Revolución #113, 23 de
diciembre de 2007
Tortura…
Videos destruidos… ¿La nueva normalidad?
¡A MOVILIZARSE!
El 7 de diciembre, el New York Times informó que en el 2005 la CIA destruyó
videos grabados en un centro de detención secreto cuando a dos detenidos los
sometían a “técnicas de interrogatorio severas”, o sea, la tortura. Los videos
duraban cientos de horas.
Después de que salió esta noticia, se supo que entre las “técnicas” que se
ven en los videos es la que llaman “waterboarding”, o el submarino, en que
sujetan al preso con los pies elevados y le cubren la cara con una sábana o un
plástico. Luego le echan agua encima, generando asfixia y haciéndole pensar que
se va a ahogar; en ocasiones han matado a los detenidos con esta técnica.
Se informa que las torturas se realizaron en el 2002, en una de las prisiones
secretas de la CIA, conocidas como “sitios negros”, que están en diferentes
partes del mundo, como Afganistán, Tailandia y Europa Oriental. Los videos
destruidos eran del interrogatorio de Abu Zubaydah, un saudita que Estados
Unidos alega era “íntimo colaborador” de Osama bin Laden, y Abd al-Rahim
al-Nashiri, otro saudita oriundo de Yemen a quien se le acusa del bombardeo del
buque de guerra estadounidense Cole en Yemen. Ahora los dos están presos con
cientos de otros en el campamento de tortura de Guantánamo.
La víspera del artículo del New York Times, el director de la CIA, Michael
Hayden, envió una carta a todos los empleados de la CIA en que dijo que
destruyeron los videos porque ya no tenían ningún “valor de inteligencia” y
representaban un “riesgo grave de seguridad”, porque si filtraban a los medios
los agentes de la CIA “y sus familias correrían el riesgo de represalias de Al
Qaeda y sus simpatizantes”.
Tom Malinowski, director de Human Rights Watch, señaló lo falso de la
afirmación de Hayden de querer proteger la identidad de agentes de la CIA:
“Millones de documentos que se encuentran en los archivos de la CIA, si se
filtran, podrían identificar a agentes de la CIA. La única diferencia es que
estos videos son de actividades potencialmente criminales. Parece que entendían
que muestran actos de tortura”.
Al filtrar la noticia de los videos, la maquinaria propagandística del
sistema empezó a funcionar a todo vapor. Empezaron a hablar de “investigaciones”
del Senado y la Cámara de Representantes para supuestamente llegar al fondo del
asunto. Pero el gobierno de Bush lo pasó por alto y ni siquiera habla de
abandonar la tortura ni las detenciones secretas.
Parte del “cuento” que están tejiendo es la gira de los canales de TV de John
Kiriakou, un ex agente de la CIA que participó en la tortura de Zubaydah. Con su
comportamiento de “niño bien educado”, mintió con toda seriedad sobre lo
“amistoso” y “cortés” que fue el proceso. Pero admitió que una de las “técnicas
mejoradas” que usaron contra los detenidos era el submarino. Kiriakou describe
los interrogatorios como una serie de conversaciones “interesantes”, acompañados
de unos pocos minutos de técnicas “mejoradas” contra los detenidos. Dice que el
submarino —durante el cual él no estaba presente— duró 35 segundos y fue
suficiente para “doblegar” al detenido. ¿Pero por qué decidió la CIA destruir
cientos de horas de videos si solo muestran unos pocos segundos de tortura? La
ofensiva propagandística tenía el propósito de darle una “cara humana” a los
torturadores yanquis y hacerle tragar a la gente la idea de que la tortura
podría ser algo moralmente “inquietante”... pero es necesaria si puede parar
actos “terroristas”. Fue un esfuerzo insidioso de condicionar a la población a
aceptar la tortura.
Pregunta: ¿¡¿Qué clase de sociedad tortura a personas por cientos de horas...
graba la tortura por quién sabe qué razones... luego destruye los videos por
temor que a se den a conocer... permite un escándalo de cuatro días... antes de
“volver” a enfocarse en las últimas noticias sobre el caso de custodia de
Britney Spears?!?
Nuevos saltos para justificar normas fascistas
El espeluznante espectáculo en torno a los videos de tortura de la CIA es un
paso gigante en la orientación fascista con que están remoldeando la
sociedad.
Durante los últimos seis años, el gobierno de Bush ha legitimado la tortura
por medio de órdenes ejecutivas y “opiniones judiciales” que esquivaron,
rechazaron o cambiaron leyes o fallos judiciales. En enero del 2002, el abogado
de la Casa Blanca, Alberto Gonzales (que después sería secretario de Justicia)
escribió que la “guerra contra el terror” había hecho “obsoleto” el Convenio de
Ginebra contra la tortura. El tristemente célebre “memorando sobre la tortura”
redactado por John Yoo, subsecretario de Justicia, ese mismo año, declaró que el
interrogatorio no es tortura a menos que causa dolores “equivalentes en
intensidad al dolor que acompaña una herida física seria, tal como el fallo de
un órgano, el impedimento de funciones del cuerpo o hasta la muerte”. Ese mismo
memorando decía que, según la Constitución, las leyes estadounidenses contra la
tortura no se aplican al presidente.
En el 2005, cuando el Congreso debatió una ley sobre detenidos que hubiera
prohibido el “tratamiento cruel, infrahumano y degradante”, el Departamento de
Justicia de Bush publicó una opinión legal secreto que declaró que
ninguno de los métodos que usaba la CIA era ilegal, entre ellos el
submarino. Ese memorando secreto sigue vigente hasta la fecha.
En septiembre del 2006, después de que se dio a conocer que la CIA tenía
prisiones secretas, Bush anunció, con arrogancia, que era cierto y demandó que
el Congreso ratificara las medidas que permiten torturar. En octubre,
el Congreso aprobó la Ley de Comisiones Militares, que legitima y legaliza el
programa global de tortura de la CIA. La ley supuestamente prohibió ciertas
formas de tortura, pero no mencionó (y por tanto no prohibió) otras formas de
tortura, como el submarino. La ley también modificó las leyes existentes para
justificar las torturas que ya se habían cometido, para proteger a funcionarios
y agentes del gobierno estadounidense de acusaciones de crímenes de guerra.
También creó un nuevo sistema de tribunales militares para los detenidos que el
presidente ha declarado “combatientes enemigos extranjeros ilegales”. En este
sistema, el gobierno, después de torturar a los presos, los puede pasar ante una
comisión militar para realizar un juicio irregular en que el acusado no tiene el
derecho a defenderse.
En julio de este año, Bush publicó una orden ejecutiva que le permitió a la
CIA reanudar su programa secreto de torturas que había suspendido temporalmente.
La orden dice que los interrogatorios deberían seguir las pautas del Convenio de
Ginebra que prohíben “tratamiento humillante y degradante”. Pero no dice cuáles
“métodos” específicos se aprueban o prohiben. Básicamente Bush ha dicho: todo lo
que hacemos tras puertas cerradas es legal, créannos.
Ahora, a pesar de que se han dado a conocer los videos de la CIA (y el
encubrimiento), la amenaza de un veto de Bush acabó con un proyecto de ley del
Congreso aprobado por ambas cámaras que hubiera prohibido el submarino. Además,
el secretario de Justicia, Michael Mukasey, rechazó la solicitud de un comité de
la Cámara de que el Departamento de Justicia dé información sobre la destrucción
de los videos.
La culpabilidad del Partido Demócrata
A medida que el gobierno de Bush ha puesto en práctica agresivamente la
política de tortura, los demócratas del Congreso la han aprobado. En septiembre
del 2002, la CIA les dio a cuatro congresistas demócratas una “gira virtual” de
sus prisiones secretas y les explicó el uso del submarino. Entre los
congresistas estaba Nancy Pelosi, que hoy es presidenta de la Cámara de
Representantes. La demócrata Jane Harman (que remplazó a Pelosi en el Comité de
la Cámara sobre Espionaje) dice ahora que mandó una carta a la CIA en el
2003 para advertirle a no destruir los videos de los interrogatorios.
Así que probablemente sabía lo que mostraban esos videos, pero no dijo nada
hasta cuatro años más tarde.
Cuando Mukasey anunció que no iba a darle información al Congreso sobre la
destrucción de los videos, los demócratas no respondieron con indignación ni
demandas de que Bush cumpliera con la solicitud, por no decir nada de llamados a
iniciar un juicio de destitución por “obstrucción de justicia”. Según los
informes de prensa, el senador demócrata Patrick Leahy simplemente expresó
“desilusión”.
Lo que el gobierno de Bush ha hecho es convertir en ley y en “norma” las
prácticas ilegales de su administración, y así cambiar de forma permanente
ciertos principios “centrales” de la sociedad estadounidense. Algunos de ellos
—como el derecho del acusado a ver las pruebas en su contra y de defenderse ante
ellas— han existido desde antes de que se estableciera Estados Unidos. La propia
Constitución de Estados Unidos prohíbe “castigo cruel e inusual”, mejor dicho la
tortura. En realidad, el gobierno muchas veces interpreta esos derechos muy
estrechamente y los ha violado abiertamente, como la prohibición de la tortura.
Cuando Estados Unidos invadió Filipinas en 1898, el ejército usó el submarino
contra los insurgentes, al igual que durante la guerra de Vietnam. En la década
de los 80 y 90, la policía de Chicago torturó a “sospechosos” para obligarlos a
“confesar” crímenes que no cometieron.
Pero es algo nuevo y muy peligroso que a la tortura y otras medidas ilegales,
antes prohibidas formalmente, las legitiman decretos presidenciales. Piensen en
lo que significa que la rama ejecutiva ha declarado que lo que decida y haga es
más importante que cualquier decisión del Congreso o los tribunales, y que
lo que diga es la ley. Ese núcleo de la clase dominante ha ido a nuevos
extremos y busca hacer añicos las viejas normas sociales y reemplazarlas con
normas que justifican la manera en que está rehaciendo la sociedad.
La parálisis... y la necesidad y la posibilidad de la resistencia de
zafarnos de esto
Las medidas del gobierno de Bush —la sangrienta guerra en Irak que inició con
mentiras, la destrucción de lo que se han considerado derechos básicos, la
tortura, etc.— han generado en la población una corriente profunda y amplia de
indignación. Pero, al mismo tiempo, también hay temor y parálisis, a medida de
que los que detentan el poder les arrebatan el terreno que les parecía sólido
—los derechos y principios en los que pensó que podía apoyarse— y, con una
velocidad asombrosa, hacen trizas las viejas normas e imponen otras nuevas y más
represivas.
La defensa casi abierta de la tortura por Bush tiene el propósito de difundir
el terror del poderío de Estados Unidos a todos los rincones del mundo, pero
también es para sembrar terror e inmovilizar políticamente a la gente aquí
mismo, a medida que la clase dominante libra su guerra en aras de un imperio sin
rival, bajo la bandera de la “guerra contra el terror”. Por ejemplo, se ve lo
que le pasó a Maher Arar, un ciudadano canadiense nacido en Siria arrestado por
agentes estadounidenses en el 2002 en Nueva York y mandado a Siria, donde lo
tenían 10 meses en una celda diminuta y con frecuencia lo torturaron. El mensaje
de estas infamias es: cualquiera podría caer en la escalofriante
telaraña de prisiones secretas, tortura, “envíos extraordinarios” y otras
medidas fascistas.
La escritora Naomi Wolf escribió hace poco sobre sus viajes en Estados Unidos
y dijo que conoció a mucha gente familiarizada con los pasos hacia el fascismo
en este país y a quienes les molestan mucho, pero que también tienen mucho
miedo. Habla de una madre de dos hijos, de unos 30 años de edad, en Boulder,
Colorado, que empezó ha “desenredarse” al decirle a Wolf que “quiero hacer algo
pero tengo tanto miedo. Veo a mis hijos y me da miedo... ¿qué les podría pasar a
ellos si hago algo, o mejor me callo? No quiere que me pongan en una lista”.
Otra cosa que le da miedo a gente así es que los demócratas no oponen
resistencia para nada a la agenda de Bush. La razón principal no es que “son
unos cobardes”. Es cierto que los demócratas tienen ciertas diferencias con Bush
sobre la tortura, la guerra de Irak y otras medidas, y un poco de preocupación
sobre lo amplias que son las maniobras fascistas y la velocidad con que se las
ponen en vigor. Pero los demócratas han aceptado esta trayectoria —con unas
pocas “dudas piadosas o enmiendas mezquinas”— porque, al igual que Bush y los
republicanos, su principal punto de partida son los intereses de la clase
dominante del capitalista-imperialista Estados Unidos y, en lo fundamental,
están de acuerdo con la “guerra contra el terror”. Esta “guerra contra el
terror” es en realidad una guerra por el imperio; todos esos políticos, tanto
republicanos como demócratas, están completamente de acuerdo en que Estados
Unidos tiene que ser el mandamás del mundo, con derecho a pisotear a cualquiera
que esté en su camino.
Y los demócratas temen que si en realidad movilizan a quienes consideran su
base social contra Bush, podría haber un enorme auge de resistencia y que no lo
podrían controlar. La posibilidad de que millones de personas participaran en
acciones políticas contra toda la dirección en que está encaminada esta sociedad
les resulta odiosa a estos políticos demócratas. Temen esa posibilidad
más que cualquier crimen que cometa Bush. Y eso demuestra una vez más su
naturaleza como representantes de la clase dominante y por qué, para citar la
convocatoria de El Mundo no Puede Esperar-Fuera Bush y su Gobierno: “No habrá
ningún salvador del Partido Demócrata”.
Hay que aprender más sobre por qué se dieron a conocer ahora los videos de la
CIA, dos años después de que los destruyeron, y qué tiene que ver esto con las
riñas y contradicciones en la cúpula de la clase dominante. Pero de una cosa no
cabe duda: lo de los videos y el submarino no se dieron a conocer porque alguien
en la clase dominante “quiere hacer lo justo” y poner alto a todas esas
atrocidades.
Para parar la tortura y los demás crímenes del gobierno de Bush, se va a
necesitar una resistencia política masiva desde abajo. Va a ser
necesario que tú, y muchos otros, actúen con convicción y resolución.
Y, claro, requerirá valentía moral, tanto como riesgos y sacrificios. Esta
resistencia se necesita y con urgencia, antes de que sea demasiado
tarde… antes de que las normas fascistas se hagan más permanentes.
Pero además de esta necesidad es la posibilidad de que la resistencia aumente
a pasos agigantados, si una cantidad significativa de personas toma posición
hoy mismo. La reconfiguración fascista de las normas legítimas que
contribuyen a la parálisis política también conlleva el potencial de fomentar
acciones contra esos cambios reaccionarios radicales. Eso, a su vez, podría
crear enormes dudas sobre esas normas. Esto es contradictorio; podría reforzar
falsas ilusiones sobre la “verdadera América”, pero al mismo tiempo podría poner
en tela de juicio aspectos fundamentales del sistema, su historia y su papel en
el mundo, y abrir las puertas a contemplar soluciones radicales y
revolucionarias. En esta situación, las protestas que se zafan de los confines
mortales de la política oficial pueden tener un impacto social enorme y servir
de clarín para movilizar a muchos más, lo cual podría agudizar las divisiones y
fisuras en la cúpula del poder y crear mayores posibilidades para la resistencia
masiva desde abajo.
Como dice El Mundo no Puede Esperar-Fuera Bush y su Gobierno
(worldcantwait.org) en su convocatoria para la campaña ¡Pronúnciate ya!:
¡Vístete de naranja!: “Si alguna vez hubiese un momento para zafarnos del marco
de lo que se llama la ‘opinión común’, ahora lo es. Requerimos, todo el mundo
requiere, un movimiento masivo y poderoso de RESISTENCIA, un movimiento que
arrebata el futuro de la humanidad de las manos ensangrentadas de gente como
Bush y Cheney y lo pone en manos del pueblo. Un movimiento que saca al
presidente y crea una nueva atmósfera de lucha libertadora, feroz y alegre, en
vez de la sofocante resignación hacia el sinfín de atrocidades de hoy”.
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|