01-01-2008
El sigiloso avance del fascismo:
Lecciones del pasado
Ray McGovern CommonDreams.org
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
“Existen pocas cosas tan extrañas como la indiferencia calma,
suficiente, con la cual yo y aquellos como yo contemplamos los comienzos de la
revolución nazi en Alemania, como si estuviésemos en un palco en el teatro...
Tal vez la única cosa comparable por lo extraño es el modo como ahora, años
después...”
Son palabras de Sebastian Haffner (seudónimo de Raimund Pretzel), que como
joven abogado en Berlín vivió la toma del poder nazi en los años treinta y
escribió un relato de primera mano. Sus hijos encontraron el manuscrito cuando
falleció en 1999 y lo publicaron el año después como “Geschichte eines
Deutschen.” El libro se convirtió inmediatamente en un éxito de ventas y ha sido
traducido a veinte idiomas – en castellano como “Historia de un alemán –
1914-1933.”
Recientemente tuve noticias de su hija Sarah, artista en Berlín; me informó
que hoy es el 100 aniversario del nacimiento de Haffner. Había visto un artículo
mío en el que cité a su padre y me envió un correo para pedirme que “escriba
algo más sobre el libro y la comparación con el EE.UU. de Bush... es casi
increíble.”
Más sobre Haffner a continuación. Primero, preparemos la escena recapitulando
algo de lo que ha estado sucediendo que pueda resonar para lectores
familiarizados con la ascendencia nazi, señalando cuán “extraño” es que el
ataque frontal contra nuestros derechos constitucionales sea encarado con
semejante “indiferencia calma, suficiente.”
Goebbels se enorgullecería
Han pasado dos años desde que altos responsables del New York Times
decidieran revelar al resto de la población que el gobierno de George W. Bush
había estado realizando escuchas telefónicas de ciudadanos estadounidenses sin
las órdenes judiciales requeridas por la Ley de Vigilancia de la Inteligencia
Extranjera (FISA) de 1978. El Times lo sabía desde bastante antes de la elección
en 2004 y había cedido a las súplicas de la Casa Blanca de que ocultara la
información perjudicial.
A fines de otoño de 2005, cuando se estaba imprimiendo el libro del
corresponsal del Times, James Risen, “Estado de guerra”, revelando las escuchas
sin orden judicial, el editor del Times, Arthur Sulzberger, Jr., reconoció que
ya no podía seguir dejando las cosas para más tarde. Simplemente sería demasiado
embarazoso que el libro de Risen saliera a la venta, mientras Sulzberger y sus
asociados pretendían que esta explosiva historia de escuchas no correspondía al
criterio característico de Adolph Ochs: “Todas las noticias que merecen
publicarse” (el propio defensor del pueblo del Times, el editor público Byron
Calame, calificó la explicación del periódico para la larga demora de la
publicación de esta historia como “deplorablemente inadecuada.”)
Cuando Sulzberger dijo a sus amigos en la Casa Blanca que ya no podía seguir
postergando la publicación en el periódico, fue citado el 5 de diciembre de 2005
a la Oficina Oval para una sesión consultiva con el presidente. Bush trató en
vano de convencerlo de que no colocara la historia en el Times. La verdad
saldría a la luz, en parte, por lo menos.
Fallas imprevistas
Hubo algunas embarazosas fallas imprevistas. Por ejemplo, por desgracia para
el director de la Agencia Nacional de Seguridad [NSA], teniente general Keith
Alexander, la Casa Blanca olvidó decirle que pronto se descubriría el pastel.
Por eso el 6 de diciembre, Alexander habló utilizando los antiguos argumentos al
asegurar a su visitante, el miembro del comité de inteligencia de la Cámara de
Representante Rush Holt (demócrata de Nueva Jersey), que la NSA no realizaba
escuchas de estadounidenses sin una orden judicial.
Poseído todavía de la extraña noción de que se supone que generales y otros
altos responsables no mienten a los comités de supervisión del Congreso, Holt
escribió una mordaz carta al general Alexander, después que el Times, el 16 de
diciembre, colocara en primera página un artículo de Risen y Erich Lichtblau,
“Bush permite que EE.UU. espíe llamadas sin tribunales.” Pero el presidente del
Comité de Inteligencia de la Cámara, Pete Hoekstra (republicano de Michigan),
aparentemente consideró que los escrúpulos de Holt eran ignorantes; Hoekstra no
hizo nada por responsabilizar a Alexander por haber engañado a Holt, el miembro
más experimentado de su comité, que había servido como analista de inteligencia
en el Departamento de Estado.
Lo que vino después me pareció extraño. El día después del artículo en el
Times del 16 de diciembre, el presidente de EE.UU. admitió en público una ofensa
demostrable que podía ser motivo para una impugnación. La autorización de
vigilancia electrónica ilegal era una provisión clave del segundo artículo de la
impugnación contra el presidente Richard Nixon. El 27 de julio de 1974, éste y
otros dos artículos de impugnación fueron aprobados con votos de los dos
partidos en el Comité de la Cámara sobre el sistema jurídico.
Bush adopta una actitud frontal
Lejos de expresar pesar, el presidente alardeó de haber autorizado la
vigilancia “más de 30 veces desde los ataques del 11 de septiembre,” y dijo que
lo seguiría haciendo. El presidente también dijo:
“Los dirigentes en el Congreso han sido informados en más de una
docena de ocasiones sobre esta autorización y las actividades realizadas según
ella.”
El 19 de diciembre de 2005, el Fiscal General de aquel entonces, Alberto
Gonzales, y el director de la NSA Michael Hayden, realizaron una conferencia de
prensa para responder a preguntas sobre el programa de vigilancia, aún anónimo.
A Gonzales le preguntaron por qué la Casa Blanca había decidido desobedecer a la
FISA en lugar de intentar su modificación, prefiriendo en su lugar una “actitud
encubierta.” Replicó:
“Hemos tenido discusiones con el Congreso... sobre si la FISA podría o no ser
modificada para permitir que encaremos adecuadamente este tipo de amenaza, y se
nos informó que sería difícil, si no imposible.” Mmmm. ¿Imposible? Pone a prueba
la credulidad que un programa con el alcance limitado descrito no hubiera podido
lograr una rápida aprobación por parte de un Congreso que acababa de aprobar la
“Ley Patriota” en un tiempo récord. James Risen hizo la siguiente pulla sobre el
ambiente prevaleciente: “En octubre de 2001 hubieran podido montar guillotinas
en las calles de EE.UU.” No era difícil llegar a la conclusión
[http://www.truthout.org/cgi-bin/artman/exec/view.cgi/60/19945] que el programa
de vigilancia debe haber sido de tal alcance y grado de intrusión que, a pesar
del miedo extremadamente agudizado, no haya tenido ni la más remota posibilidad
de ser aprobado.
Pero no conocíamos ni la mitad de su contenido.
Cómo calificar esas actividades
“Programa ilegal de vigilancia” no parecía corresponder totalmente a las
intenciones de la Casa Blanca, y la máquina de relaciones públicas se mostró
desacostumbradamente lenta. Le tomó seis semanas para ponerse de acuerdo en la
denominación: “Programa de Vigilancia de Terroristas,” y FOX News tomó la
delantera, seguida por el propio presidente. Esta etiqueta encajaba
maravillosamente con la retórica del presidente del 17 de diciembre:
“En las semanas después de los ataques terroristas contra nuestra
nación, autoricé a la Agencia Nacional de Seguridad, de modo consistente con la
ley y la Constitución de EE.UU., para que interceptara las comunicaciones
internacionales de gente con vínculos conocidos con al Qaeda y organizaciones
terroristas relacionadas... La autorización que di a la Agencia Nacional de
Seguridad después del 11 de septiembre, ayudó a encarar ese
problema...”
Y el general Michael Hayden, que encabezó la NSA de 1999 a 2005, estaba por
cierto en la misma línea, disimulando de modo tan convincente como el
presidente. En sus audiencias de confirmación de mayo de 2006 para llegar a ser
director de la CIA, habló de su examen de conciencia cuando, como director de la
NSA, se le pidió que realizara escuchas de estadounidenses sin un mandato
judicial. “Tuve que tomar esa decisión personal a comienzos de octubre de 2001,”
dijo Hayden, “fue una decisión personal... No podía dejar de hacerlo.”
Como muchas otras cosas, todo fue por el 11-S. Pero ahora sabemos que...
Comenzó siete meses antes del 11-S
¿Cuántas veces lo habéis escuchado? El mantra de que “después del 11-S todo
cambió” ha asegurado la absolución de toda clase de pecados.
Sentimos renuencia, comprensiblemente, a creer lo peor de nuestros
dirigentes, y esto tiende a llevarnos a ser negligentes. Después de todo, el
antiguo Secretario del Tesoro Paul O’Neill nos ha informado que se hicieron
cambios drásticos en la política exterior de EE.UU. hacia el problema
israelí-palestino y hacia Iraq en la primera reunión del Consejo Nacional de
Seguridad el 30 de enero de 2001. ¿No debiéramos hacer previsto también cambios
trascendentales en el interior?
Información publicada por Rocky Mountain News y documentos y testimonio
judiciales en un caso involucrando a Qwest Communications sugieren fuertemente
que en febrero de 2001 Hayden hizo rápidamente la venia cuando el gobierno de
Bush instruyó a la NSA para que sobornara a AT&T, Verizon, y a Qwest para
que espionaran ilegalmente a ti, a mí, y a otros estadounidenses. Hay que
considerar que esto no habría tenido nada que ver con el terrorismo, que en
realidad no apareció realmente en la pantalla de radar del nuevo gobierno hasta
una semana antes del 11-S, a pesar de los ruegos de los asesores de Clinton de
que el tema merecía una urgencia extremadamente elevada.
De modo que esta faceta previa al 11-S, desconocida hasta hace poco, del
“Programa de Vigilancia de Terroristas” no tenía que ver con Osama bin Laden o
con quienquiera con quien él o sus asociados pudieran estar hablando. Tenía que
ver con nosotros. Sabemos que los demócratas que fueron informados sobre el
“Programa de Vigilancia de Terroristas” incluyen a la presidenta de la Cámara,
Nancy Pelosi (demócrata de California) (que tiene la participación más
prolongada en el Comité de Inteligencia de la Cámara), la congresista Jane
Harman (demócrata de California) y Jay Rockefeller (demócrata de Virginia
Occidental). ¿Podría interpretarse su falta de comentario público sobre las
noticias de que el fisgoneo comenzó mucho antes del 11-S como una señal de que
fueron cooptados y luego juraron guardar el secreto?
Es una pregunta importante. ¿Fueron informados los dirigentes apropiados en
el Congreso de que días después de la primera inauguración de George W. Bush la
aspiradora electrónica de la NSA comenzó a succionar informaciones sobre
nosotros, a pesar de la ley FISA y de la Cuarta Enmienda?
¿Son todos cómplices?
¿Están a punto de ceder los dirigentes demócratas otorgando inmunidad
retroactiva a esas corporaciones de las telecomunicaciones –AT&T y Verizon –
que ganaron millones burlándose de la ley y de la Constitución? (Qwest, lo que
habla a su favor, escuchó el consejo de su abogado que dijo que lo que pedía la
NSA era claramente ilegal.)
¿Qué pasa aquí? ¿No sienten los dirigentes del Congreso lo que está en juego?
Últimamente se ha puesto de modo el adjetivo “invertebrado” para describir a los
demócratas del Congreso – sin querer ofender a gusanos y lombrices.
Los nazis y los que les dan el poder
No hay que ser nazi. También se puede ser, bueno, un cordero.
En su diario, Sebastian Haffner, condena abiertamente lo que llama la
“docilidad corderil” con la que el pueblo alemán reaccionó a un acontecimiento
similar al 11-S: el incendio del Parlamento alemán (Reichstag) del 27 de febrero
de 1933. Haffner considera muy significativo que ninguno de sus conocidos “no
haya visto nada extraordinario en el hecho de que, desde entonces, le pincharan
su teléfono, se abrieran sus cartas, y que pudieran meterse en su
escritorio.”
Pero Haffner reserva su condena más vehemente para los políticos cobardes.
¿Ves algunos paralelos con nuestros días?
En las elecciones del 4 de marzo de 1933, poco después del incendio del
Reichstag, el partido nazi logró sólo un 44% de los votos. Sólo la “traición
cobarde” de los socialdemócratas y otros partidos a los que el pueblo alemán
había dado un 56% de los votos posibilitó que los nazis se apoderaran de todo el
poder. Haffner agrega: “En el último análisis sólo esa traición explica el
hecho casi inexplicable de que una gran nación, que no puede haber consistido
enteramente de cobardes, haya caído en la ignominia sin luchar.”
Los dirigentes socialdemócratas traicionaron a sus partidarios – “en su mayor
parte individuos decentes, poco importantes.” En mayo cantaron el himno nazi; en
junio disolvieron el Partido Socialdemócrata.
El Zentrum (Partido católico de clase media) cerró en menos de un mes, y
finalmente suministró los votos necesarios para la mayoría de dos tercios que
“legalizó” la dictadura de Hitler.
En cuanto a los conservadores de derecha y los nacionalistas alemanes: “Oh
Dios,” escribe Haffner, “qué espectáculo infinitamente ignominioso y cobarde
presentaron sus dirigentes en 1933 y continuaron presentando posteriormente...
Aceptaron todo: el terror, la persecución de judíos... Ni siquiera les molestó
cuando su propio partido fue prohibido y sus propios miembros arrestados.” En
suma:
“No hubo un solo ejemplo de defensa enérgica, de coraje o de
principio. Sólo hubo pánico, huída, y deserción. En marzo de 1933 millones
estaban dispuestos a combatir a los nazis. De un día al otro se encontraron sin
dirigentes... En el momento de la verdad, cuando otras naciones dan la talla
espontáneamente, los alemanes se derrumbaron colectiva y lánguidamente. Cedieron
y capitularon, y sufrieron una crisis de nervios... El resultado actual es la
pesadilla para el resto del mundo.”
Es lo que puede pasar cuando virtualmente todos son intimidados.
Nuestros Padres Fundadores no olvidaron este hecho, de ahí, James
Madison:
“Creo que hay más casos de reducción de la libertad del pueblo
mediante intrusiones graduales y silenciosas por parte de los que están en el
poder que por usurpaciones violentas y repentinas... Los medios de defensa
contra el peligro exterior se han convertido históricamente en instrumentos de
la tiranía interior.”
No podemos decir que no nos hayan advertido.
------------ Ray McGovern trabaja con Tell the Word, el brazo editor de la
ecuménica Iglesia del Salvador en Washington, DC. Ex oficial del ejército y
analista de la CIA, trabajó en Alemania durante cinco años, es cofundador de los
Profesionales Veteranos de la Inteligencia por la Cordura.
Este artículo apareció primero en Consortiumnews.com.
http://www.commondreams.org/archive/2007/12/27/6026/print/
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