El auge del fascismo cristiano y su amenaza para la democracia
estadounidense
Chris Hedges
[Traducido del inglés para La
Haine por Felisa Sastre] El secuestro incontrolado de Estados Unidos actualmente
en marcha, con las bendiciones de los dos grandes partidos políticos, anuncia no
sólo el dominio absoluto de la oligarquía del país sino la eventual desaparición
del Estado democrático y el nacimiento del fascismo estadounidense
El Dr. James Luther Adams, mi profesor de ética en la Harvard
Divinity School, nos decía a sus alumnos que cuando tuviéramos su edad -entonces
se encontraba cercano a los 80 años- tendríamos que enfrentarnos a los
“fascistas cristianos”.
El aviso, dado hace 25 años, se producía en el momento en que
Pat Robertson y otros predicadores de la radio y la televisión empezaban a
hablar sobre una nueva religión política que iba a dirigir sus esfuerzos a
controlar todas las instituciones, incluidos los principales medios de
comunicación y el Gobierno. Su objetivo expreso era servirse de Estados Unidos
para establecer un imperio cristiano mundial. Esta llamada a los
fundamentalistas y evangelistas para que tomaran el poder fue un cambio radical
y funesto del cristianismo tradicional. En aquellos momentos, resultaba difícil
tomarse en serio semejantes fantasías retóricas, especialmente dadas las
cualidades bufonescas de quienes las propagaban, pero Adams nos prevenía contra
la ceguera del esnobismo intelectual. Los nazis, decía, no iban a regresar con
svásticas y camisas pardas. Sus herederos ideológicos habían encontrado en las
páginas de la Biblia una máscara para el fascismo.
No era un hombre que usara la palabra fascista a la ligera.
Había vivido en Alemania en 1935 y 1936 y trabajó con la iglesia clandestina
anti-nazi, conocida como la Confessing Church, dirigida por Dietrich Bonhoeffer.
Fue detenido e interrogado por la Gestapo que le sugirió que considerara el
volverse a Estados Unidos. Sugerencia que aceptó y se fue en un tren nocturno
con fotografías de Hitler enmarcadas y colocadas encima del equipaje de sus
maletas para ocultar los rollos de película casera que había filmado sobre la
German Christian Church, pro-nazi, y con algunos de los pocos individuos que
desafiaban a los nazis, entre ellos los teólogos Karl Barth y Albert Schweitzer.
El truco funcionó: cuando los policías de frontera abrieron las maletas vieron
los retratos del Führer y las volvieron a cerrar. Vi durante horas aquellas
películas rudimentarias en blanco y negro mientras él las comentaba en su
apartamento de Cambridge.
Adams comprendió que los movimientos totalitarios se aprovechan
de la profunda desesperanza personal y económica. Llamaba la atención sobre el
hecho de la desaparición de puestos de trabajo en las fábricas, sobre el
empobrecimiento de la clase obrera estadounidense, y sobre la destrucción física
de comunidades enteras en los enormes, desolados y decadentes suburbios urbanos
que estaban deformando rápidamente nuestra sociedad. El actual ataque contra la
clase media, que vive ahora en un mundo donde todo lo que puede colocarse en
programas de ordenador puede fabricarse fuera, le habría horrorizado. Las
historias que me han contado muchos miembros de este movimiento en los dos
últimos años, cuando trabajaba en American Fascists: The Christian Right and the
War on America, eran historias de este tipo de fracasos: personales,
comunitarios y frecuentemente económicos. Esta desesperanza, decía Adams, iba a
dar poder a peligrosos visionarios- a esos que hoy bombardean en las ondas con
utopías religiosas que prometen erradicar, a través de una purificación
apocalíptica, el viejo y miserable mundo que ha desilusionado a tantos
estadounidenses.
Esos cristianos utópicos prometen remplazar su vacío interior y
material con un mundo mítico donde el tiempo se detiene y todos los problemas
quedan resueltos. La desesperanza que crece y se extiende por Estados Unidos, de
la que he sido testigo en muchas ocasiones durante mis viajes por el país, sigue
sin afrontarse por el partido Demócrata que ha abandonado a la clase obrera,
como sus colegas republicanos, por la financiación de las grandes
corporaciones.
La derecha cristiana ha atraído a decenas de millones de
estadounidenses ( que se sienten verdaderamente abandonados y traicionados por
el sistema político) desde un mundo basado en la realidad a otro mágico, hacia
fantásticas visiones de ángeles y milagros, a un creencia infantil en que Dios
tiene planes para ellos y Jesús los va a guiar y proteger. Esta visión
mitológica del mundo, que considera inútil la ciencia y los interrogantes
objetivos, que predica que la pérdida del trabajo y del seguro de enfermedad no
tienen importancia mientras uno se encuentre en buenas relaciones con Jesús,
ofrece un falso y sólido mundo que se enfrenta a los anhelos emocionales de sus
desesperados seguidores ante la realidad. Crea un mundo donde los hechos se
sustituyen por las opiniones, donde las mentiras se transforman en verdades: la
auténtica esencia del Estado totalitario. Un mundo en el que se acepta la
licencia para matar, para destruir a todos aquellos que no están de acuerdo con
esta manera de ver las cosas, desde los musulmanes en Oriente Próximo hasta
quienes en casa se niegan a someterse al movimiento. Un movimiento que
eficazmente da poder a una oligarquía rapaz cuyo dios es el máximo beneficio a
costa de los ciudadanos.
Vivimos ahora en un país donde el 1 por ciento de la clase alta
controla más riqueza que el 90 por ciento de los que están abajo; donde hemos
legalizado la tortura y podemos encarcelar a los ciudadanos sin proceso
judicial. Arthur Schlensinger en The Cycles of American History, escribía que “
las épocas de las grandes religiones se hicieron notables por su indiferencia
hacia los derechos humanos en el sentido contemporáneo, no sólo por su
aceptación de la pobreza y la opresión sino por su entusiasta justificación de
la esclavitud, la persecución, la tortura y el genocidio.”
Adams vio en la derecha cristiana (mucho antes que nosotros
fuéramos conscientes de ello) semejanzas perturbadoras con la Iglesia Cristiana
de Alemania y el partido nazi, semejanzas que, decía, en el caso de
inestabilidad social prolongada o crisis nacional, podrían ocasionar el auge de
los fascistas estadounidenses con el disfraz de la religión para desmantelar la
sociedad abierta. Se desesperaba con los liberales de Estados Unidos quienes,
como en la Alemania nazi, articulaban estúpidos tópicos sobre el diálogo y la
tolerancia que los convertían en ineficaces y sin fuerza. Los liberales, decía,
ignoran el poder y el encanto del mal o de la cruda realidad del funcionamiento
del mundo. La actual deriva de los Demócratas, con muchos de ellos preguntándose
cómo tender la mano a un movimiento cuyos líderes los consideran “demoníacos” y
“satánicos”, no habría sorprendido a Adams. Como Bonhoeffer, no creía que
quienes en los confusos tiempos venideros se comprometieran de verdad en una
lucha ( que para él formaba parte del mensaje bíblico) fueran a provenir de la
iglesia o de la elite liberal o laica.
Su crítica de las universidades más renombradas, y de los medios
de comunicación, no era menos demoledora. Esas instituciones, autistas,
comprometidas por sus estrechas relaciones con el Gobierno y con las
corporaciones, satisfechas con su parte de la tarta, no estaban dispuestas a
enfrentarse con las fundamentales cuestiones morales y desigualdades de la
época. Esas instituciones carecen de valor para una batalla que podría costarles
prestigio y bienestar. Adams me decía- sospecho que medio en broma- que si los
nazis se apoderaran de Estados Unidos, “el 60 por ciento del claustro de Harvard
comenzarían sus clases con el saludo nazi.” Algo que tampoco era una
abstracción: él mismo había presenciado cómo los profesores de la Universidad de
Heidelberg, incluido el filósofo Martin Heidegger, levantaban sus brazos
rígidamente ante los estudiantes al empezar la clase.
Dos décadas después, incluso a la vista del auge creciente de la
derecha cristiana, sus predicciones parecen apocalípticas. Y sin embargo el
poder en la sombra de la derecha cristiana ya se ha trasladado desde las zonas
marginales de la sociedad a la Cámara de Representantes y al Senado. Cuarenta y
cinco senadores y 186 miembros de la Cámara anterior a las últimas elecciones
obtuvieron el apoyo de entre el 80 y el 100 por ciento de los tres grupos más
influyentes de la derecha cristiana: la Christian Coalition, Eagle Forum y
Family Resource Council. El presidente Bush ha transferido centenares de
millones de dólares en subvenciones federales a esos grupos y ha desmantelado
programas federales para investigación científica, derechos reproductivos y SIDA
para rendir homenaje a la falsa ciencia y a la charlatanería de la derecha
cristiana.
Sospecho que el deseo de Bush sea convertirse en un personaje
débil de transición, nuestra versión de Otto von Bismarck, quien también se
sirvió de “valores” para movilizar a sus bases a finales del siglo XIX y se
inventó la “Kulturkamft”, término para justificar las guerras culturales contra
los católicos y los judíos. Los ataques de Bismarck, que profundizaron en
Alemania y desacreditaron a grandes sectores de la sociedad mediante un discurso
aceptable socialmente, prepararon el camino para el racismo y la represión más
violentos de los nazis.
La derecha radical cristiana, al exigir un “Estado cristiano”-
donde grupos enteros de la sociedad estadounidense, desde los homosexuales y las
lesbiana a los liberales, artistas e intelectuales, que no tienen legimitidad y
hay que reducir, en el mejor de los casos, a ciudadanos de segunda clase- está a
la espera de una crisis, de un cataclismo económico, de otro catastrófico
atentado terrorista o de una serie de desastres medioambientales. Una época de
inestabilidad les permitiría impulsar su programa radical, un programa que
venderían a la aterrorizada opinión pública estadounidense como el retorno a la
seguridad, a la ley y al orden, y a la pureza moral y a la prosperidad. Este
movimiento- el más peligroso de los movimientos de masas de la historia
estadounidense- no se desmantelará hasta que se afronten las crecientes
injusticias sociales y económicas que devastan este país; hasta que las decenas
de millones de estadounidenses, ahora atrapados en los herméticos sistemas de
adoctrinamiento de las radio y televisiones y de las escuelas cristianas, se
reincorporen a la sociedad estadounidense y tengan un futuro, un futuro con
esperanza, con salarios adecuados, con seguridad en el trabajo y con amplia
asistencia social del gobierno federal.
El secuestro incontrolado de Estados Unidos actualmente en
marcha, con las bendiciones de los dos grandes partidos políticos, anuncia no
sólo el dominio absoluto de la oligarquía del país sino la eventual desaparición
del Estado democrático y el nacimiento del fascismo estadounidense.
* Chris Hedges ha sido jefe del departamento de Oriente
Próximo en The New York Times y es autor de War Is a Force That Gives Us Meaning
Alternet.org, 8 de febrero de 2007
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|