15 de diciembre 2007
Gore Vidal
Presidente Jonás
Truthdig.com, 24 de enero 2006 La Jornada (traducido el 15 de diciembre
2007)
El
escritor estadunidense Gore Vidal, en La Habana, en 2006 Foto: Juvenal Balán
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Conciencia moral de Estados Unidos, el escritor Gore Vidal es uno de los
referentes culturales de nuestra sociedad. Su pensamiento crítico ilumina la
oscuridad sembrada por el american way of life que a través de los
medios de comunicación masiva inventa una realidad distinta de la que vive el
pueblo estadunidense. En este texto, publicado gracias a la intermediación de la
editorial independiente Sexto Piso, Gore Vidal desnuda de nuevo a la
administración Bush y reseña el par de libros de Morris Berman: El
crepúsculo de la cultura americana y Edad oscura americana. La fase
final del imperio, de los cuales La Jornada publica respectivos
adelantos
Mientras contemplaba la malograda presidencia de G.W. Bush, miré alrededor en
busca de alguna especie de analogía divina. Como es usual cuando se necesita una
iluminación, me topé con la Sagrada Biblia, la versión King James de 1611; la
abrí por casualidad en el Libro de Jonás, y leí que Jonás, que, como
Bush, habla con Dios, había sufrido un desencuentro con el Todopoderoso, por lo
que se convirtió en un maldito perseguido por la mala fortuna de forma tan
terrible que, gracias a su presencia, un crucero estuvo a punto de hundirse en
una tormenta en el mar. Una vez que la tripulación determinó que Jonás, un
pasajero, era el maldito, lo tiraron por la borda y –¡oh!– la tormenta amainó.
Los tres subsecuentes días y noches que pasó en el estómago de una nauseabunda
ballena debieron parecer una severa maldición para la ballena de digestión
deficiente que lo extrudió de manera muy parecida a como buena parte de la
opinión decente de la humanidad ha hecho con Bush.
Originalmente, Dios quería que Jonás castigara a Nínive, cuya gente, advirtió
Dios con desdén, “no puede discernir entre su mano derecha y su mano izquierda”,
de la misma forma que la gente de Bagdad que no puede alcanzar a comprender qué
tiene que ver la democracia con su destrucción a manos de la camarilla
Bush-Cheney. Pero la analogía se vuelve pavorosamente precisa cuando hace
referencia a los huracanes en el Golfo de México, en un momento en el que un
presidente no sólo es incompetente sino de plano maldito por cualquiera que sea
la fe ante la que se arrodille. Véase el desastre en curso de las drogas
recetadas.
¿Quién sabe qué otros desastres nos aguardan gracias a la maldición que pende
sobre él? Así como los marineros alimentaron una ballena con el Jonás original,
y con ello disiparon la tormenta que estaba a punto de ahogarlos, tal vez los
miembros del pueblo americano podamos persuadir al presidente Jonás de que se
retire a su otro Edén en Crawford, Texas, llevándose su maldición con él.
Merecemos un descanso. Francamente, él también. ¡Miren el aspecto tan radiante
de Nixon después de su renuncia! Es posible vislumbrar al otrora Presidente
Jonás, en su suntuosa biblioteca abasteciendo felizmente a sus fanáticos
religiosos con escrituras animadas enraizadas en Los Simpson.
Desde los gloriosos días de Watergate y la caída lucifereana de
Nixon, no se habían visto tantos escritos sobre los tenaces engaños y los
creativos crímenes de nuestros gobernantes. También hemos llegado a un punto en
esta edad oscura en el que no sólo no hay héroes a la vista, sino que ni
siquiera existe un camino alternativo disponible. Estamos terriblemente
atrapados en un ahora que pocos previeron, y que aún menos pueden definir, a
pesar de un enjambre de libros y panfletos parecidos a la vasta nube de
langostas que cenó en China en aquella película de los años 30 The Good
Earth.
He leído muchas de estas descripciones de nuestro abatido Estado, en busca de
aquella que mejor describa, en un lenguaje sencillo, cómo es que llegamos a este
punto y hacia dónde parecemos dirigirnos una vez que nuestra buena Tierra se
haya consumido y sólo quede el Éxtasis reptando entre los fieles. Mientras
tanto, los demás podemos aprender mucho de Edad oscura americana:
la fase final del imperio, de Morris Berman, un profesor de sociología
de la Catholic University of America en Washington, DC. Debo confesar que tengo
un interés particular en cualquiera que se refiera a Estados Unidos como un
imperio, ya que me han conferido el crédito de haber colocado por primera vez
esta visión herética a principios de los 70. De hecho, tan disgustado conmigo
estaba un reseñista de libros del Time que como prueba de mi locura
escribió: “¡Incluso se refirió a Estados Unidos como un imperio!” Se debe decir
que por la misma época, Henry Luce, propietario del Time, alardeaba
continuamente acerca del “Siglo Americano”. ¡Cuánta diferencia puede hacer una
palabra!
Berman monta su escena vivamente en la historia reciente. “Ya estábamos en la
fase crepuscular cuando Ronald Reagan, con la perspicacia de un avestruz,
declaró que estábamos en ‘el amanecer de los Estados Unidos’; veinte extraños
años después, bajo el mando del ‘niño emperador’ George W. Bush (como lo llama
Chalmers Jonson), hemos entrado a la Edad Oscura en pleno y seguimos un camino
que no tiene en cuenta el futuro y que tan sólo puede acelerar nuestro declive.
Lo que vemos ahora son claramente las características de occidente tras la caída
de Roma: el triunfo de la religión sobre la razón; la atrofia de la educación y
del pensamiento crítico; la integración de la religión, el Estado y el aparato
de tortura, una troika que para Voltaire constituía el principal horror
del mundo preilustrado; y finalmente, la marginación política y económica de
nuestra cultura (...) De hecho, el historiador británico Charles Freeman publicó
una extensa deliberación sobre la transición que tuvo lugar durante el Imperio
Romano tardío, cuyo título puede servir como resumen emblemático de nuestro
presidente actual: The Closing of the Western Mind. El señor Bush, Dios
lo sabe, no es ningún San Agustín; pero Freeman señala a este último como el
arquetipo de un proceso más general que se desarrolló en el siglo IV, a saber:
‘la gradual sumisión de la razón ante la fe y la autoridad’. Esto es lo que
vemos hoy, y es un proceso que ninguna sociedad puede experimentar si quieres
seguir siendo libre. Sin embargo, es un proceso del que los funcionarios
gubernamentales, junto con buena parte de la población americana, están muy
orgullosos”.
De hecho, los observadores cercanos de esta extraña presidencia, notan que
Bush, al igual que su base evangélica, cree que está en una misión divina y que
la fe triunfa sobre la evidencia empírica. Berman cita a un consejero de la Casa
Blanca que desdeña lo que él llama la comunidad “basada-en-la-realidad”, a lo
que Berman responde de manera sensible: “Si una nación es incapaz de percibir la
realidad de manera correcta e insiste en funcionar partiendo de engaños basados
en la fe, su capacidad para afirmarse en el mundo está casi descartada”.
Berman realiza un breve recorrido por el horizonte americano, revelando un
valle de la muerte cultural. En las escuelas secundarias en las que la evolución
todavía se puede enseñar, muchos maestros temen abordar el tema ante sus
comúnmente involucionados estudiantes.
“Si se añade a esto la omnipresente hostilidad hacia la ciencia por parte del
actual gobierno (por ejemplo, la investigación sobre las células madre), tenemos
una imagen nítida de cómo la Ilustración está siendo minada de manera constante.
La religión también aparece en la actual tendencia americana de explicar los
eventos mundiales (en particular, los ataques terroristas) como parte de un
conflicto cósmico entre el Bien y el Mal, en lugar de comprenderlos en términos
de procesos políticos (...) El maniqueísmo rige en los Estados Unidos. De
acuerdo con una encuesta realizada por la revista Time, el 59 por
ciento de los americanos creen que las profecías apocalípticas de Juan en el
Libro de las Revelaciones se cumplirán, y casi todos ellos creen que
los fieles serán llevados al cielo en el ‘Éxtasis’.
“Finalmente, no deberíamos sorprendernos de la antipatía hacia la democracia
mostrada por el gobierno de Bush (...) Como ya ha sido observado, el
fundamentalismo y la democracia son por completo antitéticos. Lo opuesto a la
Ilustración, desde luego, es el tribalismo y el pensamiento grupal; y cada vez
más, ésta es la dirección en la que va Estados Unidos (...) Anthony Lewis, quien
trabajó como columnista para el New York Times durante 32 años, observa
que lo que ha sucedido después del 11 de septiembre no es sólo la violación de
los derechos de unos cuantos detenidos, sino la erosión de los cimientos mismos
de la democracia. La detención sin juicio, el no permitir el acceso a abogados,
los años de interrogatorios en aislamiento, todos estos elementos ya son moneda
corriente en Estados Unidos, y a la mayoría de los americanos no les importa.
Tampoco les importó la revelación, en julio de 2004 (publicada en
Newsweek), de que durante varios meses la Casa Blanca y el Departamento
de Justicia estuvieron deliberando sobre la viabilidad de cancelar las próximas
elecciones presidenciales ante un posible ataque terrorista.”
Sospecho que los propensos a la tecnología prevalecieron contra esa medida
extrema argumentando que las recién instaladas casillas electrónicas podrían
calibrarse de modo tal que Bush ganara por un buen margen a toda costa (lean el
reporte del congresista Conyers sobre cómo fue arreglada la elección en
Ohio).
Mientras tanto, el adoctrinamiento de la gente continúa felizmente.
“En una Encuesta sobre el estado de la Primera Enmienda llevada a
cabo por la Universidad de Connecticut en 2003, el 34 por ciento de los
americanos encuestados dijo que la Primera Enmienda ‘va demasiado lejos’; el 46
por ciento dijo que había demasiada libertad de prensa; el 28 por ciento pensaba
que los periódicos no deberían poder publicar artículos sin previa autorización
del gobierno; el 31 por ciento quería que se prohibieran las manifestaciones
antibélicas públicas durante la guerra en cuestión, y el 50 por ciento
consideraba que el gobierno debería tener el derecho de limitar la libertad de
culto de ‘algunos grupos religiosos’ en nombre de la guerra contra el
terror.”
Es común que diagnósticos entristecedores como el del profesor Berman
detengan de manera abrupta la letanía de lo que ha salido mal y manifiesten, con
el corazón en la mano, que una vez que la gente se entere de lo que sucede, la
verdad los hará libres y se encenderán millones de velas que ahuyentarán la
oscuridad ante la presencia de tanta luz espontánea. Pero Berman es demasiado
serio para las banalidades comunes. En vez de ello nos dice que aquellos que
podrían encender al menos un cerillo ya no pueden hacerlo porque la información
pública sobre nuestra situación va de lo magro a lo inexistente. ¿Ayudaría el
tener mejores escuelas? Por supuesto, pero, de acuerdo con aquel alegre portador
de noticias enfermas, el New York Times, muchos distritos escolares
están convirtiendo las pruebas de ingestión de alcohol en una práctica común de
un día escolar cualquiera: aparentemente los derivados del opio son el opio de
nuestra drogada juventud
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