El imperio hace su jugada para apropiarse de Oriente Medio
Por John Pilger
El Museo Nacional de Historia Americana es parte de la celebrada Institución
Smithsoniana, en Washington, DC. Rodeado de falsos edificios grecorromanos con
sus empinadas columnas corintias, águilas rampantes y esculpidas profundidades,
está en el centro del imperio, aunque la propia palabra no está grabada en
ninguna parte. Es comprensible, en la medida en que sus pares Hitler y Mussolini
eran también orgullosos imperialistas: en el desempeño de la “gran misión de
liberar al mundo del mal”, en palabras del presidente Bush.
Una de las
exhibiciones del museo se llama “El precio de la libertad: los americanos en
guerra”. En el espíritu de la Gruta Mágica de Papá Noel, esta parodia de
revisionismo nos ayuda a comprender cómo el silencio y la omisión se despliegan
tan exitosamente en las sociedades libres, saturadas de información. A las colas
de gente que van pasando por el museo, muchos de ellos niños, se les manda el
mensaje presuntuoso de que los EEUU siempre “construyeron la libertad y la
democracia”, notablemente en Hiroshima y Nagasaki donde la bomba atómica salvó
“un millón de vidas” y en Vietnam, donde los cruzados estadounidenses estaban
“determinados a parar la expansión comunista” y en Irak, donde los mismos
corazones puros “llevaron a cabo ataques aéreos de una precisión sin
precedentes”.
Las palabras “invasión” y “controvertida” son sólo fugaces
apariencias; no hay nada allí que sugiera que la “gran misión” ha supervisado,
desde 1945, el intento de derrocamiento de 50 gobiernos, muchos de ellos
democráticos, junto con el aplastamiento de los movimientos populares que
luchaban contra la tiranía y el bombardeo de 30 países, causando una pérdida
incontable de vidas. En Centroamérica, en la década de 1980, las milicias de
pistoleros que Ronald Reagan entrenó y armó segaron 300.000 vidas; en Guatemala,
lo mismo fue descrito por la ONU como genocidio. No se pronuncia ni una palabra
de todo esto en la Gruta. En realidad, gracias a exhibiciones así, los
estadounidenses pueden venerar la guerra confortados por los crímenes ajenos y
desconociendo todo de los propios.
En la Gruta de Papá Noel no hay lugar
para la honesta “People's History of the United States” (editada en español como
“La otra historia de los Estados Unidos”. N. del T.), de Howard Zinn, ni para la
revelación de I F Stone de la verdad de lo que el museo llama “la guerra
olvidada” de Corea, ni para la definición de patriotismo de Mark Twain como la
necesidad de mantener “a alto costo, múltiples asesinos uniformados a mano para
arrebatar tajadas a los países de otras gentes”. Más aún, en la tienda de “El
precio de la libertad”, usted puede comprar el Monopoly del Ejército de EEUU y
una “manta de la nación agradecida” por sólo 200 dólares. Los promotores
corporativos de la exhibición incluyen a Sears Roebuck, el gigantesco minorista.
La idea está clara. Entender el poder del adoctrinamiento en las sociedades
libres es también entender el poder subversivo de la verdad que suprime. Durante
la era de Blair, en el Reino Unido, precoces revisionistas del imperio han sido
abrazados por los medios pro guerra. Inspirados en la exigencia mesiánica
norteamericana de “victoria” de la guerra fría, sus seudohistorias han buscado
no sólo lavar la sangre resbaladiza de la esclavitud, el pillaje, el hambre y el
genocidio que fue el imperialismo británico (“el imperio fue una fuerza ejemplar
por el bien”: Andrew Roberts) sino también para rehabilitar las convicciones
gladstonianas de superioridad y promover “la imposición de los valores
occidentales”, en palabras de Niall Fergurson.
Ferguson paladea
“valores”, un concepto lisonjero que abarca tanto la barbarie del pasado
imperial como la brutalidad de hoy, vestida de mercado “libre”. El nuevo código
para raza y clase es “cultura”. Así, la campaña continuada y pirática de los
ricos y poderosos contra los pobres y débiles, especialmente aquéllos que poseen
recursos naturales, se ha transformado en un “choque de civilizaciones”. Desde
que Francis Fukuyama escribió su estupidez acerca del “fin de la historia” (de
la que luego renegó) la tarea de los revisionistas y del periodismo predominante
ha consistido en popularizar el “nuevo” imperialismo, tal como en la serie de
Ferguson War of the World, por Channel 4 y en la frecuente repetición de sus
asertos por la BBC. De esta manera, el público es “ablandado” para la rapaz
invasión de países bajo falsas pretensiones, incluyendo un no improbable ataque
nuclear a Irán y el ascenso en Washington de una dictadura ejecutiva, tal como
está previsto por el vicepresidente Cheney. Tan inminente es esto último que un
supino Congreso dará marcha atrás, casi con certeza, a la reciente decisión de
la Suprema Corte de proscribir el tribunal arbitrario de Guantánamo. El juez que
redactó la opinión mayoritaria – en una corte superior que Bush mismo congregó –
hizo sonar su alarma a través de esta cita fundacional de James Madison: “La
acumulación de todos los poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial en
las mismas manos, sea en las de uno, en las de unos pocos o en las de muchos y
sea por herencia, autodesignación o elección, puede con justicia ser considerada
como la verdadera definición de la tiranía.” La catástrofe en Oriente Medio
es el producto de una tiranía imperial semejante. Está claro que el largamente
planeado asalto sobre Gaza y luego la destrucción de Líbano fueron ordenados por
Washington y son pretextos para una más amplia campaña que tiene por meta la
instalación de marionetas de EEUU en Líbano, en Siria y, eventualmente, en Irán.
“El tiempo de saldar cuentas ha llegado”, escribió el historiador israelí Ilan
Pappe; “ahora, el comisionado tendrá que salvar al imperio de su complicada
situación.”
La propaganda de acompañamiento – el abuso del lenguaje y la
eterna hipocresía – ha alcanzado su nadir en las últimas semanas. Un soldado
israelí perteneciente a una fuerza invasora fue capturado y retenido,
legítimamente, como prisionero de guerra. Dando parte de ello como de un
“secuestro”, se activó aún más la carnicería de civiles palestinos. El
apresamiento de dos de ellos dos días antes de la captura del soldado no fue
tema de interés. Ni lo fue el confinamiento de miles de palestinos secuestrados
en las prisiones israelíes ni la tortura de muchos de ellos, tal como fue
documentado por Amnistía Internacional. La historia del soldado raptado canceló
cualquier investigación seria de los planes de Israel de reinvadir Gaza, de la
que había puesto en escena una falsa retirada. El hecho y la significación del
alto el fuego de 16 meses que Hamás se autoimpuso se perdieron en tonterías
acerca del “reconocimiento de Israel” junto con el estado de terror impuesto por
Israel en Gaza – el lanzamiento de una bomba de más de 200 kilogramos sobre un
bloque residencial, el disparo de hasta 9.000 obuses de artillería pesada sobre
uno de los lugares más densamente poblados de la tierra y el terror nocturno
provocado por el estruendo ultrasónico. “No quiero que nadie duerma por la
noche en Gaza,” declaró el primer ministro israelí Ehud Olmert mientras los
niños se volvían locos. En su defensa, los palestinos dispararon un puñado de
misiles Qassam y mataron a ocho israelíes: lo suficiente para asegurar el
victimismo de Israel en la BBC; hasta Jeremy Bowen arremetió con una bochornosa
“ecuanimidad” al referirse a las “dos narrativas”. El equivalente histórico no
está lejos del bombardeo y sometimiento a la hambruna del gueto judío de
Varsovia por los nazis. Trate usted de imaginar esto descrito como “dos
narrativas”.
Observando cómo se desarrolla todo esto en Washington –
estoy residiendo en un hotel acaparado por evangélicos “Cristianos por Israel”,
que aparentemente buscan el éxtasis – sólo he oído los más crudos estribillos
coloniales y ninguna verdad. Hezbolá, según canturrean las caricaturas
periodísticas norteamericanas, está “armado y financiado por Siria e Irán”, y
entonces hacen señas sobre un ataque a esos países mientras guardan silencio
acerca de los 3.000 millones de dólares diarios como obsequio en aviones, armas
cortas y bombas a un estado cuya violación de la ley internacional es un récord
mundial registrado.
Nunca se menciona que, tal como el auge de Hamás fue
una respuesta a las atrocidades y humillaciones que los palestinos han sufrido
durante medio siglo, así Hezbolá se formó sólo como una defensa contra la
asesina invasión de Líbano por Ariel Sharon en 1982, que dejó 22.000
muertos. Nunca se menciona que Israel interviene a voluntad, ilegal y
brutalmente, en el restante 22 por ciento de la histórica Palestina, habiendo
demolido 11.000 hogares y separado con un muro a la población de sus tierras de
labranza, familias, hospitales y escuelas. Nunca se menciona que la amenaza a la
existencia de Israel es un bulo ni que el verdadero enemigo de su pueblo no son
los árabes sino el sionismo y unos EEUU imperiales que garantizan un estado de
Israel como la antítesis del judaísmo humano. La extraordinaria injusticia hecha
a los palestinos es el meollo del asunto. Mientras los gobiernos europeos (con
la honorable excepción de Suiza) se han mostrado sin agallas, es sólo Hezbolá
quien acude en auxilio de los palestinos. Qué sonrojante, de veras. No existe
una “narrativa” mediática de la heroica resistencia palestina durante dos
alzamientos, y con hondas y piedras la mayor parte del tiempo. Los asesinatos,
por parte de Israel, de Rachel Corrie y de Tom Hurndall les han dejado
completamente solos. Sumado al silencio de los gobiernos, todo esto es
consternante. En un programa central de la BBC, a Maureen Lipman, una judía y
promotora de buenas causas selectivas, se le permite decir, sin que se la
cuestione seriamente, que la “vida humana no es barata para los israelíes, y la
vida humana en el otro bando está completamente devaluada, de
hecho...”
Dejemos que Lipman vea los funerales de los niños de Gaza
después de una misión de bombardeo israelí, a sus padres petrificados por la
aflicción. Dejemos que observe a una joven mujer palestina – y ha habido muchas
de ellas – gritar de dolor mientras da a luz en el asiento trasero de un coche,
por la noche, en un control de carretera israelí, después de haberle sido
intencionadamente negado el derecho de ingreso a un hospital. Luego dejemos que
Lipman contemple al padre del niño cargando a su recién nacido a través de
campos helados hasta que se pone azul y muere.
Creo que Orwell tenía
razón en este pasaje de 1984, un relato del imperio total: “Y en el
endurecimiento general de la actitud que dio lugar... a prácticas que habían
sido abandonadas desde hacía mucho tiempo - encarcelamientos sin juicio, empleo
de los prisioneros de guerra como esclavos, ejecuciones públicas, tortura para
extraer confesiones... y la deportación de poblaciones enteras – no sólo
llegaron a ser comunes otra vez, sino toleradas y hasta defendidas por gente que
se consideraba a sí misma ilustrada y progresista.”
El nuevo libro de
John Pilger, “Freedom Next Time”, fue publicado por Bantam Press.
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