La Jornada
Domingo 20 de marzo de 2005
Bill Moyers*
No hay mañana
Uno de los mayores desafíos políticos de la época en que me tocó vivir es que
el engaño ya no es marginal. Ha venido desde el margen a sentarse en el asiento
del poder en la Oficina Oval y en el Congreso. Por primera vez en nuestra
historia, la ideología y la teología ejercen un monopolio del poder en
Washington.
La teología sostiene proposiciones que no pueden demostrarse; los ideólogos
se aferran con terquedad a una visión del mundo por más que los contradiga la
realidad generalmente aceptada. Cuando ideología y teología se aparean, sus
crías no siempre son malas, pero siempre son ciegas. Y he allí el peligro:
votantes y políticos igualmente desdeñosos de los hechos.
¿Se acuerdan de James Watt, el primer secretario del Interior del presidente
Ronald Reagan? Mi diario ecologista en línea preferido, el siempre apasionante
Grist, me recordó en fecha reciente aquella vez en que James Watt sostuvo
ante el Congreso que proteger los recursos naturales era irrelevante a la luz
del inminente retorno de Jesucristo. En testimonio público afirmó: "después que
el último árbol sea derribado, Cristo regresará".
Las elites de Washington rieron por lo bajo. Los reporteros no sabían de qué
hablaba el funcionario. Pero Watt hablaba en serio, al igual que compatriotas
suyos en todo el país. Son las personas que creen que la Biblia es la verdad al
pie de la letra: la tercera parte del electorado estadunidense, si una encuesta
reciente de Gallup es correcta. En la elección presidencial pasada varios
millones de ciudadanos buenos y decentes acudieron a las urnas creyendo en el
índice apocalíptico.
Leyeron bien: índice apocalíptico. Si buscan en el Google (rapture
index) descubrirán que en la lista de libros más vendidos hoy día en Estados
Unidos están los 12 volúmenes de la serie Left Behind (Dejados atrás),
escrita por Timothy LaHaye, fundamentalista cristiano y guerrero de la derecha
religiosa. Estos verdaderos creyentes se adhieren a una teología fantástica
ideada en el siglo XIX por una pareja de predicadores inmigrantes que tomaron
pasajes bíblicos sin conexión entre sí y los entretejieron en una narración que
ha cautivado la imaginación de millones de estadunidenses.
Su trazo general es simple, aunque extraño (el escritor británico George
Monbiot realizó hace poco una brillante disección y estoy en deuda con él por
haber contribuido a mi entendimiento del tema): una vez que Israel haya ocupado
el resto de las "tierras bíblicas", legiones de anticristos lo atacarán, lo cual
desencadenará una batalla final en el valle de Armagedón. Los judíos que no se
hayan convertido serán quemados, y el mesías regresará para el apocalipsis. Los
verdaderos creyentes serán elevados de entre sus ropas y transportados al
Paraíso, donde, sentados a la derecha del Padre, observarán a sus opositores
sufrir plagas de forúnculos, llagas, langostas y ranas durante varios años de
tribulación que vendrán enseguida.
No es invento mío. Al igual que Monbiot, he leído los textos. He informado
sobre estas personas, siguiendo a algunas desde Texas hasta Cisjordania. Con
sinceridad y seriedad expresan que se sienten llamadas a contribuir al
advenimiento del apocalipsis, en cumplimiento de la profecía bíblica. Por eso
han declarado solidaridad con Israel y con los asentamientos judíos y reforzado
su respaldo con dinero y voluntarios. Por eso para ellos la invasión a Irak fue
un acto de calentamiento, predicho en el Libro del Apocalipsis, en el que cuatro
ángeles "que están atados en el gran río Eufrates serán liberados para acabar
con la tercera parte de la humanidad".
Una guerra con el Islam en Medio Oriente no es algo que temer, sino que
esperar: una conflagración esencial en el camino a la redención. La última vez
que lo busqué en el Google, el índice apocalíptico iba en 144: apenas un lugar
abajo del punto crítico en el que todo estallará, el hijo de Dios regresará, los
piadosos entrarán al cielo y los pecadores serán condenados al fuego eterno.
¿Qué significa esto para la política pública y el medio ambiente? Vayan al
Grist y lean un notable trabajo de investigación del periodista Glenn
Scherer: "El camino al Apocalipsis ambiental". Léanlo y verán que millones de
fundamentalistas cristianos probablemente creen que no sólo no hay que temer la
destrucción del ambiente, sino que se le debe recibir con agrado -e incluso
apresurarla-, como signo del próximo apocalipsis.
Grist deja en claro que no hablamos de un puñado de legisladores
marginales que sostienen estas creencias o están comprometidos con ellas. Cerca
de la mitad del Congreso estadunidense antes de la elección pasada -231
legisladores en total y más después de la elección- están apoyados por la
derecha religiosa. Cuarenta y cinco senadores y 186 miembros de la 108
legislatura obtuvieron tasas de aprobación de entre 80 y 100 por ciento de los
tres grupos activistas más influyentes de la derecha cristiana. Entre ellos se
cuentan Mitch McConell, líder asistente de la mayoría; Rick Santorum, de
Pensilvania, presidente de Conferencia; Jon Kyl, de Arizona, presidente de
Política; Dennis Hastert, presidente de la Cámara de Representantes, y Roy
Blunt, comisario de la mayoría. El único demócrata que obtuvo 100 por ciento con
la coalición cristiana fue el senador Zell Miller, de Georgia, quien hace poco
citó un pasaje del libro bíblico de Amos en la tribuna del Senado: "Llegarán
días, dijo el Señor, en que enviaré una hambruna a la tierra". Dio la impresión
de que le encantaba la idea.
¿Y por qué no? Hay respaldo para ella. Una encuesta realizada en 2002 por
Time y CNN descubrió que 59 por ciento de los estadunidenses creen que
las profecías halladas en el Apocalipsis se cumplirán. Casi la cuarta parte
creen que la Biblia predijo los ataques del 11 de septiembre. Si uno cruza el
país con la radio sintonizada en las más de mil 600 estaciones cristianas, o
pone el televisor del motel en uno de los 250 canales cristianos, se podrá
escuchar algo de este evangelio del fin de los tiempos. Y entenderá por qué,
como señala Grist, no se puede esperar que personas cautivadas por el
sortilegio de tan potentes profecías "se preocupen por el medio ambiente. ¿Por
qué preocuparse por la tierra cuando las sequías, diluvios, hambrunas y pestes
atraídos por el colapso ecológico son signos del apocalipsis previsto en la
Biblia? ¿Por qué inquietarse por el cambio climático global cuando el creyente y
los suyos serán rescatados en el apocalipsis? ¿Y por qué molestarse en pasar del
petróleo a la energía solar cuando el mismo Dios que realizó el milagro de los
panes y los peces puede aparecer unos cuantos miles de millones de barriles de
petróleo ligero con una sola palabra?
Y es que estas personas creen que, mientras Cristo regresa, Dios proveerá.
Uno de sus textos es un libro de historia para secundarias, Historia
providencial de Estados Unidos. Allí encontramos estas palabras: "El laico o
socialista tiene mentalidad y opiniones de recursos limitados y mira el mundo
como un pastel... que se necesita cortar para que cada quien reciba un pedazo".
Sin embargo, "el cristiano sabe que el potencial de Dios es ilimitado y que no
hay escasez de recursos en la tierra de Dios... en tanto muchos laicos ven un
mundo sobrepoblado, los cristianos saben que Dios hizo la tierra lo bastante
grande y con plenitud de recursos para albergar a toda la gente".
No es sorprendente que Karl Rove se pasee por la Casa Blanca silbando ese
himno militante, En guardia soldados cristianos. Convocó a millones de
esos soldados el 2 de noviembre, entre ellos muchos que han hecho del
apocalipsis una poderosa fuerza motriz en la política estadunidense.
Es difícil para un periodista informar con alguna credibilidad sobre un hecho
como éste. Déjenme ponerlo en un plano personal. Yo mismo no sé cómo estar en
este mundo sin esperar un futuro confiable y levantarme cada mañana para hacer
lo que pueda para propiciar su advenimiento. Así pues, siempre he sido
optimista. Ahora, sin embargo, pienso en aquel amigo de Wall Street al que
alguna vez le pregunté: "¿Qué piensas del mercado?" "Soy optimista", contestó.
"Entonces, ¿por qué tienes cara de preocupación?" "Porque no estoy seguro",
respondió, "de que mi optimismo sea justificado."
Tampoco yo. Hubo un tiempo en que estaba de acuerdo con Eric Chivian y con el
Centro para la Salud y el Ambiente Globales en que la gente protegería el medio
cuando se diera cuenta de su importancia para la salud y la vida de sus hijos.
Ya no estoy tan seguro. No es que no quiera creerlo, sino que he leído noticias
y conectado los puntos.
Leí que el administrador de la Agencia de Protección Ambiental de Estados
Unidos ha declarado que la elección fue un mandato a Bush en materia ambiental.
Estamos hablando de un gobierno:
Que quiere rescribir la Ley de Aire Limpio, la Ley de Agua Limpia y la Ley de
Especies en Peligro, la cual protege las especies vegetales y animales raras y
sus hábitat, así como la Ley Nacional de Política Ambiental, la cual obliga al
gobierno a juzgar por anticipado si una acción puede causar daño a los recursos
naturales.
Que quiere relajar los límites de contaminación y del ozono; eliminar las
inspecciones a los escapes de los vehículos y aligerar las normas sobre
contaminación para automóviles, vehículos deportivos utilitarios y camiones
grandes y equipo pesado impulsados por diesel.
Que quiere una nueva ley de auditoría internacional que permita a
corporaciones mantener en secreto información sobre problemas ambientales.
Que quiere desistirse de todas sus demandas de revisión de nuevas fuentes
contra plantas energéticas contaminantes que operan con carbón, y debilitar los
convenios de consentimiento acordados antes con compañías de carbón.
Que quiere abrir el Refugio Artico (Nacional) de la Vida Silvestre a la
explotación petrolera e incrementar la perforación en el Parque Nacional Costero
Isla del Padre, el arrecife natural más largo del mundo y la última gran zona
costera de vida silvestre en Estados Unidos.
Leí las noticias en estos días y me enteré de que la Agencia de Protección
Ambiental planea gastar 9 millones de dólares -2 millones provenientes de los
amigos del gobierno en el Consejo Estadunidense de Química- en pagos a familias
pobres para continuar utilizando pesticidas en sus casas. Estas sustancias se
han vinculado con daño neurológico en niños, pero, en vez de ordenar un alto a
su empleo, el gobierno y la industria ofrecerán 970 dólares a cada familia, así
como cámaras digitales de video y ropa para los niños, a cambio de servir de
conejillos de Indias en el estudio. Lo leí en las noticias.
Acabo de leer que los amigos del gobierno en la Red Internacional de
Políticas, patrocinada por Exxon Mobil y otras de mentalidad parecida, han
emitido un nuevo informe según el cual el cambio climático es "un mito, los
niveles del mar no se elevan" (y) los científicos que creen que la catástrofe es
posible son "una vergüenza".
No sólo leí las noticias, sino también la letra menuda de la reciente
iniciativa de asignaciones presupuestales aprobada por el Congreso, con los
oscuros (y obscenos) codicilos que se le montaron: una cláusula que retira todas
las protecciones a especies amenazadas por pesticidas; un texto que prohíbe la
inspección judicial de un bosque en Oregon; una exención de inspección ambiental
en permisos para pastizales; un codicilo presentado por fraccionadores para
debilitar la protección de hábitat cruciales en California.
Leí todo esto y observé las fotografías en mi escritorio, junto a la
computadora: los retratos de mis nietos. Vi el futuro mirándome desde esas fotos
y dije: "Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos". Y luego me detuve
en seco, pensando: "No está bien. Sí sabemos lo que hacemos. Les estamos robando
su futuro. Traicionando su confianza. Arruinando su mundo".
Y me pregunté: ¿por qué? ¿Porque no nos importa? ¿Porque somos codiciosos?
¿Porque hemos perdido la capacidad de indignación, la habilidad de sostener la
indignación ante la injusticia? ¿Qué ha pasado con nuestra imaginación moral?
En tierra agreste Lear pregunta a Gloucester: "¿Cómo ves el mundo?" Y
Gloucester, que es ciego, responde: "Lo veo sintiéndolo".
Yo lo veo sintiéndolo. Las noticias no son buenas estos días. Puedo decirles,
sin embargo, que como periodista sé que la noticia nunca es el fin de la
historia. La noticia puede ser la verdad que nos haga libres: no sólo para
sentir, sino para luchar desde el futuro que queremos. Y la voluntad de luchar
es el antídoto contra la desesperación, la cura para el cinismo y la respuesta a
esos rostros que me miran desde esas fotografías de mi escritorio. Lo que
necesitamos es lo que los antiguos israelitas llamaban hochma: la ciencia
del corazón, la capacidad de ver, de sentir y luego de actuar como si el futuro
dependiera de nosotros.
Y créanme, sí depende de nosotros.
* Uno de los periodistas de televisión y documentalistas más conocidos de
Estados Unidos. Este artículo fue tomado de AlterNet.com, donde apareció
originalmente.
** La legislación estadunidense permite que a una iniciativa de ley referente
a asignación de fondos presupuestales se le agreguen riders (codicilos)
sobre los más diversos temas, los cuales no son objeto de debate en lo
particular, sino que se aprueban en paquete. Es un recurso común del Ejecutivo
para lograr la aprobación de leyes que causan controversia (N. del T.).
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