al
final, dependiendo de fuerzas mayores que Gore pasará una de dos cosas: lo
descartarán cuando haya cumplido su propósito, al igual que a Howard Dean, y les
dirá a sus seguidores que ahora es importante apoyar al candidato oficial
demócrata. O, si es elegido para esa posición, cambiará su rollo. (Nótese que
cuando salió en el programa de David Letterman hace poco, Gore dejó en claro que
aunque cree que la guerra de Irak es un “error”, no cree que Estados Unidos
puede retirarse ahora). Irá viendo que las medidas que rechazaba en realidad son
“acertadas”, y tratará de arrastrar a millones a pensar lo mismo. Incluso si en
la campaña no abandona todas sus posiciones, si esta vez se le permitiera llegar
a la presidencia debido a crisis mayores y luchas de abajo, cuando llegue a la
Casa Blanca se cambiará la camisa. Abundan los precedentes históricos: Lyndon
Johnson en 1964 prometió evitar la guerra (y en secreto planeaba una escalada
masiva en Vietnam); Clinton y Gore prometieron un montón de cosas y a la hora de
la verdad atacaron el welfare, mandaron meter al bote a millones de chavos de
las minorías, militarizaron la frontera, etcétera, etcétera. Lo fundamental no
es que Johnson, Clinton y Gore no hayan sido sinceros; lo fundamental es el
papel que escogieron, al servicio de qué y lo que demanda de ellos.
La verdadera posición de Gore sobre el calentamiento
global
Si no lo creen, examinemos lo que hizo Gore sobre el calentamiento global
cuando estaba en la Casa Blanca. Al fin y al cabo, fue vicepresidente
ocho años.
Un artículo de Joshua Frank que salió en Counterpunch.org el 31 de mayo
da una serie de ejemplos de decisiones del gobierno de Clinton-Gore que tuvieron
graves consecuencias ambientales: el TLC/NAFTA, que aumentó drásticamente la
contaminación en México y en la frontera; la destrucción de pantanos de la
Florida y de bosques en el noroeste; la autorización de permitir más pesticidas
en los alimentos. Joshua demuestra que el gobierno tomó todas esas medidas, y
muchas más, a instancias de importantes intereses capitalistas.
Por lo que respecta al Protocolo de Kyoto, Gore dijo a la hora de las firmas:
“La firma del Protocolo es un importante paso pero no le impone obligaciones a
Estados Unidos. El Protocolo solo es vinculante si lo ratifica el Senado. Como
hemos dicho, no lo vamos a presentar a consideración del Senado si los países en
desarrollo no hacen un esfuerzo por lidiar con los cambios climáticos”. Mejor
dicho, Gore, el gran enemigo del calentamiento global, dice que Estados Unidos
(que consume una cantidad desproporcionada de los recursos mundiales y produce
el 20% de los gases que llevan al calentamiento global) no va a considerar el
Protocolo hasta que lo pongan en práctica India, China y otras naciones de
rápido desarrollo industrial, no vaya y sea que aventajen a las industrias
estadounidenses. A Gore le gusta decir que la “mano invisible” del capitalismo
es “verde” (ecologista). Más bien, es un puño pesado que carga la balanza en
todas las decisiones políticas. En la película Gore dice que es ridículo pensar
que hay que escoger entre la riqueza y el planeta; pero la verdad es que vez
tras vez, cuando las demandas del capital se han contrapuesto a la conservación
del medio ambiente, Gore escogió el lado del capital.
Repitiendo, lo importante no son las intenciones que profese Gore. Cuando se
llega a los altos niveles políticos del sistema, no se puede ir contra las
necesidades generales del capital. Las relaciones económicas que constituyen la
base de la sociedad (la forma de producir lo que se necesita para vivir) son
capitalistas, el “juego” económico capitalista tiene ciertas reglas, y el
sistema político surgió para proteger y reforzar esas reglas. Los altos
representantes políticos pueden tener distintas ideas de cómo hacerlo, pero no
cuestionan que haya que hacerlo. Si lo hicieran, si tomaran medidas que
van contra las reglas de la acumulación capitalista, la producción sufriría y
los que controlan la selección de los líderes y lo que se debate
correrían a cambiar esa situación.
Esta es otra verdad inconveniente: una verdad que hay que confrontar de lleno
para tener un chance de cambiar la dirección de esta sociedad y la alocada
destrucción del medio ambiente y de los seres humanos que viven en él.
Una derrota segura… y una perspectiva diferente
Poner las esperanzas en Al Gore lleva a una derrota segura. Es depositar el
dinero, el tiempo, las energías y, peor, las esperanzas en algo que seguramente
te despierta cierto escepticismo o sospecha; y es alejarse de lo único que sí
podría llevar a un cambio: un movimiento de masas, de toda la sociedad, de
acción histórica independiente. Además, inclusive si el tipo ganara, traicionará
los ideales que te acercaron a él. Esa es otra derrota.
Necesitamos una perspectiva diferente: confrontar la realidad y forjar la
clase de movimiento que mencionamos al comienzo. Eso es lo único que puede
lidiar con esta situación tan gruesa. SOMOS millones y millones; la respuesta a
la película muestra un cachito de ese potencial, y presenta una oportunidad de
sumergirnos en la discusión y elevarla. Tal movimiento, desde “abajo”, crea una
dinámica totalmente diferente y plantea una discusión diferente. Lo vimos en el
pasado con el movimiento de liberación de los negros y otros movimientos de
minorías, con la lucha por la emancipación de la mujer y con la lucha contra la
guerra de Vietnam. Por ejemplo, la discusión pasó de “¿se debe permitir la
integración de los negros?” a “¿qué se necesita para eliminar de verdad la
opresión de los negros?”. Eso se debió enteramente a la profunda sed de
emancipación de las masas negras y sus aliados por toda la sociedad, y NO a los
políticos que corrieron a ponerse a la cabeza del movimiento para interceptarlo
y desviarlo.
Aunque no es el objetivo ni el propósito en sí, tal movimiento de masas hace
que los políticos de la clase dominante respondan a él: abre divisiones en la
cúpula y eso crea más oportunidades para acción política popular. Solo por medio
de tal dinámica se puede parar al gobierno de Bush y revertir radicalmente la
dirección en que ha empujado todo. Algo menos es una traición del planeta y de
su gente.
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