12-12-08
Robert Fisk
Al menos 20 centros de tortura de la CIA en Afganistán
La Jornada
Supe que estaba en Tadjikistán esta semana cuando mi teléfono celular libanés
me dio la bienvenida a “Rusia” a mi llegada al aeropuerto de Dushanbé. Sí
amigos, Alpha Beirut en realidad creyó que yo estaba en el imperio del señor
Putin. Y qué maravilla, mi teléfono sonó de nuevo cuando estaba de camino a la
ciudad tadjika de Panj, sobre la rivera del Amu Darya, y me dio la bienvenida a
Afganistán. Una hora más tarde, cuando aún estaba en el norte de Tadjikistán, al
norte del río Oxus, atravesado por Alejandro el Grande, quien se casó con una
mujer de esta zona (y que después fue asesinada), mi celular volvió a sonar.
Esta vez me dio la bienvenida a los Emiratos Árabes Unidos.
Olvidándose de todo Afganistán, parte de Pakistán y de un buen trozo de Irán,
dependiendo de mi ruta de vuelo, mi celular creyó que estaba yo entre las
resplandecientes torres de Dubai cuando en realidad me encontraba en una de las
más pobres ex repúblicas musulmanas. Me recordó cuando, a mediados de los años
70, un jefe de redacción del diario The Times tenía sobre su escritorio
un globo terráqueo giratorio como para afirmar la importancia que él daba a todo
lo global, y señalaba con la punta de su pulgar el lugar de una catástrofe antes
de despachar al reportero más cercano a dicha locación.
De esa forma, alguna vez envió a mi predecesor corresponsal en Líbano por
tierra a cubrir un terremoto en el norte de Turquía –pese a que en medio estaba
Siria, cuyo cruce de frontera requería de una visa que tomaba una semana
tramitar– con el argumento de que Líbano quedaba a sólo medio pulgar de
distancia de Trabzon. Bip. Bienvenido a Turquía.
Sospecho que esto se asemeja mucho a la manera en que la administración Bush
veía el sudeste musulmán de Asia. Un montón de musulmanes en Dushanbé no podía
ser muy diferente a otro montón de musulmanes en Kabul o en los Emiratos Árabes
Unidos. Después de todo, Dushanbé ostenta un escuadrón de la fuerza aérea
francesa que apoya a los británicos en la provincia afgana de Helmand, mientras
que en Dubai se da la bienvenida a la marina real británica, la fuerza aérea
francesa y a sucesivos secretarios de Estado estadunidenses. Esos fastidiosos
musulmanes pueden ser cubiertos con un dedo y un pulgar, ¿para qué molestarnos
con detalles?
Un paralelismo extraño ha emergido desde que Obama resultó electo. Durante la
campaña, el presidente Ahmadinejad, de Irán, anunció que “el régimen israelí
será destruido”. Eso fue lo que dijo en Farsi; no mencionó a “Israel”, aunque
esta distinción parezca innecesaria. Inmediatamente Hillary Clinton anunció que
si Teherán atacaba a Israel ella “aplastaría a Irán”.
Ahora ella será secretaria de Estado y los iraníes están, comprensiblemente,
algo molestos. ¿Significa esto, acaso, que el nuevo gatito del Departamento de
Estado continuará la línea del gatito previo, amenazando con utilizar la fuerza
contra Irán cuando se supone que Obama quiere un “diálogo”?
Una especie de hipocresía a la inversa continuó de inmediato. Clinton,
señalaron “funcionarios” estadunidenses, no debía ser tomada demasiado en serio
pues todo ocurrió en el contexto de una campaña electoral.
En efecto, Obama –distanciándose de las mutuas acusaciones que se hicieron
ambos cuando eran candidatos demócratas a la presidencia– minimizó sin más sus
propios discursos electorales y básicamente admitió que ambos dijeron mentiras
para conseguir votos. Afirmó que la amenaza que representa el chiflado
presidente de Irak será tomada con la mayor seriedad. No es tan difícil captar
el mensaje, ¿verdad? La futura secretaria de Estado no debe ser tomada en serio
cuando amenaza a Irán, pero Irán será tomado muy seriamente cuando amenaza a
Israel.
Adivino que las personas comunes seguiremos tragándonos esa atemorizante
narrativa bajo el régimen de Obama. Vean cuan fácilmente nos tragamos los
adjetivos “altamente disciplinados”, “profesionales”, y “entrenados
militarmente” con que se describió a los carniceros en camiseta que perpetraron
una matanza en Bombay, recorriendo hoteles y una estación ferroviaria.
¿Provenían de Cachemira, de Pakistán o fueron entrenados en campamentos de
Afganistán? Yo también me lo pregunto.
Ahora recuerdo que cuando empezó la obscena guerra civil en Argelia entre
Pouvoir y los “islamitas” a principios de los 80, las autoridades nos
obsequiaron historias de “terroristas usando uniformes militares” degollando a
civiles. Esto siguió durante meses hasta que Tarado Fisk se dio cuenta –y más
tarde confirmó al entrevistar a miembros de las fuerzas de seguridad argelinas–
que los hombres en uniforme de policía eran policías. Ergo en Bagdad, donde los
periodistas narraron al mundo historias de ataques a civiles y extranjeros a
manos de hombres “que usaban uniformes de policía”. Dado que no había uniformes
de policía listos para usar en las bodegas de Baquba, deduzco que eran policías
que trabajaban para los insurgentes.
También sospecho que los “altamente disciplinados” y “profesionales” asesinos
de Bombay provenían del mismo establo. ¿El servicio paquistaní de inteligencia?
Muy probablemente. ¿El ejército paquistaní, en el cual muchos han sido
misteriosamente capturados y desaparecidos en los territorios tribales?
Quizás.
¿Podrían ser de los servicios de seguridad indios, cuya composición
interreligiosa nunca se discute, pero contra los cuales pesan evidencias
sustanciales de matanzas en Cachemira? En estos días, dichos actos de crueldad
deben ser tocados con lo que la policía gusta de llamar “una mente abierta”.
Nótese que hemos olvidado las prisiones secretas de la CIA. En Afganistán,
una fuente de Fisk que nunca –jamás– se ha equivocado, me informa que existen al
menos 20 de estos centros de tortura funcionando en el país, y seis de ellos
están en la provincia de Zabol.
Pero no nos importan los afganos. Aun así, me sorprendió un mínimo incidente
–irrelevante, dirán ustedes– en el aeropuerto de Herat hace unas semanas, cuando
dos afganos me invitaron a almorzar en un restaurante junto a las pistas de
aterrizaje.
Nuestro pequeño avión, en que viajaríamos en la ruta Kandahar-Kabul, estaba
siendo abastecido de combustible mientras yo compartía su pan, té y huevo duro.
Dejé caer al suelo la telaraña que formaban los cascarones de mis huevos.
Imaginen mi vergüenza cuando me puse de pie y vi que mis amigos recogían cada
trozo de cascarón para guardarlo en una bolsa de plástico. Mantengamos
Afganistán limpio. ¿Verdad que lo haremos? Bip. Bienvenido a Afganistán.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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